El departamento colombiano con más casos de malaria extranjeros

La frontera porosa ha cargado a los habitantes del Amazonas de Colombia con los casos de sus vecinos venezolanos. La escasez y la indiferencia ha conducido pacientes a buscar tratamiento hasta en Bogotá. En San Fernando de Atabapo, entretanto, el mosquito transmisor ha replegado a la gente en sus casas. Pero “Dios existe”. Así lo dice un mural que recibe a los visitantes en el puerto.
Siguiendo
por el río Guaviare y a una hora de navegación desde San Fernando de Atabapo se
encuentra Puerto Inírida, capital del departamento de Guainía y su ciudad más
poblada. Un pueblo fundado 205 años después que San Fernando de Atabapo, y que
muchos dicen se desarrolló con el oro venezolano.
Lo
único decolorado en este lugar anclado en la mitad de la selva es un Santa Claus
verde pintado en las escaleras de cemento que debes subir para entrar al pueblo.
Del resto todo luce limpio y ordenado. Los primeros negocios tienen carteles que
anuncian la compra de chatarra, oro, plata, cobre, bronce y aluminio. Y por
supuesto la compra y venta de pesos y bolívares, transferencias a distintas
entidades bancarias que están en Venezuela. Por las calles asfaltadas circulan
motocarros y en las avenidas se pueden ver gran cantidad de comercios,
restaurantes y hasta una concha acústica.
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En
el departamento de Guainía el mayor número de casos de malaria se concentran en
la cabecera municipal de Inírida, seguida por casos procedentes de Venezuela,
Vichada y Barracominas. Venezuela y Vichada importan el 15 y 6 por ciento de los
casos respectivamente, lo que implica una carga adicional a este departamento
colombiano en número de casos, esfuerzos por el control del vector, tratamiento
de los pacientes, carga económica, disminución de la calidad de vida, riesgo de
mortalidad por malaria, y finalmente de los indicadores epidemiológicos a nivel
local.
Lo
anterior convierte a Guainía en el departamento de Colombia que tiene más casos
de malaria procedentes del exterior, la mayoría de Venezuela. Para la semana 48
(del 27 de noviembre al 3 de diciembre), el boletín epidemiológico del Instituto
Nacional de Salud – Dirección de Vigilancia y Análisis del Riesgo en Salud
Pública reportó que Guainía tenía un acumulado de 2.043 casos de malaria no
complicada, de los cuales 366 eran de Venezuela. Y para la semana 52, la
Secretaría Departamental de Guainía indicó que este departamento cerraba con
3.159 casos de malaria.
Tatiana
Córdoba, coordinadora del Programa de Enfermedades Transmitidas por Vectores
(ETV) de la Secretaría de Salud de Guainía, asegura que de los 366 casos
registrados hasta la semana 48, 19 son de San Fernando de Atabapo y el resto
proceden de las minas de oro de Venezuela. Las estadísticas se tornan lúgubres,
porque no identifican las comunidades, solo registran el país y si proceden de
las minas. “En 2015 Venezuela estaba pasando por la epidemia más grave de su
historia y nos terminó afectando. El hecho de que ustedes no tengan medicamento
hace que la gente cruce el río, y vaya a donde le den la solución
completa”.
Carlos
Eric Azcarate, coordinador de vigilancia en salud pública en la Secretaria de
Salud de Guainía, asegura que se han presentado muchos casos de malaria
complicada en niños, mujeres embarazadas y ancianos, porque se toman los
tratamientos sin saber si tienen la enfermedad. Al final un problema que se
presenta en un área rural en Venezuela, se convierte en urbano en este
departamento.
