La Maternidad marchó con el Batallón 51 a la mortalidad

Un experimento impulsado por el Ministerio de la Salud supuso confiar desde 2012 el servicio de Neonatología de la Maternidad Concepción Palacios de Caracas a un grupo de médicos-milicianos, graduados en Cuba, sin experiencia en Pediatría. Se les facilitó una vía expresa para graduarse de especialistas, pero, con todo, fracasaron. Su fracaso puede haber contribuido al salto de la tasa de mortalidad en uno de los principales centros materno-infantil de Venezuela.
Si en
Termópilas fueron 300 los guerreros espartanos que se inmolaron para cambiar el
rumbo de las guerras médicas, para la batalla por una medicina socialista, no
mercantilista, Hugo Chávez eligió otro número cabalístico: 51. Es el número
preciso de egresados en la primera cohorte de venezolanos de la Escuela
Latinoamericana de Medicina (Elam) de La Habana, Cuba. En su honor, es también
el nombre que el comandante bolivariano eligió para la brigada internacional de
médicos –tanto venezolanos como extranjeros, pero todos formados en la Elam–
creada en 2005 para cumplir misiones sanitarias en zonas apartadas de Venezuela,
así como en el exterior: el Batallón 51.
Pero es
cierto que no siempre se puede escoger el campo de batalla. A un grupo del
Batallón 51 le ha tocado librarla desde 2012 en la trinchera del departamento de
Neonatología de la Maternidad Concepción Palacios de Caracas. Las novedades en
el frente no son buenas: su despliegue en la maternidad ha coincidido con un
despegue de las cifras de muertes entre neonatos. Mientras, una verdadera guerra
gremial se ha entablado entre médicos “profesionales” –cada vez menos– y médicos
“revolucionarios” –cuya mayoría desertó, con algunos ya de vuelta al
servicio–.
Es una
guerra en la que no se dejan prisioneros, sin piedad retórica, como lo demuestra
esta carta-manifiesto que apareció en los pasillos de la Maternidad a mediados
de 2013:
“Para
todos los médicos, adjuntos, neonatólogos, anestesiólogos, etc. Con mi más
sincero respeto, quiero decirles que no estoy de acuerdo de que los residentes
de neonatología se vayan de la institución y mucho menos que ustedes le hagan la
guerra simplemente porque sean chavistas o vengan de Cuba... Seguiremos siendo
chavistas aquí y donde sea. La revolución continúa. Ellos no volverán, que se
pudran esos escuálidos, a ellos les interesa la cantidad no la calidad”
(Sic).
La
circular, anónima, a menos de un año desde que los médicos graduados en la Elam
comenzaran a rotar dentro de la Maternidad, recogía los términos de la disputa
que ya para el momento se daba en la sección de Neonatología. Eran términos
políticos, epítetos personales. Tal vez no podía ser de otra forma: como permite
suponer su nombre, el Batallón 51 funciona como una estructura militar, que
mantiene una línea de comando y defiende una doctrina.
Con
respecto a la primera, la línea de mando, en el año fundacional se estableció
que el primer comandante del batallón sería el ex mandatario de Cuba, Fidel
Castro; de segundo comandante tendrían a Hugo Chávez; y de tercera comandante a
Eugenia Sader, militar, médico y ex ministra venezolana sobre la que han recaído
imputaciones por supuestas irregularidades durante su gestión
pública.
Sobre la
segunda, su doctrina, no deben quedar dudas. El reglamento general del Batallón
51 define como una falta grave la de “mantener una actitud contraria a los
principios de la Revolución Bolivariana; hacer manifestaciones notorias que
evidencien desprecio a la ideología revolucionaria”.
Pero la
diatriba política y las increpaciones personales terminarían por diezmar la
calidad del servicio. Las luchas internas, promesas incumplidas e
improvisaciones se confabularon para que la avanzada del Batallón 51, que alguna
vez fue la consentida de Chávez y Sader, fracasara en la Maternidad Concepción
Palacios.

