En Chile denuncian que la Embajada de Cuba espía al exilio venezolano

La televisión chilena acaba de destapar una historia de intrigas con un elenco asombroso: un doble agente espontáneo, un agregado de prensa del castrismo que gestiona operaciones de inteligencia, una ex analista de la policía política venezolana y un dirigente de la MUD que lamenta intrigas en el antichavismo expatriado.
Una
extraña historia de espionaje se ha dado a conocer este mismo lunes en Chile a
través del canal Mega TV de Santiago. Según quién y cómo la entienda, puede
lucir como una sofisticada trama a la John Le Carré, con
intrigas, dobles caras, movimientos de ajedrez y un remate en el que el más
desvalido termina por ser el más desalmado. O, sino, como un burdo culebrón
caribeño.
A
la televisora hace semanas llegó B., un exiliado cubano con cinco años de
residencia en Chile, que alegaba haber sido reclutado dos años antes por la
Embajada de Cuba en Santiago para recabar información de seguridad. Su narración
podía lucir extravagante, un aspaviento de algún lunático, pero cargaba con un
respaldo poderoso para creerle: durante meses se había dedicado a grabar con
sonido y video las reuniones que mantuvo con su contacto de la representación
antillana.
Santiago
Ocampo García, oficial de prensa de la embajada de Cuba en Santiago, es el
protagonista de los videos, a cuyas transcripciones tuvo acceso Armando.Info
gracias a
la colaboración de Gustavo Villarrubia, reportero de investigación del
espacio Ahora Noticias, que
cubrió la historia. En los registros, tomados en al menos cuatro encuentros
entre B. y Ocampo, de marzo a junio de este año en cafés y restaurantes del
centro de Santiago, el funcionario castrista acicatea, a veces con una
complicidad seductora, otras veces con rudeza, a su interlocutor para que cumpla
una misión primordial: que se infiltre en los grupos de venezolanos
antichavistas activos en Chile y ofrezca información sobre
ellos.
“Nosotros
los cubanos en el exilio somos presa fácil para reclutar”, admite B., o el Agente Julio –el alias que la Embajada le asignó–, en
conversación telefónica desde Santiago. “Ellos se aprovecharon de que mi esposa
y mi hija todavía estaban en Cuba y, entonces, a cambio de eso, de dejarlas
venir… Bueno, esa es la manera que usan para chantajear”. B. recuerda en la
entrevista que un presunto agente del G2, el servicio secreto cubano, de nombre
Pedro Pablo, llegó a proponerle que sirviera de portador para colocar un
explosivo en la Embajada de Venezuela en Santiago.
El Agente Julio o Julio-B. –como se le llamará en adelante
en esta nota- fue camarógrafo y director de televisión en Cuba. Eso explicaría
que se las haya sabido arreglar para hacer tomas, de manera inadvertida, de
Ocampo García. También que haya comprendido a la perfección que, para su labor
aparente de espía, tanto como para la más real de doble agente en la cuerda
floja, necesitaba de una buena dosis de histrionismo. “Tú tienes que portarte
como Brad Pitt, si no, no sales en la película”, bromea con él Ocampo en uno de
los pasajes de video.

Tarjeta de presentación del protagonista de los videos.
“Yo acepté
ser reclutado porque desde el principio quería denunciarlos”, dice Julio-B por
teléfono. “Quería poner a la luz quiénes eran y cómo operan con sus
agentes”.
Con los venezolanos en la mira
En los
videos, el diplomático Ocampo García requiere información sobre el exilio
cubano, en particular acerca del dirigente Mijail Bonito, y también sobre las
personalidades chilenas que pudieran estar brindando apoyo a los activistas
antichavistas en Chile: entonces salen a relucir referencias al alcalde de la
comuna santiaguina de Ñuñoa, Pedro Sabat, y a la parroquia de la Iglesia de la
“Solidaridad Latinoamericana” en el sector de Providencia.
