El presidente del grupo Corimón asegura que nada tiene que ver con la compra del diario El Universal. Ni siquiera con su nuevo presidente, a pesar de que el hermano morocho de este está al frente de algunas de sus compañías.
El pasado domingo 14 de diciembre, horas después de publicado el reportaje El citizen Gill compra medios por América Latina, el empresario Carlos Gill se comunicó con quien suscribe estas líneas. El exbanquero y actual propietario del grupo Corimón en Venezuela expresaba en la llamada telefónica su estupor por el contenido del reportaje y los señalamientos que allí se hacían acerca de su persona. Gill aseguró que su equipo jamás le informó de los esfuerzos hechos por este periodista para conocer su versión. “Tengo el mismo teléfono desde hace 18 años y un correo electrónico que está en la página web de Corimon”.
Este trabajo se viene preparando desde hace tres meses e incluye pesquisas en Bolivia. En la sede del grupo Corimón informaron que Gill no vivía en el país. Proporcionaron un email equivocado y sugirieron, por último, que era más fácil ubicarlo a través de Proa Comunicaciones, la agencia de comunicaciones capitaneada por su esposa Chepita Gómez. En un correo enviado a Vivianne Agudelo, vicepresidenta de esa compañía, se reiteró la solicitud. Nunca hubo respuesta.
Gill dice que toda su vida ha sido un hombre de trabajo: que ha participado en la reestructuración de ocho bancos, que hace 20 años rescató a Corimón de la crisis y la convirtió en un negocio rentable que se internacionalizó, que fue director-presidente de Mercedes Benz, que recientemente compró la cadena de comida rápida Wendy’s y que ha visto la posibilidad de invertir en medios de comunicación por varias razones. Una de ellas: su esposa, hija del editor de El Informador de Barquisimeto, es, además, periodista.
“A mí se me presentó hace ocho años la posibilidad de adquirir dos diarios en Bolivia, La Razón y Extra, directamente al grupo Prisa. Yo conozco directamente a Manuel Polanco. Yo participé en una de las reestructuraciones de esa empresa española. Ellos estaban buscando salir de unos activos en América Latina y llegamos a un acuerdo que se anunció en la prensa”.
Con ello Gill pretende echar por tierra la versión expresada tanto en el reportaje como en el libro A control remoto, del periodista boliviano Raúl Peñaranda. Que La Razón y Extra, junto a una televisora llamada ATB fueron adquiridas en 2008 por una empresa creada especialmente para la transacción llamada Akaishi para ocultar la identidad de los nuevos propietarios. Un esquema que calca al utilizado para la venta de las marcas de la Cadena Capriles (hoy Grupo Últimas Noticias) y del periódico El Universal. “Yo negocié directamente con ellos y el acuerdo se hizo público de inmediato. No tengo nada que ver con Akaishi”.
El equipo de Gill envió una información publicada en el medio español Cinco Días para darle credibilidad a su versión. En la edicióndel 22 de octubre de 2009, en efecto, se anuncia el acuerdo del empresario con Prisa, que consistió en “la permuta de unos activos en Bolivia a cambio del 12% de la participación que Gill tenía en la cadena de televisión estadounidense V-me Media Inc”. Esta explicación, sin embargo, contrasta con lo expresado por el periodista Raúl Peñaranda en su libro. Once meses antes, en noviembre de 2008, el reportero recibió una llamada de un colega que trabajaba en una oficina gubernamental de prensa. “Me dijo que los empresarios venezolanos Carlos Gill y Jordán Silva, que ya habían concretado el proceso de compra de La Razón, deseaban hablar conmigo para ofrecerme la dirección del periódico”. Son once meses al menos en los cuales nadie reclama la propiedad del medio.