Prueba fallida
El
Batallón 51, que en la actualidad supera los 1.000 graduados en sus filas, fue
presentado como un “ejército de batas blancas” que se encargaría de transformar
el sistema de salud venezolano. “Hermosa vanguardia de un nuevo ejército de la
medicina”, fue la imagen que le dedicó Chávez durante un acto en 2009.
Como una
fuerza de choque, en 2012 la ministra Sader envió a 18 médicos del batallón a
ocupar diferentes cargos en la Maternidad Concepción Palacios, en la
urbanización San Martín de Caracas, el complejo materno-infantil más importante
del país. Enfrentaban una crisis: muchas plazas de la Maternidad se estaban
quedando vacías por el éxodo de médicos del país. El servicio de Neonatología
era uno de los más afectados. Tanto, que por falta de personal su terapia
intensiva estaba cerrada desde 2008.
Diez de
los “comandos” comenzaron el postgrado de Neonatología de la Universidad Central
de Venezuela (UCV) que tradicionalmente se cursaba en la maternidad, pero que
permanecía cerrado desde 2008 por falta de postulantes: dos dominicanos, un
chileno, dos peruanos, un argentino y cuatro venezolanos, todos egresados de la
Elam, conformaban el grupo en el que más de la mitad no contaban con experiencia
en Pediatría o con recién nacidos, según consta en sus documentos de ingreso y
resúmenes curriculares. A la fecha, escasamente dos continúan en la maternidad,
y la tasa de mortalidad neonatal dentro del centro médico, que se proyectaba
bajaría, ha aumentado.
Que
pudieran inscribirse en el postgrado tuvo que ver con la intervención de una
alta autoridad: la entonces ministra Eugenia Sader. Su despacho convocó a la
Dirección de Postgrado de Neonatología de la UCV a una reunión en la que el
Gobierno, en voz de la ministra, planteó la necesidad de bajar de dos años a un
año las prelaciones académicas en Pediatría hasta entonces requeridas para poder
aspirar a ser neonatólogo y, de esa manera, dar una solución express a la
escasez de especialistas en el área.
La
universidad, junto con el comité de la especialidad de la Facultad de Medicina,
accedió al cambio de prelaciones, tal como quedó registrado en el Baremo
2012-2013 que contiene la información para el ingreso de aspirantes a postgrados
clínicos. Lo mismo sucedió con especialidades importantes como Neurocirugía y
Gastroenterología. Fue así como se le abrió la puerta a los médicos provenientes
de Cuba.
“Los
inscribimos y el resultado en la parte académica no fue bueno. Sacaban 11, 7, 4…
No llegaron a finales de primer año. Y el problema no sólo era la parte de
formación y conocimientos básicos. También había reposos médicos, abandonos del
sitio de trabajo y llegadas tarde. El desempeño del Batallón 51 en la maternidad
fue decepcionante”, explica el doctor Luis Gaslonde, ex coordinador de
postgrados de medicina de la UCV recordando su experiencia con los médicos de la
Elam. Además de las vocaciones individuales de los jóvenes, parecían estar en
juego el prestigio de la medicina cubana y, por mampuesto, el bienestar de los
pacientes de Neonatología, bebés con apenas horas o días de
vida.

Un
rapto de humildad –o de realismo– sobrevino a los jóvenes formados en las aulas
de Cuba después de la carta anónima que circuló por la Maternidad en 2013,
citada unas líneas más arriba. Entonces dirigieron cartas oficiales a las
autoridades académicas en las que los del Batallón 51 solicitaban ser cambiados
del postgrado de Neonatología al de Pediatría porque no contaban con los
conocimientos necesarios para “hacerle frente a una subespecialidad como
esta”.
Sin
embargo, cuando la UCV no aceptó su petición de cambio, uno a uno fueron
renunciando a la subespecialidad alegando “falta de organización académica y
recurso humano para la formación”, “no cumplimiento de objetivos” y “la
necesidad del cambio del pensum adaptado a aquellos médicos que no tengan la
especialidad de pediatría”. Gaslonde explicó que, aunque los médicos
reconocieron que no tenían las capacidades para continuar, la comisión académica
no podía aprobar el cambio, pues ello “no está en las normas de la
universidad”.