Pero,
sobre todo, la misión asignada al
Agente Julio es la de
conocer las entrañas del exilio venezolano y trazar perfiles de sus dirigentes.
En las conversaciones se nombra a Marlin Benítez, Antonio Argüelles, un tal Gerardo, entre otros personajes a los
que Julio-B, sin querer queriendo, pasa revista para satisfacer las exigencias
de su contacto, Ocampo García, que solo reacciona de manera destemplada una vez,
al oír un reporte sobre José Noguera, presidente en Chile de la asociación
Venezuela Adelante: “Ese viejo es un maricón”, suelta en una de las grabaciones
Ocampo, con procacidad caribeña, “y que no me joda ese viejo maricón, que quizás
no se le para ni la pinga”.
Venezuela
Adelante hace las veces, entre los venezolanos residenciados en Chile, de la
Mesa de Unidad Democrática (MUD). Su presidente, José Noguera, ya había
denunciado en carta al director del website chileno Elmostrador.cl la existencia de una red de espionaje. Como
declara, también desde Santiago de Chile a
Armando.info, tenía desde hace tiempo razones para sospechar que
una fuerza externa hacía una labor de zapa en la colonia venezolana. “Antes
éramos muy unidos”, asegura, “pero de golpe los grupos venezolanos empezaron a
desintegrarse y empezó un montón de intrigas
espectaculares”.

El canciller chileno, Heraldo Muñoz, entre José Noguera, representante de la MUD, y la periodista venezolana Cristina Bastidas, que se hizo conocida tras increpar frente a frente al senador austral, Alejandro Navarro.María Laura Liscano es una de las primeras en la lista de los venezolanos espiados en Santiago. Foto: El Mercurio
En efecto,
en uno de los encuentros grabados, Julio-B le comenta alborozado al diplomático
Ocampo que en Facebook los venezolanos “mantienen una discordia”. Los bandos de
esa discordia en las redes sociales, dice, aparecían representados por Noguera,
por un lado, y por una joven polemista a la que Ocampo ordena al Julio-B seguir
con estas palabras: “Ella es la que trabajó en Venezuela en investigaciones de
inteligencia con un agente cubano, por eso tienes que achuntarle (N. de R.: Cubanismo que
significa “controlar, sujetar, acertar”)
con todo”.
La
instrucción se refería a María Laura Liscano, una figura singular en el elenco
de esta historia. Desde 2012, Liscano ha despuntado en la prensa chilena como
una de las voces más representativas –y radicalmente antichavistas– de la
comunidad venezolana en Santiago. Su trayectoria, sin embargo, contiene una
ironía inesperada: de 1999 a 2009 se desempeñó como analista de la policía
política venezolana, entonces conocida como Disip (Dirección de Servicios de
Inteligencia y Prevención), antecesora del actual Sebin (Servicio Bolivariano de
Inteligencia).
“Yo era
una chamita en ese entonces”, concede por vía Skype Liscano, graduada de
Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela (UCV), para
repasar la parábola que la llevó de un extremo a otro del conflicto político
venezolano. “Estaba en segundo semestre cuando un profesor me dijo si quería ir
a trabajar con él en el Ministerio del Interior de Interior y Justicia; solo
cuando fui al Helicoide entendí que era para la Disip”. En el cuerpo de
seguridad ascendió, siempre en las áreas de análisis e inteligencia. Llegó a
conocer y a trabajar con el hoy ministro, general Miguel Rodríguez Torres –“yo
no sé para qué me siguen”, acota, “si ya saben de mí todo lo que tienen que
saber” –, pero, asegura, también pasó las de Caín: “Yo quise renunciar desde
cierto momento, pero no me dejaban por eso de que yo sabía información. No fue
fácil, me mandaron a inspectoría, me levantaron un expediente
administrativo”.
Entre
tanto ya había hecho una relación con un ciudadano chileno, su actual pareja.
