El VIH trasmutó hasta los matrimonios warao

Las familias más notables de las etnias del Delta del Orinoco incluían, dentro de su estructura, a una segunda esposa. Pero no cualquier esposa: individuos transgéneros que han terminado por desaparecer, más por los coletazos de una epidemia de sida que por décadas de misiones católicas.
El sida está cambiando
hasta la manera de concebir la sociedad en las comunidades indígenas del Delta
del Orinoco. Los primeros casos se conocieron en el año 2007 y tiempo después
catalizó el repudio de la figura de los tidawinas, cuyo vocablo warao traduce
“mujer con pene".
A contracorriente del
mundo occidental, las familias más notables y acaudaladas de la etnia warao
incluían dentro de su estructura a una segunda esposa y se trataba precisamente
de los tidawinas, que mantenían relaciones sexuales exclusivamente con su
marido y se desempeñaban, en algunos hogares, como ayudante de la primera
esposa. Ya está visto que el VIH terminó de trastocar su rol; concretó lo que la
Iglesia venía trabajando durante décadas.
Según el antropólogo
Olivier Allard, en su libro Pueblos Indígenas e Identidades de Género: el
dualismo sexual sometido a discusión, la discriminación comenzó por presión
de los misioneros y la sociedad criolla quienes proscribieron, invisibilizaron y
ridiculizaron a esta figura transgénero, desestructurando su identidad y
llevándolo a ocupar un lugar marginal en el tejido social: “Exiliada su figura
social del mundo warao, el tidawina deja de cumplir un rol en él y pasa a
convertirse en una figura propia del mundo criollo y ajena al warao, es decir,
un 'maricón', una aberración, una desviación, un desterrado social”; y ahora
responsable directo del VIH, porque ya muchos warao relacionan al tidawina como
un factor de riesgo para contraer la enfermedad.
El antropólogo Luis
Felipe Gottopolo explica todo: “Al preguntar sobre los tidawinas, una
mujer warao inmediatamente contestó que no los querían, pues ellos salían "por
la noche con sujebu a contagiar a los hombres con esa enfermedad Sida".
Por otra parte, al preguntarle a otra mujer warao sobre el origen del Sida,
contó que seis tidawinas habitantes de la comunidad de Koberuna se
contagiaron en San Francisco de Guayo, y propagaron la enfermedad en
sucomunidad”.
Los tidawinas
han quedado desligados de las relaciones socioproductivas y por ende las
personas transgéneros y homosexuales, que antes eran tolerados por la sociedad
warao, ya no pueden tener parejas estables, familia, ni ninguna función social.
Relegados a la clandestinidad, algunos de ellos se han dedicado a la
prostitución.

Imagen de una mujer warao. Foto: Minerva Vitti.
En el estudio HIV-1
Epidemic in warao amerindians from Venezuela: spatialphylodynamics and
epidemiological patters (2013) algunos pacientes VIH positivos confirmaron
haber tenido experiencias sexuales con tidawinas o con otros hombres
(64%).
Lo anterior supone un
cambio muy fuerte en materia sexual y familiar para los warao. El antropólogo
Emilio Monsonyi documentó en 1984 en su libro, La sexualidad indígena vista a
través de dos culturas: Waraos y Guajibos, que existían normas que limitaban
la libertad sexual en estas comunidades.
“Las relaciones entre
hombres y mujeres se caracterizan por el formalismo, la sobriedad y la
distancia, capaces de neutralizar y controlar emociones y pulsiones”, explicaba
Mosonyi en su libro. “Los niños tienen prohibido hablar de sexo y las mujeres
deben llegar en estado de virginidad al matrimonio. Las normas que rigen el
comportamiento y los hábitos sexuales son más bien estrictas y conservadoras.
Los vínculos sexuales fuera del matrimonio son mal vistos y reprobados”.
Gottopo añade ahora, a
30 años de aquel análisis, que las contradicciones actuales pueden ser el
resultado de la flexibilización de las normas sexuales tradicionales, como
consecuencia de la interacción con el mundo criollo. Sin embargo, este
antropólogo insiste en que no son los tidawinas ni las migraciones de
muchos warao las principales causas a atacar para frenar la epidemia de VIH.
Por el contrariodice
que es necesario garantizar, antes que nada, la atención médica y la prevención
a través de campañas especiales. Después de todo, se trata de una enfermedad que
llegó del mundo exterior, por lo que también deben recibir tratamientos de ese
mundo exterior.
Desde Delta Amacuro, el
médico Luis José Rodríguez cuenta que una vez entregaron condones y algunos
warao los agarraron para hacer globos: “Ahorita estamos trabajando dando charlas
pero no es un método muy efectivo porque está fracasando. ¿Cómo hacemos para
educar al warao en prevención sin afectar su cultura?”, pregunta. “¿Cómo tú le
dices al warao que no tome agua del río porque le va dar diarrea? Cuando no hay
una planta potabilizadora de agua. ¿Cómo tú le dices al warao no cocines en leña
porque te van a dar enfermedades respiratorias?”.