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Otro
problema que enfrenta el hospital “Manuel Elkin Patarroyo” de Puerto Inírida es
la atención de casos de venezolanos por otras enfermedades, incluso han llegado
personas por accidentes de tránsito. Nelson Evelio Palomar, secretario de Salud
Departamental, indica que los pacientes procedentes de San Fernando de Atabapo y
Puerto Ayacucho son remitidos por los médicos de Venezuela. “Nosotros no los
podemos atender porque el sistema de salud aquí es diferente. La persona tiene
que tener una seguridad social por Colombia o tiene que pagar, a no ser que sea
un caso de urgencia. El problema grande es que muchos pacientes de Venezuela
llegan en estado crítico, toca remitirlos a Bogotá o a Villavicencio y no
tenemos recursos. Tenemos un niño hospitalizado desde hace dos meses en Bogotá,
le estamos dando albergue y alimentación al acompañante. Todos los pacientes que
remitimos tienen problemas de documento de identidad, por la urgencia sale, pero
después que se le da de alta es un complique y nos ha tocado darle un mes más de
albergue y comida. Ha tocado traerlos prácticamente a escondidas y rogar allá
para que los reciban. Se han hecho intentos con el cónsul, con la cancillería y
no ha sido posible”.
Cooperación internacional
Una
antena eléctrica que emerge del río Guaviare puede verse desde San Fernando de
Atabapo como una promesa del Convenio de intercambio de energía eléctrica entre
la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), en Venezuela; y el Instituto de
Planificación y Promoción y Soluciones Energéticas para las zonas no
interconectadas (IPSE), en Colombia. El acuerdo fue firmado en 2011 por los
presidentes Hugo Chávez y Juan Manuel Santos y consistía en un proyecto de
Construcción de línea de interconexión eléctrica a 34,5 kv entre San Fernando de
Atabapo (Venezuela) e Inírida departamento de Guainía (Colombia). La idea era
llevar energía con un servicio óptimo y de bajo costo a las poblaciones
selváticas y periféricas de ambos países. Hoy esta antena solo le proporciona
electricidad a las 15 casas que están en Amanaven.
“San
Fernando de Atabapo viene siendo el patio trasero de Puerto Inírida. La gente
viaja para allá a abastecerse. No he visto un diciembre que la gente pase con
luz”, dice Cristóbal Colón Suárez, vicecónsul de Colombia en San Fernando de
Atabapo, quien casi no sale de la residencia oficial, porque “para ver Macondo,
prefiere leerlo”.
Magda
Magris, directora de investigación y coordinadora de la unidad de investigación
de Malaria de Caicet, recuerda que antes había reuniones binacionales entre
Colombia y Venezuela para hacer la vigilancia epidemiológica en la frontera. De
hecho, tuvieron convenios binacionales para las fronteras y proyectos en
conjunto para la vacunación, pero no para la
malaria.
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Por
su parte Tatiana Parra insiste en que si en Puerto Inírida conocieran las
acciones que realizan en Venezuela, podrían trabajar mancomunadamente para
solucionar el problema de la malaria: “Tú eres la coordinadora de malaria allá y
yo acá. Decimos 'vamos a hacer una brigada' y nos vamos al mismo tiempo para la
búsqueda de pacientes, del mosquito, y la dotación de algunos elementos de
protección personal como toldillos, repelentes y campañas educativas. Lo hacemos
al mismo tiempo, tú coges de este lado y yo del otro. De nada sirve que yo haga
acciones y tu esperes hasta el año que viene, porque vienen los tuyos y me
contagian a los míos. Si no tienes medicamentos yo te presto y luego tú me los
devuelves. Necesitamos una ayuda mutua entre países, pero no
existe”.
Así
es la frontera, porosa, y mientras se esperan acciones que puedan romper algunas
de las partes de este ciclo de infección para detener la malaria, la pista del
aeropuerto de San Fernando de Atabapo lucha para que la maleza no se la trague;
las casas resisten la humedad del clima amazónico; los charcos y la hierba
crecen de forma desproporcionada; los atabapeños esperan a que los postes de luz
funcionen; y los mineros colombianos, brasileros, venezolanos, se pasean en esta
tierra de nadie.
Cae
la tarde y la oscuridad se apodera de todo. Menos de la 1º Compañía del
Destacamento de Fronteras Nº 94 y un puesto naval, que si tienen electricidad; y
del río Atabapo iluminado por las luces de Amanaven. El toque de queda impuesto
por el mosquito transmisor del parásito que produce la malaria, repliega a la
gente en sus casas. Pero en San Fernando de Atabapo: “Dios existe”. Así lo dice
un mural que recibe a los visitantes en el puerto.