Quién le teme al ébola venezolano
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Aunque menos letal, no es exagerado comparar al virus Guanarito con su primo africano: produce fiebre y la muerte con una caótica hemorragia interna. En estos días se cumple un cuarto de siglo de su descubrimiento en los Llanos de Portuguesa. Durante los últimos seis años ha matado, en silencio, a 40 personas. La indolencia de las autoridades sanitarias y el desconocimiento de la población local podrían estar favoreciendo un futuro brote.
El
Guanarito mata en siete días. Su potente replicación viral inflama los tejidos
del organismo y provoca una hemorragia interna que sale al exterior a través de
todos los orificios del cuerpo. Todos.
Así fue
como Delvia Guerra vio morir a su hijo de 17 años: defecando, vomitando, sudando
y llorando sangre en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Doctor Miguel
Oráa, de Guanare, la rural y silenciosa capital del estado Portuguesa. Fue en
septiembre de 2002 y aún Delvia dice, por equívoco, que su hijo murió de dengue
hemorrágico. Desconoce que se trata de un virus netamente venezolano, que existe
solo en los estados de los Llanos Occidentales del país y al que los científicos
internacionales investigan con tanta cautela, como interés pueden sentir por él
las organizaciones terroristas que intentan disponer de armas biológicas de
destrucción masiva. El motivo para ambos grupos es simple: el Guanarito es tan
fiero, y casi tan letal, como el ébola, que por estos días asuela el oeste de
África.
Lewis
Lenín Silva Guerra, el hijo de Delvia, fue una de las 23 personas fallecidas ese
año a causa de esta, la Fiebre Hemorrágica Venezolana. Desde su deceso en
2002 y hasta el mes de julio de 2014, han fallecido desangradas al menos 98
personas en el país, casi todas ellas en los estados Portuguesa y
Barinas.
El virus
causante de la enfermedad se llama Guanarito porque se descubrió en 1989 en el
municipio llanero del mismo nombre, después de que litros de sangre mancharan el
piso del hospital Oráa. Más de cien personas murieron ante la impotencia de
decenas de especialistas, epidemiólogos que se llevaban las manos a la cabeza
mientras trataban la enfermedad en vano como si fuera un dengue. Pero hoy, a 25
años de esos terribles episodios, en esa población de 42.000 habitantes y tres
parroquias, le temen más a El Silbón, un espanto del folklore local, que a la
fiebre. José Tovar -un técnico agropecuario de la población-, por ejemplo,
frunció el ceño cuando se le preguntó sobre el virus. No sabía de la enfermedad,
pero sí podía dar fe de que el espanto nacional por excelencia existía y que él
mismo, con sus propios oídos, lo había
escuchado.

Más de cien pacientes murieron en 1989 con el primer brote de Guanarito. Las huelgas estaban a las puertas del hospital Oráa de Guanare y el terror invadió la zona. Foto: Wikipedia
Mientras
los guanareños, despreocupados por el virus, se cuidan de un fantasma,
investigadores estadounidenses encendieron las alarmas por la pérdida de un
frasco de Guanarito. Saben de qué asesino están hablando. Autoridades de la
Universidad de Texas en Galveston informaron en marzo de 2013 sobre la
desaparición de una muestra del Guanarito en un centro de investigación de esa
casa de estudios, que sirve al Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus
siglas en inglés) de Estados Unidos. Hasta la fecha, no hay mayor información
sobre el caso y especialistas advierten el riesgo de que el virus pueda
emplearse al servicio del bioterrorismo.
Mucho más
al sur del hemisferio, en Guanare -a tan solo dos horas en carro del epicentro
hemorrágico del país-, siete taxistas, dos amas de casa, cuatro adolescentes,
una oficinista y los dos encargados de un hotel de camioneros, interrogados para
este reportaje, nunca habían escuchado sobre la Fiebre Hemorrágica Venezolana.
