Ménard o la parábola del mal converso

Visionario, provocador u oportunista: da lo mismo. Robert Ménard, el fundador de una de las organizaciones internacionales de libertad de prensa más importantes, Reporteros sin Fronteras, rompió todos los moldes del activismo para pasar a ser de un apóstol de izquierda a alcalde en nombre del Frente Nacional, el partido xenófobo de Jean-Marie y Marine Le Pen. En esos tumbos ideológicos, atravesados por la ambición de poder, fue dejando una estela de escándalos, inquinas y suspicacias. Fotos: Andreina Mujica
Su
trayectoria es, como mínimo, sorprendente. Su personalidad, poliédrica,
camaleónica e imprevisible. Sus convicciones, un enigma. La suya es una historia
plagada de interrogantes que se reducen a una sola pregunta: ¿Qué lleva a un
hombre de pasado trotskista y juventud revolucionaria a situarse bajo el
paraguas de la extrema derecha?
Su
nombre es Robert Ménard, y responde: “Je m’en
fiche”.
Ménard
gobierna como alcalde en Béziers, la cuarta ciudad más pobre de Francia.
Béziers, con sus 71.000 habitantes, también es la ciudad más grande en poder del
Frente Nacional (Front National, FN) de Jean Marie y Marine Le Pen tras las
elecciones municipales de marzo pasado. “Je m’en fiche”, sí, es lo que
dice Ménard. O lo que es lo mismo, que le importa “un rábano” tener que gobernar
a nombre del fascistón y chauvinista FN.
Ménard
se hizo con el consistorio de esta ciudad sobreendeudada del
Languedoc-Roussillon. Se la arrebató a la conservadora UMP –partido de Nicolás
Sarkozy–, que durante veinte años había controlado un ayuntamiento por donde
históricamente también han pasado socialistas, comunistas y conservadores. Fue
uno de los once golpes de gracia que la extrema derecha de Le Pen asestó al
bipartidismo francés en una jornada en la que obtuvo un número récord de
ayuntamientos.
Aunque
los lepenistas anotaron Béziers entre sus triunfos, Ménard no se cansa de
subrayar que él no milita en ningún partido. “Los partidos políticos solo están
interesados en su provecho, no les interesan ni Francia ni mucho menos los
franceses”, dice desde su despacho el hombre al que, asegura, no le interesan
los mítines políticos. De hecho, el alcalde no asistió al acto central en París
por las elecciones europeas de Marine Le Pen, pero dice estar dispuesto a
recibirla en el ayuntamiento, “como haría con cualquier representante de un
partido, ¿ve la diferencia?”.

Con
formación de filósofo, su entrada en política sorprendió de lleno a Reporteros
sin Fronteras (RSF), la organización que fundó en 1985 para la defensa de la
libertad de expresión, y que hoy cuenta con una red en más de 150 países,
incluyendo una corresponsalía en Venezuela desde 1996. Todas las oficinas de RSF
lamentaron “el paso dado por Ménard”, y en un comunicado conjunto subrayaron que
“nuestra identidad como organización defensora de los derechos humanos es
incompatible con ideologías xenófobas y racistas”. Dolors Massana, que presidió
la sección española de la organización, recuerda que cuando Ménard “se destapó”,
el Consejo Internacional de RSF “decidió quitarle el nombramiento de presidente
honorífico”. Ya había dejado el cargo de secretario general en 2008. “Ménard
hizo una tarea fantástica”, reconoce. “La gente cambia”.
¿Cómo
es que este hiperactivo incansable, que dedicó 23 años de su vida a recorrer
medio mundo para salvar periodistas perseguidos, acaba convirtiéndose en un
animal catódico que se pasea por los estudios de televisión defendiendo la pena
de muerte y enarbolando otras ideas que flirtean con las pasiones más bajas del
Frente Nacional? En cuestión de pocos años, pasó de subir a uno de los
campanarios de Notre Dame para desplegar una bandera contra los Juegos Olímpicos
de Beijing –boicot que terminó en fracaso– a publicar un panfleto titulado
Vive Le Pen! (Mordicus, 2012).
