El banquero punk que puede salvar a Maduro

Como el presidente, Mathieu Pigasse ama el rock, es de izquierda y mantiene amistad con Cristina de Kirchner y Rafael Correa. Pero hasta allí los paralelismos: formado en las escuelas de la élite francesa, pasa por editor y escribe libros. Podría ser como Piketty pero prefiere la acción en Lazard, la mayor empresa mundial de asesoría financiera. Le organizó a Rafael Ramírez una reunión con inversionistas en Londres y ahora gestiona la reestructuración de las cuentas públicas venezolanas.

27 julio 2014

París, Francia

¿Quién es Matthieu Pigasse? Según todos los indicios, se trata del banquero francés que ha fichado el gobierno de Nicolás Maduro para reestructurar las cuentas de la atribulada economía venezolana. Un financiero parisino de 46 años que ejerce como director general de la Banque Lazard en el Hexágono y estaría detrás de los recientes ajustes de cuentas que han provocado la caída del veterano superministro de Economía Jorge Giordani y el inesperado nombramiento como asesor del septuagenario cubano Orlando Borrego.

Para el que fuera responsable de la política económica de Hugo Chávez durante tres lustros, su destitución ha sido orquestada desde la sede central de Lazard Frères en el parisino, donde Pigasse es el amo y señor. Aunque en un texto publicado en la revista digital Aporrea, Giordani denunciaba las “interferencias de asesores franceses” sin dar nombres, el sociólogo germano Heinz Dieterich se encargó posteriormente de señalar a los responsables en el mismo website, empezando por el periodista español afincado a orillas del Sena, Ignacio Ramonet, fundador del movimiento altermundista Attac, profesor de la Sorbona y director de Le Monde Diplomatique, y terminando por el vicepresidente europeo de Lazard.

Según Gilles Sengès, reportero del diario L’Opinion, que cubre la información económica del continente americano, el nombre de Pigasse le fue sugerido a Maduro por sus homólogos progresistas ecuatoriano y argentino, Rafael Correa y Cristina Kirchner, como el cerebro en la sombra de esa “revolución dentro de la revolución” que el continuador del chavismo quiere imponer en un país devorado por la inflación, los problemas de abastecimiento y las crecientes restricciones a las libertades públicas.

Con Pigasse, a Maduro le une su pasado rockero. Si el actual presidente venezolano puede presumir de haber sido, en los años 80, guitarrista del grupo Enigma, el banquero francés es fan acérrimo del desaparecido cuarteto punk británico The Clash, aquel que, en 1981, dedicó nada menos que un triple elepé a la mayor gloria de la causa sandinista. 

Al margen de complicidades musicales, Pigasse es un alumno brillante de la facultad de Sciences Po y luego de la muy exclusiva École Nationale d’Administration (ENA) –donde se forman habitualmente las elites políticas y financieras galas–, que hizo primero carrera ministerial en la Dirección del Tesoro, a las órdenes del entonces ministro Dominique Strauss-Kahn (1998), y luego fue director ajunto del gabinete de Laurent Fabius (1999), en aquel tiempo titular de Industria y hoy jefe de la diplomacia en el gobierno de Manuel Valls. Quienes le conocieron entonces le recuerdan en su despacho de Bercy, como un trabajador incesante, rodeado de una montaña de latas de Coca-Cola y escuchando música sin parar.

Fue el ubicuo ensayista y consejero político Alain Minc quien recomendó su fichaje en 2002 a Bruno Roger, el patrón de Lazard France, una de las sedes de esa marca, una de las mayores y más reconocidas firmas mundiales de asesoría financiera y gestión de activos. En otras palabras, el corazón del capitalismo financiero. El Partido Socialista acababa de recibir el mayor varapalo electoral de su historia reciente, cuando Lionel Jospin fue eliminado en la primera ronda de los comicios presidenciales debido a las divisiones internas de la izquierda, y el derechista Jacques Chirac se disputó el Elíseo con el ultra Jean-Marie Le Pen para gran escarnio de los nostálgicos de la era Mitterrand. Como tantos altos cargos, Pigasse tuvo que buscarse la vida en el sector privado. ¡Y bien que se la buscó!