Carlos Gill no le da credibilidad a la versión manejada por Peñaranda en su libro y ratifica que no encubre sus transacciones. “Yo soy accionista del diario El Nacional. Por eso mi esposa está en la junta directiva de ese diario, así que nada tengo que ver con el diario El Universal ni con el señor Jesús Abreu Anselmi. Conmigo sí trabaja desde hace 20 años su hermano Rafael Enrique, quien también está en Bolivia como presidente de la junta directiva de Ferroviaria Oriental, cuya sede está en Bolivia y en Venezuela preside la compañía de pinturas Sherwin Williams.
Gill dice que ha decidido expandir sus intereses en el sur, específicamente en Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay, por el potencial de estos países para hacer negocios. “¿Por qué los periodistas no hablan de las cosas buenas que hace uno? ¿Tú sabes lo que cuesta mantener en Venezuela a una nómina de más de 10 mil empleados en Venezuela y 7 mil fuera del país? ¿Tú tienes idea de eso?”, pregunta.
Gill también niega que la línea editorial de La Razón sea impuesta o se acuerde con el gobierno del presidente Evo Morales. “Es un medio sin sesgo político”, advierte, como para terminar de despachar las versiones que señalan que se ha puesto su dinero al servicio del gobierno de Bolivia como una manera de agradecer el aumento exponencial de su patrimonio durante los tres lustros de gobierno chavista.
En Bolivia también se especula que Gill es uno de los empresarios que financió la construcción del teleférico entre la capital de Bolivia, La Paz, y la vecina ciudad de El Alto, un enclave donde el presidente Evo Morales se ha hecho muy fuerte. “A mí me interesa la logística”, respondió. “Me parece que esa obra es un ejemplo para el mundo. No he puesto dinero allí”. Fue la última pregunta que permitió: “Te dejo porque voy a volar”.
El principal diario del centro de Venezuela y segundo del país, ‘Notitarde’, sirve de escenario para un experimento, singular hasta para la era chavista, de clara impronta militar: un coronel del Ejército se puso al frente de la empresa. Fue parte de la racha de compras de medios que capitales cercanos a la revolución hicieron de manera nerviosa de 2013 a 2015. Los resultados, periodísticos y de negocio, dejan que desear. Pero el compañero de promoción de Carlos Osorio y Pedro Carreño sigue deseando aprender de los reporteros a su servicio.
“Cabezas” (por Hugo, su director) y “Coronado” (por Luis, mano derecha del anterior) son dos apellidos de evocación cefálica que se revelan claves en una trama de negociados tejida alrededor de la empresa que el Estado venezolano creó en 2013 para centralizar los suministros de papel imprenta importado a medios y editoriales. La privatización tras bambalinas de su razón de ser se consuma a través de redes de parientes en funciones ejecutiva, manipulación de las tasas cambiarias, vínculos con intermediarios privilegiados, y otras maniobras que permiten comprobar que el papel aguanta todo.
Las transmisiones deportivas de los canales MeridianoTV y Telearagua son un verdadero circuito cerrado de negocios para Trapiello, un veterano productor artístico, y su socio Harry Camba, presidente y vicepresidente de Telearagua y de la emisora de radio Aragüeña 99.5 FM, medios regionales financiados por la Gobernación. Pero ambos también se han proclamado dueños de TyH Producciones, una empresa privada que presta servicios a esas televisoras y que fue diseñada para esquivar cuestionamiento alguno sobre el conflicto de intereses entre la gestión de lo público y lo privado
Una anónima empresa china de ingeniería civil salió a relucir en las noticias internacionales de febrero pasado. Se trataba de Camc, beneficiada con importantes contratos del Gobierno boliviano mientras la exnovia del presidente Evo Morales actuó como su gerente local. Pero ya para entonces tenía tiempo operando en Venezuela. Desde 2003 ha obtenido del régimen chavista proyectos por más de 3.000 millones de dólares. A pesar de un desempeño plagado de irregularidades técnicas y administrativas, acaba de recibir un jugoso trofeo: la certificación de yacimientos en el Arco Minero del Orinoco.