Neonatología
es un área crítica y sus especialistas trabajan en las unidades de cuidados
intensivos para recién nacidos. Deben ser pediatras para poder cursar la
subespecialidad; así lo explica el neumonólogo infantil y neonatólogo Rosendo
Ardila, quien a su vez critica la presencia del batallón y de médicos integrales
comunitarios en la maternidad: “La jefa de Neonatología de la Maternidad
Concepción Palacios, Rosalinda Prieto, me dijo que esos médicos habían hecho ‘un
intensivo’ en Pediatría con ella y que por eso sí estaban calificados. ¡Por
Dios!”.
Rodrigo
Pérez Tobar, médico de nacionalidad chilena del batallón quien todavía permanece
en neonatología de la maternidad, explica: “neonatología quedó vacía y no había
muchos concursantes. Es un área estresante a la que hay que dedicarle mucho
tiempo y la paga es poca. En 2009, la UCV bajó las prelaciones a un año de
residencia asistencial de pediatría. Residencia que nosotros hicimos, además del
postgrado en medicina familiar integral”.
Médicos
dentro de la maternidad, que prefieren mantenerse en el anonimato por miedo a
perder su trabajo, compartieron con los miembros del batallón y los catalogan de
“conflictivos”. Aseguran que no estaban, ni están preparados, académicamente
para atender recién nacidos.
Luego
de este intento, la Facultad de Medicina de la UCV regresó a sus requisitos
iniciales para poder cursar Neonatología: dos años de residencia en pediatría.
Desde entonces, no han tenido más aspirantes. “No me gusta decirlo. Pero estos
muchachos fueron una especie de prueba que no funcionó”, remata
Gaslonde.
La realidad detrás de los datos
En los
últimos cinco años la tasa de mortalidad, por cada 1.000 neonatos, en la
Maternidad Concepción Palacios aumentó en 72%. Esa
proporción se revela al analizar los datos proporcionados, a través de una
petición de información formal, por la sección de Estadística de la propia
maternidad. La tasa
de mortalidad neonatal en 2010 en este centro médico era de 15% y cerró en 2014
con un 25,8%, año con mayor número de muertes registradas. Se
trata de casi el doble.
Comparar
estos porcentajes con las cifras a nivel nacional puede ser tarea difícil, ya
que los últimos datos oficiales sobre mortalidad neonatal en el país son de 2012
(anuario del Ministerio del Poder Popular para la Salud). En ese momento
ocurrieron 6580 muertes que, al ser calculadas en relación al número de
nacimientos, da como resultado una tasa del 10,62%. Considerablemente menor a la
que se presenta en la Maternidad Concepción Palacios.
Estos
datos deben ser vistos a la luz del contexto, y no pueden atribuirse a un solo
factor. La Maternidad Concepción Palacios ha venido atendiendo un mayor número
de casos críticos por la reinauguración de la terapia intensiva neonatal, que
estuvo parcialmente cerrada por cinco años. La terapia intensiva para recién
nacidos en la MCP volvió a abrir en 2013, después de la llegada del Batallón 51,
y en la actualidad está comandada por Rosalinda Prieto, jefe de Neonatología,
quien fuese anteriormente directora del Hospital Pérez Carreño, centro médico
ubicado al oeste de la ciudad de Caracas.
Prieto
llegó a la maternidad, en enero de 2014, como coordinadora general para la
reestructuración docente asistencial del departamento de Neonatología. Menos de
dos meses después queda sin efecto su designación en la Gaceta Oficial número
409.719. Aun así, se mantiene como jefe de Neonatología y estuvo más de un año
coordinando el postgrado en el área.
Prieto
niega que las muertes de neonatos hayan aumentado en la maternidad en los
últimos años. Además defiende al grupo del postgrado que quedó a su cargo: “Si
estos muchachos no estuviesen aquí, la maternidad se caería”, sentencia. También
asegura que hay un estigma por parte de otros médicos hacia los que no se
gradúan en las universidades tradicionales. “Cuando ellos llegaron fueron
marginados. Les decían que no eran verdaderos pediatras. Pero ahora los
necesitan”, aseguró.
