El racionamiento digital fue importado desde Taiwán

Fue en el Zulia donde el gobierno venezolano estrenó el sistema biométrico de regulación de compra de alimentos. Se trataba entonces de una opción voluntaria, pero el experimento ha mostrado una suerte de evolución de la libreta de racionamiento. Hoy está prácticamente en todos los mercados, se pide la huella dactilar para comprar hasta un chocolate y se ejerce a discreción de una cadena de cajeros, comerciantes y funcionarios.
Las
máquinas captahuellas aparecieron un buen día en los supermercados de Caracas de
la mano de una empresa llamada HiSoft, pero sus directivos respondían a los
nombres de un viejo conocido: Smartmatic, la misma firma que se estrenó en las
llamadas megaelecciones y cuya marca es sinónimo precisamente de captahuellas en
Venezuela, desde que fueron los encargados de presentarlas e instalarlas como
parte del sistema electoral.
Hasta de
Taiwán importaron máquinas captahuellas para regular el consumo de los
venezolanos. “Una bendición contra el fraude”, dijo Nicolás Maduro el 22 de
agosto de 2014 la primera vez que habló de un sistema biométrico para adquirir
los productos regulados que tanto escasean en Venezuela. El mandatario auguraba
que sería un sistema perfecto. “No busca racionar las compras, sino liberar la
actividad comercial de los contrabandistas”.
El
superintendente de Precios Justos, Andrés Eloy Méndez, añadió en esos mismos
días que las compras se harían de modo rápido y detendrían el contrabando de
comida. Más de un año después, la realidad en los mercados de Venezuela es bien
distinta.
El
gobierno venezolano primero compró 40 mil máquinas, según declaró Méndez en
agosto del año pasado. Cada una de ellas a un costo de 15 mil bolívares; se
trataba entonces de unos 600 millones de bolívares destinados al control del
consumo.
Luego
vinieron otras 20 mil máquinas. Tal vez en ese lote estaban los digitalizadores
de imagen que la misma empresa “Hisoft Panama Sucursal Venezuela S.A.” recibió
desde Taiwán el 1 de junio de este año en el puerto de La Guaira. A bordo de un
buque llamado Kingston llegaban más captahuellas a la República Bolivariana de
Venezuela, de acuerdo con la
información almacenada en Import Genius, una de
las bases de datos de tráfico portuario más grandes del
mundo.
Al frente
de HiSoft Panamá figura el mismo Chandler Molina, que representó a Smartmatic
–tanto en Venezuela como en otra de sus subsidiarias del Reino Unido– y que este
año abrió una oficina de la misma empresa en Argentina, de acuerdo con un edicto
público del 18 de febrero de 2015 de ese país.
La página
web de HiSoft parece hecha ad
hoc. Se hizo en 2015 y todo el material que presenta, la información y los
casos de estudio se refieren a Venezuela. Hay un apartado, “Casos de estudio”,
donde recogen lo que parecen los hitos de la marca: aparece la digitalización
del Archivo Histórico del Registro Civil venezolano, la automatización del
sistema de Registro Civil venezolano y una mención especial a una “Gestión
Biométrica de Identidad”, con un único caso, otra vez de Venezuela. A pesar de
ese hincapié en el país, en la web no aparece más que un domicilio en
Panamá.
Las colas no han disminuido en los supermercados de Caracas. Foto: Superintendencia de Precios Justos.
A
diferencia de Smartmatic, HiSoft está registrada en el istmo. Tiene igual una
oficina en Venezuela, pero no está debidamente inscrita en el Registro Nacional
de Contratistas (RNC). Ni siquiera han actualizado sus datos en ese organismo
desde el 24 de octubre del año pasado; tampoco responden cuando alguien los
llama a precisar su papel en el proceso de instalación de los
dispositivos.
Aunque
atienden llamados telefónicos en su sucursal de Caracas, no dan declaraciones.
Cuando alguien les pregunta por un encargado, un responsable de comunicaciones o
cualquiera que pueda servir como vocero, se suceden los “no hay nadie”, “no
tenemos de eso”, “están reunidos en este momento”. La llamada pasa de persona a
persona hasta que alguien –que nunca se identifica– termina por trancar luego de
advertir la situación: “Estamos en un momento delicado y especial para
hablar”.