Pase y póngase cómodo para ver la televisión de Petróleos de Venezuela. En 2012, el ex presidente Hugo Chávez lanzó al aire la idea: crear la primera televisión petrolera del mundo. Se materializó, formaron equipo, ocuparon un Bien de Interés de la Ciudad. Tras meses en prueba en la Televisión Digital Abierta y un año en emisión en la Web, aún no tiene, ni siquiera, programación continua.
La revista emblemática de la transición y del destape español al final del franquismo cayó en 2014, y tras cuatro décadas, en manos de dos inversionistas venezolanos. Son los hermanos Neri, contratistas en gran medida de la Alcaldía y el Gobierno capitalinos, en manos del chavismo. Ahora desde la revista, convertida en mensuario y con salas de redacción en Caracas y Madrid, dicen que quieren promover el diálogo entre los polarizados españoles, aunque no falte quien le achaque a la publicación el propósito de circular con “culos, autoayuda y picante”.
A la práctica delictiva del secuestro extorsivo la Policía Nacional Bolivariana (CPNB) la ha convertido en una industria, informal pero boyante. Agentes de una brigada motorizada de ese cuerpo de seguridad cazan fortunas mediante el chantaje a jóvenes de clase media en el este de la capital venezolana, a los que planta drogas para acusarlos de posesión ilegal. La guarida donde se retiene a los rehenes y se cobran los rescates, en dólares, funciona a plena luz del día en el icónico edificio que también aloja a la policía política.
La disputa por el control de un lujoso campamento de selva al pie del Auyántepuy, predilecto de los hijos de la Primera Dama, se ha agudizado en los últimos meses hasta volverse un conflicto, sin solución a la vista, entre la justicia ordinaria y la soberanía pemón. En el enredo tienen que ver un fondo inmobiliario de los dueños de la controvertida aerolínea hispanovenezolana Plus Ultra y una familia indígena heredera con intereses divididos, pero podría resumirse como un pleito entre capitanes: uno, de aviones comerciales, y el otro, del colectivo aborigen.
Fue reguetonero, dice que limpió pisos en Estados Unidos, y se sabe que en distintos países montó negocios que nunca prosperaron. Ahora construye una carrera política dentro del partido español de derechas, que está a punto de llevarlo a ocupar una curul dentro del parlamento regional de la comunidad madrileña. Ocurre que en esa épica del inmigrante hecho a sí mismo que le gusta relatar a la prensa, a Gustavo Eustache se le olvida mencionar la vez que en 2015 se asoció -sabiéndolo o no- con un estafador serial venezolano, José Trinidad Márquez.
Identificado por la Fiscalía del chavismo como el “jefe de la estructura de corrupción” que desfalcó miles de millones de dólares a Pdvsa, el coronel Antonio José Pérez Suárez es en simultáneo dueño de una lujosa posada ubicada en el páramo de Mérida. Su arresto también deja en evidencia que a lo largo de su carrera en la burocracia estatal chavista tejió una red de empresas, favorecidas por su gestión, y cuyos accionistas eran familiares o personas cercanas.
Entre los acomodos que se adelantan de cara a una eventual contienda electoral, el chavismo busca seducir a los votantes de las iglesias evangélicas del país y al propio clero de ese cristianismo alternativo, que cala con efectividad en zonas populares. Programas socio-clientelares como ‘El buen pastor’ o ‘Mi iglesia bien equipada’ constituyen la avanzada de una campaña que ya no tacha la religión como el ‘opio del pueblo’, sino que la tiene por una palanca de captación de nuevas voluntades. Pero no toda la feligresía se presta al juego.
Que la OFAC estadounidense le aplicara sanciones no fue impedimento para que López siguiera haciendo negocios con el Estado venezolano. Por el contrario: hasta pudo servirle de aval para que Pdvsa le otorgara, al menos, un nuevo contrato para gestionar un campo petrolero, vínculo que todavía en 2022 negaba. Este y otros hallazgos se encontraron al revisar archivos filtrados de Oryx Resources, una de las tantas empresas del -según Washington- presunto testaferro del hoy caído en desgracia ex VP de la República, exgobernador y exministro.