Llegó a Caracas en cola y más de un año después regresó al Zulia en cola, tras un periplo en la cárcel por abalanzarse sobre el jefe del Estado. Apenas 30 horas después de su regreso a la libertad, la policía científica ha ido a buscarlo a su casa para darle otra cola, pero esta vez al comando por declarar en los medios de comunicación.
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Maracaibo. - Hablar con el presidente de la República era su más ferviente anhelo. Pero lo quería hacer a su estilo, sin cita previa y con cámaras de televisión como testigos. Es el particular coste de oportunidad con que cotiza sus acciones: si acceder a Nicolás Maduro le costó 17 meses de cárcel, también lo llevó a las primeras planas de medios informativos, nacionales e internacionales.
Yendri Jesús Sánchez González, de 28 años de edad, natural de Maracaibo, la capital del estado Zulia (noroccidente de Venezuela, frontera con Colombia), no le contó a nadie lo que, según planeaba, sería su mayor hazaña. La preparó en serio. Tanto, que el día anterior de cometerla, no quiso disfrutar de una noche de amigos y bebida en la casa de su hermana. En cambio, prefirió abordar un autobús de Pdvsa que saldría a las 10:00 de la noche desde la plaza Alonso de Ojeda de Lagunillas (Municipio Lagunillas del estado Zulia, sobre la ribera oriental del Lago de Maracaibo).
En el vehículo viajó junto a un grupo de simpatizantes del oficialismo que iban a demostrar su respaldo al nuevo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en su acto solemne de juramentación. Todavía es un misterio cómo hizo para colarse entre ingenieros y trabajadores de la estatal petrolera. En la zona y en la industria “todo el mundo se conoce”, y Sánchez no pertenecía a ninguna de ellas. Solo se sabe que se hizo pasar por funcionario del Ministerio de las Comunas. Vestía con una chaqueta roja del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), pantalones de jean negro y calzado cómodo. Se infiltró entre los camaradas. Junto a ellos, rodó 12 horas hasta llegar a la plenaria de la Asamblea Nacional en Caracas.
Ni siquiera frente a su familia transparentó sus intenciones. Apenas expresó que iba a la capital para “pedir una ayuda y participar en una marcha”. No les extrañó. Yendri, en todo caso, no tenía ni trabajo ni oficio diario que implicara cumplir un horario. Podía moverse a donde quisiera sin las restricciones de un empleo fijo. Era un “becado del gobierno, Chávez le ayudaba, siempre lo buscaban, le daban su plata y lo paseaban por orden presidencial”, cuenta una fuente que exige mantenerse en el anonimato.
Era viernes. También 19 de abril, una fecha patria en Venezuela. Se recuerda la rebelión, en 1810, de los patriotas mantuanos de Caracas ante el Capitán General Emparan y ante la usurpación francesa del trono español. Pero ese 19 de abril de 2013 era todavía más especial: Nicolás Maduro asumía la presidencia de la República tras la muerte de Hugo Chávez y de una accidentada elección que, por esos días, era impugnada por la oposición.
Frente al televisor, en su casa seguían el acto protocolar: Celina González, la mamá, y Mariagny, la única de los seis hermanos con quien comparte padre y madre, vieron su aparición en cadena nacional de radio y televisión.
En ese hogar se identifican como chavistas pero, recalcan, no “100 por ciento fanáticos como Yendri”.
Maduro, ya con su banda del tricolor nacional impuesta, comenzaba a saludar a los 12 jefes de Estado y a las delegaciones de 47 naciones presentes en su investidura. No tenía 10 minutos frente al micrófono, cuando el muchacho de 1,70 metros de estatura, contextura fuerte, cabello oscuro, cejas negras, con una cicatriz en la frente y una marca de lechina en la mejilla izquierda, nariz gruesa, orejas pequeñas y boca grande, lo interrumpió. Era Yendri.
