Cobró mucho y ejecutó menos. Más de la mitad de los contratos suscritos por Odebrecht con el Estado venezolano no se llevaron a cabo. Ese país rutilante que en mapas el comandante Chávez dibujaba durante sus transmisiones en cadena, sembrado de puentes ultramodernos, vías férreas y represas, cuya construcción confió sin concurso a la compañía favorita de su aliado Lula da Silva, quedó para el ensueño. Aunque sus costos sí fueron reales. Un inventario de los 32 proyectos que la corporación líder del esquema de Lava Jato tomó en Venezuela, de los que 17 quedaron en deuda, permite comprobar el colosal incumplimiento.
La compañía brasileña Odebrecht -liquidada ya en su país de origen para pasar a llamarse Novonor- acaparó contratos para ejecutar en Venezuela durante al menos una década. Exactamente, 32 proyectos de gran envergadura, en su mayoría de infraestructura, fueron entregados a dedo con sus respectivos contratos, sin pasar por algún proceso de licitación o evaluación más allá de la “bendición” de la poderosa dupla que conformaban hace una década el presidente venezolano Hugo Chávez y su par de Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva.
El destape del caso Lava Jato dejó claro que Odebrecht estableció un esquema de pago de sobornos para la obtención de contratos que se repitió en al menos doce países. Pero además de esa irregularidad, en Venezuela -a diferencia de los otros- las obras sufrieron retrasos considerables y 17 de ellas no fueron concluidas, con lo que quedaron en el limbo miles de millones de dólares asignados a su ejecución y cuyo total hoy resulta casi imposibles de precisar.
El 11 de septiembre de 2019, el ministro de Transporte Terrestre venezolano, Hipólito Abreu, tomó por sorpresa las oficinas desde donde Odebrecht centralizaba la operación técnica en Caracas y anunció que los contratos que quedaron sin ejecutar pasarán a manos del ministerio por instrucciones del Presidente de la República, Nicolás Maduro. Un lance que pretendió retomar, con la asignación de unos pocos millones de dólares, la reactivación de los proyectos que quedaron como elefantes blancos regados por todo el país.
Aseguró que ese mismo día estaban siendo ocupados otros 56 campamentos de la compañía, pero un año y ocho meses después todo apunta a que fue una nueva maniobra de propaganda revolucionaria. Mientras, las ruinas modernas de Odebrecht siguen esperando una reactivación cada vez más improbable.
La historia del que iba a ser el segundo puente sobre el Lago de Maracaibo no es una oda a la ingeniería, sino una trama de sobreprecios, pagos fingidos y malabares cambiarios que desembocó en una obra inconclusa: solo quedan un terraplén y escasos pilotes después de 15 años desde su inicio y de cientos de millones de dólares invertidos. El documento de un contrato entre Odebrecht y uno de sus proveedores, una dudosa compañía en los Países Bajos, recientemente filtrado, permite echar un vistazo a una muestra en pequeño de las prácticas que a la larga conformaron un fraude monumental y otra promesa incumplida del chavismo.
La compañía brasileña acaparó durante años los monumentales contratos para obras de infraestructura que debían convertir a Venezuela en una potencia. Pero los delirios de Chávez dieron paso a la realidad del país, una vez más. Tras el colapso del emporio entre escándalos internacionales de corrupción, y su retirada consiguiente, los campamentos del área metropolitana donde antes estuvieron a resguardo las maquinarias, materiales y el personal de esos proyectos -sobre todo de trenes de cercanía, en los que se invirtieron miles de millones de dólares- se convirtieron en escombreras y baldíos prestos para las pobladas invasoras. Un cuartel de policía y un huerto de ajíes son algunos de los reciclajes improvisados que florecieron en su lugar.
Una serie de empresas de fachada en Países Bajos, registradas a nombre de un empresario claramente identificado pero que permanece en libertad, suscribieron contratos con Odebrecht que cubrían el desvío de fondos, destinados oficialmente a obras de infraestructura en Venezuela, para el pago presunto a 'funcionarios y políticos extranjeros', como estableció hace tiempo la fiscalía holandesa. Ahora surgen en alertas del Deutsche Bank al Departamento del Tesoro estadounidense las evidencias de transferencias de millones de dólares a una de ellas.
