Una vida y una fortuna que se fueron por el desbarrancadero

A los 66 años de edad, Fiorella Dubbini hace lo poco que puede para mantener a 400 perros y 150 gatos callejeros en el refugio animal Mil Patitas. Es un predio cercano a Los Teques y dejado a la mano de Dios. Su labor parece digna de encomio. Pero es objeto de ataques que considera injustos. Todo porque en 2003 el escritor colombiano Fernando Vallejo decidió donarle el dinero, 100.000 dólares, del premio de novela Rómulo Gallegos, un dinero que, asegura, solo vio en parte. En el marco del Día Mundial de los Animales, se cuenta su historia.
El refugio
Mil Patitas produce cerca de 70 kilos de mierda al día. Se trata de cuatro
hectáreas de colinas y pasto ancladas en un valle escondido en el punto más
lejano del sector Retamal, cerca de Los Teques, capital del estado Miranda. En
la entrada, ya sin asfalto y con grietas en el piso, hay un pequeño aviso
escrito a mano con su nombre.
José, el
responsable de turno, resulta un iracundo pastor con un pantalón marrón oscuro
hasta las pantorrillas, una franela hecha harapos en las costuras y un color
moreno en la piel que contrasta con el excremento mostaza que luce con tanta
naturalidad en los tobillos. Hay olor a sarna a su alrededor. Frunce el ceño,
levanta la barbilla, aprieta los labios y pregunta quién busca a Fiorella
Dubbini, su patrona.
-No,
ustedes no son estudiantes- refuta, desafiante -Díganme la
verdad.
Su orden
es impedir el paso a periodistas: en realidad, nadie –no solo periodistas– que
sospeche de Fiorella Dubbini, una italiana de 66 años que llegó a Caracas en
1984 procedente de Milán, es bienvenido.
José cruza
los brazos, como esperando otra respuesta, e insiste en la identificación de los
recién llegados. Mira, algo abrumado, cómo un perro sarnoso y con una llaga en
lugar de ojo le lame los dedos de los pies.
-Somos
estudiantes y queremos hacer aquí la labor social- le dijo la única muchacha del
grupo, distraída hasta entonces por los intranquilos ladridos que provenían de
la parte baja de Mil Patitas.
José se
calma por fin y, poco a poco, habla del refugio: dice que él y su esposa eran
los únicos empleados, que hay problemas con el servicio de agua potable, que
algunos perros llegan enfermos y que cuando los baña no puede darles comida. Que
hay mucho por hacer y que los pocos que se acercan, solo le llevan críticas. Que
hay crías, garrapatas, ratas y a veces gusanos. Es que son 400 perros y 150
gatos, dijo, y a veces cuatro manos no son suficientes para tantas
patas.
-Aquí
falta de todo, porque son muchos perros- cuenta José, ahora en confianza, aún
con el perro lamiéndole los dedos -pero cuando llega la señora Fiorella esos
animales se vuelven locos. La aman. Ese premio le trajo más mal que
bien.
El arca de Fiorella
Fiorella
aún deforma el español con su acento italiano. Desde hace poco menos de dos años
vive a unos 500 metros del refugio y visita a sus animales a diario. Aunque para
verlos ni siquiera tiene que acercarse a su finca: los perros callejeros
recorren las calles, arañan las puertas de las cinco casas vecinas y provocan
destrozos en los patios ajenos. Los dueños se quejan, y algunos aseguran que la
han denunciado, pero no hay gobierno que se encargue de tantos animales. Solo
Fiorella.
El
anonimato del apostolado, casi franciscano, de Fiorella por los animales duró
hasta 2003. También hasta ese año duró su felicidad, para quien se atenga a su
testimonio. Ese año fue la beneficiaria de la donación de 100.000 dólares que
hizo el escritor colombiano, exiliado en México, Fernando Vallejo (Medellín,
1942). El dinero era el del premio Rómulo Gallegos, que entonces Vallejo acababa
de ganar con su novela El desbarrancadero. O lo que es lo mismo: se
trataba de dinero proveniente del Estado
venezolano.

El albergue de animales tiene 400 perros, 150 gatos, varias garrapatas y a veces gusanos. Foto: Deysi Peña.
Cáustico y
extravagante, el autor antioqueño, que no titubea en lanzarle un dardo de bilis
a la iglesia católica o al presidente de su país, ama a los animales. De hecho,
su discurso de aceptación del premio fue todo un alegato sobre la indefensión y,
a la vez, la superioridad moral de los animales. Vallejo anunció que donaría su
premio a una asociación local de protección de los animales. Y
cumplió.