Cuando decide quedarse en Chile y no regresar a Venezuela, relata, lo hizo con
el ánimo de pasar a la retaguardia y asumir una vida sin sobresaltos, trabajando
en ramos del comercio. Esa promesa la supo mantener, continúa, hasta mayo de
2012: “Ese mes muere mi papá. Él estaba enfermo y la última vez que yo había
estado en Venezuela, cuando me fui, él me dijo en el aeropuerto: ‘No te
preocupes, hija, que yo no me muero hasta que caiga este gobierno y Venezuela
vuelva a ser libre’. Él había estado ligado al partido Copei y, como mi mamá,
fue funcionario público. El hecho de que yo no hubiese podido volver a verlo, de
que Venezuela estuviera en crisis, de que yo había estado diez años viendo desde
adentro cómo esta gente actuaba, todo eso me hizo decir
¡basta!”.
Aclara
que, desde que empezó a dar la cara en medios masivos, nunca lo ha querido hacer
a título de una ex agente del servicio secreto venezolano que conoció
información clasificada, sino “como una ciudadana venezolana que protesta de
manera legítima”. Sin embargo, su pasado, aunque poco difundido, le ha granjeado
algunas desconfianzas entre otros voceros de la oposición antichavista en
Chile.
¿Una operación espontánea?
Según las
grabaciones, no solo a Liscano quería la Embajada de Cuba que Julio-B siguiera.
También le pide monitorear a Cristina Bastidas, una joven periodista que
polemizó con el senador Alejandro Navarro –uno de los predilectos del chavismo
en Chile- durante un foro de la Pontificia Universidad Católica local. Pero con
María Laura Liscano hay una especial
fijación.

Julio-B
hizo su trabajo. Invitó a Liscano a un juego de béisbol que reuniría a
venezolanos, cubanos y dominicanos, entre otras nacionalidades adictas a la
pelota. “A mí me llevó este señor del exilio cubano”, recuerda María Laura
Liscano, aludiendo a Julio-B. “Me pasé de confiada y me fui con él. Pero cuando
llegué allí me dio esa mala espina de que, ay, eso era una trampa. Me di cuenta
de que me llevaron para
fijarme. Fijar es como le dicen en los cuerpos de
seguridad a llevarte a un lugar para que ciertas personas te vean en persona,
mejor que en una foto, y de allí empiecen a seguirte”.
Dice
Liscano que después de esa experiencia empezó a eludir a Julio-B. Hasta que otra
vez la citó a ver unos videos. Eran los subrepticiamente grabados con Ocampo, el
agregado de prensa de la Embajada de Cuba. “Empecé a ver el video y lo que hice
fue decirme: ‘Me están montando otra trampa’”.
Otro tanto
le ocurrió a José Noguera por esos días. “Un buen día me llegan unos videos y se
me acerca una persona y me echa un cuento de por qué se salió de esa operación”.
Era Julio-B.
Las
sospechas todavía gravitaban sobre este gesto inédito de exhibición y sobre las
motivaciones que podía tener Julio-B para protagonizarlo. Solo la reportería de
Mega TV, que buscó corroborar la historia con fuentes venezolanas, empezó a
tejer un manto de verosimilitud a la historia: quizás sí se trataba de una
auténtica proeza de contrainteligencia por parte de un espontáneo en
solitario.
Pero, si
se asumía esa premisa, la pregunta obvia era, ¿para qué espía Cuba a los
venezolanos en Chile? Cada quien tiene una respuesta. “Chile es precisamente el
contraejemplo más importante de lo que se quiere hacer en Venezuela: es una
economía pujante”, aventura Noguera, aunque tampoco descarta que esto se repita
en otros países. María Laura Liscano asoma otra idea: “Chile es el único país de
América del Sur libre del chavismo. Es un país democrático, con un gobierno
socialista, de izquierda, pero que no sigue el modelo chavista. Chile es un país
donde se puede generar un frente verdaderamente fuerte de
venezolanos”.
Julio-B,
algo más cínico, sugiere: “Me imagino que se debe a la injerencia cubana en
Venezuela. El gobierno venezolano es un
títere”.