Una región condenada al contrabando

En la frontera del estado Zulia con Colombia el contrabando ha dejado de ser una costumbre ancestral de la etnia Wayuu para convertirse en la única oportunidad de sobrevivir.
El viernes
22 de agosto, el presidente Nicolás Maduro prohibió mediante un decreto la
exportación de hasta 89 productos e insumos de consumo masivo como parte del
esfuerzo que está haciendo su Gobierno para reducir el contrabando hacia los
países vecinos de Venezuela. Esa disposición es sin duda un contratiempo para
las personas que aquí en Maracaibo viven de trasegar bienes hacia Colombia a
través de la porosa frontera con el departamento de la Guajira. El trayecto de
100 kilómetros que separa a la capital del estado Zulia con Maicao, la primera
ciudad colombiana tras cruzar la alcabala de Paraguachón, se convierte en un
viacrucis de tres o más horas para salvar los retenes colocados por la Guardia
Nacional Bolivariana, que detiene a casi todos los vehículos para revisar los
baúles e identificar a los pasajeros.
El
gobierno venezolano está convencido de que esa y otras medidas –como
incorporación voluntaria de supermercados, farmacias y pequeños comercios a un
programa de captura de las huellas digitales de sus clientes- lo han ayudado en
su propósito de garantizar el abastecimiento. La Fiscal General de la Republica,
Luisa Ortega Díaz, reforzó esa impresión al asegurar que hasta el jueves 25 de
septiembre habían sido detenidas 814 personas “por incurrir en el delito de
contrabando de extracción”, de las cuales 651 estaban presas. Es un mensaje
claro: el gobierno va en serio.
La
tentación de multiplicar la ganancia es, no obstante, un aliciente mayor, y por
eso Obama y Jorge, a quienes acompañaré a vender mercancía en Colombia, asumen
el riesgo. Obama es empleado de un frigorífico en el estado Zulia y su jefe le
entrega semanalmente un lote de carne, pollo y queso que él luego revende en
Colombia. Jorge es taxista y, gracias al bachaqueo, –el nombre coloquial que
recibe la actividad de ir hacia Colombia con productos e insumos de prohibida
exportación- ha podido comprar tres carros –dos viejos Caprice Classic modelo 83
y un Impala año 1979- con los cuales emplea a su hermano y a su cuñado y vende
gasolina del otro lado de la frontera gracias a la amplia capacidad del tanque,
que carga en promedio unos 105 litros.
Obama
está casado, tiene 25 años, es padre de una niña y gana Bs 6.000 como empleado
de la carnicería. El viernes 26 de septiembre el dólar en el mercado negro de
Venezuela trepó hasta Bs 100. Su salario se ha devaluado más de 10 por ciento
desde que viajamos hacia Colombia a finales de
agosto.
II
Obama
lleva carne y pollo de primera –regulados a Bs. 90 y a Bs. 43 por kilogramo-
quiere ofrecérsela a tres clientes en Maicao. Son las tres de la tarde y estamos
en el estacionamiento del mercado periférico de Las Playitas. Aunque a esta hora
casi no hay actividad en el mercado, afuera se escucha el bullicio típico de la
gente que entra y sale. Las aguas negras corren por la acera y la basura se
amontona en las esquinas.
Obama
se persigna antes de introducir su cargamento -13 kilos de carne, 20 de pollo y
40 de queso blanco duro- en la maleta del Caprice Classic de Jorge. Son
vehículos muy apreciados en esta zona por su enorme tanque de gasolina, de unos
110 litros, que permite a los taxistas revender parte del combustible al otro
lado de la frontera. El viaje es un negocio para todos. Para Obama, que venderá
el kilo de carne a Bs. 410, y para Jorge, que negociará un punto de gasolina
–una medida que equivale a 23 litros de combustible- por 28 o 29 mil pesos
colombianos. Unos Bs. 1.200. Esto equivale a abastecer 120 veces el Caprice
Classic.
