En noviembre de 2015, Efraín Campos Flores y Franqui Francisco Flores de Freitas, sobrinos de la esposa del presidente Nicolás Maduro, Cilia Flores, fueron arrestados en Haití mientras negociaban el envío de un cargamento de 800 kilos de cocaína a los Estados Unidos. Durante las audiencias del pasado 8 y 9 de septiembre quedaron en evidencia las noches de farra que vivieron junto a dos informantes de la DEA. Nos fuimos al prostíbulo que visitaron y lo contamos desde nuestro lente
Esta noche la oferta supera a la demanda. Son casi las 12 de la madrugada y en Trio Gentlemen Club el espectáculo no ha comenzado. El prostíbulo, que de día se disimula entre locales comerciales, embajadas y oficinas, en una de las mejores zonas del este de Caracas, fue el escogido meses atrás por Efraín Antonio Campos Flores y Franqui Francisco Flores de Freitas, sobrinos de la primera dama de Venezuela, Cilia Flores, para agasajar a dos narcotraficantes mexicanos durante su estadía en Venezuela y negociar un cargamento de 800 kilos de cocaína que luego enviarían a Estados Unidos.
Esta noche los dólares y la droga no corren por las esquinas del prostíbulo, como dejaron ver los primos Flores en las audiencias previas a su juicio por tráfico de estupefacientes en la corte del Distrito Sur de Nueva York. Lo único que sobra hoy son chicas. “Las mujeres sólo pueden entrar los lunes, martes y sábados… Así que hoy es tu día de suerte. Bienvenida”, me dice el anfitrión de Trío al bajar las escaleras que dan entrada a la planta baja del Centro Letonia de Caracas. Las reglas son claras: está prohibido tomar fotos o vídeos dentro del establecimiento y ninguna mujer puede entrar sola. “Un hombre te debe acompañar inclusive si vas al baño, no vaya a ser que algún cliente te confunda con una de las chicas que hoy andan en vestido y no en ropa interior”, advierte mientras me enfrento a la rutina de la revisión. La advertencia no carece de sentido en un lugar donde, a excepción de las dos primeras reglas, cualquier fantasía puede ser cumplida si se paga el precio marcado en la etiqueta.
Los sábados tienen una particularidad. Con el pago de la entrada de 2.000 bolívares –unos 3 dólares al cambio oficial o 2 dólares en el mercado negro– los clientes participan en un sorteo de una sesión todo incluido con habitación, champagne y chica. Una gran oferta si se considera que el monto para disfrutar de la compañía de una de las prostitutas, por media hora, es de 44 mil bolívares, que equivale a un 68% del salario mínimo venezolano o 44 dólares en el mercado negro. “El doble si entran en pareja”, explica uno de los mesoneros. Ellos se encargan de dar precios y son el enlace entre chica y cliente.
En octubre de 2015, dos informantes confidenciales de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA por sus siglas en inglés) de origen mexicano, padre (55 años) e hijo (34 años), llegaron a Caracas haciéndose pasar por narcotraficantes del cártel de Sinaloa. Actuaron como parte de la operación que resultaría meses después en el arresto de los familiares de la pareja presidencial venezolana. En aquella visita mantuvieron cuatro reuniones en la capital del país con Campos Flores y Flores de Freitas y visitaron el local Trío. La noche de farra y las chicas fueron cortesía de los anfitriones.
El informante de la DEA dijo en la audiencia de supresión de pruebas del caso que los sobrinos Flores los invitaron a la discoteca Trío y, al terminar la noche, los enviaron a un hotel de la cadena Marriot, ubicado a escasos minutos del local, con 3 prostitutas de obsequio para el fin de la velada. También fueron provistos de carros y guardaespaldas durante su estancia en Caracas. Los mexicanos informaron que Campos Flores aseguraba que el club había sido de su propiedad pero que, inclusive después de venderlo, seguía recibiendo un trato exclusivo.
Para el año 2009, cuando se inauguró Trio, los dueños eran Alfredo Lovera, conocido empresario en la movida nocturna caraqueña; Eduardo Capriles, empresario y hermanastro del también empresario Armando Capriles; y un tercero que sólo se le conoce con el apodo de “El Burro”, según afirman ex trabajadores del prostíbulo. En papel la historia es diferente.
