El destino de Sergio se forjó en Cadivi

El asesinato de un venezolano en Panamá expone pistas sobre el mercado negro de divisas. El crimen sigue impune año y medio después, pero a cuentagotas, muestra ejemplos de una economía paralela en la que hay gestores, prestamistas, cobradores y venganzas.
Lea la primera parte de
esta historia: Una deuda
fatal
Al venezolano Sergio
Schael lo mataron en diciembre de 2013 por una transacción de bolívares por
dólares. Su cuerpo fue hallado con un disparo en el pecho, en plena vía pública.
Pero no fue en Caracas ni en ningún otro punto de la Venezuela violenta de estos
días, sino en Panamá, a donde van a rebotar buena parte de las transacciones que
han burlado el control cambiario impuesto por el gobierno bolivariano desde
2003.
Tal vez uno de los
primeros indicios de que este no era un asesinato cualquiera quedó olvidado en
Miami (Florida, Estados Unidos), en el apartamento de la familia Schael en esa
ciudad, destino en el extranjero preferido de los venezolanos que vacacionan o
emigran. Sobre la mesita de noche de su cuarto, escritos en una nota
autoadhesiva de su puño y letra, Sergio dejó un nombre –el de “Juan Carlos
Moniz”– junto a un monto de “$ 625.000”. También una dirección: “Av. 8va sur.
Calle 56. Torre Paitilla - Oficina 15-02”.
Fue en esa misma
dirección donde desapareció. Esos datos corresponden a la oficina de Invertrade
Asset Management S.A., el lugar en Panamá donde, según las pesquisas, pudo
ocurrir el secuestro y asesinato de Sergio Schael Medina. También dejó apuntado
el nombre de uno de los socios venezolanos de la empresa que ha aparecido en las
investigaciones que las autoridades panameñas adelantaron sobre el crimen.
Hay, sin embargo, una
incongruencia, y gruesa, entre el Post-It de Miami y el expediente
judicial en Panamá: según los detectives panameños, Schael acudió a la capital
del istmo a cobrar a Moniz una deuda por 40.000 dólares, un monto muy inferior a
los 625.000 dólares que aparecieron anotados en el manuscrito.
El resto fue noticia y
ya es historia: Schael llegó a la cita a las 3:46 de la tarde, según la
grabación de las cámaras del edificio, y no se le volvió a ver hasta la
madrugada del día siguiente, pero entonces muerto, con hematomas en el rostro a
un costado en la avenida Juan Pablo II, en la periferia de Ciudad de Panamá.
“Buscan a asesino de
joven venezolano”, titulaba el diario Crítica de Panamá el 10 de febrero
del año pasado. “Sicarios mataron a nieto de expresidente”, agregó El Siglo
en su edición del 19 de junio de 2014, tras advertir que la víctima era
–paradojas de la vida– uno de los nietos del general Isaías Medina Angarita,
presidente progresista, a quien la historia de Venezuela reconoce como arte y
parte de una transición que enrumbó al país hacia la modernidad tras la muerte
del dictador Juan Vicente Gómez en diciembre de 1935, al final de un régimen de
27 años.
Lo que entonces no
podían advertir reporteros y medios era que algunos cabos sueltos amarran el
caso a la trama de negocios furtivos que derivan del mercado negro de divisas en
Venezuela. Juan Carlos Moniz y su socio, Luis Adolfo Román Fermín, ambos jóvenes
empresarios venezolanos, y señalados por la Fiscalía Cuarta de Panamá como
partícipes del crimen, se conectan con esa madeja. A pesar de los indicios en su
contra y de una orden de captura que se giró contra Román Fermín, evadieron a la
justicia desde el mismo día del asesinato. El caso ha quedado en un limbo y lo
peor es que, en esta historia solo mataron al mensajero.
Correos en la web
En la computadora de
Sergio Schael quedaron registrados varios correos que dan cuenta de operaciones
con empresas que figuran en la llamada lista Cadivi, una relación que en sus
momentos postreros publicó la Comisión Nacional de Administración de Divisas
(Cadivi) antes de su disolución y reemplazo, en 2014, por el Centro Nacional de
Comercio (Cencoex). Allí, en esa lista, aparecen las referencias de las personas
jurídicas y naturales que fueron beneficiadas con dólares preferenciales del
Estado.