Con
esa cuenta en mente el sol empieza a ocultarse en la ruta hacia Maicao. En el
camino Obama y Jorge van recordando las experiencias más hilarantes que han
vivido como bachaqueros como una
forma de disimular la angustia. Hay apuro porque, por órdenes de Maduro, la
frontera permanece cerrada entre diez de la noche y cinco de la madrugada como
otra forma de evitar el contrabando. La carne y el pollo se están
descongelando.
Cuando
se aproximan a la primera alcabala, en una de las márgenes del río Limón, Obama
le entrega Bs.500 a Jorge para pagar la primera coima. Tienen suerte. El guardia
les indica que sigan adelante. En el siguiente punto, el retén de Las Guardias,
un teniente de las fuerzas armadas sí detiene el vehículo. Jorge abre la
puerta:
-
¿Qué llevas ahí en la maleta? –pregunta el oficial
-Te
voy a dar tu picada (coima) –responde Jorge.
-
Bájate y ábrela.
Antes
de bajar, Jorge se voltea hacia el asiento trasero y le pide a Obama la factura
de la carne. Con ese comprobante podrán demostrar a la autoridad que la
mercancía les pertenece. Obama saca del bolsillo delantero de su bluyín un papel doblado que le extiende
a su amigo.
Diez
minutos después Jorge regresa y dice:
-Debemos
esperar un rato.
-
¿Aceptó o no aceptó la picada? –pregunta Obama un poco
inquieto.
-Tranquilo,
coño. El hombre va a hablar con el capitán que comanda el pelotón para que
podamos seguir.
En
ese momento, el teniente abre la puerta del conductor del
coche.
-Dame
quinientos bolívares.
-Trescientos
cincuenta –replica Jorge.
-Quinientos
o nada.
El
teniente introduce medio cuerpo en el asiento del piloto esperando por la coima.
Resignado, Jorge toma cinco billetes de 100 bolívares y se los coloca dentro de
la guerrera enrollados en una liga. De inmediato el teniente cierra la puerta y
suena un silbato para que acelere.
Antes
de llegar al próximo punto de control, Obama deberá continuar el recorrido en
otro vehículo. Las restricciones en la alcabala de Guarero, la más importante y
complicada del trayecto, obligan a un cambio de planes. Hay que tomar una trocha
fangosa para llegar hasta Maicao y el carro de Jorge no puede transitar por
allí. Ha llovido mucho.
En
Los Filúos, un gran zoco árabe a oscuras al borde de la carretera repleta de
gente que habla en dialecto indígena y a los gritos, Obama sube a un viejo
camión acondicionado para transportar a pasajeros en su parte trasera llamado
Chirrinchera en el castellano local. Advertido por el chofer, un indígena Wayuu
llamado Fabio, Obama coloca la carne, el pollo y el queso debajo del falso piso
de la cava. Los demás viajeros, la mayoría miembros de la etnia Wayuu,
habitantes originarios de la zona que toda la vida han vivido del contrabando,
suben al vehículo y disimulan mucho más la mercancía colocándole los pies
encima. Ellos también llevan alimentos básicos en sus bolsos para revenderlos en
Colombia.
El
camión se desvía de la troncal del Caribe por un camino de tierra que los
entendidos llaman “La Cortica”. Otra mala noticia. En el camino Jorge había
dicho que por esa vía siempre roban a los que intentan cruzar por ahí. Era
preferible –decía- tomar la Trocha 80, pero allí también está apostada una
alcabala de la Guardia Nacional. Se lo advirtió Álvaro por teléfono cuando lo
llamó para ver si podía tomar esa vía con el Caprice Classic. Álvaro, cuenta
Jorge, es la persona que le garantiza un recorrido seguro por la Trocha 80 las
veces que la ha transitado. Si no avisa es posible que por allí también lo
roben.
“La
Cortica” es una trocha abierta entre matorrales densos y ciénagas fangosas que
atraviesa varios caseríos separados por sogas. En cada caserío hay una soga
atravesada en el medio del camino y para poder seguir hay que pagar peaje: cien
bolívares aquí, cincuenta más allá, otros doscientos al final del trecho. Obama,
que ha recuperado la sonrisa que había perdido en el trayecto, advierte que
estamos en Colombia porque en las paredes de las viviendas aparecen afiches de
la reciente campaña presidencial del presidente Juan Manuel Santos. Al salir de
la trocha el camión transita diez kilómetros hasta llegar a la calle 13 de
Maicao la estación final del recorrido.