“¡Nicolás soy Yendri, ayúdame!”, gritó mientras le arrebataba el micrófono al presidente y lo hacía a un lado. Lo contuvieron cinco hombres, entre ellos Diosdado Cabello, el número dos del chavismo y presidente de la Asamblea Nacional. Reinó la confusión. Las cámaras de televisión se perdieron en un plano, que pareció eterno, donde se veían la bandera de Argentina y el escudo nacional. Los invitados no encontraban explicación. ¿Se trataba de un atentado?
Bastaron 20 segundos para que Maduro se repusiera. Se apresuró a decretar que el incidente con “el espontáneo” había sido “superado” e indicaba que después conversarían “con este muchacho” de quien se preguntó “quién sabe qué desesperación traía”. Al mismo tiempo, fustigaba a su servicio de seguridad: le habrían podido “dar un tiro”.
Casi en simultáneo la prometida conversación ya estaba teniendo lugar. Pero con Jorge Arreaza, vicepresidente de la República, y María Gabriela Chávez, la hija predilecta del Comandante Eterno, en “una parte sola de la Asamblea”. Arreza lo interrogó “un rato” y la hija de Chávez le preguntó por qué lo hacía y advertía que era “muy peligroso”.
Pero no quedó solo en una reprimenda. Salió esposado a la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) en el Helicoide, una construcción sin concluir de los años 50 en el suroeste de la capital venezolana. Tres días después, lo llevaron bajo custodia a la medicatura forense de Bello Monte. "Necesito hablar con los medios de comunicación, me tienen aislado, no me dejan hablar. Amo al Zulia, amo a mi estado querido, los amo a todos", fueron las primeras palabras al salir a las 11:15 de la mañana del interrogatorio.
Sufría maltratos, contó. Le pegaban con “una vara en las piernas porque andaba desesperado”, contó. Al día siguiente lo confinaron en la Ciudad Penitenciaria de Coro, estado Falcón (noroeste de Venezuela).
La comida que llevaban a Yendri regresó intacta. Los enlatados y la pasta quedaron en la bolsa donde también había desodorante, medias, un jean y una franela. No necesitaba nada, les dijeron en la puerta de la cárcel. Adentro lo alimentaban y vestía el uniforme amarillo reglamentario. Era un preso como todos los demás.
Veintitrés días después por fin su voz se escuchó en el teléfono de su hermana. Le autorizaron una llamada para que avisara que ya vería el sol y podía recibir a sus seres queridos. Del otro lado, se respiró un alivio que duró poco: todavía no podían visitarlo, él se comunicaría de nuevo para indicar la fecha.
Les pidió organizarse porque no podían entrar todos los que quisieran. Solo permitían a los padres y hermanos reconocidos con el mismo apellido.
A la semana siguiente, se encontraron. La maleta que llevaron su mamá, hermana y un medio hermano cambió por galletas, dulces y un par de botas que de inmediato les regresaron porque debía usar el calzado del penal. Tampoco requería toallas, ni colchonetas ni sábanas. Su papá, Tomás Sánchez, no fue a la primera visita. Alegó estar ocupado en su trabajo.
Los martes de cada semana les tocaba dejar el trabajo para ir a Coro, la ciudad colonial que fue primera capital de Venezuela y ahora lo es del estado Falcón. La frecuencia cambió luego a solo una vez al mes. No por decisión propia. Desconocen hoy la razón de la disminución del contacto, pero sí saben que no se trató de una medida específica contra Yendri, sino una decisión general para toda la población reclusa.
Con la contribución de tíos y amigos reunían los fondos para los pasajes. Mariagny, la hermana mayor, deseaba contar con más dinero no solo para ayudar a su hermano, sino cubrir los gastos de sus dos hijas. Pero se sometía a un tratamiento contra el cáncer de útero y no estaba en condiciones de trabajar.
