La pequeña república de "El Patriarca" del Zulia

Leonel González construyó en un terreno del municipio San Francisco de Maracaibo su propia utopía de comunismo primitivo, agrupada en torno a una singular visión del credo adventista. Allí nada es de nadie y a la vez es de todos. Con fondos del gobierno y su organización colectivista, se anotó varios éxitos en la gestión cooperativa que, sin embargo, le ganaron la animadversión de la alcaldía y fiscalía chavistas, que no pierden oportunidad para acosarlo con constantes acusaciones de abuso sexual y hasta de fraude tributario a las que da pie el extraño comportamiento de ‘El Profeta’.
En la comunidad de los
Habirú hay 35 baños y un pozo séptico gigante. Sobre este, en un piso adornado
con cerámica rústica recién pulida, 63 adultos y 17 niños practican bailoterapia
cada domingo. Participar en la actividad es una obligación, como también lo es
respetar la norma de no fumar, no beber, no tocar la grama y entregar toda la
recompensa del trabajo diario a un arca de beneficio colectivo. Nadie tiene un
solo bolívar en el bolsillo, pero todos tienen acceso a educación privada,
cursos de natación, salas de juego, parques infantiles, espacios comunes, centro
de computación, trabajo según su oficio y una prolongada y repetitiva clase de
estudios de la Biblia según la corriente adventista del Séptimo Día, que
despierta cada sábado con banquetes criollos, ropa barata y mucha, mucha
algarabía. El propósito es agradecer por todo eso a Dios y a Leonel, El
Profeta. Es como un kibutz del tercer mundo viviendo el sueño
comunitario que pregona el llamado Socialismo del siglo
XXI.
El sector La Cruz debe
su nombre a una triste plaza sin luces que sus pobladores construyeron hace años
para que la zona tenga un punto de referencia. Y solo sirve para eso: sus
vecinos no la recorren y tampoco tiene alumbrado público. Está enclavada entre
tres calles de arena y la avenida principal de El Bajo, la parroquia más al sur
del municipio San Francisco, en Maracaibo (capital del estado Zulia, noroeste de
Venezuela). Tradicionalmente, es lugar de tránsito para dueños de camaroneras y
sus residentes hacen vida dentro de ella pelando camarones por un salario casi
miserable. También hay petroleros y sedes de empresas estatales. La pobreza y la
opulencia hacen contraste entre sus abandonados parajes.
En una de esas calles
polvorientas hay una humilde casa de arquitectura colonial marabina con las
paredes corroídas por el salitre que llega desde el vecino Lago de Maracaibo.
Leonel González se crió allí con sus seis hermanos y creció entre los estudios
de docencia y el aburrimiento. Un día, el 17 de agosto de 1985 y motivado por
una gran curiosidad, llegó al templo adventista del séptimo día que funciona en
el sector Sierra Maestra, a varios kilómetros de donde vive. Buscaba conocer la
palabra de Dios y la aceptación en el grupo social. Tenía 17 años y poco sabía
bailar o socializar en celebraciones del barrio. Que su vida se parezca a la de
algún personaje de la historia contemporánea nacional es pura coincidencia,
asegura, sentado en un sillón de metal y rodeado de sus tres más fieles
seguidores.
–Me daba cuenta de que
a la iglesia le faltaba algo, yo quería asumir el rol de reformador que
necesitaba la iglesia. Que despertara de ese letargo. Fue cuando me
desfraternizaron la primera vez-. Tenía 18 años.
Leonel estuvo casado
por casi 30 años (viudo desde 2014) y tiene dos hijas. En 2011 la prensa lo
señaló de haber sido sorprendido, en 1985, besando a un hombre en las
instalaciones de uno de los 35 templos adventistas que existen en el país. A ese
señalamiento lo acompañaron acusaciones de violación de niños y adolescentes.
– ¿Tú no te masturbas?-
Leonel se ríe con los ojos y los labios. Genera confianza. –Yo también me
masturbo. La iglesia adventista prohíbe la masturbación, y yo a los 18 años
invité a un compañero para que nos masturbáramos juntos y eso fue lo que detonó
mi primera expulsión.
La
desfraternización para Leonel no significó nada. Entre ceja y ceja tenía
la idea de reformar su templo y demostrar a los seguidores que la Adventista,
lejos de ser una religión de práctica del bien común, se convertía en el mismo
problema de fe: devoción y adulación a un ser supremo llamado Dios. Así que se
mantuvo y luego fue aceptado.