Allí
esperaba Jorge parado al lado de su Caprice Classic y con la maleta abierta. A
sus pies había cuatro bultos de Harina Pan, la marca más reconocida de
Venezuela, la base para elaborar las arepas, parte esencial de la dieta
venezolana. Cada bulto tiene 20
paquetes de un kilo. Antes de entregar la carne a sus clientes, Obama preguntó a
uno de los revendedores cuánto costaba cada unidad. Dos mil pesos colombianos,
le respondieron. Al cambio fronterizo son Bs. 90. En Venezuela está regulada a
Bs 14.
III
Dejamos
a Obama en una bodega y vamos a buscar a Alexis, el hermano de Jorge, quien
maneja un viejo Impala Modelo 79 –una mole de latón con motor de ocho cilindros
y una proa infinita- a quien acompañaré a vender gasolina. Los choferes más
osados venden hasta tres puntos de gasolina, una medida popularizada en la zona.
Un punto equivale a unos 23 litros, la capacidad de una pimpina llena de
líquido.
La
vía entre Maracaibo y Maicao debe ser el lugar de Venezuela donde se concentran
más vehículos de este tipo por metro cuadrado. Uno puede contar decenas y
decenas en el camino o en las largas colas que se forman antes de llegar a las
alcabalas. Visto el provecho que estos hombres sacan a la enorme capacidad del
tanque del carro, no es aventurado decir que quien tiene un vehículo de estos
podrá sobrevivir. El Municipio Bolivariano Guajira es quizá uno de los más
depauperados del país. Sesenta por ciento de las viviendas tienen déficit de
servicios y 70,4% de sus habitantes son pobres, de acuerdo con las cifras del
Instituto Nacional de Estadística (INE). La única fuente de trabajo estable es
la alcaldía que hace mucho ya tiene a su personal completo. Todos los demás
tienen que bachaquear para
sobrevivir.
En
ese propósito los ayuda las condiciones que ha creado el estado venezolano. En
Maicao, donde rige la oferta y la demanda, el punto de gasolina se ha
incrementado al doble desde que el presidente Nicolás Maduro intensificó la
vigilancia en la frontera el 11 de agosto. En esa ciudad los Pimpineros están parados en las esquinas
de las calles doce y trece del centro de la ciudad. Alexis solo tiene que bajar
la ventanilla del Impala para escuchar las ofertas. “Veinticinco, el punto a
veinticinco”, grita uno. Cien metros más adelante dice otro: “Veintiséis”.
Pero
Alexis no está dispuesto a vender por menos de 28 mil pesos, así que responde:
“veintinueve, veintinueve”. Después de 15 minutos acepta los 84 mil pesos
colombianos que le ofrece un cliente por tres puntos de gasolina. Por cada 23
litros vendidos Alexis se ha ganado 28 mil pesos (1.272 bolívares), con lo cual
ha multiplicado por 500 la inversión que hizo en Venezuela. Esos mismos 23
litros le habían costado en Maracaibo Bs 2.23.
Pero
ahora hay un problema: el depósito ha quedado casi vacío, así que Alexis deberá
reponer combustible si quiere llegar a Maracaibo.
Alexis
trabajó hasta hace dos años como escolta de un importante hacendado local, pero
encontró en el bachaqueo una forma de canalizar sus deseos de trabajar por
cuenta propia sin depender de un ingreso mensual. Que los maracuchos citadinos
sean ahora contrabandistas es un fenómeno de reciente data. Desde siempre los
indígenas Wayuu han trasegado alimentos y productos desde y hacia Colombia. Hay
una razón muy poderosa que explica el cambio. La inflación en Venezuela, como lo
reconoce Gilberto González Millán, presidente de la Unión Empresarial del
Comercio y los Servicios del Estado Zulia (UCEZ), está acabando no solo con el
salario, sino también con el incentivo que en otras economías representa
trabajar bajo relación de dependencia. “Los bachaqueros han descubierto que
comprar alimentos subsidiados o vender gasolina es mucho más rentable que
cumplir un régimen de ocho horas semanales y recibir un pago quincenal”,
explica.
