Buhoneros globales comercian con el coltán venezolano

Es una de las llamadas “tierras raras” y material estratégico para la industria de alta tecnología. Abunda al sur de Venezuela, junto a la frontera con Colombia. Y aunque el gobierno venezolano anunció en 2009 medidas para el control militar de los yacimientos, desde entonces no han hecho sino florecer rutas de contrabando internacionales en las que participan el narcotráfico y traders informales. En un clima de misterio, ahora el coltán venezolano amenaza también con convertirse en motivo de conflictos geopolíticos.
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Agazapados entre tantos avisos que cuelgan
en la web, se asoman en Internet los primeros eslabones de una cadena de
contrabando que empieza en yacimientos de los estados venezolanos de Amazonas y
Bolívar, sustenta una economía sumergida –con actores del narcotráfico en el
reparto- en países limítrofes como Colombia y Brasil y, luego de blanquearse a
través de traders ubicados en
antípodas como Corea del Sur, termina en los cerebros electrónicos de consolas
de videojuegos, teléfonos celulares y misiles teledirigidos.
¿Qué mercancía ha dado lugar a esta
enrevesada ruta del comercio semiencubierta? Se trata del coltán, el Oro azul
del siglo XXI, requerido por las propiedades de conductividad y resistencia al
calor de sus componentes –Columbita y Tantalita- para diversas industrias
estratégicas.
Para los venezolanos, el
coltán pasó a ser de un insigne desconocido o una denominación de ciencia
ficción, a una realidad cercana gracias a un anuncio del presidente Hugo Chávez.
“Ahora apareció un mineral estratégico que se llama coltán y hemos tomado la
zona militarmente porque se lo estaban llevando para Colombia de contrabando”,
dijo el primer mandatario el 15 de octubre de 2009. Su orden corrió por todos
los medios de comunicación, pero no parece haber tenido un efecto determinante,
de acuerdo a la siguiente investigación periodística desarrollada conjuntamente
durante un año por reporteros del diario El Universal de Caracas, el sitio Armando.info, también de Venezuela, de
Noticias Uno de Bogotá, con el apoyo
del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus
siglas en inglés) de Washington DC.
Expuesta en la web, en sitios como por
ejemplo Tradeboss.com, se encuentra la oferta del mineral venezolano –coltán,
sobre todo, pero también oro y aluminio, entre otros- por parte de Korea TPC
Development de Venezuela. Garantiza despachos a cualquier parte del mundo y
confidencialidad: “A través de nuestra plataforma comercial totalmente
automatizada, los clientes pueden interactuar directamente por cada envío
manteniendo el control de su orden en un ambiente anónimo y libre de
conflictos”.
Korea TPC Development de Venezuela quedó
inscrita en el Registro Mercantil Primero de la ciudad de Valencia, estado
Carabobo, el 29 de julio de 2010, apenas nueve meses después de que el
presidente Chávez ordenara el control militar de los yacimientos de coltán en la
Orinoquía. Según asienta, la empresa, con un capital de 23 millones de dólares,
se dedicaría a la “construcción de plantas de bioenergía y de gas, así como
manufactura de instalaciones a base de diesel”.
Hoy, sin embargo, sus sedes declaradas en
hoteles como el Gran Meliá Caracas y el Caracas Palace, simplemente, no existen.
Su rastro se pierde también en otros domicilios en las urbanizaciones Altamira y
Los Cortijos, en Caracas.
Desde Seúl, capital de Corea del Sur, en
cambio, Yang Ha Young reconoce que su nombre y su empresa corresponden a la
misma firma de Valencia que ofrece minerales por Internet. Después de varios
intentos por contactarlo, declara que fue estafado por un socio venezolano,
Moisés González, en una serie de negocios que, supone, ahora lo involucran con
la compra y venta de coltán.
“El aviso no tiene nada que ver conmigo”,
asegura. “Yo fui víctima de mi socio y no he podido comunicarme con él desde que
me engañó”. Aunque se intentó contactar a González, nunca atendió las llamadas
telefónicas en el número que publicó a través de los avisos de Internet; ni
siquiera los vecinos de las direcciones que anunció bajo su nombre saben algo de
él.
Todo –a juicio del empresario coreano– forma
parte de un malentendido. Al otro lado del mundo, desde una oficina del barrio
de Garak-Dong, admite que pasó una temporada en Venezuela esperando por unos
contratos que Pdvsa y otras empresas del Estado finalmente nunca le dieron. El
malentendido, de serlo, ilustra de cualquier modo la cara oscura de un comercio
apenas conocido y que tiene su origen en las estribaciones del Escudo Guayanés,
al norte del estado Amazonas y sureste del estado Bolívar, donde las minas
improvisadas de oro y diamantes comienzan a compartir el terreno con un mineral
nuevo en el barrio: las piedras negras, el llamado oro azul o coltán, como mejor
se le conoce.