Más allá de los nombres de figuras políticas y funcionarios del Estado involucrados, la trama de corrupción desplegada por la constructora brasileña en Venezuela puso en circulación cantidades descomunales de dinero en pagos irregulares. En bancos suizos se ha detectado el tránsito de al menos 235 millones de dólares, en su mayoría de coimas vinculadas al proyecto hidroeléctrico Tocoma, que luego de nutrir las cuentas de intermediarios llegaron a destino. Por ahora las investigaciones determinan que la capilaridad por la que fluyeron los fondos conducía a mercaderes de arte, patriarcas de dinastías de la ingeniería civil y hasta gerentes deportivos.
Como no deja de ser habitual, el último grito del estilo de vida en la burbuja caraqueña llega entre controversias. El nuevo restaurante aéreo en Altamira, así como su gemelo contiguo, ‘Buono’, se alzan sobre dos valiosas parcelas cuyo inquilino -el dueño de ambos comedores- se convirtió en propietario mediante una maniobra en tribunales.Sus anteriores caseros siguen reclamando infructuosamente los inmuebles, un litigio que se suma a los comentarios de inconformidad provenientes de la cadena internacional que ve calcado su concepto original.
Con la compra de un apartamento aterrizaron los Ayoub Ayoub en Dubai, emirato al que, en vez de Oz, los condujo el éxito en negocios de importación y distribución de especias. Pero la familia de origen árabe y base en Lara vio cambiar su suerte cuando fue señalada por el mismísimo vicepresidente de la República de conformar una trama para sobrefacturar importaciones y tener acceso irregular a divisas preferenciales, acusaciones de las que la justicia los absolvió. Esta es una entrega de la serie ‘Dubai Uncovered’ sobre venezolanos con inmuebles en el lujoso emirato.
La promoción ‘Coronel Miguel Antonio Vásquez’ de la Academia Militar es un espejo que refleja la encrucijada que depara la llamada Revolución Bolivariana. A la primera cohorte de oficiales del Ejército graduada bajo el chavismo, que tuvo como padrino al propio Hugo Chávez, el fallecido mandatario le asignó un destino privilegiado que solo a medias se ha cumplido: mientras una parte, comandada por el coronel Antonio Pérez Suárez, número 114 del escalafón, ocupó hasta hace poco cargos clave en la petrolera estatal, otra, simbolizada en el teniente coronel Igbert Marín, número uno de la promoción, vive la cárcel y el exilio.
Una tercera metamorfosis en apenas diez años es lo que experimenta lo que alguna vez fue la red de supermercados del Grupo Casino. Nacionalizada para dar lugar a los Abastos Bicentenario y vuelta a privatizar de manera disimulada por el gobierno de Nicolás Maduro, ahora se asigna a un nuevo grupo económico en alza. El arribo de los que han quedado a cargo certifica la retirada de Saab, preso en Miami, y de su marca, la de las llamadas Tiendas CLAP.
En el submundo de las operaciones encubiertas, el venezolano Martín Rodil se hizo una carrera y fama de agente con poderes casi mágicos para identificar y ayudar a entregar a informantes, corruptos del chavismo y narcotraficantes ante la justicia estadounidense. Sus logros podrían convertirlo en un héroe de la democracia, si acaso no fuera suficiente su éxito como consultor privado. Pero ahora en España se inicia un proceso judicial en el que se le investiga bajo sospecha de que extorsiona a los mismos fugitivos a los que debe entregar.
De un cuerpo especializado para afrontar a potenciales enemigos externos a una banda que secuestra y martiriza a opositores políticos: la conversión de la Dirección de Contrainteligencia Militar ha coincidido con la gestión de Alexander Granko Arteaga en un cargo clave. Su responsabilidad en el régimen de torturas no es solo intelectual; numerosos testimonios le muestran ordenando en persona, e incluso infligiendo, castigos físicos. Eso sí, la fama que tiene no la ganó de modo espontáneo: sigue órdenes del general Hernández Dala, director de la Dgcim, de quien ha pasado a ser su ‘mano negra’.