Esta
versión positiva sobre el paso de los médicos de la Elam en Neonatología
coincide con el panorama que pinta Giannina Sue, actual presidenta de la
Sociedad Médica: “Todo está bien. No he recibido quejas. Las pacientes me han
dicho que ellos las tratan muy bien”.
Pero lo
cierto es que, apartando los sesgos políticos y subjetividades de cada quien,
nunca ha sido fácil hacer denuncias desde la Maternidad Concepción Palacios.
Para hacerlo, hay que correr riesgos en términos de estabilidad laboral y de
acceso a un centro de salud que, por sus magnitudes e historial, ofrece a los
médicos oportunidades únicas para practicar su ciencia. Lo sabe Fernando
Calderón, que tuvo que pagar el precio.
En 2008
Calderón era jefe de sala de parto de la maternidad y presidente de la Sociedad
Médica. Había hablado a los medios sobre las carencias dentro del centro de
salud y hasta denunció públicamente cuando seis recién nacidos murieron en una
misma guardia ese año. Por sus declaraciones a los medios, a Calderón se le
abrió un proceso judicial y fue destituido de su cargo. “Ese día me
encuentro con una pediatra llorando porque seis niños se murieron en una
guardia. Tenía que denunciarlo. Tenía que hablar por los que no podían hablar”,
comenta Calderón al recordar el trance.
Una marcha paralela
A
principios de 2013 el panorama del Batallón 51 comienza a cambiar. En marzo de
ese año muere el presidente Chávez, su segundo comandante. Eugenia Sader, su
tercera comandante, sale del cargo como Ministra del Poder Popular para la Salud
después de tres años y la médico cirujana Isabel Iturria toma su puesto, quien
no tenía una relación tan cercana como su antecesora con el ejército de batas
blancas. “Iturri demostró de manera directa su rechazo hacia los Médicos
Integrales Comunitarios (los llamados MIC) y hacia nosotros. Al salir Sader,
quienes estaban del Batallón en grandes cargos fueron reubicados. Ya no contamos
con el apoyo político ni ministerial”, explica Martha Ortega, venezolana
graduada en el Elam.
Ortega
también explica que Cuba dejó de ofrecer médicos a Venezuela después de la
graduación de la décima corte del Batallón 51 debido al auge del programa de
formación de medicina integral comunitaria que se cursa en el país. Y hace
hincapié en la inestabilidad existente: “el Batallón es el bichito raro de
Venezuela. Somos médicos cirujanos, pero no graduados en Venezuela. No somos de
allá ni de acá”.
Aunque
tanto el grupo proveniente de Cuba como los MIC son médicos graduados en
“revolución”, hay quienes insisten en aclarar sus diferencias: “Los MIC son
pregrado, lo que nosotros hicimos fue un postgrado, un postgrado en medicina
general integral que es medicina familiar, para ser médicos de familia”, explica
Pérez Tobar.
El
destino de los ocho médicos que desertaron del postgrado de Neonatología en la
maternidad fue diverso. Algunos regresaron a su país de origen, otros comenzaron
a estudiar Pediatría y otros cambiaron simplemente la casa de estudios y se
fueron a cursar la subespecialidad en la Maternidad Santa Ana, ubicada en San
Bernardino, en Caracas.
El 5 de
julio de 2014, el website de la estatal Venezolana de Televisión (VTV)
titulaba: “Cinco nuevos
especialistas en Neonatología para la Maternidad Concepción
Palacios”. Entre
ellos estaba Pérez Tobar. Sin embargo, según la coordinación de postgrado de la
Facultad de Medicina de la UCV, en el último año, no han tenido postulaciones ni
graduaciones de neonatólogos provenientes de la maternidad. “El postgrado está
inactivo. El año pasado nadie se postuló”, explica José Ramón García, actual
coordinador de postgrados.
Pero
Rosalinda Prieto replica desde la jefatura de Neonatología de la Concepción
Palacios, asegurando que el postgrado sigue activo y cuenta en la actualidad con
cinco participantes, médicos integrales comunitarios. Con ello deja servida la
posibilidad de que pudieran coexistir en la maternidad dos programas de
postgrado simultáneos, uno con sanción oficial de la universidad, ahora
inactivo, y uno informal no
universitario.