El otro Dorado
El coltán es una amalgama de columbita y
tantalita. El primer mineral contiene Niobio, y la tantalita, Tantalio, puestos
41 y 73 de la Tabla Periódica de Mendeleiev. Aunque ambos elementos pertenecen a
la franja de las llamadas tierras raras, su uso se ha vuelto cada vez más común
e indispensable para la miniaturización de equipos electrónicos que van desde
teléfonos celulares hasta misiles.
Pese a su rareza, ya a finales de los años
70, el Ministerio de Energía y Minas de Venezuela (entonces, de Minas e
Hidrocarburos) financió investigaciones alrededor de esos y otros minerales del
macizo guayanés, la particular formación geológica que en sus entrañas guarda
elementos tan valiosos como escasos. Pero más de 30 años después, cuando esos
experimentos pioneros eran apenas referencias archivadas en las bibliotecas de
la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), apareció una nueva oleada de mineros
en busca de materia prima para las nuevas tecnologías. Y llegan con voracidad.
Justo en Parguaza –en el estado Bolívar,
piedemonte del macizo guayanés- se ven los primeros indicios de la fiebre del
coltán.
En el sector Los Gallitos, desde uno de los
yacimientos que se vislumbran en medio de las sabanas, los mineros confirman que
son extranjeros los que buscan el botín como si se tratara de un servicio a
domicilio. “Los colombianos son los que mueven esta piedra aquí”, señala Flandes a secas, sin apellido ni nombre
formal, dejando entrever que se trata de un apodo.
“Vienen en moto y viajan otra vez hasta el
puerto de El Burro, para luego agarrar una lancha que en menos de 15 minutos los
deja en Puerto Carreño, la capital del departamento del Vichada”, añade Flandes,
quien es hijo de otro minero que lo acompaña en la búsqueda de las llamadas
piedras negras. Han aprendido a distinguir la diferencia entre este mineral y
otras rocas que también se encuentran entre las tierras de la zona: es casi
negra y pesa más que una piedra tradicional.
Padre e hijo tienen historia extrayendo oro
y diamantes por la región. Ahora, inclinados sobre un montículo de tierras
rojizas, se les ve con pico y pala extrayendo coltán alrededor de Parguaza, una
esquina del estado Bolívar que empieza a aparecer en el radar de las grandes
empresas del sector tecnológico. En esa zona y al menos en otros cuatro puntos
más conocidos por los locales, cuando los militares bajan la guardia, acuden en
oleadas de hasta 30 mineros para dar con el oro azul.
Allí, donde las montañas de piedra se
levantan sobre la selva hasta hace poco virgen, brotó una nueva actividad. “La
gente está en esto porque hay necesidad y no se consigue trabajo”, justifica
Camilo, otro de los tantos mineros de la zona.
Todos recuerdan bien que un grupo de
empresarios extranjeros se apareció hace más de un año en el lugar con ofertas
de progreso. Hablaron de nuevos tiempos, de beneficios para aquellos que
respaldaran con sus firmas una solicitud al gobierno para legalizar la
extracción de coltán. Todo quedó en palabras al viento; ni tarjetas de
presentación impresas les dejaron. “Le dijeron a la gente que iban a haber casas
y fuentes de trabajo pero no volvieron más”, comenta Flandes.
Varios de los hacendados de la zona agregan
que colombianos, australianos y hasta coreanos llegaron a tocar sus puertas con
un proyecto de coltán bajo el brazo. Ofrecían millones de contado a cambio de
sus títulos de propiedad. En Venezuela, de cualquier manera, extraer coltán es
un delito.
Cualquier actividad minera está prohibida en
Amazonas desde 1989. Solo en Bolívar la empresa Desarrollo Minero del Amazonas
(Demina) obtuvo una concesión en el año 2001 para explorar y explotar coltán,
entre otros minerales, pero ahora enfrenta el caso en tribunales, luego de que
el Gobierno rescindiera en 2010 esa única licencia que el Estado había otorgado.
Extraer, guardar o transportar piedras
negras se convirtió en delito a partir de entonces. Los registros judiciales
revelan que la Guardia Nacional incautó casi dos toneladas (1800 kilos) de
coltán entre 2009 y 2011 a siete personas, entre las que hay mujeres y hombres,
indígenas, ciudadanos colombianos y menores de edad.
Aunque varios de los imputados han sido
liberados, la mayoría de los casos permanecen abiertos. La Guardia Nacional les
ha decomisado el mineral dentro de envoltorios, sacos de fique y medias blancas,
junto a picos, surucas, palas, machetes y algunos pares de botas.
