La variante de este mal del tipo cutáneo, conocida como “llaga brava”, es recurrente en las zonas boscosas, intervenidas por la minería, de la Gran Sabana. Como ironía, la fiebre del oro se ha conjugado con el empobrecimiento de los habitantes de la región, lo que se refleja en la falta crónica de medicamentos en el servicio público de salud de Santa Elena de Uairén, la última ciudad fronteriza. Así que los enfermos se ven forzados a ir hasta la vecina Pacaraima, Brasil, en busca de tratamiento. Es otro de los costos ocultos de la minería en Venezuela.
Cada vez son más los campamentos mineros en el Sector Oriental del Parque Nacional Canaima, en lo que se conoce como la Gran Sabana, el paraíso escondido en el sureste recóndito de Venezuela, en la distante frontera hacia el Brasil. Se sabe que al menos una docena de bombas disparan diariamente potentes chorros de agua para remover la capa vegetal y así sacar el oro –y a veces los diamantes– que esconde el suelo en sus entrañas. Si bien antes lo negaban, a estas alturas, las autoridades indígenas reivindican sus derechos sobre los territorios ancestrales y aseguran que su gente necesita de dinero y que el turismo, una actividad a la que consideran tan destructiva como la minería, no les da para vivir.