En Venezuela no llegan a medio centenar los oficiales militares que tienen a su cargo la misión de impartir justicia entre sus pares castrenses. Pero a medida que el Gobierno de Nicolás Maduro remite a más disidentes políticos y civiles insumisos para ser juzgados en esa jurisdicción, se empiezan a ver los flancos más débiles de una logia de jueces designados a dedo por el ministerio de Defensa, con méritos poco claros y una disposición marcada a seguir órdenes.
Dos graves brechas en los anillos de seguridad -en Margarita y San Félix- han puesto recientemente en cuestión la eficacia de la guardia personal del presidente venezolano. Una revisión al alto mando de la Casa Militar revela que lo integra un póker de oficiales cuyos méritos para esos cargos tienen que ver con la confianza personal de la pareja que manda en el Palacio de Miraflores y la lealtad política. A cambio, los militares detentan poderes para estar en varios cargos al mismo tiempo, cierta invisibilidad y hasta para contratar con el Estado sin recibir sanción. Este reportaje sigue la pista al crecimiento de la Guardia de Honor Presidencial y a la trayectoria de sus caras visibles
Todo comenzó con unos lirios en un centro de mesa. Se dice que en una oportunidad el presidente Hugo Chávez llegó a una reunión con su homólogo ruso, Vladimir Putin, y quedó cautivado con unas flores que bien podrían haber sido venezolanas. Allí surgió la idea de exportar tallos a Europa oriental, un sueño que se desvaneció junto a 42 millones de dólares.
A nueve meses de que se publicara la filtración de los documentos del bufete de abogados panameño Mossack Fonseca, conocida mundialmente como los ‘Panama Papers’, sólo una persona se mantiene detenida en Venezuela. La abogada Jeannette Almeida Quevedo es acusada de captación indebida, sufre una enfermedad crónica y sus allegados se preguntan cuál es la verdadera razón por la que aún sigue en prisión.
Las autoridades costarricenses, que la reclaman desde 2009, todavía esperan repatriar una valiosa colección de arte precolombino que por ahora come polvo en oficinas de organismos estatales venezolanos, a donde llegó después de un decomiso. Las piezas habían entrado al país de manera irregular por obra de un inmigrante estonio que hizo fortuna en Venezuela tras eludir a los cazadores de nazis que lo acusaban de participar en crímenes durante la II Guerra Mundial. Se llamaba Harry Mannil, murió en 2010, y nunca llegó a enfrentar a la justicia ni por esas versiones ni por el tráfico irregular de patrimonio cultural en el que incurrió.
Unos quinceaños particulares han puesto a Caracas a hablar sobre el lujo y la osadía de una fiesta en la que hubo hasta shows de strippers en presencia de menores de edad. En tan sólo un par de horas corrió la pregunta sobre el perfil de semejante anfitrión y cómo había levantado una fortuna que ostenta en tiempos de escasez. En Armando.info desnudamos al personaje y sus empresas.