Su conversación se
alargó por más de una hora en explicar los motivos de sus inicios, antes de
fundar Habirú, pero él mismo concluyó que la corriente religiosa que seguía no
practicaba lo que profesaba. Incluso no tenía un profeta, que es una figura de
consejo que debe tener toda congregación de creyentes.
Otro 17 de agosto, pero
de 2002, fue expulsado nuevamente del templo. Esta vez toda la burocracia
religiosa del estado Zulia se reunió para terminar con esta molestia que
arrastraba cada vez más personas. Ese día 53 seguidores fueron desfraternizados.
Ya Leonel acostumbraba a instar a sus concentrados oyentes a dejar de un lado
las alabanzas a Jesús y comenzar a practicar lo que él pedía: vivir en comunidad
por el bien común.

De bigotes despoblados, el llamado Patriarca, Leonel González, no ha escapado a la polémica desde que fue expulsado de la primera congregación religiosa de la que formó parte. Foto: Facebook/Los Habirú.
Cuando lo echaron de
nuevo de la iglesia, ya Leonel estaba casado y vivía en una pequeña casa que
había construido en el mismo terreno donde está la que lo vio nacer. Se trata de
un espacio del tamaño de una cuadra con acceso a dos calles paralelas. Antes de
verse derrotado, se llevó a los otros 52 expulsados a su domicilio y los invitó
a congregarse cada semana para fundar una nueva iglesia que, de verdad,
practicara los mandamientos del hijo de Dios. Así construyeron la primera sala y
tres años después comenzaron a vivir juntos. Los 53.
En hebreo, Habirú
significa “el que cruza”. Las escrituras aseguran que alguna vez fueron nómadas,
alguna vez mercenarios, alguna vez esclavos y otros rebeldes. Leonel está seguro
que los Habirú fueron una casta babilónica dominada por Mesopotamia y condenada
desde entonces al prejuicio. Al vivir juntos, en comunidad, los 53 cruzaron las
normas establecidas de la sociedad moderna, y también se rebelaron contra las
prohibiciones y prácticas de la iglesia adventista. Todos se autodenominaron
Habirú. Para entonces ya en Venezuela se hablaba de socialismo y de un Estado
comunal cuyo líder, Hugo Chávez, soñaba con ciudades satélites y autogestión
comunitaria. Era 2005.
Acoso policial
Sería la 1.00 de la
tarde, no menos. Leonel salió de la dirección del colegio Guillermo Miller y se
fue a su casa a almorzar cuando lo llamaron desde la puerta. En El Bajo la brisa
es fuerte por su cercanía con la playa, y a esa hora los niños acababan de salir
de clases. Cuando Leonel se asomó, solo vio a dos mujeres. Una de ellas, dice,
con más aspecto de hombre que de mujer, y la otra, una desgarbada funcionaria
del Consejo de Protección del Niño y el Adolescente. No llevaban orden de
allanamiento, pero sí chapas que las identificaban como miembros del Cuerpo de
Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC, la policía
auxiliar de la Fiscalía en Venezuela). Su esposa, Yaneth, no sabía qué esperar,
ya había lidiado con mucho, así que les abrió la puerta y las damas ingresaron a
la residencia. Una ojeada a los cuartos, otra a los pasillos, anotación en
papel. Un grito de la asexuada funcionaria, otro grito más fuerte, una amenaza.
La defensora de los
derechos de los niños le espetó a Leonel que el colegio que él dirigía era
ilegal, pero ese 16 de marzo de 2011 había actualizado los documentos. Le
quitaron un teléfono móvil e inspeccionaron todo el colegio. El procedimiento
tardó cerca de una hora, y terminó cuando un inspector de la Policía científica
llamado Luis Noguera reconoció que no había motivos para detenerlo, pero le
sugirió que fuera a la delegación policial de la jurisdicción para que supiera
de qué se trataba su denuncia.
Leonel, que no sabe
conducir, le pidió a uno de sus seguidores que manejara el carro y a Yuvani, su
fiel compañero, que lo siguiera hasta la oficina policial. No sabía qué pensar
el profeta y se dedicó a mirar el recorrido entre su casa y la vieja cruz: un
camión cava que acababa de llegar con un grupo de estudiantes, la reunión de
unos vecinos en su apoyo y una docena (o más, no recuerda cuántas eran) de
patrullas de la Policía municipal de San Francisco. Leonel se preguntó qué
pasaba antes de soltar una risa nerviosa.