Cerca, en la Dirección Regional de Salud del estado Portuguesa, cuya sede ocupa
una estructura vieja con puertas de madera al cuidado de un portero armado solo
con un cuaderno de visitas, Nuris de Manzione daba una charla sobre el ébola y
sus implicaciones en el país, como una excusa para volver a hablar del
Guanarito. Reunió a todos los epidemiólogos de Portuguesa para iniciar un cerco
preventivo y evitar que un posible brote de Guanarito termine en los medios de
comunicación bajo el disfraz de una presunta llegada del letal virus africano a
Venezuela. Ya días antes, en julio, había muerto un residente del poblado de San
Rafael -45 años, obrero, sexo masculino- por la fiebre hemorrágica. Hasta ese
mes se registraron siete casos en lo que va de año; dos de esos pacientes
perdieron la vida. De Manzione, en medio del desconocimiento rural, tiene todas
las respuestas acerca de este asesino
endémico.
Más que dengue, Guanarito
Tenía 32
años y era la epidemióloga regional. Morena oscura, con la mirada triste y con
ocho años de experiencia para entonces, Nuris de Manzione dejó a su hijo de dos
meses de nacido al cuido de una doméstica para llegar al hospital. Era
septiembre de 1989, y en los pasillos del establecimiento sanitario la gente
–hombres en su mayoría– moría desangrada por una aparente epidemia de dengue
hemorrágico. Fueron más de 100 personas, de todas las edades, pero todas, sin
excepción, del municipio Guanarito, las que llegaron con hilos de sangre que les
brotaban de los lagrimales. Los pacientes, débiles, con el abdomen inflamado y
las encías sangrantes, fallecían después de varios días de ataques de fiebre,
dolor de cabeza, malestar general y, al final, la inevitable y escandalosa
hemorragia.

Reunidos ahora contra el ébola, los médicos de Portuguesa recuerdan que en 1989 tuvieron que correr por lo que entonces llegaron a escuchar como el “Supersida”. Foto: Juan José Faría
La doctora
De Manzione interrumpió su discurso del ébola y ahora está sentada en su
oficina, rememorando, mientras contiene el llanto. Fueron los días más oscuros
de su carrera, dice, antes de preguntar a qué se debe la investigación sobre el
virus. Es que nadie se interesa ya. En Guanarito, que para entonces tenía menos
de 30.000 habitantes, creían que se debía a una maldición satánica y llamaron a
la enfermedad el Supersida. Los
estudios, apurados por la incontrolable epidemia, forzaron al grupo de
epidemiólogos a trabajar con las uñas. El Instituto Nacional de Higiene y un
departamento del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC)
analizaron las muestras. La viróloga Rosa Alba Salas descubrió que se trataba de
un virus distinto a los sospechosos habituales: dengue, leptopirosis o malaria.
Se sabía que era fiebre, y que era hemorrágica, pero nada
más.
Entonces
los epidemiólogos y virólogos del país se concentraron en la zona de Guanarito
debido a las estadísticas de los pacientes. Todos provenían de allí –sí, el
pueblo de El Silbón- y de los municipios vecinos de Papelón y Guanare. La
mayoría eran trabajadores del campo con edades entre 20 y 45 años que se
trataron con cualquier calmante los dos o tres primeros días de fiebre alta y
llegaron a la pequeña ciudad solo después de detectar los primeros síntomas
hemorrágicos.
La
investigación previa arrojó que en la provincia argentina de Buenos Aires
existía un virus similar, un
Arenavirus llamado Junín,
del que se tenía conocimiento desde 1958. Las muestras del virus criollo
llegaron a la Universidad de Texas, en Estados Unidos, y allí, con el concurso
del doctor Roberth Tesh, se determinó que se trataba de un Arenavirus endémico, es decir, que solo existe en
ese poblado. Fue entonces cuando bautizaron la enfermedad como Fiebre
Hemorrágica Venezolana. Ya la hemorragia tenía apellido.