Las dificultades angustiaban a Mariagny. En compensación, cuando visitaban a Yendri en Coro siempre lo veían “muy bien”. Sin evidencias de agresiones, su familia tenía para sentirse tranquila. Pero Yendri les contradecía con su testimonio. Vivía días difíciles, confesó una vez. A ocho meses de su arresto, denunciaba que violentaban sus derechos y no podía asistir a los tribunales.
“Los custodios me han tratado mal. Estoy muy mal, demacrado y muy flaco, no sé qué es lo que me han diagnosticado porque no me quieren decir. Ellos creen que estoy loco y me hablan como si fuera un asesino, hasta con un chopo me dieron una vez. Tengo los perdigones porque me encerraron en un cuarto de castigo y empecé a gritar para que me sacaran de allí y me metieron unos chopazos”, dijo a la revista Clímax de Caracas.
“Necesito hacerle un llamado al Presidente para que se acuerde del caso mío que sigo aquí ultrajado. Me están culpando como una persona mala y simplemente soy un hombre humilde que hice eso para llamar la atención delante de los ojos del mundo para ayudar a mi hermana que tiene cáncer y pedirle una casa para mi mamá. Eso fue demostrado y se lo dije a él, no me quieren ayudar, ni nada, sino que tienen parado el juicio”, insistía.
El tiempo pasó y su caso no reportó novedades. También fue perdiendo espacio en los medios. A quien quisiera escucharla, su familia se esmeraba en difundir su versión: no quiso atacar al presidente sino gestionar 114 mil bolívares para cubrir el tratamiento de quimioterapia y radioterapia de su hermana y recursos para culminar los trabajos de remodelación en la casa de dos habitaciones, un baño y sala-comedor que le otorgó el Gobierno. Desde su entrega hace tres años está inhabitable y él, junto a su madre, viven con su hermana.
En libertad, Yendri se había relacionado con personajes de su mismo perfil. Entre ellos Juan Bautista Salas Sierra, quien se colgó del pantalón de Enrique Iglesias en la gala del concurso Miss Venezuela 2002, y que en dos oportunidades llegó a sabotear presentaciones de Servando & Florentino y de Ricardo Montaner en Festivales de la Orquídea, en Maracaibo. En otro certamen de Miss Venezuela, se montó sobre el piano de Franco De Vita en plena función. Una vez mantuvo en jaque durante tres horas a los cuerpos de seguridad zulianos, mientras se encaramaba sobre la pila 21 del Puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo, desnudo, enarbolando una bandera de Venezuela y con la amenaza de que se arrojaría al vacío. En 2007, traspasó los anillos de seguridad del presidente Chávez y antes, en 2006, se filtró en un hotel de Maracaibo solo para abrazar al futbolista argentino Juan Román Riquelme.
Pues bien: Juan era cercano a Yendri desde sus respectivas adolescencias. Eran alter ego y rival de cada uno. “Se retaban para ver quién tenía más cojones”, confía un allegado.
Los dos jóvenes son de origen humilde. La madre de Juan, Guillermina, es conocida por ser la vendedora de dulces y periódicos frente al hospital de Ciudad Ojeda y su padre, Orlando, era un colombiano parasicólogo, conocido como El médico curano. Creció con violencia y en la escuela fue un estudiante de bajo rendimiento. Como Yendri, apenas completó la educación básica.
“Mi vida es extraña, vacía y dolorosa, es un desastre”, admitió Juan en una entrevista con el diario Panorama de Maracaibo en 2012, cuando tenía 22 años. “Tú serás el sacerdote de Satanás”, le auguró su padre, y antes de cada aparición intempestiva en actos públicos, confesó, invocaba a “Lucifer, Banshee y Belcebú”. Eso lo hacía “invencible”.
Su actitud se volvió competencia para Yendri, quien también padecía las consecuencias de un hogar precario, con una madre dedicada a la limpieza de casas ajenas y un padre intermitente.