A las 4:26 minutos de
la tarde del lunes 28 de mayo de 2012 –año y medio antes del asesinato– Schael
recibió un
correo electrónico en el buzón de su cuenta,
[email protected]. El remitente era el
venezolano Carlos Mendoza, que le giraba instrucciones desde Miami –con copia al
correo [email protected] de su socio Efraín Betancourt– sobre las
operaciones de Medhealth y otras empresas que, de acuerdo con la Lista Cadivi,
recibieron dólares del Estado para importar equipos médicos a la tasa
preferencial de entonces: 4,30 bolívares por dólar.

En su mesita de noche, Schael dejó una nota autoadhesiva con el nombre del empresario y el monto de la deuda que debía reclamar en Panamá.
Así consta ante la
justicia panameña a través de unas copias que quedaron archivadas en el
expediente del caso que reposa en la Fiscalía Cuarta Superior del Primer
Distrito Judicial.
“Sergio, en la parte de
abajo podrás ver la comunicación entre Roger y la gente de Banesco”, le dijo.
“De igual forma Roger está en contacto con Antonio en Venezuela. Gracias,
Carlos”.
“Debió ser una de las
tantas transacciones de cambio de divisas”. No era más que eso: una simple
compra-venta de dólares, según cuenta por vía telefónica Antonio Stefani,
compadre de Schael Medina y el mismo “Antonio” que aparece en el intercambio de
correos con la dirección [email protected]
Prefiere, sin embargo,
pasar de largo: primero porque, dice, no recuerda “cada correo” y, en segundo
lugar, porque asegura que se había distanciado de su amigo antes de que fuera
asesinado en el exterior. Más de una vez, explica, vendieron dólares en el
mercado negro. No recuerda cuáles de las transferencias quedaron en el
computador de su amigo. Pero eso fue en 2012. Luego le perdió la pista,
concluye, apurado por finalizar la conversación.
El asesinato ocurrió
año y medio después de esa transacción. Y solo un mes más tarde de la muerte de
Schael, cuando ya corría el mes de enero de 2014, en las cortes del condado de
Miami-Dade, en el sur de Florida, apareció una demanda por estafa contra los
mismos personajes, las mismas empresas y el mismo caso que quedó guardado en los
correos de la computadora personal de la víctima. Sino de varios, Sergio Schael
debió ser el cobrador de al menos este caso.
Escala en Panamá
Sergio Andrés Schael
Medina nació en Caracas en 1980. Estudió para ser chef de cuisine en
Inglaterra; se ganó la vida alquilando una mezcladora a algunas empresas
constructoras de Venezuela y, por un tiempo, probó suerte en Miami en los
fogones del restaurante La Barceloneta. Con 33 años, por fin había
resuelto volver a Caracas, para reunirse con su esposa e hijo, luego de lo que
debió ser una escala de escasos siete días en Panamá.
Era fuerte, inspiraba
respeto. Cultivaba su cuerpo mediante la disciplina diaria del gimnasio. Pero
más allá de eso, en su casa lo recuerdan antes que nada como un muchacho
colaborador y fraternal. Buen hijo. Eso sí, reservado a la hora de hablar de su
vida, previene su papá, Alfredo Schael, quien lleva un trecho recorrido clamando
justicia en los vericuetos de los tribunales de Panamá y Venezuela.
Algo ya debía estar mal
el día en que Sergio Schael tocó la puerta del apartamento de Juan Carlos Moniz
para reclamar el pago de una deuda. Así consta en el expediente judicial
mediante el testimonio que rindió el venezolano Jean Carlos Amaro, el primero en
advertir al día siguiente sobre la desaparición de Sergio.
Amaro viajó de Caracas
a Ciudad de Panamá atendiendo el llamado de Schael para que lo acompañara en la
tarea de cobrar una deuda que, de acuerdo con su testimonio, sumaba 40.000
dólares. Fue así como el 10 de diciembre de 2013 tocaron juntos la puerta del
apartamento que Juan Carlos Moniz tenía en el edificio OasisTower de la capital
panameña. Allí entendió que esta historia se estaba saliendo de control.