El
libro no fue más que la enésima provocación de Ménard. “En Francia puedes decir
¡viva Stalin! o ¡viva Mao!, pero no puedes decir ¡viva Le Pen!”, apunta el
alcalde. “No es un libro sobre ella (N. de R.: Marine Le Pen), sino sobre
cómo los medios se escandalizan por estas cosas”, concreta.
Quienes
lo conocen bien, como el periodista Jacques Molénat, creen que es precisamente
la defensa sistemática de la libertad de expresión lo que le ha acercado a la
extrema derecha. “Cuando era el secretario general de RSF, defendía con valentía
a periodistas presos y siempre argumentaba que, aunque no compartiera sus
opiniones, no se podía prohibir que se expresaran”, recuerda uno de los cuatro
miembros fundadores de la organización, que se quedó atrás, en Montpellier,
después de que Ménard decidiera dar el gran salto adelante y conquistar París.
China, la primera epopeya
Hace
25 años, el 4 de junio de 1989, ocurrió la masacre perpetrada por las
autoridades chinas contra la revuelta estudiantil de la plaza Tiananmen de
Beijing. Entonces la red estaba en pañales y apenas eran unos pocos los que
sabían del correo electrónico.

Fue
por esos días que el director general de la revista Actuel de París,
Fabrice Rebois, tuvo “la idea loca” de hacer una edición especial, donde
recopilaron más de 4500 números de fax de China, con textos que denunciaban la
masacre en mandarín, para que los lectores enviaran los faxes y, así, esquivaran
la censura del régimen comunista.
Se
sumaron 16 publicaciones que salieron en simultáneo, entre ellas,
Ajoblanco de Barcelona, The Face de Londres, Tempo de
Hamburgo y Exceso de Caracas, entonces dirigida por Ben Ami Fihman. “Con
el dinero que hicimos”, recuerda Rebois, “organizamos la operación del buque
La diosa de la Democracia”. Los periodistas querían montar una radio
libre para emitir desde aguas internacionales, “y decirle a los chinos, en
mandarín, que la gente no estaba de acuerdo con lo que estaba pasando”, explica,
“y que el comunismo estaba cayendo en la Europa del Este”. Para ello, contaron
con el apoyo de la disidencia china, que en gran parte había logrado huir del
país gracias a la intervención del ministerio de Relaciones Exteriores de
Francia y diplomáticos franceses en Hong Kong.
Hacía
poco tiempo que RSF funcionaba: “Nosotros éramos periodistas que estábamos
luchando por la libertad. A todos nos complacía la idea de que RSF estuviera
allí”. Compraron un viejo carguero que zarpó de La Rochelle, el puerto
septentrional de Francia, después de ser bautizado por el cantante Yves Montand,
Fihman –por ser el primero en decir sí a toda la operación–, y demócratas chinos
de Taiwán.
“Entonces,
RSF era insignificante”, recuerda Fihman, que vive ahora en París. “Ménard se
metió de lleno en esto. Fue a Taiwán para ver el barco y estar presente en la
emisión del primer programa”. Rebois recuerda que Ménard dio a entender que él
era el organizador, tomando protagonismo en las ruedas de prensa. “Él formaba
parte, sí, pero no recuerdo que nos ayudara en nada. Era completamente
desconocido, tenía bigote y hablaba con el acento del sur de Francia”. De todas
maneras, el resultado fue desastroso. George Bush, padre, llamó al presidente de
Taiwán para decirle que no estaba de acuerdo con semejante empresa. Y el
gobierno de Taiwán le retiró el
apoyo.
El savoir-faire de algo sirve
Él,
que vivía en un barrio pobre de Montpellier, que como periodista había comenzado
su carrera en la alternativa Radio Pomarédes –nombre de un famoso bandolero de
Béziers, Jean Pomarédes–, logró plantar la oficina de RSF en uno de los barrios
más exclusivos de París. El proceso, sin embargo, fue gradual. Al principio,
Ménard solo disponía de un casillero en el Press Club de Francia. Luego se hizo
de una sede modesta y mucho más tarde, con el apoyo de la empresa privada, se
movió al actual domicilio, cerca de la Bolsa de París y del edificio de la
agencia AFP.