De
Manzione recuerda que a finales de ese año comenzaron los trabajos de campo. En
sus cuadernos anotaron que la mayoría de los enfermos residían en las parroquias
alejadas de la capital de Guanarito, del mismo nombre, y que en una sola familia
se podían encontrar más de dos enfermos o fallecidos. Se sabía que el virus
estaba en ese territorio, pero no se hallaba el vector, es decir, el animal que
lo transmitía a los humanos y lo preservaba en el tiempo. En 1990 concluyeron
que el virus vivía en el
Zingodontomys Brevicauda, un pequeño ratón silvestre cuyo hábitat
ocupa desde Panamá hasta el oriente venezolano, atravesando todo el territorio
colombiano. De seis centímetros, se alimenta de plantas y frutos, y vive en
madrigueras cerca de las siembras. Lo conocen como el ratón de caña de azúcar y solo entra
a las casas en temporada de lluvia cuando el agua destruye sus guaridas. Pese a
todo lo descubierto por los analistas, no había mayores registros de mordidas de
estos animales en humanos. La transmisión del virus se convirtió en un
misterio.

Conocido como el ratón de caña de azúcar, el vector del Guanarito está presente desde Panamá hasta el oriente venezolano. Foto: Wikipedia
Mientras
tanto, De Manzione y el resto de los investigadores se enfrentaron a otra
epidemia: las críticas. Los políticos de entonces, cuenta, responsabilizaron al
gremio médico y a la crisis sanitaria por los cientos de muertes e incluso los
epidemiólogos fueron sometidos a una interpelación pública en el extinto
Congreso de la Nación. Las huelgas estaban a las puertas del hospital y el
terror se había adueñado del pueblo.
La cuna del ébola criollo
Los 42.000
habitantes de Guanarito conocen a Juan Hilario. Los primeros días de mayo no hay
caporal paseando por sus parajes ni burrero que recorra sus caseríos. El Silbón
es el pran del pueblo y su leyenda, la norma de convivencia.
En una de
sus calles reside Miriam Rodríguez, miembro de la directiva de la Asociación
Nacional de Cultivadores de Algodón. Al principio dice que nunca había escuchado
del Guanarito, pero al identificar los síntomas recordó el calvario de su amiga
Delvia, la que perdió a su hijo en 2002.
El pueblo
tiene unas calles llenas de aguas negras y poco alumbrado público. En sus 19
centros de salud no hay ambulancia alguna, pero es un poblado rico, con siembras
de patilla, ajonjolí, girasol, melón y arroz por sus cuatro costados. Lewis, el
muchacho de 17 años, removía la tierra en el sector Morrones un lunes por la
mañana. Usaba solo las herramientas necesarias para adelantar el trabajo en la
granja de su familia. A los tres días ingresó al hospital de Guanare por la
persistente fiebre y, dos o tres días después, falleció. A su madre le dijeron
que era dengue hemorrágico y que era una enfermedad única en Guanarito. Cuando
Miriam Rodríguez vio morir al adolescente, olvidó el silbido del espanto y
sintió fobia por los zancudos. Supuso que el pueblo estaba condenado a la muerte
sangrienta debido a los elevados números de contagio del Aedes
agiptus.
Doce años
antes de ese deceso ya se había descubierto que la rata era la transmisora. Que
rondaba por todo el pueblo y que cualquiera estaría condenado a su mordedura.
Ningún trabajador de la tierra se preocupó por exterminar a la rata ya que la
única forma era acabar con las cosechas o contaminar todos los sembradíos.
Iniciando los noventa, el resultado de la investigación alarmó a todos los
especialistas: bastaba oler el excremento de la rata para contagiarse. La
inhalación y el tacto directo con los fluidos del animal son suficientes para
correr el riesgo del desangre. Las
ratas de caña de azúcar
no muerden.
En la sala
situacional de la Dirección de Salud tienen las cuentas claras, aunque no
siempre concuerden con las del ministerio en Caracas. Desde 2008 hasta julio
pasado, se han contabilizado solo en Portuguesa 175 casos. De ellos, 40 han
fallecido. No hay registros de mortalidad de los otros estados endémicos
–Barinas y Guárico– ni de los estados en riesgo –Cojedes y Apure–. Las cifras
del Ministerio de Salud reportan 41 casos durante ese período a nivel
nacional.