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El local está oscuro, nada más unas luces tenues moradas, amarillas y azules iluminan el ambiente. Una hilera de mujeres con vestidos cortos están sentadas junto a la barra. Poca ropa para la intensidad con la que se siente el aire acondicionado. Frente a las chicas un escenario iluminado en los bordes, detrás una escalera de caracol con escalones de aluminio que llevan al segundo piso, las baldosas brillan, los asientos de cuero están organizados en forma de medialuna y se siente el olor a splash de Victoria's Secret. Entrada la medianoche el primer show está por comenzar. Sólo tres mesas tienen clientes, a pesar de ser un sábado de quincena. Quizás influyen los precios: cada trago cuesta 9 mil bolívares y el servicio de ron más económico sube a los 78 mil. Casi el doble que en cualquier otro local nocturno caraqueño. Disfrutar de una pasarela de mujeres perfectamente depiladas y con cuerpos, según gustos, perfectamente esculpidos a punta de silicona, no sale gratis.
“Si eres fotogénica, ven y te invito a mi pasarela ay ay, gata va-ni-do-sa…”, suena de fondo mientras dos chicas hacen su aparición en la tarima semicircular en medio del club. Al lado del escenario una pantalla plana sigue transmitiendo vídeos de mujeres semidesnudas e imágenes que celebran el sexto aniversario de Trio. Ambas chicas llevan puesto nada más que un sostén y una falda que poco cubre las nalgas que alguna vez recibieron el punzón de inyecciones para ser rellenadas. Una de ellas es rubia, la otra es morena. No interactúan físicamente entre sí pero comparten una que otra mirada que las guía en su coreografía. Durante el tiempo que dura la canción de reggaetón los glúteos de la morena casi abrazan el tubo de poledance de unos ocho metros de largo que se conecta con el siguiente piso. La rubia en el otro tubo sube tanto que obliga a los asistentes a inclinar la cabeza, una vez arriba se deja llevar por la gravedad que no afecta a sus senos operados.
Trio Gentlemen's Club es sólo un nombre comercial. Es una abstracción jurídica, efímero, como los momentos que los caballeros, y algunas damas, buscan disfrutar en este local creado para cumplir fantasías. Detrás del licor, la música y las lentejuelas está la Corporación Kanata, C.A. Es el único nombre visible en los comprobantes de pagos del prostíbulo.
La compañía fue registrada el 6 de noviembre de 2008 por Bernardo Soto Negron y Anthony Zambrano Ramírez con el objeto social de “explotación de centros nocturnos, clubes sociales, discotecas, cervecería, restaurantes, tascas, salas de fiesta, eventos y espectáculos diurnos y nocturnos, compra y venta de bebidas alcohólicas, venta de alimentos y bocadillos”. Soto y Zambrano poco duraron como los dueños de la empresa. A finales de 2008 dejaron de ser accionistas y la compañía quedó a cargo de Belkis Hurtado Reyes y Mauricio Maduro Morales hasta el día de hoy.
Sobre los propietarios actuales de Trio hay una cortina de humo como la que utiliza el local para darle un aire de misterio a los bailes eróticos de sus chicas. Los alias, el lenguaje común de la delincuencia, lideran también las relaciones en este local nocturno caraqueño. Las trabajadoras del local comentan que sólo conocen a los dueños por apodos o simplemente el primer nombre. Los apellidos no se manejan. A la cara más visible de Trío lo conocen como “El Burro”, apodo que se ganó no necesariamente por carecer de cualidades intelectuales. “No tengo idea de su nombre. Pero le dicen “El Burro” por el tamaño de su miembro y porque tiene fama de acostarse con todas las mujeres que entran allí. En algunas noches de farra alquilaban pisos completos del Marriot para el disfrute de él, sus amigos y varias chicas”, comenta Adrian*, ex trabajador del club.
“Los conocemos pero es mentira que el club sea de su propiedad”
En una demanda laboral impuesta por Lennart Jonson González contra la empresa Trio Gentlemen´s Club la representación de Corporación Kanata aclaró que, aunque estaban encargados de la operación y administración del local, no eran los representantes de Trio. “Corporación Kanata, C.A. y Trio Gentlemen´s Club no tienen vinculación porque Trío no existe como persona jurídica… Corporación Kanata, C.A. contrata a una operadora de servicios para que atienda local donde funciona Trio Gentlemen´s Club, local que pertenece a Corporación Kanata, C.A”. El nombre de esa compañía jamás salio a relucir.