Atrás
habían quedado los tiempos de Radio Pomarédes, que fue objeto de un proceso
judicial por sus emisiones clandestinas, y que Ménard logró salvar labrándose el
apoyo de François Miterrand, candidato socialista y adversario del entonces
presidente Valéry Giscard. Este episodio explica la simpatía que Miterrand
siempre le profesó a Ménard, a sus luchas, a sus misiones.
En
la terraza del archiconocido Café de Flore, Jean-Michel Boissier, fundador del
Courrier International y actual tesorero de RSF, hojea el álbum que la
organización publica cada año, en colaboración con prestigiosas agencias de
fotoperiodismo. “Fue él quien tuvo la idea de lanzar este libro anualmente”,
explica y reconoce que “consiguió que la organización se autofinanciara en un
65%”. Publicaciones como esta son una importante fuente de ingresos de la
organización.

Boissier,
que no oculta sus diferencias con Ménard, tampoco tiene problemas en atribuirle
el mérito de haber convertido RSF en un emblema internacional: “Pero lo hizo a
su manera: autocráticamente (…) Es un hombre que quiere poder, que lo consigue y
que no lo suelta”, remarca. “En ese momento hacía mucha falta encontrar dinero y
en eso es muy eficaz, es terriblemente embaucador”. Con ese carácter y con un
objetivo tan noble, no debía costarle demasiado encontrar donantes. Pero todo
tiene un precio.
Bajo
el reinado de Ménard, la organización apenas denunciaba las presiones que
sufrían los periodistas en Francia. Había buscado el apoyo de L'Oreal, Sanofi,
Areva y de otros grandes imperios económicos franceses, muy vinculados con el
poder público. Joana Viusà, quien dirigió la rama catalana de RSF, se indigna al
hablar de ello. “Él lo defendía con una cara dura…”, dice mientras recuerda el
caso más sonado: Edwy Plenel, uno de los periodistas de investigación más
célebres de Francia, que ahora dirige el portal Mediapart y que llegó a ser
director de redacción de Le Monde, destapó un escándalo mayúsculo de la
era Mitterrand. La policía usó pruebas falsas para inculpar a tres irlandeses de
un atentado en el centro de París y colgarse la medalla de haber ganado una
batalla al terrorismo internacional. Las autoridades pincharon los teléfonos de
Plenel y nadie abrió la boca en RSF.
Barrer para casa
Con
su doble juego, Ménard, que al principio se había metido en el bolsillo a las
grandes popes del periodismo francés, perdió su apoyo. “Tuvo que dimitir porque
por fin vieron que en realidad era un ambicioso que solo los había utilizado”,
explica Viusà. Tanto ella como el periodista Xavier Vinader, que también formó
parte de la delegación de RSF en Barcelona, hablan de un pequeño dictador. “Tú
no podías abrir la boca, él tenía sus ideas y te las imponía”, explica Viusà.
“Pero con unas malas maneras impresionantes, era insultante, es un personaje que
fácilmente te decía idiota, subnormal, que no te has enterado de nada”,
recuerda.
Ménard
llegó a Barcelona para abrir la primera sección de RSF en el extranjero, poco
después de establecer el núcleo de Montpellier. Lo que prometía ser una
delegación con una cierta autonomía para organizar actos propios, se acabó
convirtiendo en una agencia de traducción de los comunicados que llegaban de
París. “Nosotros traducíamos el fax y lo enviábamos a América Latina”, explica
Viusà, que junto con Vinader y los periodistas Josep Abril, Jaume Reixach y
–durante poco tiempo– Javier Nart, constituían la sucursal.
Que
los textos también se tradujesen al catalán, le hizo poca gracia a Ménard. “Le
dije que estábamos en Cataluña y que esa era la lengua cooficial, que si no le
gustaba, que ya podía irse a Madrid. Pues, eso fue lo que hizo”. Al develarse en
qué consistía el método Ménard, el grupo en Cataluña no tardó en diluirse.