Cada matrimonio tiene su habitación propia, pero sus hijos duermen en cuartos comunes. La habitación de las niñas, por ejemplo, tiene ocho camas todas cubiertas con edredones rosados. Foto: Juan José Faría.
El delito del éxito
Ya constituidos como
una comunidad basada en las escrituras cristianas, los Habirú participaron,
todos, en la Misión Vuelvan Caras, un programa del gobierno de Hugo Chávez que
daba asesoría a los venezolanos para organizar cooperativas. De allí recibieron
financiamiento y fundaron una panadería por distribución, es decir, preparan
productos y los venden a los comercios. De esa forma hicieron crecer la vivienda
y compraron dos propiedades en unos barrios cercanos. Cada miembro de la
cooperativa debía ejercer una función y todo el dinero recolectado se llevaba a
un arca para administrarlo de manera equitativa con servicios y el cubrimiento
de necesidades. Luego la práctica creció y los Habirú desarrollaron otras
actividades domésticas, porque todos vivían juntos.
Ya con contactos en el
oficialismo, los miembros de la cooperativa se encargaban de preparar los
almuerzos a toda asamblea y acto político que se hacía en el sur de Maracaibo. A
los cinco años, sus miembros ya tenían una residencia (en el terreno de los
padres de Leonel), dos panificadoras, un carro tipo sedán, un camión de
distribución, un camión cava, un colegio privado y un mercado popular que vende
alimentos a los pobladores de La Cruz a precios solidarios.
El colegio Guillermo
Miller queda justo en la casa de Leonel y sobre el mercado popular. Allí
estudian los 17 niños que viven en la comuna, y sus madres son las maestras. A
la vez, cerca de 180 niños de la comunidad reciben clases en esa institución
privada, con salones solo para 12 estudiantes y equipados con libros,
computadoras y aire acondicionado. Los representantes, la mayoría trabajadores
de las camaroneras, pagan 200 bolívares al mes, que es lo mismo que un dólar al
cambio del mercado negro.
La popular eficiencia
de los habirú provocó que los vecinos los invitaran a participar en las
elecciones de los consejos comunales, por lo que Leonel se convirtió en uno de
sus miembros junto con Yuvani. Entre sus proyectos estaba el de construir una
escuela para niños con necesidades especiales que beneficiaría a 30 sectores de
esa parroquia.
Los tratos con la
administración pública le proveyeron de fondos pero también de enemigos. Los
miembros de los consejos comunales, al recibir los fondos por parte del
Gobierno, deben buscar empresas contratistas para ejecutarlos. Ya tenían varios
miles de bolívares en la mano cuando los líderes parroquiales del gubernamental
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) recomendaron varios conocidos.
–Me llamaban personas
desconocidas diciendo que él y su empresa podían hacer la obra, pero nosotros
nos negamos, y como yo debía firmar los cheques, nunca se aprobó nada para
nadie.
La escuela nueva se
llama Desiderio Vílchez y fue la única obra entregada por consejo comunal alguno
en San Francisco. Aunque el proyecto dictaba que se trataba de una humilde
estructura, ellos le instalaron un parque infantil y aparatos de aire
acondicionado. Parte del secreto fue que la mano de obra salió de Habirú, ya que
ellos se encargan de toda la planificación, arquitectura y construcción de
absolutamente todo. No pagan por ningún servicio y los costos bajan.
–Nosotros demostramos
que con el presupuesto que entregaban sí se podía hacer la obra- cuenta Leonel.
Así cualquiera se gana
enemigos.
Loco video loco
–No sé de quién era el
teléfono que me quitaron, pero sí, tenía un video pornográfico- Lleva un reloj
negro de correa plástica, una camisa azul de mangas cortas y unos bigotes
despoblados. Sus rasgos faciales denotan alguna descendencia indígena.

Tras varias asambleas de ciudadanos, los miembros de la comunidad de Habirú formaron parte del consejo comunal de la zona, donde ni siquiera para la alcaldía pasaron desapercibidos. Foto: Facebook/Los Habirú.