Las oficinas de Corporación Kanata, C.A están ubicadas en el mismo centro empresarial donde funciona Trio, pero en un piso superior. En un día laboral cualquiera es común ver a mujeres entrar y salir cobrando la comisión del 50% que obtienen por cliente. Ninguno de los trabajadores niega que la corporación es la empresa tras el prostíbulo y queda más claro al ver los afiches de Playboy que cubren una de las paredes de la oficina y los productos que almacenan allí: botellas de alcohol y toallitas húmedas desinfectantes. Lo que sí niegan es que los sobrinos Flores hayan sido en algún momento los dueños. “Los conocemos pero es mentira que el club sea de su propiedad”, comenta uno de los encargados del local.
“Sé que quieres, se te nota. Al hablarme, al mirarme, no puedes engañarme...ah eh ah eh ah eh”. Una vez más al ritmo del reggaeton comienza el show. Cada espectáculo sigue el mismo patrón: una canción urbana que permite a la chica sacudir ante el público sus glúteos, seguido de una melodía lenta con letras en inglés –Alanis Morissette parece ser la cantante favorita de ellas– que acompañe el desprendimiento de ropa interior de una manera provocativa mientras lentamente abren sus piernas de par en par. En medio de la magia un hombre cercano suelta sin tapujos: “lamería sin pensar cualquier cosa que esa mujer se coloque en la piel”.
En una de las mesas diagonales al escenario, en un rincón oscuro, está Ami. La acompaña un hombre alto, corpulento, vestido con jeans y camiseta gris. Beben tragos de ron Santa Teresa 1796 y piden unos tequeños para acompañar. Se ríen, ella se voltea dándole la espalda y baila pegando su cuerpo contra él. No se besan, pero él aprovecha sus movimientos para colocar una mano entre sus piernas y subir su vestido. Saben que los miran. Disfrutan que los miren.
“Deberías ser mi novia. Recuerda que soy toda tuya, tuya, tuyita"
Ami también comparte con los demás. Mientras el tercer show, protagonizado por una chica vestida de colegiala y con un tatuaje de un sol alrededor de su ombligo, se desarrolla en el escenario, Ami conversa con algunas de sus compañeras y tararea las canciones: “Si tu marido no te quiere, quiere. Baby, mejor tú dale banda, por qué. Porque esta noche sí se bebe, bebe”. A la par del sonido de la música, Ami se me acerca. Huele a gel antibacterial de tutti frutti. Como todas. “Deberías ser mi novia. Recuerda que soy toda tuya, tuya, tuyita. No te vayas a ir todavía”, deja soltar en mi oído. La caricia de sus manos se siente suave, familiar, y la dureza y el peso de sus glúteos pegan en mi regazo.
Son astutas. Saben que si una pareja heterosexual entra al local, la decisión de disfrutar de un servicio adicional va a depender de la mujer y no del hombre que acompaña. Al final de cuentas son negocios y aquí no vale ninguna promoción de dos por uno.
No se sabe si Ami fue una de las elegidas para pasar esa noche del 25 de octubre de 2015 con los informantes de la DEA, pero los primos Flores eran fieles visitantes del local. María*, una chica que trabajó hasta el año pasado en Trio, asegura que era común encontrar a Franqui Francisco y a Efraín disfrutando de los shows y de la compañía de mujeres. “A Trio va gente de la farándula, extranjeros y gente del gobierno. Pura gente con billete. Atendí a políticos y claro que conocí a los sobrinos de Maduro. Inclusive decían que el dueño, a quien llaman “El Burro”, tiene varios negocios con el Gobierno”, asegura María, quien agrega que usualmente los sobrinos de la pareja presidencial y los dueños del local, se llevaban a las chicas “consentidas” a paseos en lancha y yates los fines de semana.
En agosto de 2016, los informantes cambiaron papeles: fueron acusados de tres delitos y están siendo procesados a la par. Ambos se declararon culpables de conspirar para importar y distribuir droga en los Estados Unidos, además de mentir a los agentes de la DEA. Los abogados de los sobrinos Flores se están agarrando de ese traspié para su beneficio, e insisten que los informantes que trabajaron para la agencia estadounidense manipularon fotografías, audios y vídeos eliminando extractos de conversaciones vitales para comprender el contexto de las conversaciones. También sostienen que los informantes usaron dinero del presupuesto de la DEA, y no el de los sobrinos, para pagar los servicios sexuales. El juicio iniciará el próximo 7 de noviembre.
Son las 3 de la mañana. El cuarto show de la noche acaba de culminar. Llegó la hora de hacer el sorteo para que alguno de los clientes se gane la sesión todo incluido con una de las chicas. Bajan el volumen de la música y el animador se dispone a sacar el papelito ganador de una tómbola de cristal. “373”, exclama. Casualmente la mesa que más consumió durante la noche (servicio de whisky, botella de vino, ceviche) resultó ser la ganadora. Gritan alegres y se mueven a uno de los asientos cercanos a la tarima para seguir celebrando.