Espoliado por el reto, Yendri agregó logros a su curriculum. El 16 de marzo de 2008, mientras sonaban los tambores de guerra entre Caracas y Bogotá, se montó en el escenario del Concierto para la Paz que organizaron Juanes y Miguel Bosé, y que ese día se celebraba junto al Puente Internacional Simón Bolívar que une a San Antonio del Táchira con la Villa del Rosario de Cúcuta, para arrebatar el micrófono al cantante español Alejandro Sanz.
Un año antes había irrumpido en el Miss Venezuela, una de las vitrinas predilectas de estos personajes. Corrió por la tarima del teatro Teresa Carreño de Caracas para quitarle la corona a la recién electa Dayana Mendoza, que más tarde se convirtió en la quinta Miss Universo venezolana. Una docena de funcionarios de seguridad se abalanzó sobre él para neutralizarlo.
Apenas unos días antes de su último lance con Maduro, el 10 de abril de 2013, en el fragor de la campaña presidencial, Yendri alcanzó a colarse a la tarima de un mitin en Maracaibo del candidato opositor, Henrique Capriles Radonski. “Capriles, el próximo presidente de la República de Venezuela, te amo”, llegó a gritar para el micrófono. El gobernador de Miranda se lo tomó con humor. No pidió sanciones para el trasgresor. “No me puedo poner bravo, solo me tienen que dejar que termine mis palabras” dijo.
Las familias de Salas y Sánchez se culpaban entre sí por lo que ocurría, a la vista de los medios y de todo el país. Las disputas los distanciaron. Pero eso no lo dio por sentado la policía política. Mientras los agentes del Sebin interrogaban a Yendri en Caracas, otros colegas detuvieron a Juan en Ciudad Ojeda, estado Zulia, la misma noche de ese 19 de abril.
No lograron vincularlos. Eran verdaderos némesis uno del otro. Las autoridades comprobaron la coartada de Juan: se encontraba en su casa, con su esposa e hija de nueve meses, cuando Yendri se apareció en la Asamblea Nacional. Además, lo diagnosticaron con esquizofrenia.
A una condena de diez años en la cárcel se enfrentaba Yendri Sánchez. Quedaba a merced de la fiscal Katherine Harrington, quien lo acusó por cargos de ofensa al presidente y Asociación para Delinquir, este último tipificado en la Ley Orgánica contra la Delincuencia Organizada y el Financiamiento del Terrorismo.
El Tribunal 9 de Control de Caracas aceptó la petición de la fiscal para mantener a Yendri en cautiverio. Su historial ya era amplio y elocuente.
El Ministerio Público divulgó que se le enjuiciaría en julio de 2013, tres meses después de su detención. Pero sus audiencias se fueron suspendiendo. La prevista para el 2 de septiembre de 2013 no se concretó porque no fue trasladado desde Coro a Caracas y quedó fijada para el 7 de enero de 2014.
La abogada Gloria Stifano, quien dirigió parte de la defensa de Yendri Sánchez, relató en el transcurso del proceso que en la cárcel de Coro le habían tratado de disuadir de tener a una “escuálida” por representante, que “lo iba a hundir y no lo iba a poder representar como Dios manda”. Yendri se habría dejado convencer y firmó una revocatoria, pero ese supuesto documento nunca llegó al Palacio de Justicia.
Stifano consideraba una “barbaridad” lo ocurrido y decidió continuar con la defensa, luego de dejar en claro que era la única abogada juramentada en el caso y lo representaría en enero en el juicio oral y público para impedir los diferimientos. Tenía, además, una estrategia. Frenaría el proceso apelando a que el Código Orgánico Procesal Penal (COOP) establece que primero hay que determinar con psiquiatras y psicólogos si el procesado es imputable o inimputable.
“Él tiene algún tipo de desequilibrio mental. No es que esté loco, pero no está apto para asumir un debate”. Citaba los exámenes psiquiátricos forenses que emitieron las doctoras María Elena Berroterán y Ana Carolina Breto, que detectaron “dependencia de alcohol de larga data y una inteligencia clínicamente baja que se acerca al retardo mental”.