De modo
que hubo más casos reportados en Portuguesa que los certificados por el
ministerio en todo el país. Mientras que el ente oficial en materia de salud en
la entidad señala que en 2008, por ejemplo, hubo cuatro muertes, el ministerio
sólo da cuenta de dos decesos en todo el país. Al año siguiente, se registraron
ocho defunciones en Portuguesa, pero el ministerio reportó seis a nivel
nacional. En 2011, también, lo reportado por la Dirección Regional, 14
defunciones en Portuguesa, contrasta con la cifra de 13 muertos por la fiebre en
todo el territorio nacional expuesta en el Anuario de Mortalidad publicado ese
año por la cartera de Salud.
De
Manzione dirige una sala situacional equipada con tesón e ingenio. Tiene una
ingeniera a su orden que hacía análisis semanales en Guanarito, pero ahora los
hace una vez al mes por falta de vehículo. Pese a ello, los investigadores
cuentan con el Centro de Investigaciones de Virosis Hemorrágicas y Enfermedades
Transmisibles (CIVIHET), a donde van a parar todas las muestras para el estudio
de los posibles casos. Se trata de una pequeña residencia en el sector La
Colonia de Guanare que funciona hasta las tres de la tarde y que no atiende al
público en general, sino que recibe las muestras que envían desde el hospital.
Allí labora desde abril de este año la bioanalista María Eugenia Núñez, oriunda
del estado Bolívar y especialista en Biología Molecular del IVIC. Ese mes
recibió un caso novedoso para ella en un laboratorio privado: el paciente tenía
todos los síntomas del dengue, pero la evaluación del virus arrojaba otro
resultado, así que fue remitido al hospital Doctor Miguel Oráa. Pese a todos sus
estudios, fue ese día que Núñez conoció al Guanarito cara a cara. Si en
Portuguesa se desconoce su existencia, en el resto del país el primo hermano del
ébola no tiene ni barra ni doliente.
El
profesor Enriquez Álvarez, de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador
(Upel) de Barinas, publicó en 2009 una investigación titulada Virosis hemorrágicas en el medio
rural, sobre el conocimiento de los habitantes del caserío El Ruano del
municipio Guanarito sobre la Fiebre Hemorrágica Venezolana. Realizó entrevistas
durante cuatro años que revelaron la ignorancia colectiva sobre la enfermedad y
sus riesgos. La investigación concluye: "La población muestra confusión respecto
a la enfermedad que le afecta (…) La intervención educativa ha sido débil, el
Ministerio de Salud ha informado sobre la fiebre a algunos pobladores y el
Ministerio de Educación y la Dirección Ejecutiva de Educación han estado
ausentes del área".
Muchas
personas, aun siendo afectadas, explicó Álvarez, no creen que se deba a un virus
sino a cosas de brujería. “Piensan que viene por la vía de un mal echado. Es una
creencia general”, dijo. Por ello, desarrolla actualmente un segundo estudio
sobre las supersticiones alrededor de la enfermedad e impulsa talleres dirigidos
a maestros de escuelas rurales. “El 90 por ciento de esos docentes no la
conoce”. Su interés lo llevó a presentar al año pasado una propuesta ante el
Ministerio de Educación Universitaria para ampliar el alcance de sus actividades
informativas a más poblados de Portuguesa y Barinas.
Las
jornadas educativas y preventivas del Ministerio de Salud, cuenta, no logran
abarcar los diversos caseríos. Los funcionarios del ministerio son pocos y no
cubren esas grandes áreas. La cartera de Salud elaboró el Manual para la
Vigilancia Epidemiológica de la Fiebre Hemorrágica Venezolana, con datos
detallados sobre los síntomas del virus y las medidas de prevención. Está
publicado en el website del ministerio. El acceso a estos materiales, sin
embargo, se dificulta en las residencias rurales caracterizadas por su escaso
acceso a Internet.
Mata, pero no tanto
El CIVIHET
es el único centro diseñado para las investigaciones sobre el Guanarito. Gabriel
González, su director, explica que para identificar el virus se debe extraer su
ADN. La institución también tiene cuartos de evaluación del Mal de Chagas,
leptopirosis, malaria, chikunguña y otras enfermedades virales. El laboratorio,
humilde a simple vista aunque equipado, luce en perfectas condiciones. De hecho,
su aspecto y funcionamiento parecen refutar al presidente del Colegio de Médicos
de Portuguesa, Carlos Casal, quien desde Acarigua –la capital comercial de la
provincia– aseguró que el laboratorio había sido desmantelado por el Gobierno
nacional desde el año 2000.