“No
es un hombre dado a crear equipos, a consolidar las cosas y dejarlas bien
atadas”, opina Vinader. Si en algo coinciden los que han tenido contacto con él,
es en destacar su obsesión por querer monopolizarlo todo. Una obsesión que ha
amenazado con asfixiar cada proyecto donde ha puesto mano. En el caso de RSF,
Vinader recuerda que le propuso a Ménard unir las tres grandes organizaciones
que en aquella época hacían un recuento anual de los periodistas muertos o
secuestrados en el mundo, para armonizar las cifras de unos y otros. Reixach
convenció a los ingleses. Vinader a los americanos, “que eran los más reacios”,
pero Ménard, que no habla inglés, se negó.
En
2006, el informe de RSF levantó ampollas al sacar a ETA del listado de
“predadores” de la libertad de prensa, barbarismo que usa la organización para
enumerar las principales amenazas al oficio. La noticia cogió por sorpresa
incluso a Dolors Massana, entonces al frente de RSF en Madrid: “No me dijeron
nada”, recuerda. “Y salgo yo a hacer la rueda de prensa, y con todos los
micrófonos en la cara, me entero del tema”. Massana puso el grito en el cielo:
“Es algo que no se puede hacer. No puedes tomar decisiones unilaterales de este
tipo”. Ella también se aseguraba de traducir los comunicados al euskera: “Lo
peor es que poco antes ETA había cometido un atentado. Y los periodistas del
País Vasco iban con escoltas”.

Las
diferencias con Massana eran de forma y de fondo: “Uy, se ponía como una moto
cuando yo hablaba inglés”. No se trataba solo de un tema idiomático. Ben Ami
Fihman es contundente: “Ménard nunca logró penetrar los Estados Unidos. Nunca
logró tener influencia allá. Fue su Waterloo”.
Acaso
lo más cerca que estuvo del norte fue Venezuela. En los estertores del gobierno
de Carlos Andrés Pérez, Ménard comenzó a tantear el terreno en el país. De la
mano de Ben Ami Fihman, ya en tiempos de Rafael Caldera, RSF montó una
exposición internacional de fotoperiodismo en la sede del Ateneo de Caracas en
Plaza Morelos. La llegada de Hugo Chávez al poder, sin embargo, fue lo que
verdaderamente despertó su interés.
Con
los cambios constitucionales que acompañaron el debut de la Revolución
Bolivariana, vinieron las primera polémicas: la propuesta del gobierno de añadir
los atributos de “oportuna, veraz e imparcial, sin censura”, al enunciado sobre
el derecho a la información, llevaron a Ménard a aterrizar en Caracas y abogar
por la libertad de prensa, sin adjetivos. Lo hizo en compañía del veterano
periodista Fernando Castelló, quien luego de casi dos décadas en EFE, fue
elegido presidente internacional de RSF. Solo abandonó la organización cuando
Ménard lo hizo.
Se
reunieron con el presidente de la Asamblea Constituyente, Luis Miquilena.
Consiguieron una audiencia con el presidente encargado de la República, Ignacio
Arcaya. Los recibió el entonces canciller, José Vicente Rangel. Más tarde,
tuvieron un encuentro en la sede administrativa del extinto Congreso, en la
esquina de Pajaritos, con los periodistas que entonces hacían de Constituyentes.
Allí, el eterno director del diario Últimas Noticias, Eleazar Díaz
Rangel, los acusó de ser agentes de la CIA y a la organización, de ser vehículo
del “imperio”. Fundamentó su acusación en el apoyo a RSF de la National
Endowment for Democracy (NED), fundación independiente bipartisana que el
Congreso de los Estados Unidos financia. Fihman lo recuerda como un momento
vergonzoso y de máxima tensión.
Pasado
el mal trago, Ménard ofreció una rueda de prensa, en ocasión de un encuentro con
el Press Club caraqueño, en el hotel Tamanaco. Antes de concluir, Fihman recibió
una llamada de Arcaya para decirle que iba a expulsar a Ménard del país. “Yo le
pasé el teléfono y Arcaya se lo confirmó”, recuerda el editor. De inmediato se
fueron a la Embajada de Francia. Ménard y Castelló regresaron a Europa en
primera clase, con billetes que no pagaron
ellos.