No fue Moniz el que
salió sino su socio, Luis Román Fermín, sobre quien pesa una orden de captura
para que explique ya no ese encuentro sino el segundo: la reunión en la que, al
día siguiente, vio a Sergio Schael con vida.

En su momento, el crimen fue reseñado en la prensa. Foto: Cortesía Alfredo Schael.
Según el relato de
Amaro, Román pasó el teléfono a Sergio para que acordara directamente con la
persona que estaba buscando, y así se conocieron en una acalorada conversación
telefónica que adquirió visos de violencia. Sergio exigía los dólares.
En respuesta le dijeron
que al día siguiente recibiría el comprobante de pago de la deuda en el local
15-02 del edificio Paitilla Office Tower, sede de la empresa Invertrade Asset
Management, cuyos accionistas también tenían una casa de corretaje en el Centro
Comercial Ciudad Tamanaco de Caracas y en la que Moniz y Román despacharon hasta
el mismo día del crimen.
Juicio en Miami
¿Cuál era realmente la
tarea de Sergio en Panamá? Es una pregunta que no alcanzó a responder Carlos
Mendoza, el mismo que en mayo de 2012 envió desde la dirección
[email protected] –a Sergio y otros– la constancia de una transferencia de
1,4 millones de bolívares fuertes desde la cuenta bancaria de Medhealth a
Urbapharma, dos de las empresas que de acuerdo con la llamada Lista Cadivi,
consiguieron dólares a precios preferenciales para importar equipos médicos.
Aunque atendió el
teléfono, Mendoza prefirió despachar la llamada cuando le preguntaron por Sergio
para este reportaje. Ni siquiera su abogado, Menachem Mayberg, respondió luego a
un cuestionario que pedía luces sobre el tema. Solo indicó que todavía estaba
intentando entender de qué se trataba todo esto y que, debido a ello, no es
posible conversar con sus clientes sobre este tema "por el momento".
Mayberg, de cualquier
forma, tiene que conocer algunos de los enredos que han derivado del control
cambiario y los conoce de primera mano porque sus clientes –el mismo Carlos
Mendoza que escribió a Sergio Schael un correo y Efraín Betancourt, quien
aparecía en copia– fueron demandados en enero de 2014, justo un mes después del
asesinato en Panamá, por 12 personas naturales y jurídicas que reclaman en
Estados Unidos una estafa derivada de transacciones cambiarias de Medhealth y de
las diversas empresas que figuran, otra vez, en los correos del asesinado.
La demanda reposa en el
Circuito judicial 11 del condado de Miami-Dade en contra de la empresa Yupi
Holding, propiedad de Mendoza y Betancourt, a la que una docena de venezolanos
residenciados en Miami reclaman 8,5 millones de dólares equivalentes, en el
mercado paralelo de entonces, a más de 78 millones de bolívares que entregaron
para financiar la importación que ante Cadivi tramitó una de las empresas
relacionadas con Medhealth. Se trata de la firma Inversiones Maxx 0712, cuyo
expediente público está “extraviado” en el Registro Mercantil V de Caracas.
Las transacciones que
eran objeto de la demanda corresponden con una de las tantas modalidades que ha
adquirido en Venezuela el negocio de comprar dinero con descuento.
A falta de libertades
económicas, el control cambiario ha sofisticado distintos mecanismos que
dinamizan la economía a través de prestamistas que reciben dólares a tasas
favorables, a cambio de bolívares para financiar importaciones. Se trata de un
secreto a voces del que no hablan las autoridades venezolanas, pero que
finalmente ha quedado registrado en las cortes de la Florida a consecuencia de
unos fondos que se perdieron en el camino.

Schael llegó a Panamá el 5 de diciembre de 2013 en lo que debió ser una escala de escasos siete días. Foto: Carlos Ortega.
“La transacción fue
promovida por los acusados tanto como una operación de financiamiento como un
cambio de divisas simple de bajo riesgo”, esgrimieron los afectados en su
denuncia. “Los demandantes, que estaban deseosos de transferir fondos desde sus
cuentas bancarias de Venezuela a los Estados Unidos en dólares, vieron la
transacción como una oportunidad para obtener dólares a la tasa de cambio
oficial a través de Cadivi, que es mucho más baja que la tasa de cambio
disponible en el mercado abierto", añaden en la misma demanda a través del
abogado Alexander F. Fox.