Antes de
llegar a Los Teques, Fiorella tenía una quinta en el sector Altamira, un barrio
de clase media-alta al noreste de Caracas. Aunque llegó de Milán como técnico
metalúrgico para ganarse la vida en la Siderúrgica del Orinoco (Sidor, acerería
en Ciudad Guayana, estado Bolívar, sur de Venezuela), cinco años más tarde de su
llegada comenzó a recoger a los gatos y perros callejeros. En su tierra, cuenta
ahora, es normal que existan refugios y no había necesidad de recoger animales;
ella misma los llevaba a los albergues. Aquí su percepción cambió. Llevó un par,
luego otro y luego otro a su propia casa. La extranjera, altiva, de ojos claros,
alta, delgada y fina, era la referencia de la beneficencia animal entre las
conversaciones de sus amigas, la alta alcurnia capitalina. Así que sus
donaciones, pocas en número y grandes en cantidad, ayudaban a mantener la
iniciativa.
A mediados
de los años 90 los vecinos de Altamira, organizados, exigieron la salida de
Dubbini por el mismo motivo por el que hoy quieren que se vaya de Retamal: los
perros. La mujer recogió a sus cientos de animales y alquiló una pequeña finca
ubicada en la carretera que une Guarenas con Caracas, en Mampote. Allí estuvo
hasta 2006.
Fue
plácida su vida en esos predios, sin más preocupación que las patas de pollo,
las raciones de hígado y agua dulce, y algunas vacunas contra la rabia. Muchas
mordidas le ha dado la vida, pero ninguna uno de sus perros. Se dedicó a ellos
tanto como ahora, y sigue completamente sola en el país, como cuando
llegó.
A finales
de 2003 llegaron unas personas a su puerta. De la visita se había enterado por
los insistentes ladridos, pero ella no se interesó mucho y se dedicó a vestirse
para salir a Caracas. En la puerta encontró a una pareja, un hombre y una mujer
de su misma edad o parecida, y con un inconfundible acento colombiano. Ella los
escuchó, atenta, y se maravilló tanto al escuchar sus planes, que desde entonces
piensa que Fernando Vallejo es para los perros lo que Jesucristo para los
humanos. Lo considera un santo, sin saber si esa comparación le crearía
repulsión al escritor colombiano.
La pareja
era la de Aníbal Vallejo y Nora Garzón, el hermano y la cuñada de Fernando
Vallejo. Antes de irse, le avisaron a Fiorella que pronto se comunicarían con
ella para darle buenas noticias. Pocos días después estaba Dubbini rodeada de
una selección importante de escritores en la sede del Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), en Altamira, muy cerca de donde vivía
en los 80. Escuchaba atenta aquel discurso que, desde el podio, Vallejo leía a
propósito de recibir el premio Rómulo Gallegos, uno de los más prestigiosos de
la lengua española. Polémico, como siempre, Vallejo había creado una gran
expectativa en el país, incluso antes de su llegada. Ya muchos años antes, en
1972, otro autor colombiano, Gabriel García Márquez, había provocado esas mismas
reacciones al entregar al entonces recién fundado partido Movimiento al
Socialismo (MAS) de Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez –dirigentes políticos
escindidos del Partido Comunista y críticos del socialismo real– buena parte del
monto del mismo premio, otorgado entonces al escritor por Cien años de soledad. Parte de
los dineros públicos terminaron, pues, en una organización que se enfrentaba al
gobierno venezolano de entonces –el del democristiano Rafael Caldera– y hasta al
orden social del país. Vallejo, en esa ocasión de 2003, no defraudaría a quienes
esperaban de él un gesto inusual. Hizo lo propio al donar el premio a un refugio
de perros y gatos.
Fiorella
estaba feliz. Otro extranjero había tenido que venir a este país de indolentes
para mostrar interés por la suerte de los animales domésticos, de las mascotas
de nadie. Ese extranjero que les dejaba una pequeña fortuna, además, les dedicó
este discurso:

El autor de La virgen de los sicarios ha destinado cerca de medio millón de dólares para perros callejeros. La última vez fue en 2011, cuando donó los 150.000 dólares que ganó en el premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Foto: Flickr/Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
“El hombre
no es el rey de la creación. Es una especie más entre millones que comparten con
nosotros un pasado común de cuatro mil millones de años. Cristo es muy reciente,
solo tiene dos mil. Al excluir a los animales de nuestro prójimo Cristo se
equivocó. Los animales, compañeros nuestros en la aventura dolorosa de la vida
sobre este planeta loco que gira sin ton ni son en el vacío viajando rumbo a
ninguna parte, también son nuestro prójimo y merecen nuestro respeto y
compasión. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro
prójimo”.