El Centro de Investigaciones de Virosis Hemorrágicas y Enfermedades Transmisibles (CIVIHET), con sede en Guanare, es el único diseñado para investigar el Guanarito en todo el país
El nivel
de mortalidad del Guanarito es de 23 por ciento, es decir, de cada 100 enfermos
al menos 23 mueren. Ana Carvajal, especialista en Infectología y miembro de la
Red Defendamos la Epidemiología Nacional, explica que el nivel de mortalidad de
la Fiebre Hemorrágica Venezolana, menor al 30 por ciento, es lo que diferencia
esta enfermedad del ébola, un
Filovirus.
Aunque la
fiebre llega a ser letal, no parece tener relevancia para las autoridades. El
Gobierno se concentra en el dengue, que hasta la semana epidemiológica número 34
de 2014 ha registrado 412 casos solo en Portuguesa. Sin embargo, todavía no se
reportan fallecimientos por el dengue, como sí los hay por el Guanarito. Tomás
Rebolledo, el epidemiólogo de esa jurisdicción, cree que el índice de mortalidad
podría ser menor si se contara con una ambulancia: el ratón de caña de azúcar no
vive en la capital del municipio sino en sus caseríos. Explica que el residente
de uno de esos pequeños pueblos puede tardar hasta dos horas en llegar al
hospital principal de Guanarito. Y desde allí se remite al de Guanare, que queda
a otras dos horas. El tiempo de los contagiados es oro: generalmente salen de
sus casas cuando ya se presentaron los indicios de sangramiento y les quedan
apenas horas de vida.
Al llegar
al hospital, a los pacientes se les administra Ribavirina, un antiviral que se
creó y se aplica en Argentina. No es un tratamiento específico para la Fiebre
Hemorrágica Venezolana, pero la experiencia demuestra que ayuda a disminuir las
muertes. Nuris De Manzione explica que el medicamento es suministrado por el
Gobierno nacional, que busca dentro y fuera del país algún laboratorio que lo
fabrique. Por tratarse de enfermedades endémicas y muy localizadas, no hay
capitalismo que se interese por la producción masiva del
antiviral.
Asesino en fuga
Un
comunicado enviado a los empleados de la Universidad de Texas dio a conocer el
escándalo: durante la inspección de rutina realizada del 20 al 21 de marzo de
2013, investigadores estadounidenses advirtieron la desaparición de una ampolla
con virus Guanarito del Laboratorio Nacional Galveston de la División Médica de
la universidad. Permanecía almacenada dentro de un congelador, aseguró el
presidente de la División Médica de la universidad, Dr. David L. Callender,
autor del mensaje. Desestimó la posibilidad de hurto al no encontrarse indicios
de violación de los mecanismos de seguridad del laboratorio.

El Centro Médico de la Universidad de Texas estudia el Guanarito desde hace más de 25 años. Una muestra de ese virus el año pasado desató un escándalo. Foto: Creative Commons / Google
“Esta es
la primera vez que un frasco que contiene un agente de selección ha sido dado
por desaparecido en UTMB [Universidad de Texas Medical Branch]. Los Centros para
el Control y Prevención de Enfermedades fueron notificados de inmediato, y al
mismo tiempo UTMB inició un proceso riguroso para garantizar la seguridad de sus
investigadores, empleados y la comunidad”, dice el documento. El incidente
ocurrió en uno de los laboratorios de Estados Unidos de máxima seguridad, donde
también se estudia el ébola.
Scott C.
Weaver, director del Institute for Human Infections and Immunity del Laboratorio
de Galveston, afirmó vía telefónica que el interés estadounidense en el estudio
del Guanarito se debe a las posibilidades de que pueda ser usado para la
elaboración de armas biológicas debido a sus severos efectos hemorrágicos.
Aseguró que la naturaleza epidemiológica y los síntomas de este virus son
investigados desde hace años por su colega, el doctor Tesh, y otros
científicos.
Pero la
ubicación de la polémica muestra, confirma el especialista, aún es un
misterio.