Todos esconden la mano
HiSoft
no habla, no es el momento. Es el mismo argumento que dan en la mayoría de los
supermercados del país: en Venezuela es obligatorio poner el dedo para comprar
en las grandes cadenas de supermercados, pero el tema es tabú para los gerentes
de esos mismos supermercados. Incluso en el estado Zulia –en la frontera
noroccidental– donde el gobierno venezolano estrenó las captahuellas como una
respuesta al contrabando de productos hacia Colombia.
Ajenos
desde Caracas, el invento de aplicar un sistema de captahuellas –que en la jerga
del Gobierno se llamó Sistema Biométrico para la Seguridad Alimentaria– aterrizó
en junio de 2014 en forma de programa piloto en ocho supermercados del
Zulia.
El
registro de los datos y la huella dactilar era voluntario, pretendía controlar
23 productos “esenciales que presentan mayor irregularidad en su distribución
nacional”, según declaró el superintendente de Precios Justos el 27 de agosto de
2014. El sistema había sido adquirido y pagado por cada establecimiento: primero
sería para las cadenas del Estado –Bicentenario, Mercal y Pdval– y para 14
grandes supermercados del Zulia.
William
Chacín, de supermercados ENNE, explica desde Maracaibo, la capital zuliana, que
la idea “nació en conjunto entre la Gobernación del Estado Zulia y los
comerciantes ante el problema de las colas y el contrabando, pero quien cuadró y
coordinó todo es el ente estadal”. Agrega que el costo de las primeras máquinas
fue asumido por cada supermercado, pero advierte que el número de artículos bajo
control luego aumentó a 30. Desde entonces en la República Bolivariana de
Venezuela no solo hay que poner la huella dactilar en una máquina para votar,
también para comprar productos como arroz, harina de maíz, jabón de tocador,
pollo y carne. Incluso desodorantes...
Uno
de los primeros en estrenar las captahuellas en el Zulia fue la cadena de
supermercados De Cándido. Su propietario y presidente de la Asociación de
Supermercados del Zulia y Afines (Asuza), Andrés Eloy De Cándido, evita hablar
sobre el tema: cuando atiende el teléfono, dice que mejor la entrevista sea en
Maracaibo, en persona, con grabadora, pero cuando se trató de cuadrar dicha
entrevista, simplemente no contestó.
El
año pasado, de cualquier modo, invitó al público a aceptar el sistema de manera
voluntaria. “Al estar registrado ya sabes que semanalmente tienes un cupo a
disposición”, declaró en la edición del 26 de agosto de 2014 del
diario El Universal. “Puedes ir todos los días, pero si se agota el
cupo debe esperar hasta la siguiente semana para comprar el mismo
producto".
Lo
del captahuellas, para entonces, era una novedad. En un primer momento Nicolás
Maduro dijo que el sistema sería para aplicar en todos los establecimientos. Las
críticas y protestas empezaron y días después, el 28 de agosto de 2014,
rectificó: “será voluntario e instalado de manera progresiva”. Pero luego igual
se cubrió las espaldas. “Cuando dije que era voluntario, el compañero Andrés
Eloy Méndez le dijo a los empresarios de los supermercados privados, y todos
dijeron que querían estar”. Y así fue.

Las nuevas captahuellas fueron importadas por HiSoft, cuyos directivos son parte de otro viejo conocido: Smartmatic. Foto: Alicia Hernádez.
También
vacilaron en el tipo de sistema. Primero sería un registro de captahuellas
sumado a una tarjeta de abastecimiento por familia. La idea de la tarjeta se
mantuvo meses después, pero hasta ahora solo se ha llevado a la práctica la
máquina, una suerte de libreta de racionamiento digital en palabras del ex
gobernador del estado Zulia, Pablo Pérez. Algo así como un racionamiento 2.0,
dijo en junio del año pasado.
Una huella para controlarlos a todos
Las
primeras captahuellas que se instalaron en Zulia funcionaban con un mecanismo
más sencillo, que sólo daba espacio para estampar el dedo. Estaban conectadas a
una computadora que registra los datos, pero no iban unidas a la caja
registradora. Aunque se anunció que las máquinas estarían instaladas en todo el
país en diciembre de 2014, todavía este año los caraqueños ignoraban lo que es
mostrar su cédula y presionar los pulgares de cada mano para comprar hasta un
chocolate.