¡Qué feliz
era Fiorella! Una mujer sola: sin familia ni paisanos, sin compresión social ni
apoyo moral alguno. Y ahí estaba, al lado de Fernando Vallejo, el escritor
de La virgen de los
sicarios, y con un cheque de 100 mil dólares solo para gastárselos a sus
animales. Fernando es Jesucristo, dijo entonces. Fernando es Jesucristo, dijo
hace unas semanas.
Visto bueno desde Colombia, fiasco en Venezuela
Nora
Garzón sigue afligida por la muerte de
Quina. Pese a los intentos de los especialistas, no reaccionaba al
medicamento. Se refugiaba entre la tela y el suero no hizo mucho por ella.
Fernando, en su apartamento de Ciudad de México, la veía con ojos tristes. Era
ella quien lo despertaba a besos todas las mañanas. Para ellos, Nora Garzón, su
esposo Aníbal y su cuñado Fernando Vallejo,
Quina no era una perra callejera sino un cachorro mestizo. Murió
en junio y ya en septiembre Fernando tenía otra mestiza en su residencia, una
perra que encontró perdida en una calle y que piensa devolver a sus dueños en
cuanto aparezcan. “Tenía un collar. Fernando está muy contento”. Nora tiene una
buena impresión de Fiorella Dubinni. La conoció en 2003, justo después de hablar
con Fernando. El escritor le pidió al matrimonio hacer un recorrido por
Venezuela para encontrar un refugio digno de recibir 100.000 dólares. Para
entonces eran 430.000 bolívares. Hoy, al cambio negro, equivaldrían a diez
millones de bolívares. Y siempre ha sido mucha plata.
Aníbal,
desde Medellín, explica a través del teléfono que el recorrido comenzó en
Caracas. Hablaron con Cristina Camiloni, una argentina con discapacidad que
tenía una asociación de mascotas autogestionada a través de una clínica con
precios bajos, la actual Aproa; siguieron con un refugio de perros en Valencia
que se descartó por la juventud e inexperiencia de sus responsables; y luego le
tocó al gran albergue de jaurías sobre la carretera de Guarenas. Cuando llegaron
a Mampote, esa mañana, ya estaba decidido quién recibiría el dinero. Habían
descartado 15 organizaciones. Nora le preguntó a su cuñado, antes de entregar el
premio, por qué no lo entregaba a una asociación de perros colombiana, y
Fernando contestó que los perros en la calle son lo mismo en cualquier ciudad
del mundo y que, como fue Venezuela quien le entregó el premio, serían los
perros venezolanos quienes lo recibirían.
Fue
entonces cuando Fiorella registró el refugio. Hoy, a poco más de diez años de
haber recibido el cheque y tomarse la foto junto al laureado escritor, asegura
que el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) solo le
entregó 85.000 bolívares –casi 20.000 dólares a la tasa de entonces– que reclamó
un día después en una de las sucursales del Banco del Caribe. Ella, Fiorella,
cree que el resto se lo descontó el Estado en impuestos. De esto, el Celarg no
respondió nada.

Cáustico y extravagante, el autor antioqueño recibió el premio Rómulo Gallegos en Caracas con un discurso sobre la indefensión y, a la vez, la superioridad moral de los animales. Foto: Flickr/Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
“El hombre
no es el rey de la creación. Es una especie más entre millones que comparten con
nosotros un pasado común de cuatro mil millones de años. Cristo es muy reciente,
solo tiene dos mil. Al excluir a los animales de nuestro prójimo Cristo se
equivocó. Los animales, compañeros nuestros en la aventura dolorosa de la vida
sobre este planeta loco que gira sin ton ni son en el vacío viajando rumbo a
ninguna parte, también son nuestro prójimo y merecen nuestro respeto y
compasión. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro
prójimo”.
¡Qué feliz
era Fiorella! Una mujer sola: sin familia ni paisanos, sin compresión social ni
apoyo moral alguno. Y ahí estaba, al lado de Fernando Vallejo, el escritor
de La virgen de los
sicarios, y con un cheque de 100 mil dólares solo para gastárselos a sus
animales. Fernando es Jesucristo, dijo entonces. Fernando es Jesucristo, dijo
hace unas semanas.
Visto bueno desde Colombia, fiasco en Venezuela
Nora
Garzón sigue afligida por la muerte de
Quina. Pese a los intentos de los especialistas, no reaccionaba al
medicamento. Se refugiaba entre la tela y el suero no hizo mucho por ella.