Una organización local, la Fundación para el
Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología en el estado Amazonas (Fundacite
Amazonas) reveló en un informe de 2009 que la Guardia Nacional tenía 46,800
kilogramos de columbita-tantalita confiscados a un ciudadano colombiano y que en
el punto de control de Pozón de Babilla se encontraban máquinas incautadas por
los militares cerca de la zona donde ocurrió la extracción ilegal. Fundacite,
adscrita al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, encontró indicios de
que los mineros tuvieron la asesoría de especialistas con conocimientos sobre
métodos para estudiar los suelos.
La ruta negra del oro azul
Las seguridades de confidencialidad que en
la red ofrece Korea TPC Development de Venezuela no son ni excesivas ni raras en
este negocio. De hecho, el coltán se maneja al margen de la ley, sin facturas ni
registros de aduana, y casi en el anonimato del que disponen empresas de
fachada. Dos de ellas son Global Impact USA y Hawk Enterprises, por ejemplo.
Solo la primera tiene registro legal en el estado de Florida, Estados Unidos,
pero ambas remiten a los mismos números telefónicos de un contacto en Venezuela:
en este caso se trata de Aribel Ojeda, que prefiere no hablar del negocio del
mineral.
Ese mercadeo a las sombras es también
trasnacional. Si el mineral se extrae en Venezuela, pronto traspasa las
fronteras que en esta zona suelen coincidir con accidentes naturales. Entre
Venezuela y Colombia ese accidente es el cauce del río Orinoco. En su cuenca, en
medio de la selva, hay más arroyos que carreteras. A los buhoneros del coltán
solo les toma 15 minutos de navegación en lancha para llevar la mercancía a buen
puerto. A través de El Burro y Puerto Páez, los mercaderes cruzan el Orinoco
hasta alcanzar Puerto Carreño, en Colombia. Más al Sur pero en el mismo estado
Amazonas, otra ruta predilecta conecta a San Fernando de Atabapo en Venezuela
con Puerto Inírida en Colombia.
El coltán es un secreto a voces en el sur
del país. Pero como todo lo informal que se desenvuelve en secrecía, se presta a
timos y al control del negocio por parte de poderes fácticos que ya manejan
otros tráficos ilícitos. No escasean los casos de intermediarios que han
recibido casiterita por coltán. También cunden las versiones que, bajo resguardo
de la discreción, conceden una participación en el negocio a efectivos militares
sin nombre. La iglesia local de Puerto Ayacucho, por su parte, no se ha inhibido
de señalar en la edición de septiembre-diciembre de 2010 de su revista La iglesia en Amazonas, que “las Fuerzas
Armadas no ejercen el control adecuado y los mineros evaden esos controles de
diversas maneras, siendo cómplices en múltiples casos de los daños que se están
produciendo en el ambiente y que en su mayoría son irreparables”.
Al otro lado de la frontera, en Colombia, de
cualquier forma, hay pruebas de que un mercado negro de metales valiosos y
tierras raras está creciendo en áreas en las que históricamente el Estado ha
ejercido un débil control. Desde 2010 sus organismos de seguridad han incautado
más de 83 toneladas de tantalio y tungsteno en una zona del departamento de
Guainía.
El escenario es propicio para la
intervención en el negocio de los cárteles de la droga. Una operación minera
ilegal estuvo desarrollada por los hermanos Cifuentes Villa, vinculados con el
narcotráfico. El gobierno colombiano les suspendió la concesión que les había
dado para explotar niobio, tantalio, vanadio y circonio en el Parque Nacional
Puinawai, al tiempo que Estados Unidos acusó a uno de ellos, Jorge Milton
Cifuentes Villa, como uno de los principales proveedores de cocaína para el
mexicano Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como ‘El Chapo Guzmán’ y su Cartel de Sinaloa.
“Lo que hemos encontrado son organizaciones
sofisticadas de tráfico de drogas que están cada vez más involucradas con el
tráfico de los minerales del Parque Puinawai y de Venezuela”, señala el
comandante militar de la zona en Colombia, el coronel de Infantería de Marina
Alfredo de Videro.
Más al sur, la tentación del coltán también
permea la frontera brasileña. No en balde, buena parte de las procesadoras de
minerales que hay en el hemisferio se encuentran en ese país. Casi por
obligación han de pasar por allí para poder convertirse en un insumo apto para
el uso industrial.
“Yo diría que a Colombia y Brasil les sale
un gran negocio”, concluye el gobernador del estado Amazonas, Liborio Guarulla,
quien cree que el Gobierno nacional es cómplice del mercado negro por no
establecer mecanismos para legalizar la explotación del mineral. “En esos países
sí está oficializada esta actividad o por lo menos no es algo ilícito”.
