Desde el primer apagón nacional de este año la zona de Machiques del Perijá se ha convertido en un agujero negro. Tras los seis primeros días sin luz siguió una alumbrada pasajera que coronó con otros quince días de oscurana y a los que hoy sigue un racionamiento irregular e insuficiente. En un recorrido por la zona, Armando.info retrata como la gente languidece entre la mengua en sus negocios, la espera interminable por combustible y una precaria alimentación en la que la carne se daña tan rápido como la leche, de la que se dejan de producir hasta 100.000 litros diarios por falta de electricidad.
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El patio trasero de la casa de Randolfo Vera Camacho, en el sector San José del municipio Machiques, en los límites occidentales de Venezuela con Colombia, es un laberinto de equipos de refrigeración descompuestos.
Tres aires acondicionados están arrumados uno sobre otro en el terraplén, bajo una enramada verde y profusa. Otros tantos esparcidos en el suelo sobre tablones de madera podrida. Neveras y congeladores de diferentes tamaños se erigen uno al lado del otro, desconectados, apiñados. Apenas hay espacio para caminar entre el cementerio de unos 30 aparatos, con sus cables, carcasas y entrañas de metal, tendidos en la intemperie.
El hombre, entrado en sus 50 años, está al borde de la desesperación. La electricidad, su vieja socia, apenas ha pasado por su vivienda en las últimas semanas. Sin ella, le resulta imposible cumplir a tiempo con sus clientes, lo que merma sus ingresos al punto de poder sostener apenas la alimentación de su familia.
Las constantes interrupciones del servicio eléctrico le impidieron culminar esta madrugada las reparaciones de seis neveras que ya están a tono en lo mecánico. “Las ‘medio arreglaron’ a las seis de la mañana cuando pusieron la luz, pero cuando les iban a echar el gas, se fue otra vez”, precisa su esposa, Nailú, una costurera cuyo trabajo de confección de uniformes, vestidos y camisas, también se detuvo de facto.
Arropado con su gente en la oscuridad de otro apagón hace algunas noches, Randolfo sufrió además un atraco mientras intentaba descansar. Un maleante ingresó a la casa armado con una escopeta rudimentaria y hurtó tres celulares de la familia bajo amenaza de muerte; luego huyó con un compinche en una moto. Fue el tercer atraco ocurrido en la vecindad desde el primer apagón nacional del 7 de marzo pasado, que en San José se extendió por seis días.
Nacido y criado en Machiques, Randolfo es un hombre jocoso y amable, pero reconoce que nunca había vivido unos días tan calamitosos. Su familia ha comido un menú de lentejas, arroz, papas y mangos desde marzo, solo gracias al dinero que cobró por el arreglo de tanques de leche en fundos y haciendas cercanas.
Estalló en llanto un día antes, harto, en casa de un vecino que también es de sus mejores amigos. La crisis es tan pesada como la sumatoria de los aparatos estropeados que le dificultan el camino. “Estamos pa’l perro, mijo”, admite, recostado de un mesón y con una expresión de derrota luego de tantos días y noches sin electricidad.
Machiques es uno de los 21 municipios del estado Zulia, la región más poblada de Venezuela con sus 3,5 millones de habitantes. Al menos 122.000 de ellos viven en ese distrito del piedemonte de la Sierra de Perijá, según el último censo nacional de hace ocho años.
Ubicada a dos horas de viaje terrestre desde Maracaibo, la capital del estado, es una tierra en la que se combinan el monte y la ciudad, donde conviven en una misma cuadra casas confortables y viviendas maltrechas. Su principal pulmón económico lo constituyen la ganadería y la agricultura. Sus tierras guardan un gran potencial para convertirse en polo de desarrollo agropecuario.
Candidatos de los partidos políticos Copei y Acción Democrática gobernaron Machiques entre 1992, cuando los venezolanos comenzaron a escoger en votaciones a sus alcaldes, hasta 2008. El chavismo y la oposición se han alternado en los últimos once años las riendas de la municipalidad.
Betty de Zuleta, ex legisladora del Consejo Legislativo zuliano, lidera la alcaldía desde diciembre de 2017. Ganó las elecciones con comodidad, al obtener 59 por ciento de los votos y es fiel representante del chavismo.
Su forma de gobernar se dio a conocer en toda Venezuela a finales de enero pasado cuando se viralizó un video donde se la puede ver vociferando en una estación de gasolina de Machiques, exigiendo a los militares de guardia que impidieran que todo chofer cuyo vehículo tuviera grabado en sus vidrios mensajes de apoyo al presidente encargado de oposición, Juan Guaidó, llenara sus tanques.