Además
de los estatales Bicentenario, Pdval y Mercal, las nuevas máquinas empezaron a
verse en las redes de Farmatodo y Makro. Más grandes, con un mecanismo para
detectar la huella, una pantalla y teclado, el experimento del Zulia se expandió
hasta las grandes cadenas de Caracas. Ya era agosto de
2015.
“Cuando
empezó la regulación, se armó una mesa técnica que es liderada por ‘Seguridad
Alimentaria’, con el ministro Carlos Osorio a la cabeza, personal técnico de
Cantv y del Ministerio de Alimentación”, cuentan desde una de las gerencias de
las cadenas involucradas describiendo la negociación tras bastidores. Todas las
empresas privadas aceptaron el sistema. No querían problemas, explican, pero hay
algo que no esperaban.
A
pesar de que Méndez volvió a decir en marzo de este año que “quienes compren un
producto cuyo precio no esté controlado, no deberán colocar su huella dactilar
en el captahuellas al momento de pagar”, la realidad, meses después fue otra. El
sistema se fue develando poco a poco en las mesas técnicas. “No sabíamos que era
un sistema que interconectaba a todos los mercados públicos y privados”, dicen
en la misma cadena de establecimientos.
Tampoco
se esperaban el cambio de rumbo con las máquinas. “En principio iba a ser sólo
para los productos regulados, pero cuando llegaron las nuevas máquinas nos dimos
cuenta que la caja registradora se activa al poner la huella, así que hay que
ponerla para todo. No sabemos por qué es con todos los
productos”.
Así,
ahora, aun para comprar un refresco, hay que poner el dedo. En el momento de
hacer esta nota aún no se había implementado el nuevo sistema en Zulia. “No
tiene sentido poner la huella si vamos a comprar un refresco, ralentizaría
todo”, decía desde Maracaibo William Chacín, de la cadena
ENNE.
Otro
de los cambios en el camino fue la compra por terminal de cédula. En junio de
este año, el ministro de Alimentación, Carlos Osorio, dijo que desaparecería la
venta mediante este sistema “porque está funcionando el captahuella”. Criticó
que “hay irresponsables que han establecido el sistema para productos que no son
regulados”. En agosto, sin embargo, anunció a través de su cuenta en Twitter que
echaban marcha atrás en esa decisión: “Cumpliendo con el mandato del Pueblo
reactivamos el acceso a los productos prioritarios por terminal de cédula”.
También explicó en la red social que se reactivó como “resultado de muchas
reuniones y exigencias de nuestros consejos comunales, CPAP, Poder
Popular”.
El
listado de artículos que sólo se pueden comprar en una cantidad determinada una
vez por semana viene determinado por una lista que sale del equipo del ministro
Osorio. “En las mesas técnicas determinan las cantidades para cada cosa”,
explican en una de las cadenas de establecimientos involucrados. Para validar la
huella se compara con la base de datos del Gobierno y con la información de
venta. “Se bloquea si ya se hizo una compra de un determinado
rubro”.
Un sistema imperfecto
Desde
que se implantó en Zulia, 20 mil personas han sido bloqueadas en el sistema. No
pueden comprar ningún producto regulado sin acudir al mercado negro. La razón
que dan desde el Gobierno es que hicieron compras superiores a las cuotas
establecidas para una familia, por lo que las máquinas los han excomulgado a una
categoría de revendedores. Es decir, han engrosado las filas de los ya célebres
“bachaqueros”, un término que el
gobierno venezolano ha tomado de la jerga zuliana para denunciar a los
oportunistas que se valen del control de precios para hacer dinero
rápido.
En
Caracas aún no se ha bloqueado de modo oficial a nadie. Pero sí se ha sometido a
los usuarios a la discrecionalidad. La máquina está conectada con el Servicio
Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (SAIME) por lo que,
automáticamente, quien esté registrado en el ente gubernamental debería aparecer
al dar su número de cédula, sea venezolano, residente o transeúnte en posesión
de identidad laminada. Pero en los dos últimos casos no siempre aparece el
registro. La máquina dice que el usuario no existe. En esos casos, el comprador
debe registrar sus datos cada vez que adquiera un producto. “Como no apareces,
no puedo dejar que te lleves productos regulados, pero no tienes pinta de bachaquera, así que te lo paso”, explica
un cajero de Excelsior Gama tras pasar por la lectura del código de barras un
pote de margarina. Quien hizo la compra es quien escribe: nariz parada, pelo
liso, rubia. Española.