Alain Minc, ensayista y consejero político, fue mentor de Pigasse. Crédito de la imagen: Paul Thielen/ Creative Commons

Quizá debido a sus conexiones políticas y a esa condición de enarca –exalumno de la ENA– que abre muchas puertas en los herméticos círculos del poder parisino, al poco de llegar al 121 del bulevar Haussmann, le pusieron al frente de la entonces maltrecha división de asesoría a gobiernos y reestructuración de deudas soberanas. Y los resultados no tardaron en llegar: la mano de Pigasse estaría detrás de la renegociación de 100.000 millones de la deuda argentina tras la quiebra del país en 2001, pero también de la renegociación de la deuda de Irak en 2002 o de la nacionalización del gas boliviano en 2006.

Al poco, saltó a Fusiones y Adquisiciones, luciéndose de nuevo en operaciones como la venta del club balompédico Paris-Saint Germain a Colony Capital, la fusión Suez-Gaz de France o la recapitalización del diario izquierdista Liberation, fundado por Jean-Paul Sartre, que condujo en 2005 a la entrada como máximo accionista del magnate Édouard de Rothschild, apodado El barón rojo.

“Pigasse tiene una impresionante capacidad intelectual y se ha demostrado eficaz en todo lo que hace. Siempre está ahí cuando le necesitas y siempre te ofrece una solución", comenta de él uno de sus clientes de la época, el presidente de Colony Capital, Sébastien Bazin. "Tiene talento, encanto, y don de gentes", concede su mentor Alain Minc, con quien las relaciones se han enfriado últimamente tras la irrupción de Pigasse y sus socios, Pierre Bergé y Xavier Niel, en junio de 2010, en la sociedad editora del vespertino Le Monde.

Hoy el trío BNP –como les apodaron entonces, jugando con el nombre del célebre banco francés y las iniciales de sus apellidos– le ha debido de coger gusto a las inversiones en medios de comunicación ya que, este año, se hicieron discretamente con otra cabecera emblemática de la prensa de izquierda, el semanario Le Nouvel Observateur.

Hijo, sobrino, hermano y primo de periodistas, Pigasse ha sido siempre consciente del poder de la prensa y ha desarrollado con los años una trayectoria como empresario en este sector. Además de financiar el site Rue 89, es desde 2009 propietario de la revista Les Inrockuptibles: aquel mensual de rock que leía cuando tenía 18 años y que él ha transformado en un semanario fashion donde se mezcla la información de tendencias y el activismo político, poniendo a la cabeza durante un tiempo a Audrey Pulvar, la exnovia del ministro socialista Arnaud Montebourg.

Pigasse también se ha interesado en el mundo de los medios de comunicación. Desde 2009 es propietario de la revista "Les Inrockuptibles".

Bautizado por sus enemigos “el banquero punk de izquierda”, este empresario visionario y gestor inflexible donde los haya no responde en absoluto a la imagen tradicional de un potentado de las finanzas europeas. Delgado, sofisticado, no bebe alcohol, cuida su línea, le gustan los trajes de Dior y los locales de moda que hay en torno a su domicilio en la elegante rue du Faubourg de Saint-Honoré. Siente fascinación por Japón y especialmente por la filosofía bushido, ese código ético del samurai que reivindica la honestidad, el valor, el sentido del honor y la negación del placer.

Lector empedernido de Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Henri Michaux o Gustave Flaubert, durante un tiempo una de sus frases de cabecera fue “escribo para hacer vomitar a los burgueses". “Lo que más me atrae de él es su empatía e inteligencia; y lo que más me molesta es su narcisismo", opina Edouard de Rothschild.