El espíritu de la “primera enmienda”
En
Níger, en el Chad, donde hubiese periodistas en apuros, Robert Ménard se
asomaba. En varias ocasiones coincidió con William Bourdon, abogado especialista
en derecho penal internacional. Desde su despacho, en el número 156 de la rue de
Rivoli, con vista al Louvre, ejecutó las primeras acciones de defensa de
prisioneros franceses en Guantánamo, de víctimas de Pinochet, y en contra de
líderes serbios y ruandeses. Fue abogado de RSF y durante cinco años, hasta el
año 2000, fue secretario general de la Federación Internacional de Derechos
Humanos, donde conoció a Emmanuelle Duverger, actual esposa de
Ménard.

“Mi
relación con Robert comenzó a deteriorarse cuando empezó a revelar quién es
ahora”, dice, midiendo cada palabra. Ménard estaba todavía en RSF, cuando juntos
intentaron desarrollar una nueva organización: Réseau Dàmocles, a partir de un
concepto ideado por Bourdon. Se trataba de una especie de Centro Simon
Wiesenthal, la organización que caza a los fugitivos nazis, pero con la
intención de universalizar todos los casos de crímenes de lesa humanidad. “Muy
pronto comenzamos a discrepar sobre la estrategia. Yo no había creado esa ONG
para ser una suerte de filial de RSF y ayudar a recaudar fondos”,
explica.
“Estaba
claro que su defensa de la libertad sin restricciones, sin límites, poco a poco
fue una máscara”. Bourdon alega que rechazaba la teoría según la cual, “deben
ponerse algunos límites legales al ejercicio de la libertad de expresión”. Es el
espíritu de la primera enmienda estadounidense, lo que vertebra el argumentario
de Robert Ménard.
“Por
supuesto, esto coincide con la voluntad del Frente Nacional”, añade el abogado,
“del ala derecha, de aparecer como víctima de los jueces y de los bien
pensantes”. Bourdon cree que la historia personal de Ménard explica con
claridad, cómo llegó a esta senda: “Se le cayó la
máscara”.
La huella de un pied-noir
Nacido
en Orán (Argelia), lleva encima todo el peso de los pied-noirs, los
franceses nacidos en la antigua colonia francesa que tuvieron que abandonar el
país cuando se declaró independiente en 1962. “Hay en ellos una nostalgia, una
especie de odio, un llanto… Algún tipo de peso brutal”, cree Jean-Michel
Boissier.
En
su trayectoria, muchos ven la deriva de un pied-noir icónico y aseguran
que, para entender al hombre, hay que remontarse a su infancia. Hasta los nueve
años vivió en la antigua colonia francesa, en el seno de una familia humilde y
católica. Su padre, Emile, fue comerciante, trabajó en una imprenta y se dedicó
también a la apicultura. Comunista al principio, acabó militando en la OAS
(Organización del Ejército Secreto), la organización terrorista de extrema
derecha que defendía la Argelia francesa y que hizo atentados tanto en la
antigua colonia como en el hexágono.
Arruinados
por la nacionalización de un banco argelino, los Ménard desembarcan en el sur de
Francia en los sesenta y se instalan en el barrio humilde de la Devèze, en
Béziers, donde el pequeño Robert ve cómo su madre se dedicaba a hacer pasteles,
que luego vendía su padre, puerta a puerta. Paseando con un grupo de periodistas
franceses tras ganar las elecciones, Ménard reconocía que “sentía vergüenza por
él”, y que todavía hoy le “duele pensarlo”. Ahora, sentado en su despacho,
confirma que durante mucho tiempo la herencia pied-noir no le pesaba: “Es
algo que he reivindicado más tarde”.
A
Argelia regresó más de una vez. “Como ‘patrón’ de Reporteros Sin Fronteras”,
relata, “una vez fuimos allí, para ofrecer una rueda de prensa. Había un régimen
durísimo, casi como el de Venezuela”, apunta. “En plena rueda de prensa expuse
mis orígenes”. Al terminar, pidió que lo llevaran a ver la antigua casa de su
padre. “No me lo permitieron”. Más tarde lo conseguiría: “Fue muy
emocionante”.