Fernando, en su apartamento de Ciudad de México, la veía con ojos tristes. Era
ella quien lo despertaba a besos todas las mañanas. Para ellos, Nora Garzón, su
esposo Aníbal y su cuñado Fernando Vallejo,
Quinano era una perra callejera sino un cachorro mestizo. Murió en
junio y ya en septiembre Fernando tenía otra mestiza en su residencia, una perra
que encontró perdida en una calle y que piensa devolver a sus dueños en cuanto
aparezcan. “Tenía un collar. Fernando está muy contento”. Nora tiene una buena
impresión de Fiorella Dubinni. La conoció en 2003, justo después de hablar con
Fernando. El escritor le pidió al matrimonio hacer un recorrido por Venezuela
para encontrar un refugio digno de recibir 100.000 dólares. Para entonces eran
430.000 bolívares. Hoy, al cambio negro, equivaldrían a diez millones de
bolívares. Y siempre ha sido mucha plata.
Aníbal,
desde Medellín, explica a través del teléfono que el recorrido comenzó en
Caracas. Hablaron con Cristina Camiloni, una argentina con discapacidad que
tenía una asociación de mascotas autogestionada a través de una clínica con
precios bajos, la actual Aproa; siguieron con un refugio de perros en Valencia
que se descartó por la juventud e inexperiencia de sus responsables; y luego le
tocó al gran albergue de jaurías sobre la carretera de Guarenas. Cuando llegaron
a Mampote, esa mañana, ya estaba decidido quién recibiría el dinero. Habían
descartado 15 organizaciones. Nora le preguntó a su cuñado, antes de entregar el
premio, por qué no lo entregaba a una asociación de perros colombiana, y
Fernando contestó que los perros en la calle son lo mismo en cualquier ciudad
del mundo y que, como fue Venezuela quien le entregó el premio, serían los
perros venezolanos quienes lo recibirían.
Fue
entonces cuando Fiorella registró el refugio. Hoy, a poco más de diez años de
haber recibido el cheque y tomarse la foto junto al laureado escritor, asegura
que el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) solo le
entregó 85.000 bolívares –casi 20.000 dólares a la tasa de entonces– que reclamó
un día después en una de las sucursales del Banco del Caribe. Ella, Fiorella,
cree que el resto se lo descontó el Estado en impuestos. De esto, el Celarg no
respondió nada.

En su momento el Celarg entregó 85.000 bolívares de los 100.000 dólares destinados a los perros y gatos de Mil patitas. Foto: Wikimedia Commons
-Estoy
segura de que eso fue sicariato.
Pese a su
acusación, dos de los cinco vecinos aseguran que la mujer mantiene un tono de
voz ofensivo y que quien la apuñaló, hoy preso, la atacó después de recibir
maltratos y poco sueldo.
Fue cuando
cambió de empleado y llegó José. Tiene la orden irrefutable de impedir la
entrada a nadie.
Mensaje de
texto. 30 de septiembre. 5.16pm (ante una solicitud para tomar
fotografías).
“Te aviso
porque tengo esterilización y entonces estamos ocupados ma juan sinceramente
creo tu venga de cristina de aproa y roger pacheco y el cuaimero atrás entonces
discúlpame maasi empezaron en el 2008 no creo a nadie ni a mi mama”
(Sic).
Mensaje de
texto. 30 de septiembre. 5.17pm.
“Además
que nora me aconsejó que me cuidara mucho la espalda de tanta maldad y infamia.
Tú te dice periodista igualito que pacheco de radio caracas con su duende”
(Sic).
Mil
Patitas es hoy el refugio de perros y gatos más grande de los que se tiene
registro en el país. Allí no hay cremación, ni adopción, ni control de entrada
de los animales. Los perros se reproducen y comen todo cuanto pueden. Tampoco
tienen mayores cuidados. En cierto modo es una autarquía canina, aunque estén al
cuidado de Fiorella Dubbini. Ella se niega a permitir la entrada a su propiedad.
Ya tiene 66 años, sigue deformando el español con su acento italiano y la
entrada sigue absolutamente prohibida para periodistas. Quiere paz, asegura, y
que ya no la llamen ladrona.
Eso es
como tú, que debes tener un amigo feo, entonces los perros son iguales: hay unos
bonitos y unos feos. Yo los cuido, no los mato. Y por eso ahora me llaman
loca.

A la dueña de las instalaciones le dieron siete puñaladas en ese camino de tierra que conduce al refugio que subvencionó Fernando Vallejo. Foto Deysi Peña.