Declarado socialista-liberal, Pigasse nunca ha ocultado sus ambiciones políticas. Es miembro del consejo de administración de la Fundación Jean Jaurès, el think thank del Partido Socialista francés, así como de la asociación proeuropea EuropaNova.

Como muchos de su quinta, traumatizados por el fiasco de 2002, se ha puesto al servicio del Partido Socialista cada vez que ha hecho falta parir un programa económico para ganar unas elecciones o enderezar las cuentas públicas. Así, colaboró con el equipo de campaña de Segolène Royal en el intento de 2007 de reconquistar el Elíseo, en el que la entonces compañera sentimental de François Hollande no logró imponerse a  Nicolas Sarkozy, quien sería presidente por cinco años. Después de aquella nueva derrota en las urnas, ha asesorado a Betrand Delanoë durante los años en que ha ejercido de alcalde de París, como ahora hace lo propio con Manuel Valls tras su designación como primer ministro el pasado mes de mayo.

Con semejante currículo, no es extraño que el mismísimo Rafael Ramírez le pidiera ayuda recientemente para organizar en el Hotel Claridge de Londres, el pasado 13 de junio, una reunión al margen de la cumbre de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), en la que el flamante Vicepresidente del Área Económica, Ministro de Energía y Petróleo y mandamás de Pdvsa trató de tranquilizar a medio centenar de inversores extranjeros, hasta entonces inquietos por el colapso de la economía venezolana y la crisis de gobernabilidad que parecía enfrentar el gobierno de Nicolás Maduro desde febrero.

Casado desde 2010 con la periodista y escritora Alix Étournaud, con quien ha tenido tres hijos, a Mathieu Pigasse le queda tiempo aún para publicar ensayos de política y finanzas. El primero, El mundo de después: una crisis sin precedentes (Plon, 2009), escrito a cuatro manos con el prestigioso intelectual Gilles Finchelstein –el hombre que le escribía los discursos a Pierre Mauroy, célebre primer ministro de la etapa “de izquierda” de la presidencia de Mitterand, y creador de la Fundación Jaurès–, obtuvo el premio al mejor libro económico que concede anualmente la Escuela de Altos Estudios Comerciales HEC Paris.

En el último, significativamente titulado Elogio de la anormalidad (Plon, 2014), Pigasse –esta vez en solitario– intenta alertar a los gobernantes europeos sobre los peligros del inmovilismo en una sociedad que se halla todavía aturdida por una crisis sin precedentes. Para el banquero rojo, la austeridad es un grave error de los gobernantes europeos, como se ha visto en los casos de Grecia y Chipre, donde ha generado mayor desempleo y desigualdad social. Denunciando lo que él llama "la barbarie de la austeridad", rechaza la doctrina neoliberal, critica los errores de cálculo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y reivindica los ejemplos de las políticas económicas de Canadá y Suecia con sus recortes selectivos del gasto público para evitar alzas en los impuestos.

Para Pigasse, los dos últimos presidentes franceses no han sabido entender las necesidades de su país. Si desprecia la "hiperactividad estéril" de Sarkozy, tampoco aprueba la pretendida normalidad de su sucesor François Hollande, que es para él una "excusa para la inacción" y el "disfraz de la pasividad".

Citando a su antiguo jefe, el defenestrado Dominique Strauss-Kahn –apartado de la presidencia del FMI después de un escándalo de acoso sexual en Nueva York-, llega a sugerir que "culpar al mundo de las finanzas del desastre económico que padecemos es como incriminar a la industria del automóvil cuando se habla de las muertes en carretera". Contra la banalización actual de la política, se apropia de consignas de la era punk como "No Future" (“Sin futuro”), "Do it yourself” (“Hágalo usted mismo") o "Never Surrender" (“Nunca te rindas”) para incitar a la acción urgente y reclamar más audacia. Y termina parafraseando a su admirado Albert Camus al sentenciar que "nuestro mundo no necesita almas tibias, sino corazones ardientes”.

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