La
memoria de su padre, ya fallecido, apareció con fuerza en el último escándalo
protagonizado por el nuevo alcalde. Este reciente 5 de julio, durante el
aniversario de la masacre de 1962 en Orán, donde miembros del ejército argelino
y civiles armados mataron a cientos de europeos, Ménard se inclinó ante la tumba
de cuatro miembros de la OAS que murieron ese día, y pronunció un emotivo
discurso. “No es un acto para honrar la OAS sino a todos los que murieron
fusilados ese día”, explicó el alcalde. “Yo nací en Orán, mi padre casi murió
ese día. Hay un velo sobre esa historia, se niegan a admitir lo que realmente
pasó”.
Dado
a sembrar polémica en formato de libro, Ménard escribió en 2012, con Thierry
Rolando, el libro Vive l'Algérie française!, para resaltar los “aspectos
positivos” de la colonización. “Mi padre tenía poco respeto por la gente sin
compromiso”, dice. “Él había escogido su campo, el de la Argelia francesa, y
tuvimos que comprometernos con esta vía. No la abandonamos hasta el último
momento”. Uno de los otros fundadores de RSF, Jacques Molénat, recuerda cómo
Ménard explicaba que “creció en un ambiente de constante efervescencia
política”, un entorno familiar que lo convirtió –en palabras del alcalde– “en un
militante de la vida”, sea lo que sea que eso pueda llegar a significar. Para
Molénat, este cultivo de infancia desemboca en el Ménard que conocemos hoy: “Su
padre representa los sueños; su madre, el
afecto”.
‘Cherchez la femme’
Su
madre, su mujer y su hija. La Santísima Trinidad de un Robert Ménard que, cuando
era joven, estuvo a punto de hacerse seminarista. “Fue mi madre la que se
opuso”, reconoce. “Dicen que por cada generación debe haber un sacerdote en la
familia y en la mía ya tenemos un primo, de modo que me lo prohibió”, ríe. “Creo
que debe haber una vocación, el éxito en la vida se relaciona con los
compromisos que uno toma”, explica el hijo de Roberta Carrière, que a sus 91
años asistió a la primera sesión de concejo municipal del nuevo alcalde y que
hace décadas fue la primera asalariada de RSF. Era la tesorera y la secretaria,
recuerdan sus colaboradores de entonces. Ménard no ha dado nunca cuentas a nadie
excepto a ella, la única autoridad que obedece. “Siempre que salía en un
programa de televisión llamaba a su madre para ver cómo había ido y si le había
gustado”, recuerda Molénat.
“Las
tres mujeres más importantes de mi vida son mi madre, mi hija y mi mujer”,
admite el alcalde. Su mujer, Emmanuelle Duverger, quien sonríe desde una
fotografía en su despacho, es omnipresente. “No tomo ninguna decisión política
sin que ella esté de acuerdo, no publico ningún texto sin que ella lo haya leído
antes”, dice el hombre que en 2003 se casó con esta jurista de Lille, católica
practicante. El legendario fotógrafo Willy Ronis fue el padrino. “Gracias a ella
volví a misa los domingos, es ella quien me ha enseñado a ver la vida como la
veo hoy”, detalla Ménard.
“Robert
está flanqueado por dos mamis, dos mamis que dan miedo”, dice
Jean-Michel Boissier, y cita Los Miserables para explicar su tesis.
“Víctor Hugo habla de la familia Thenardier, una pareja oscura que lo domina
todo, que lo controla todo… ¡Son ellos!”, suelta. “Hay muchas parejas que se
apoyan el uno al otro ante el entorno social y se convierten en un GIE, un grupo
de interés económico. Ellos son un GIP, un grupo de interés político”, ironiza.
Muchos aseguran que su mujer ha tenido gran peso en el golpe de timón ideológico
de Ménard.
El
periodista Jean Pierre Langellier, excorresponsal para América Latina de Le
Monde, no lo ve desde el año 2000, cuando él abandonó el Consejo de
Administración de RSF: “Mi recuerdo es el de un hombre con encanto y muy
persuasivo. Yo iba cada dos meses a una reunión de tres horas y listo”. El nuevo
destino político del viejo amigo, lo toma por sorpresa: “No vi la evolución de
Robert. Es algo misterioso”.