“Carro que venga con ‘Venezuela libre’, no se le echa (gasolina). En esta bomba de servicio hay democracia y respeto al presidente constitucional”, dijo entonces la alcaldesa.
Las calles de Machiques no están ni sucias ni repletas de huecos. Tiene un hospital en apariencia decente –sus paredes y brocales, recién pintados; sus áreas externas, limpias-, aunque sus carencias son de largo aliento. “No hay medicinas. Eso está pela'o’”, confió uno de sus empleados, bajo condición de anonimato.
Hay militares por doquier en alcabalas y derredores de su casco central. Pero el patrullaje en sectores empobrecidos, como San José, es mínimo. El Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin, policía política nacional) opera desde una casa de paredes blancas y ventanas con papel ahumado en la calle principal que atraviesa el municipio desde su entrada en la carretera Maracaibo-Colón hasta su casco central, camino a la Sierra de Perijá.
La electricidad es el malvivir de sus últimos tiempos. “Esto es una desolación”, cuenta Licenia Paz, cuya hija de cinco años apenas ha acudido tres veces a clases en su preescolar entre diciembre del año pasado y abril del presente por el colapso de los servicios públicos del agua y la electricidad.
La treintañera está sentada sobre el tronco de un árbol de cinco metros de altura que se derrumbó en el patio de su vivienda. Su familia ha cortado partes de él para cocinar con leña sobre un rin de caucho. “El gas falla mucho desde que se fue la luz”, dice.
Las cuatro parroquias de Machiques son Libertad, San José, Río Negro y Fray Bartolomé de las Casas, esta última mejor conocida como Las Piedras de Perijá. Todas viven bajo un esquema de racionamiento del servicio eléctrico que el gobernador de Zulia, Omar Prieto, pesuvista y aliado de Nicolás Maduro, ha llamado “seis por seis”: seis horas de luz; luego, seis sin ella; y así, se repite el ciclo, aunque no con regularidad. De hecho, los mejores días son aquellos en los que el intervalo del racionamiento parece ser de “solo" seis horas.
El municipio se pelea el triste honor de ser una de las zonas más perjudicadas de Venezuela por el síncope eléctrico de marzo y abril. Su ubicación al oeste del Lago de Maracaibo lo deja en el sótano del sistema eléctrico del país, junto a la propia capital zuliana y San Francisco, pues es uno de los puntos más alejados del sistema de generación hidroeléctrica del Guri, lo que además de limitar el servicio lo convierte en un punto más que vulnerable. La más mínima falla que pueda ocurrir a lo largo del tendido eléctrico desde el estado Bolívar, donde se aloja Guri, de seguro afectará el servicio en Machiques.
Los locales hasta saben calcular cuándo les vendrá la electricidad en caso de un apagón de escala nacional: Machiques tendrá electricidad un día después de que se restaure el servicio en Maracaibo, dice la fórmula. Y a Maracaibo apenas llega.
La desgracia nacional se sumó a su propio infortunio: tuvo seis días sin electricidad tras el primer apagón, el del 7 de marzo, y el servicio se reanudó apenas por unos minutos antes de que volviera a interrumpirse por una semana adicional a raíz de la explosión de uno de los dos transformadores de la subestación principal; cuando lo sustituyeron, solo unas horas pasaron antes de que ocurriera el segundo gran apagón en Venezuela.
A Machiques tampoco llega la poca electricidad que producen las termoeléctricas instaladas para el estado Zulia, que tienen una capacidad de producir 2.000 megavatios pero solo generan 130.
“Es microscópicamente posible que le esté llegando electricidad a Machiques de las plantas termoeléctricas en este momento”, explica el ingeniero José Aguilar, experto en proyectos eléctricos y analista de la crisis eléctrica venezolana. “En la lista de prioridades eléctricas Machiques no está. El municipio está en lo más lejano del Sistema Eléctrico Nacional y solo se alimenta de la misma línea que Maracaibo”.
Habitantes de sectores como San José y Las Piedras calculan que recibieron cuatro horas de servicio eléctrico en esos primeros quince días de la crisis.
Adafel Paz, el padre de Licenia, dice haber perdido 26 kilos en los últimos 16 meses. Las franelas le quedan holgadísimas. Lo único que no se daña y puede cocinar es arroz, puré de papas, lentejas y cambures.