Hay presencia de VIH en 26 comunidades del Delta del Orinoco. Foto: Minerva Vitti.
Los jebus de la gente de los caños
En su investigación
sobre la medicina natural de este pueblo, Fitoterapia Warao, libro
editado por la Fundación La Salle de Ciencias Naturales (1996), el antropólogo
Wilbert Werner señala que en el imaginario warao existen, paralelamente, dos
teorías de la enfermedad. Ambas suponen un origen espiritual o mágico, pero se
diferencian en las terapias que se emplean.
Por un lado, de acuerdo
a la teoría chamánica, las enfermedades son producidas mediante el ataque de
espíritus caníbales devoradores de almas (jebus), objetos patógenos
(bajanas) o encantamientos (joas) que se introducen en el cuerpo
de un individuo, causándole dolencias. Generalmente este tipo de enfermedades
son tratadas por los chamanes. Hay otra teoría que entiende el contagio de
patologías a través de olores fétidos que son transportados por el aire, el agua
o el fomes, hasta el cuerpo, en el cual se introducen para alojarse en
cualquiera de las varias almas que componen la esencia del warao y que se ubican
en la cabeza, tórax, pecho y abdomen.
La terapia aplicada a
este tipo de enfermedades carece de rituales y se fundamenta en la sustitución
de un olor fétido y patogénico, por otro aromático y terapéutico, donde los
medicamentos naturales, de índole vegetal, son administrados mediante el consumo
oral, inhalación o unción tópica, con el fin de desplazar los olores fétidos
causantes de enfermedades.
El diagnóstico de la
enfermedad lo hacen chamanes y fitoterapeutas de forma mancomunada. Si ninguno
de los campos médicos tradicionales logra determinar la patología, entonces se
asume que es de origen exótico y que el paciente debe ser tratado con la
medicina del criollo. Es el caso de la tuberculosis o el VIH. El problema es que
por la falta de información muchos de ellos solo reconocen los síntomas más no
el virus. Saben, de cualquier modo, que es mortal porque casi nadie sale ileso
cuando comienzan a sentir diaraya (fiebre), sojo (diarrea),
botukataya (pérdida de peso), botobotoya (debilidad),
ataearakateobo (mareos).
“El problema con los
tratamientos de VIH y tuberculosis no es la disponibilidad, gracias a Dios y al
Estado la tenemos, sino el apego del paciente al tratamiento, además que al
sentirse bien deja de tomarlo”, señala Yajaira Segovia, jefe de Atención Médica
y coordinadora de la Red Hospitalaria de la Dirección Regional de Salud.
En este caso es peor el
remedio que la enfermedad porque la persona puede desarrollar resistencia al
medicamento. De hecho en el estudio Evidence of at Least Two Introductions of
HIV-1 in the Amerindian Warao Population from Venezuela (2012) se
encontraron algunas mutaciones del virus, personas con estas resistencias que
habían contaminado a otros, aunque no todos los individuos infectados y
resistentes al fármaco habían recibido tratamiento antes del estudio.

Los niños tienen prohibido hablar de sexo y las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio. Foto: Minerva Vitti.