De las 15 chicas que a la vista estaban esta noche, a lo sumo seis entraron a las habitaciones. El número de mesoneros superaba a los clientes en el local. Hace más de media hora que Ami se fue con el corpulento. La misma rubia de pelo corto del principio hace su aparición en el escenario para la última presentación, baila una canción de hip hop mientras un joven le lanza 10 o 15 billetes de Bs 50. “¿Ya te vas? ¿Cuándo vuelves?”, dice Ami, al regresar con una voz que transmite cansancio. “Pronto”, le digo mientras la abrazo. Definitivamente, no fue la noche más productiva para las trabajadoras de Trio Gentlemen Club.
*Algunos nombres fueron cambiados por petición de los entrevistados
This is the chronicle of a trip to nowhere. An effort of over a year to find the birth certificate of Nicolas Maduro—the key piece to solve the controversy over the nationality of the Venezuelan leader—led the team of Armando.info to the only document that the civil registry of La Candelaria Parish in Caracas could show, a few scanned pages. There is an unknown land where the original document is, if any. According to different versions, it is in a safe under the ongoing argument of "State security reasons," under a 24-hour personalized custody of at least four gatekeepers committed to deny access to the folios inside.
La disputa por el control de un lujoso campamento de selva al pie del Auyántepuy, predilecto de los hijos de la Primera Dama, se ha agudizado en los últimos meses hasta volverse un conflicto, sin solución a la vista, entre la justicia ordinaria y la soberanía pemón. En el enredo tienen que ver un fondo inmobiliario de los dueños de la controvertida aerolínea hispanovenezolana Plus Ultra y una familia indígena heredera con intereses divididos, pero podría resumirse como un pleito entre capitanes: uno, de aviones comerciales, y el otro, del colectivo aborigen.
Fue reguetonero, dice que limpió pisos en Estados Unidos, y se sabe que en distintos países montó negocios que nunca prosperaron. Ahora construye una carrera política dentro del partido español de derechas, que está a punto de llevarlo a ocupar una curul dentro del parlamento regional de la comunidad madrileña. Ocurre que en esa épica del inmigrante hecho a sí mismo que le gusta relatar a la prensa, a Gustavo Eustache se le olvida mencionar la vez que en 2015 se asoció -sabiéndolo o no- con un estafador serial venezolano, José Trinidad Márquez.
Identificado por la Fiscalía del chavismo como el “jefe de la estructura de corrupción” que desfalcó miles de millones de dólares a Pdvsa, el coronel Antonio José Pérez Suárez es en simultáneo dueño de una lujosa posada ubicada en el páramo de Mérida. Su arresto también deja en evidencia que a lo largo de su carrera en la burocracia estatal chavista tejió una red de empresas, favorecidas por su gestión, y cuyos accionistas eran familiares o personas cercanas.
Entre los acomodos que se adelantan de cara a una eventual contienda electoral, el chavismo busca seducir a los votantes de las iglesias evangélicas del país y al propio clero de ese cristianismo alternativo, que cala con efectividad en zonas populares. Programas socio-clientelares como ‘El buen pastor’ o ‘Mi iglesia bien equipada’ constituyen la avanzada de una campaña que ya no tacha la religión como el ‘opio del pueblo’, sino que la tiene por una palanca de captación de nuevas voluntades. Pero no toda la feligresía se presta al juego.
Que la OFAC estadounidense le aplicara sanciones no fue impedimento para que López siguiera haciendo negocios con el Estado venezolano. Por el contrario: hasta pudo servirle de aval para que Pdvsa le otorgara, al menos, un nuevo contrato para gestionar un campo petrolero, vínculo que todavía en 2022 negaba. Este y otros hallazgos se encontraron al revisar archivos filtrados de Oryx Resources, una de las tantas empresas del -según Washington- presunto testaferro del hoy caído en desgracia ex VP de la República, exgobernador y exministro.
Un abogado venezolano, Carlos Santiago DaSilva, se acercó a la industria transformadora del metal en Guayana como asesor de una empresa china, Chalieco, contratada por la República para devolver la prosperidad a las empresas estatales Alcasa y Venalum. Quien prosperó fue el asesor que, decidido a ser juez y parte, compró y creó empresas en el mismo sector que se suponía ayudaba a revitalizar, regado con abundante dinero de Beijing. Ninguno de esos proyectos cuajó, pero Santiago ahora reaparece promoviendo un megaproyecto industrial en Colombia.