Diumar Duarte, su vecino, de 59 años, optó por sembrar un huerto en la jardinería de su patio. Aún no nacen los pimentones, tomates y ajíes que espera con ansias. Su esposa y él cuidan a sus dos nietos, de ocho y tres años, mientras sus hijas, ya mayores, se fueron a trabajar a Bogotá, en la vecina Colombia.
No hay apagón en el que los pequeños no le pregunten insistentemente cuándo llegará la luz. Están hartos de tomar agua tibia y no poder ver televisión.
Los ingresos de Diumar dependen de un centro de copiado y venta de papelería que instaló en la sala de su hogar. No ha podido abrir sus puertas a cabalidad en las últimas seis semanas por la carencia de electricidad.
Dos fotocopiadoras quedan desconectadas y polvorientas a un costado de una fila de vitrinas de vidrio, que solo exhiben una caja de clips, un paquete de toallas sanitarias, tres témperas y un juego de reglas escolares. Hay más espacio en ellas que productos a la venta.
Si un cliente llega, enciende las máquinas, produce los duplicados y las desconecta lo más pronto que puede. Teme que se quemen en una fluctuación del voltaje. Ya le ocurrió con otro de sus equipos, que no pude reparar por falta de presupuesto. “Pero si no las prendemos, no comemos. Esto es cruel”, afirma.
Isauro Rincón no espanta menos moscas como clientes de su carnicería, La Victoria. Apenas ve llegar a alguien con una tarjeta de débito en mano, les lanza la advertencia sin amortiguación: “No hay punto”.
Su negocio abrió el lunes de Semana Santa luego de 20 días de cierre forzoso por el colapso eléctrico. Diez refrigeradores de su local, su fundo y su casa se le han quemado este año. En el primer apagón de marzo, se le pudrieron 20 kilos de pollo y otros 30 de costilla de res. Cada vez que hay un corte eléctrico, corre a atiborrar el único congelador que le queda con toda la mercancía que tiene disponible, y lo conecta a una planta generadora de 3.000 vatios.
Las ventas resucitan a paso lento, pues no hay cómo pagar si no es con dinero en efectivo. Las transferencias bancarias por telefonía móvil son una utopía mientras duren los cortes de luz por racionamiento o por fallas.
Las telecomunicaciones en Machiques son deficientes, aún más cuando los apagones hacen estragos: Movistar es la única telefónica cuya señal viene y va; las estatales Movilnet y Cantv quedan anuladas a toda hora –“nos reímos cuando alguien nos dice que tiene esos números”, bromea un machiquense-; y la mayoría de los comercios usan un Internet satelital que falla cuando las interrupciones eléctricas se extienden.
Son pocas las carnicerías que han abierto desde marzo. Los compradores se niegan a comprar muchos kilos de pollo y carne pues no les es posible refrigerarlas durante la oleada de cortes de electricidad.
Armando Chacín, presidente de la Asociación de Ganaderos de Machiques (Gadema), asegura que en el municipio se dejan de producir 100.000 litros de leche al día, porque sus unidades refrigeradoras no tienen electricidad ni sus maquinarias cuentan con gasolina.
“Seis horas son insuficientes para tener la carne a una temperatura adecuada, por ejemplo”, ejemplifica. “Eso es un pecado en un país donde se deambula buscando alimentos”. Los ganaderos dicen estar como la mayoría de los machiquenses en estas semanas de apagones y de desolación solemne: “A la buena de Dios”.
Machiques vivió su día de furia el sábado 6 de abril. Las comunidades cerraron las vías principales para protestar por las fallas del servicio eléctrico hasta que enfrentaron a Guardia Nacional Bolivariana en vecindades como el sector de Tinaquillo.
Adaiza Camargo, residente de esa comunidad de casas y trillas, cuenta que una marcha pacífica se transfiguró de un momento a otro en una batalla campal de piedras, bombas lacrimógenas y perdigonazos.
Un militar pateó la reja de su casa para perseguir a un grupo de muchachos que se refugió en plena contienda. Su esposo, que trataba de cerrar la entrada, terminó en el suelo. “Me dio una crisis”, recuerda.
La refriega casi acaba con la vida de Jaime Acevedo Gómez, un adolescente de doce años quien recibió ocho heridas de perdigón que le perforaron el estómago y dañaron su hígado. El menor visitaba a un primo en Tinaquillo. Ya se recupera.
Hubo al menos cuatro detenidos aquel día. Samuel Nieto, de 19 años, se encuentra entre ellos. Su tía, Lily, denuncia que al joven no le han curado la herida del perdigonazo que recibió en su espalda. “Lo tienen detenido en una alcabala de la Guardia Nacional Bolivariana entre Machiques y La Villa. Fuimos todos los del barrio y hasta con dinero para pagar su cuidado médico en una clínica, pero no nos lo dejaron ver”.