Lo
describe como un “personaje intrépido, con un gran ego, con audacia. Un agitador
nato, más que activista”, todas cualidades que corresponden, según él, “con el
papel de un presidente de una organización como RSF, que exige espectáculo”. No
es gratuito que cuando Ben Ami Fihman sufrió una isquemia a finales de 1999,
Ménard le obsequiara la edición facsimilar de los números aparecidos en la
revista de la Internacional Situacionista, liderada por el filósofo Guy Debord,
autor del clásico La sociedad del espectáculo. Fihman no lo duda: “Los
fundadores del movimiento tienen mucha influencia en él”.
Langellier
pone de relieve los daños colaterales de esta cruzada ideológica: “Tiene coraje
cortar con todos tus viejos amigos. Cortar con tu propio pasado”. El periodista
recuerda como, muy pronto después de fundar RSF, dos de los cofundadores
dimitieron en protesta por la forma personalista en que la estaba llevando:
“Jean Claude Guillebaud, Rony Brauman”, este último, creador del modelo de donde
bebe RSF, Médicos sin Fronteras, “eran sus grandes amigos y marcaron distancia”.
Langellier no lo entiende: “Él era de izquierda, más de izquierda que
yo”.
La vendetta mediática
En
2004, cuando todavía estaba en RSF, el tándem Ménard-Duverger creó la revista
trimestral Médias, centrada en el mundo de los medios de comunicación.
Dentro del accionariado, estaba el tycoon de la televisión francesa
Stephane Courbit y miembros del grupo Vivendi, considerado –antes del aterrizaje
de Berlusconi– el mayor holding europeo del sector audiovisual y de la industria
del entretenimiento. Duverger creó el sello editorial Mordicus, donde Ménard
publicó muchos de sus polémicos libros. Sin embargo, Médias fue una
revista “de impacto y éxito muy limitado”, según el editor Ben Ami Fihman, quien
colaboró con ella durante un tiempo. Antes de involucrarse en el proyecto,
Fihman recuerda que Yves Harté, jefe de redacción del diario Sud-Ouest lo puso
en preaviso: “Me dijo que hasta el último momento, nunca se sabía si saldría,
que cada número era un milagro”.
La
publicación acabó convirtiéndose en una criatura más de la pareja, blindada por
dos padres celosos de cualquiera que pudiera corromper a su cachorro. “Era casi
un museo de cera, una vitrina de antigüedades a la que se les hacían grandes
entrevistas”, se queja el editor. Número tras número se mantenía un tono de
consenso, para no perder anunciantes y mantener los apoyos de la profesión: el
crítico literario Bernard Pivot, el filósofo Bernard-Henri Lévy, la diseñadora
Olga Berluti, todos personajes “inofensivos”, relata Fihman. Solo un par de
zapatos Berluti valen varios miles de euros. Y Ménard tuvo unos. Esta vez no
comprados, sino regalados por la propia Olga: los zapatos del Emperador de
Japón.
Cuatro
años después, cuando finalmente salió de RSF, la revista se convirtió en un
espejo del viraje político que estaba dando su fundador. “Decide que hay que
cambiar de orientación y denunciar la situación de la libertad de expresión,
porque los medios de comunicación y los políticos estaban censurando aquellos
con opiniones alejadas de lo políticamente correcto”, dice Fihman, describiendo
un detalle simbólico: “En ese momento no evocaba aún a Le Pen, pero en una
portada puso a la Mariane –el símbolo de la República Francesa– con un
esparadrapo en la boca, y yo le propuse que pusiéramos a Carla Bruni con las
piernas abiertas”. Bromeaba, claro. “Pero se lo tomó como si lo dijera en serio,
ese número representó una ruptura con el estilo cauteloso que hasta entonces
había sido característico”. Y la publicación del Vive Le Pen –escrito a
cuatro manos con Duverger– abrió el
Tras
abandonar RSF, Ménard creó el Centro Doha para la Libertad de Prensa, una
organización fundada de la mano de Mozah bint Nasser al Masnad, segunda esposa
del Emir de Catar. La aventura no duró ni un año. La tentación de exportar RSF
al Golfo Pérsico pintaba irresistible para un hombre que desde adolescente
quería ser un “revolucionario profesional”. Pero la iniciativa cayó por sus
propias contradicciones cuando se hizo evidente que predicar en favor de la
libertad de prensa no es tan fácil en los emiratos petroleros y, menos aún, bajo
el cobijo de la segunda mujer de su líder.