En el documento se resaltaba que el imputado presentaba escasa capacidad de análisis, una personalidad poco madura, además de “rasgos egocéntricos, la necesidad de ser reconocido y admirado por lo que hace”. Recomendaban una “evaluación neuropsicológica y otros estudios paraclínicos” para atender los padecimientos.
El diagnostico no era nuevo. Dos años antes, el 11 de enero de 2011, otro despacho concluyó lo mismo cuando se le procesó por intentar robar en una clínica de Pdvsa, situada en la intercepción de las avenidas Hollywood con Lagoven. En un descuido de una doctora, sustrajo artículos de su cartera y fue hallado en flagrancia. Ese día lo retuvo la Guardia Nacional Bolivariana. En el Asunto N° VP11-P-2011-000160, Decisión N° 4C-0066-2011 del Juzgado Cuarto de Primera Instancia en lo Penal (Cabimas), Sánchez aparece imputado por el delito de “hurto agravado en grado de frustración”.
Con sus 24 años para la fecha, Yendri negaba su responsabilidad. “No me hace falta robarle a nadie porque yo estoy becado por el Gobierno, a nosotros nos dan 500 mil bolívares quincenales sin hacer nada. Soy inocente y la Guardia violó mis derechos, me llevó al Retén sin presentarme al Tribunal, eso es primera vez que me pasa (…) me querían agarrar las nalgas, y me querían violar”, se lee en el documento al consultar su declaración.
Durante el acto judicial, se discutió que “en apariencia” presentaba un “desequilibrio emocional” y se ordenó practicar “exámenes psiquiátricos y psicológicos a los fines de demostrar el estado mental del imputado”. Finalmente, recibió medida cautelar y quedó en libertad.
“No vuelvas a hacerlo. Te pueden matar, hijo. Piensa muy bien las cosas, ya no eres un muchachito sino un hombrecito”, repetía Celina a Yendri con llanto desde que llegaba a la cárcel a las 9:00 de la mañana hasta las 3:00 de la tarde que los custodios la sacaban del lugar. Él aceptaba los consejos con el compromiso de no repetir sus errores. Se mostraba arrepentido cuando le recordaba que su cumpleaños 28 años lo pasó tras las rejas.
Hace una semana, el viernes 19 de septiembre de 2014, parecía acabar el encierro. El defensor público a cargo del caso de Yendri –no identificado por la fuente– llamó a su hermana para informar que la boleta de excarcelación había sido emitida y al día siguiente volvería a la libertad. La alertó para que fuera a buscarlo temprano.
La madre estaba en Caracas cuando se emitió la decisión y su hermana sin un bolívar en los bolsillos en Ciudad Ojeda. No pudieron ir a verlo cruzando los muros de la Ciudad Penitenciaria de Coro, ubicada en el sector San Agustín, “El Cebollal”, de la parroquia Santa Ana del municipio Miranda en la carretera nacional Falcón-Zulia donde se albergan mil reclusos en 45 mil metros cuadrados.
Los funcionarios de la Guardia Nacional de turno resolvieron el traslado. A primera hora, cerca de las 6:00 de la mañana “buscaron una cola”, detuvieron a un autobús con destino a Maracaibo y le ordenaron dejar al hombre, que sueña con entrar al libro de récords Guinness, en la cabecera del Puente sobre el Lago Rafael Urdaneta para que ahí lo recogieran.
El conductor del expreso cumplió. Mariagny, una vez más, fue por él. El sábado lo dedicó a saludar a su familia. Celebró con todos estar en la calle. El domingo se albergó en la casa de una amiga en el callejón 5 de la carretera L de Ciudad Ojeda. Ahí paso la noche.
El lunes se levantó, vistió una camisa estampada color gris, un jean azul, zapatos negros y añadió un anillo plateado en su dedo meñique izquierdo y portó una cadena plateada por fuera de la camisa. Lucía delgado y casual para las cámaras. Volvería a los reflectores y flashes.