Mery Gutiérrez, otra vecina, cree que el municipio estalló esa tarde “por la falta de luz, por la situación, por todo”.
Días atrás, residentes de uno de los barrios de San José estuvieron a punto de linchar a Eddy Loaiza, director general de la Alcaldía, cuando intentaba decomisar una planta generadora de una las antenas de las telefónicas instaladas en la localidad. Una turba le asestó dos pedradas en la espalda, un golpe en la cabeza y un porrazo.
La alarma es el golpeteo de una olla. Cualquiera de los residentes del barrio puede comenzar a golpearla con fuerza para alertar a sus vecinos de la presencia de autoridades o criminales por igual. “Al tercer ‘pailazo’, tenéis que ver esta vaina, cómo se pone lleno esto de gente. La gente te rodea en un momentico”, explica una señora en sus sesenta años.
Los apagones y sus consecuencias no pasan en vano entre las comunidades de Machiques. La gente deja en claro que su tierra es una olla de presión, cuyos demonios se han exacerbado por una oscurana que no parece abandonarle.
La ausencia de electricidad es tan crítica que los negocios de Machiques seducen a potenciales clientes con publicidades que apelan a la crisis. “¡Contamos con plantas generadoras las 24 horas del día!”, se escucha en la radio a un efusivo locutor, quien menciona las bondades de un hotel de tres estrellas del municipio.
Las ofertas de las licorerías también coquetean con los paladares resecos: “seis cervezas frías” y “sí hay refresco frío”, rezan carteles en un par de ellas. Las bolsas de hielo llegaron a venderse hasta en cinco dólares en los días consecutivos sin electricidad.
Machiques, un poblado con temperaturas superiores a los 30 grados centígrados, no solo tiene sed de frío. La gasolina también escasea. Sus estaciones de servicio se cuentan con una mano y siempre están rodeadas de filas de vehículos y motos que se alinean uno al lado del otro a un costado de las gasolineras, como si fueran abejas sobre dulce. Las gasolineras, sin embargo, son panales con mínimo néctar la mayor parte del tiempo.
El camión de Freddy Martínez, un transportista de 58 años, tiene tres días aparcado entre los primeros 20 puestos de una fila kilométrica de vehículos a las afueras de la única gasolinera del sector San José. Al mediodía, se sienta en una acera contigua a un negocio cerrado, agotado.
No hay ni una gota de combustible. Tampoco hay electricidad y, sin ella, las bombas no surten por no contar con plantas generadoras que les permitan tener autonomía de servicio. “Otras veces, hemos estado aquí hasta una semana. ¡Tengo dos semanas sin trabajar!”, dice, bullendo. Algunos aseguran haber invertido diez días para surtirse de combustible.
Un puesto en filas preferenciales para evitar los días de espera puede pactarse con un trabajador de la estación de servicio a cambio de un kilo de comida, refrescos o hasta 10.000 pesos colombianos en efectivo (algo más de tres dólares al cambio vigente en el país vecino). El dólar estadounidense también valida el tráfico de influencias.
Pero la gente común como Jonelio Vera, mecánico, debe aguardar por la gasolina. No tiene otra alternativa que esperar a que una gandola de Petróleos de Venezuela surta la estación en algún momento mientras ellos sufren de mengua. “Tengo que morir aquí”, señala.
Muchos de los choferes comen mangos de un árbol que se levanta en un terraplén a unos 30 metros de la fila. Los machiquenses llaman al fruto tropical el quitarruido, porque calma los sonidos de sus estómagos cuando están alborotados por el hambre. Otros le apodan la verdadera ayuda humanitaria.
“Esto es peor que una calamidad”, expresa Freddy, acongojado, antes de sonreír a la cámara, abrazado con sus compañeros de fila como si fueran amigos de años.
Mientras el estado Zulia sufre cortes de luz de hasta 12 horas cada día, el ministerio de Energía Eléctrica planea resucitar una vieja turbina que falló en la unidad 1 de Termozulia 1 luego de solo tres meses de operaciones y cuya instalación costó más millones de lo que dice la norma. Ahora el gobierno de Nicolás Maduro pagará 55 millones de dólares a la empresa Turbopre Services para reactivar siete turbinas en el principal complejo termoeléctrico de Zulia, pero el proyecto ignora la información vital del fabricante e involucra el ensamblaje de una rareza ingenieril en la TZ01, que incluye la mezcolanza de tres máquinas con seriados distintos en una sola.
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