En Brasil, expertos en legislación minera,
como el abogado Sergio Rocha Brito Marques, han instado a políticos y empresas
manufactureras del país a reforzar los controles sobre la minería. Para ellos,
las leyes inadecuadas y obsoletas han permitido el crecimiento de un mercado
negro al norte de las provincias amazónicas del país. Advierten que el resultado
es un caos en la minería de su país en la zona fronteriza con Colombia y
Venezuela, donde no hay pistas sobre los precios globales del mineral y los
compradores no piden certificados de origen del coltán (una práctica que buena
parte de la industria internacional viene adoptando como estándar, bajo fuerte
presión de ONGs y organismos multilaterales).
Se encienden las alarmas
No es para menos. “Venezuela podría emerger
como un gran problema porque representa otra fuente de coltán conflictivo, al
venir de un área donde no hay una regulación, no hay transparencia y no hay
seguridad para las personas que trabajan en las minas”, advierte Aaron Hall
desde Washington, en nombre de la ONG Enough Project.
Los fantasmas de África rondan cualquier
análisis sobre el tema. Si bien los conflictos ya existían, el coltán apuntaló
las luchas tribales del Congo, Uganda y Ruanda. El coltán teñido de sangre (como
los diamantes) se convirtió en una frase hecha de campañas humanitarias y
guiones cinematográficos. Pero en el caso venezolano, ese tráiler y los
coqueteos del Gobierno nacional con China y, sobre todo, Irán, anuncian una
película de terror de dimensiones geopolíticas.
“Hemos decidido trabajar con los hermanos
iraníes en la exploración de minas”, refirió en 2011 el entonces ministro para
Industrias Básicas y Minería, José Salamat Khan. Aparte del anuncio, ya desde
2009 Irán coopera con Venezuela en la realización de estudios de suelos
minerales para elaborar el mapa minero venezolano, según refleja la página de la
Base de Datos Nacional de Geociencias de Irán.
El asunto no le es indiferente a las
autoridades de Estados Unidos. Funcionarios venezolanos como el exministro Khan,
en 2010, han mantenido relaciones con la naviera iraní Sadra Shipping, que en su
sitio web dice tener una sucursal en Caracas. Sadra es filial de la empresa
Khatam al-Anbiya, sujeta a sanciones del Departamento del Tesoro de Estados
Unidos por su participación en el programa nuclear iraní.
El caso venezolano, sin embargo, dista de
los ejemplos de África Central, veta de donde se extrae una quinta parte de los
suministros globales de coltán, y región azotada por una endémica inestabilidad
política.
Otra ventaja venezolana que los expertos
celebran: aunque llegar a una de las minas más intrincadas del sur del país
puede tardar hasta una semana en lancha y a pie, muchas de las piedras negras
andan sueltas en forma de nuggets.
Como en buena parte del comercio mundial de
commodities, a los extractores les toca la parte flaca del negocio. Los mineros
venezolanos más afortunados han encontrado rocas de 15 kilos. En promedio, se
pagan hasta 200 bolívares (alrededor de 46 dólares al cambio oficial) por kilo.
Esto, después de un proceso de negociación para fijar el precio. En el mercado
formal el pago es más alto: el precio pasó de 45 dólares por kilo en 1990 a un
máximo histórico de 700 dólares en 2000, cuando la multinacional Sony tuvo que
aplazar el lanzamiento de la segunda versión del PlayStation a causa de la escasa oferta
de coltán que entonces había en el mercado. No existe aun así un índice público
de precios. El secreto que envuelve la compra y venta del mineral genera
variaciones en los precios que producen picos y caídas en los suministros. Todo
depende de un proceso de negociación. “Los materiales de niobio y tantalio no
son comercializados abiertamente”, advierte el Instituto Geológico del gobierno
de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés). “Los contratos de compra son
confidenciales entre comprador y vendedor”.
La opacidad en el mercado del coltán
venezolano es síntoma de un problema que, para el investigador Raimund
Bleischwitz del Instituto para el Clima, Medio Ambiente y Energía de Wuppertal
en Alemania, el gobierno de Chávez debe enfrentar. El mercado negro crecerá y
aumentará su peligrosidad en la medida que el Gobierno retrase la generación de
leyes mineras y la transparencia.
“Las manufactureras no quieren lidiar con
bandidos”, dice Bleischwitz. “África Central es un problema, porque allí no hay
gobiernos fuertes con los que se pueda negociar un mercado estable y la
transparencia. Ahí es donde está el potencial del fuerte gobierno central de
Venezuela de hacerlo bien y generar un orden en el mercado del coltán, en vez de
un mercado negro”.
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