Fue y sigue siendo así
como muchos venezolanos residenciados dentro y fuera del país han figurado como
propiciadores, y a veces víctimas, de una suerte de estafa piramidal. De eso da
testimonio Álvaro Fernaud, un venezolano residenciado en Miami que llegó a
denunciarlo por Twitter. “Estafa millonaria a Cadivi”, lamentó el 26 de marzo de
2014.
Fernaud es uno de los
muchos que entregaron dinero a quienes, a su vez, ahora demandan 8,5 millones de
dólares en Miami a Mendoza y Betancourt. Se trata de una cadena, no precisamente
de favores. “Al mes ya los clientes empezaron a sentirse incómodos y por eso yo
pedí de vuelta los bolívares, pero nunca me los devolvieron”, cuenta vía
telefónica desde Florida. “Me dijeron que esto era un negocio y que no podíamos
deshacerlo hasta que Cadivi liquidara las divisas”. Ahora Fernaud pone en duda
hasta que las mismas importaciones que servían de excusa a todo el tinglado
siquiera llegaron a tener lugar.
Ruina en Caracas
Desde Miami, Mendoza se
ha eximido de toda responsabilidad. Durante el proceso se declaró como otra
víctima afectada por la importadora venezolana a la que transfirió los bolívares
de sus clientes. Como coartada, adujo que en aquella época tuvo problemas con el
servidor de correo electrónico, desde el que se enviaron varios de los mensajes.
Pero en Caracas el
cuento es otro: Roger Quaranta, el dueño de la empresa Inversiones Maxx 0712 y
de Medhealth –que también figura en los correos enviados a Sergio– dice que
fueron Mendoza y Betancourt los que desaparecieron el dinero y añade que así lo
declaró en los tribunales norteamericanos cuando el juez de la causa abrió el
proceso judicial.
De
acuerdo a su versión, ambos llegaron a su
oficina, ofreciéndole importar a través de su empresa, y así comenzó esta
historia. “Yo les dije: perfecto, yo tengo mi compañía con Rusad (Registro de
Usuarios del Sistema de Administración de Divisas, una base de datos oficial de
importadores venezolanos); les voy a cobrar tantos bolívares por dólar por las
solicitudes que les coloque y puedo importarles lo que quieran”.
Quaranta salva su
responsabilidad ahora que el dinero se perdió en el camino, y lo hace sobre la
base de una serie de correos electrónicos en los que Mendoza le pidió por
escrito mover el dinero. “No sé quién es Sergio Schael pero estos nuevos correos
pueden ser una prueba en Estados Unidos, porque ellos decían que les habían
hackeado sus mails en enero de 2012”, cuenta. “Si tú tienes un correo
dirigido a un tal Sergio, que no sé quién es, significa que ellos sí estaban
usando ese correo”.
Ya no es primicia
advertir que el mercado negro de divisas es una de las industrias más sólidas de
la Venezuela actual. Grandes fortunas se han amasado, o han crecido, bajo el
alero de ese negocio furtivo. Pero esas fortunas son producto de una miríada de
transacciones. De juzgado en juzgado, por todo el mundo van apareciendo
ejemplos de la ruina –incluso moral– de una economía paralela en la que hay
gestores, prestamistas y cobradores, tanto ganadores como perdedores.
En los corrillos de la
justicia venezolana advierten que algunos de los estafados recobraron el dinero
que habían empeñado, a espaldas del caso que en Venezuela también dirime el
Ministerio Público. Mientras eso ocurre, ni en Panamá ni en ninguna otra parte
hay justicia por el homicidio de Sergio Schael, el venezolano de 33 años cuya
vida sacrificaron hace año y medio por una transacción de bolívares por dólares.

En la oficina 15-02 de este edificio, el Paitilla Office Tower, desapareció Schael. Entró a las 3:46 pm y no se supo más de él hasta que lo encontraron muerto en las afueras de Panamá. Foto: Carlos Ortega.