El
soldado de la libertad de prensa practicaba una política de tierra quemada, pero
ya tenía en mente su nuevo objetivo. “Hacia 2008 me había confesado que estaba
tentado por la política”, recuerda Fihman.
Hacía
un año que Nicolás Sarkozy había llegado al Elíseo y, aunque Ménard intentó
involucrarse, la UMP le cerró la puerta en la cara. Las alternativas del abanico
político se agotaban para el antiguo trotskista que había militado en la Liga
Comunista Revolucionaria, que se había entregado al socialismo de Miterrand, que
había votado por Sarkozy en las presidenciales, y que también había tanteado a
los centristas de François Bayrou. Un poquito más a la derecha encontraría su
espacio.
“Es
capaz de percibirse dentro de un espectro político bastante amplio, pero su
centro de gravitación está en la derecha radical”, analiza Molénat. “Además, es
eso lo que le ha hecho destacar. Y a él le encanta estar bajo los focos”. Y fue
justo allí donde fue a parar. Quemados los cartuchos de activista, Ménard se
puso la chaqueta de tertuliano, de comentarista televisivo. En 2009 llegó a los
estudios de la cadena iTele con el buche cargado de desprecio contra la élite
periodística que lo había dejado de lado, y contra todo pensamiento dominante.
Al cabo de un año, la cadena prescindió de sus
servicios.
El retorno a los orígenes
Después
de pasar un tiempo dedicado a nutrir el portal web Boulevard Voltaire, creado
con su mujer, finalmente, en julio de 2013, Ménard
Hay
una identificación muy profunda con su pueblo, una herida psicológica
compartida: Béziers, la antigua capital vinícola que ha terminado olvidada a la
sombra de Montpellier, la cuna de héroes como Jean Moulin –el jefe de la
resistencia contra la invasión nazi hasta 1943–, que ahora se ahoga entre el
desempleo y la pobreza. Ménard tiene una nueva oportunidad para erigirse como
defensor de las causas perdidas, para “romper con la espiral de fracaso” del
rincón que lo vio llegar de su Argelia natal a los nueve años de
edad. Y
lo hace, dice, sin agendas ocultas: “No me aprovecho de la ciudad porque no
tengo ningún anhelo, no seré candidato a ninguna otra elección, solo quiero
cambiar esta ciudad, devolverle la belleza, la seguridad, la limpieza, el
dinamismo económico”, explica el alcalde. Los resultados, al menos los
cosméticos, comienzan a ser visibles. ¿Qué
futuro le espera a Ménard, cuando deje l'hôtel de ville, en el año 2020?
“Se ve como presidente de la República”, apuesta uno. “Quiere llegar a ser
diputado”, aventura otro. Boissier no lo tiene claro, pero asegura que Ménard es
un hombre honesto en un sentido: “Su objetivo no es el dinero, sino el
poder”.< En
su larga cruzada de indignación mediática, Ménard hizo llegar transistores al
Sarajevo acechado por las tropas serbias; rescató periodistas en Chad, en Yemen,
en Darfur. Paralizó París con un ejército de trepadores que desplegaron
pancartas contra Pekín. Fue arrestado, cuestionado, criticado, adorado y odiado.
Ménard creó de la nada, una organización archiconocida, pero también asfixió una
revista y varios programas de televisión. Allí donde ha ido, ha sembrado la
polémica. Si a su paso ha desintegrado grupos, ha irritado masas y ha quemado
proyectos, a él le da igual. Ahora tiene un nuevo escenario, un nuevo altavoz y
nuevos aliados. Pero también es responsable de 71.000 biterrois,
gentilicio de los habitantes de una ciudad expectante por el cambio. Tiene
poder, mucho que ganar, pero quizá, demasiado por perder. Y ya ha demostrado de
lo que es capaz. Interpretación
de entrevistas con fuentes de habla francesa: Paula
Cadenas