Maduro
dijo el 26 de agosto de 2014 que el funcionamiento sería “como las captahuellas
del sistema electoral para evitar el fraude. Por eso, nadie puede votar dos
veces”. Pero parece que el sistema es falible para extranjeros con cédula de
transeúnte laboral. “Es él quien ‘bachaquea’ en la oficina”, explica Carla
Campos, mientras señala a un compañero de trabajo de nacionalidad
portuguesa. “Él nos trae de todo porque, como no está en el sistema, puede
comprar lo que quiera y cuando quiera sin el límite
semanal”.

La primera vez que los venezolanos usaron una "captahuellas" fue para ejercer su derecho al voto. Foto: VTV.
Suma
y sigue. “En todos los establecimientos tenemos ordenes discrecionales de
diferentes organismos, dependiendo de la zona que toque”, explica una fuente
vinculada a una gran cadena de establecimientos. “Un fiscal decidió que tres de
nuestros locales van a pedir partida de nacimiento para poder vender pañales.
Eso no pasa en todos”.
Incluso
se han dado casos de embarazadas, que obviamente no tienen la partida de
nacimiento en la mano, por lo que se les ha negado la venta de pañales. La misma
fuente añade que incluso piden informes médicos para la venta de pañales de
incontinencia, pero matiza de nuevo que solo en algunos sitios. “En Zulia es el
único estado donde no funciona el terminal de cédula. Hay gente que radicalmente
está bloqueada. A quienes van a desbloquear tenían como justificación que son
dueños de restaurantes y los volverán a activar. Pero hay muchas diferencias a
nivel nacional. Hay que cumplir con las mesas técnicas, con la Sundee y con los
diferentes fiscales y lo que se les antoje pedir”.
Escasez y contrabando no resueltos
Los
comercios que se afiliaron a este sistema no asumieron el costo de las máquinas,
pero sí el de la logística que conlleva. “Tuvimos que cambiar en el despacho, en
la gente que tienes que tener en los camiones, la gente que tienes que activar
en las cajas al instante porque se tiene que vender todo al momento. No sabes
cuándo habrá un pico de venta y tienes que tener capacidad para activar las
cajas al mismo tiempo”, cuentan en una de las grandes cadenas de
establecimientos de Venezuela.
También
ha cambiado el clima laboral. Los empleados no pueden comprar el producto que
llegue si no es el día del terminal de su cédula. “Es muy doloroso, a veces
llegan pañales y no los puedo comprar”, dice Yomerly, cajera en un Farmatodo.
“Entre nosotros hay mal ambiente. Estamos claros que es un delito la reventa y
se nos vende a nosotros como a los clientes, pero eso no quita el
enfado”.
El
entonces ministro de Alimentación, Iván Bello, dijo el 20 de noviembre de 2014
que “la implementación en Zulia ha sido un éxito, donde han bajado las colas”.
Casi un año después, Gilberto Gudiño, presidente de la Asociación de
Comerciantes del Zulia, critica que “se ha tratado de vender la idea de que a
través del racionamiento se puede impedir el ‘bachaqueo’, pero es consecuencia de la
falta de producción. Sigue habiendo largas colas y distorsión del
mercado”.
Apunta
que, según declaraciones del Gobierno, se han inscrito en el sistema 1 millón
200 mil habitantes del Zulia, que tiene una población de 4 millones 150 mil.
“Sólo está 28,9% y se han bloqueado a 20 mil”. Denuncia que se hizo un
redireccionamiento de alimentos desde 2013 a las grandes superficies, “para
llenar supermercados y que se viera que había suficiente producto, pero las
bodegas y mercados populares, que son más de 70% de los establecimientos que
hacen vida en el Zulia y en el país, no tienen nada. Si les quitas la
posibilidad de recibir productos, afectas a una parte importante, porque la
bodega es el establecimiento más cercano a la población”.
“El
‘bachaquerismo’ picó y se extendió”,
concluyen en una gerencia de las grandes cadenas de establecimientos. “En Los
Palos Grandes (al este de Caracas) ves que la gente que está haciendo compras no
es de la zona. Pero el problema lo tienes en todos los estratos en todo el
país”. Reconocen, a pesar de todo, que se está logrando una distribución mayor,
aunque con muchas deficiencias: “Llega a más gente, pero hace falta producto; se
está haciendo una redistribución de la
pobreza”.