González
agrega que solo en el estado Zulia, y de acuerdo con las cifras del INE,
desaparecieron 65 mil empleadores entre noviembre y diciembre de 2013. El
empresario encuentra la explicación a ese descenso en el discurso oficial. En
noviembre de 2013 el presidente Maduro intervino la cadena de electrodomésticos
Daka y empezó a regular los precios de todo lo que se comercia en Venezuela a
través de la Ley de Costos y Precios Justos.
“Después
del Dakazo hicimos una encuesta entre nuestros afiliados: 82% de ellos aseguró
que no estaba dispuesto a invertir en Venezuela. La actividad empresarial en
este país está casi considerada como un oficio punitivo”, afirma. Entre 25% y
30% de las compañías afiliadas a la UCEZ enfrentan lo que González Millán
denomina “un cierre técnico” por falta de inventarios.
A
esta coyuntura se suman las particularidades de la zona de frontera. Desde hace
dos años el gobierno limita a 42 litros diarios la venta de combustible a los
vehículos particulares. A la sombra de esta medida, muy resistida en las
provincias fronterizas, ha florecido el negocio de la reventa de gasolina por
fuera de las estaciones, que permite subsistir al grueso de la población. Los
dos municipios que atraviesa la Troncal del Caribe son de los más pobres de
Venezuela. En el municipio Mara tres de cada cuatro habitantes están en pobreza
o pobreza extrema según los datos del Instituto Nacional de Estadística. En el
municipio Indígena Bolivariano Guajira 70,4% de sus pobladores son pobres y 60%
de las viviendas tiene servicios deficitarios.
La
Troncal del Caribe puede ser en ciertos tramos tan desoladora como una escena de
La Carretera, la novela de Corman McCarthy. Cifras oficiales indican que Maicao
tiene alrededor de 3.000 negocios registrados de los cuales el 98% son
comercios. Muy pocos trabajan empleados. Los burros tiran de una carreta que a
su vez traslada dos cisternas de agua por calles de tierra. Nunca se sabe cuándo
llega el agua a través de las tuberías. En Maicao un empresario comentaba a este
diario que en medio de condiciones tan agrestes los pobres solo pueden
sobrevivir bachaqueando. Es lo que
tiene que hacer Hermágoras Pérez, que en la vía de regreso hacia Maracaibo
coloca combustible al Impala de Alexis. Hermágoras vende gasolina en envases de
cinco litros a Bs 70 y con lo que gana en el día mantiene a una familia de cinco
hijos, esposa, nieta y yerno, que también viven de esta actividad. “¿Qué más
puede hacer uno si aquí no hay trabajo? Si nos niegan esta posibilidad
moriríamos de hambre”, dice en el patio de su vivienda, que queda a la orilla de
la carretera.
En
una esquina, tapados por láminas de cinc, dos de sus hijos organizan el
cargamento de combustible. Al lado del Impala está aparcado su viejo Chevrolet
Biscayne modelo 73 que carga 100 litros. Desde hace varios días el coche tiene
un problema mecánico y por esa razón no ha podido venderlo. Depende entonces de
los otros viejos carros que pasan por la carretera ofreciendo su
cargamento.
Alexis
cree que con cinco litros puede llegar hasta Maracaibo. Pero el denso tráfico
altera sus cálculos. A 20 kilómetros de la segunda ciudad más importante de
Venezuela el Impala rojo comienza a perder velocidad. Con agilidad y precisión
Alexis aparca el coche en un claro del camino. Después de revisar el filtro de
la gasolina lanza una sentencia inapelable. Al igual que muchos vehículos
similares, que son empujados por sus choferes en los retenes policiales, se ha
quedado varado sin combustible.