Leonardo González Dellán fue el presidente del estatal Banco Industrial de Venezuela en los primeros años del gobierno de Hugo Chávez y de allí salió a costearse la vida de un ‘jetsetter’, con base en Londres. Eso no le evitó un problema común entre venezolanos expatriados: se le venció el pasaporte. Así que optó por comprarse uno ‘dorado’ en Chipre, contando con más de dos millones de euros como inversión y la vista gorda de las autoridades de esa isla del Mediterráneo, paraíso fiscal y guarida de oligarcas rusos.
Otrora una casa en ruinas ubicada en un islote, la Posada Isla Piscina cumple con todas las características del turismo VIP que desde hace unos años promueve el régimen venezolano: está ubicada en un ecosistema delicado, no queda claro si obtuvo los permisos correspondientes o cómo lo hizo, y su dueña es una empresa fantasmal. El proyecto, que se prepara para una segunda fase que incluye siete palafitos adicionales, endulza su difuso origen ayudando a erradicar el coral ‘Unomia’.
Ese es el nombre del grupo que mantiene las más grandes instalaciones en América Latina para la minería de criptomonedas, según su publicidad. Es parte de un auge del negocio en Venezuela, en el que algunos, no obstante, son más iguales que otros. Es el caso de esta granja, que tras una fachada de innovación y emprendimiento esconde fuertes lazos con el gobierno regional del estado Aragua.
Más nombrables que imputables o al menos visibles, Luis Alfonso e Ignacio Enrique han construido su propia leyenda aparte del historial mantuano de su familia. Si hablaran, serían piezas claves para conocer cómo se manejó el mercado financiero venezolano durante el control cambiario y por qué este dio lugar a nuevas e inmensas fortunas. Pero su reticencia a mostrarse en medios quedó provisionalmente rota por una disputa por un yate en Miami y documentos de sus offshore.
Sin querer, queriendo, se dio a conocer recientemente desde la cumbre del tepuy Kusari, en el parque nacional Canaima. Era la fecha de su cumpleaños y la inusual locación del festejo hizo las delicias del ‘jet set’ bolivariano tanto como alimentó la indignación y el resentimiento en las redes. Solo entonces se supo que el operador turístico modélico de la Revolución llevaba años escalando posiciones, desde su natal isla de Margarita, en una parábola expansiva de carisma e influencia donde los límites entre lo público y lo privado a menudo se esfuman.
Se aproxima la renovación del máximo tribunal de la República, un trámite destinado a designar desde la Asamblea Nacional oficialista a letrados que puedan demostrar su lealtad a la revolución, por encima de cualquier otra credencial. Por eso en la lista de 258 preseleccionados tras la primera criba, se cuelan sin pudor decenas de militantes del partido de gobierno, un buen número que fueron contratistas del Estado y otros que buscan reciclar sus carreras como burócratas del chavismo, transformados todos, como por arte de magia, en jurisconsultos.