Como artista con agenda se paseó por las corresponsalías de los medios en la costa oriental del lago. Pisó Panorama y El Regional del Zulia para declarar que no era delincuente ni terrorista, sino que le gustaba “llamar la atención”. Sus afirmaciones llegaron a las redes sociales en video y publicaron el martes en la prensa escrita de la región. La marea de comentarios estalló a favor y en contra. Otros eran solo burlas.
Pero la puesta en escena salió mal. El martes a las 6:00 de la mañana, ni siquiera 30 horas después de su regreso a las pantallas y páginas de periódicos, un jeep del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas estacionó en la casa de su hermana. Lo solicitaban para “una entrevista más”. Mariagny no estaba. Había salido temprano a limpiar la casa donde trabaja como doméstica. Su madre, quien apenas recién dejaba la cama, subió a la unidad y llevó a los funcionarios hasta la casa de la amiga que refugiaba a su hijo. No sospechaba que lo buscaban para capturarlo.
Él dormía. Los funcionarios lo llamaron, luego gritaron su nombre y tocaron la puerta. Se levantó y salió. Ya afuera le pidieron vestirse para irse con ellos. No los evadió ni resistió. El viernes, a tres días después de la nueva detención, no se sabía su paradero. Su madre y hermana, sin recursos para pagar un carrito hasta Maracaibo aguardaban un contacto con él. Todavía lo esperan con la esperanza de que nada haya pasado y retorne para terminar de construir la casa que le regaló Hugo Chávez antes de morir y poder vivir en paz.
Como virus en un entorno hostil, la red de empresas que los dos colombianos crearon para importar alimentos y productos de primera necesidad para el programa CLAP de Nicolás Maduro, cambia de aspecto y se adapta a la presión de las sanciones estadounidenses. Nuevas marcas y empresas que aparecen en los combos que reciben los hogares venezolanos pertenecen en realidad al mismo entramado. Es el caso de 4PL, una empresa que opera desde Cartagena pero que, a pesar de su súbita aparición, ya estaba en la mira de los anticuerpos de los organismos internacionales contra la corrupción.
Militante de la causa palestina, nacido en Colombia y nacionalizado panameño, Gassan Salama cuelga con frecuencia mensajes de apoyo a las revoluciones cubana y bolivariana en sus redes sociales. Pero esa inclinación no es el principal indicio para dudar de su imparcialidad como observador de las elecciones en Venezuela, función que ejerció en los cuestionados comicios en los que Nicolás Maduro se ratificó como presidente. De hecho Salama, un empresario y político que ha llevado a cabo controvertidas búsquedas de pecios submarinos en aguas del Caribe, encontró su verdadero tesoro en el principal programa de asistencia y control social del chavismo, los Clap, por el que recibe millonarios pagos en euros.
Si el papel clave de los empresarios colombianos Alex Saab Morán y Álvaro Pulido Vargas en la trama de importaciones para el programa del Gobierno de Nicolás Maduro ha salido a relucir, casi nada lo ha hecho la participación de los comerciantes que desde México le sirven como proveedores. Se trata de grupos económicos que, aún antes de hacer negocios con Venezuela, tampoco eran ajenos a la controversia pública.
Los negocios de hidrocarburos ahogan los derechos de los migrantes en Trinidad y Tobago. Abandono consular, deportaciones, multas prohibitivas, explotación laboral y condenas de prisión, son algunas de las hostilidades que aguardan a los que llegan desde Venezuela buscando una mejor vida allá. Pero, al mismo tiempo, el Gobierno de Puerto España trata con guantes de seda al régimen de Nicolás Maduro, para el que reserva los miramientos que se tienen con un socio que, en el marco de acuerdos de cooperación que llevan años negociándose, aportará el gas natural y los recursos que permitirán reactivar importantes instalaciones industriales en la nación de las dos islas.
Guardados bajo llave en Brasil desde finales de 2016, por fin aparecen los videos del juicio de Odebrecht sobre Venezuela. A partir de hoy, Armando.info empieza a publicar una retahíla de clips que muestran las caras de los testigos que documentaron el caso. Algunas de sus declaraciones ya habían sido publicadas en esta plataforma, pero aquí van con la voz y el tono de sus protagonistas.
La tensión entre los Gobiernos de Nicolás Maduro y Juan Carlos Varela no cesa. Pero la escalada de represalias comerciales que se libra desde ambas capitales curiosamente deja ilesas a algunas de las empresas que desde 2017 proveen mercancía al programa bandera del chavismo, los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap). Dos de esas compañías muestran el perfil propio de empresas de maletín oportunistas.
Una producción al estilo de la serie ‘CSI’ fue preparada por el oficialismo para hacer un simulacro de revisión pericial de las actas de votación, con un desenlace previsto en el guion: la ratificación judicial del dudoso triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones del 28J. Contó con un grupo de extras disfrazados de investigadores de una escena del crimen donde las víctimas eran la verdad y la democracia. Pero, en realidad, se trataba de funcionarios del CNE, cercanos al rector Carlos Quintero y, muchos de ellos, miembros también del PSUV.
Las autoridades de la Universidad Arturo Michelena se infiltraron en grupos de WhatsApp de sus estudiantes. Allí detectaron a aquellos que se pronunciaban contra el fraude electoral del 28J y criticaban el respaldo abierto del rector al oficialismo. A los descubiertos les ofrecieron la “oportunidad” de escoger sus propios castigos: o arrepentimiento y suspensión hasta por dos semestres en el campus o, ya a merced de la ley de la calle, expulsión permanente y denuncia ante la Fiscalía por delitos de odio. La universidad prolongaba así su historial de cruce con prácticas y cuerpos de represión.
Desde sus tribunales antiterrorismo en Caracas, cuatro jueces improvisados se han dedicado a, precisamente, sembrar el terror. Actúan de manera expedita e implacable, en medio de arbitrariedades y sin detenerse en formalidades, no solo concertados con el gobierno de Nicolás Maduro, sino teledirigidos desde la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia y del Circuito Penal de Caracas. Su propósito: propinar castigos ejemplarizantes a quienes se manifiesten en desacuerdo con el fraude electoral.
Sobre el sistema electoral venezolano, “el mejor del mundo”, ahora en la mira tras los cuestionados cómputos oficiales de los comicios del 28 de julio, al final hay un solo ojo: el de la compañía argentina Ex-Cle. Y sobre Ex-Cle, con domicilio desierto en Buenos Aires y un búnker en Caracas, solo mandan los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez y el rector del CNE, Carlos Quintero, junto al empresario Guillermo San Agustín. Un embudo por el que pasan negocios, influencias políticas y ‘big data’, en perjuicio de la democracia.
Desde que se conocieron los dudosos resultados del CNE que daban el triunfo a Nicolás Maduro en las recientes elecciones presidenciales, estalló una ola de protestas que ahora los cuerpos de seguridad del régimen intentan sofocar no solo con la represión, sino con un nuevo elemento disuasivo: videos de escarmiento en redes sociales. A fin de analizarlas, Armando.info recopiló una veintena de estas piezas, editadas con elementos de filmes de terror y de incitación al odio y hostigamiento contra la disidencia.
En las horas cruciales de los comicios presidenciales del pasado domingo, Aime Nogal dejó de atender las llamadas de los dirigentes opositores, a pesar de que había llegado al directorio del CNE como ficha del partido Un Nuevo Tiempo. Además, con su firma y presencia convalidó el anuncio de los dudosos resultados oficiales de las votaciones. Así culminó un cambio de actitud que asomaba desde hace tiempo, en línea con la trayectoria de la abogada, sinuosa en lo político pero siempre en ascenso.