Armando Guillén es un
comisario de más de 50 años, casi dos metros de alto, voz grave y un gran
mostacho. Estuvo desde 2010 y aproximadamente hasta 2012 dirigiendo la
subdelegación San Francisco –un municipio del sur del área metropolitana de
Maracaibo– de la Policía científica. Pese a sus aciertos, los medios
locales criticaban su cercano vínculo con el alcalde Omar Prieto, del PSUV. Lo
llegaron a acusar de recibir órdenes directas del alcalde, sin obedecer a
ninguna otra jerarquía.
Ese día Leonel llegó a
las viejas oficinas policiales y lo llevaron directamente al despacho de
Guillén, ubicado en el primer piso (en la planta baja solo unas oficinas, y en
un pasillo enrejado, los baños justo al lado de los calabozos). Sentía cierta
tranquilidad, pero antes de reunirse con el comisario, vio salir de la oficina a
Raúl Díaz Granados, el novio de la hermana de su esposa que meses antes se había
ido de Habirú despreciando todo el entorno. Se miraron a los ojos, pero no se
dirigieron las palabras.
Al entrar, el comisario
le aclaró las dudas: la denuncia la había hecho Raúl, sobre algunas
irregularidades en su comuna. De cualquier forma, no pasaría a mayores, pensó,
pero aún le sorprendía todo el aparataje policial por una denuncia que no
pasaría de ser un chisme.
–Cuando terminó la
conversación con el comisario, me dieron ganas de ir al baño.
Leonel González estuvo
preso durante seis meses.
Trabajo cruel, trabajo
forzoso, violencia sexual en grado de continuidad, lucro por trabajo
contraindicado, lucro por trabajo en niños y niñas, exhibición de material
pornográfico y reducción a la esclavitud. Bajo esos delitos fue presentado
Leonel, junto con Yuvani y el chofer de ambos. Al día siguiente ingresó al área
del Bunker del retén El Marite y entonces comenzó el escándalo en todo el
estado Zulia.
–Cuando un nuevo
detenido llega al retén, la bienvenida es una golpiza, pero el “pran” estaba
ocupado ese día. Los otros presos nos pidieron, antes de que nos golpearan, que
no gritáramos mucho porque eso los desesperaba-. A ninguno de los tres los
golpearon nunca. Para Leonel, el “pran” es buena gente.
Ellos mantuvieron el
orden y respetaron las normas internas de los líderes de facto del
penitenciario, pero el resto de los detenidos seguía preocupado. La golpiza era
inminente.
Otra práctica común, es
que el líder penitenciario asesine a quien haya cometido un delito grave como
violación. De acuerdo a ese código sin escribir, los delitos de Leonel y
compañía eran imperdonables, y a diario los medios locales –Panorama,
La Verdad, Versión Final– publicaban nuevos detalles aportados por
el comisario Guillén: que Leonel daba autorización a los jóvenes para
masturbarse solo en su presencia para luego devolverles el favor; que recurría a
la violencia física sin razón aparente y que habían desaparecido 30 niños de la
comuna.
El profeta, lejos de
recibir una golpiza, hizo amistad con el líder y con los otros detenidos. Con su
integridad asegurada, pero preso, y con la incertidumbre de no saber a qué
enemigo temerle.

La comuna tiene una escuela para atender a sus 17 niños y a otros 180 de los alrededores. Al final del año escolar, el púlpito del templo se convierte en tarima de auditorio para entregar los títulos de bachiller a los nuevos graduandos. Foto: Cortesía Habirú.
–No sé quién fue. No sé
si los consejos comunales y las personas que se han ido molestas se unieron. No
sé si fue el alcalde Omar Prieto, no sé, pero esto fue una prueba que debimos
afrontar y la verdad siempre sale.
El viernes 1 de abril
de ese año, 2011, la esposa de Leonel, Yaneth, dijo al diario Versión Final que
el alcalde Omar Prieto había prometido exterminar lo que denominó una “secta”,
mientras que ella misma denunció que intereses políticos querían quedarse con
sus instalaciones.
El caso de El
Patriarca, como lo bautizaron desde la oficina policial, cayó en manos de la
fiscalía 48 del Ministerio Público, a cargo de Fernando Lossada. Pasados los 45
días que exige la ley para hallar evidencias que logren incriminar a los
imputados, los seis delitos fueron desestimados, como también posteriores
denuncias de violación y de intento de asesinato contra una mujer que murió en
2002 en un accidente vial. Pese a que todos esos casos fueron en épocas
diferentes, algún ente bien organizado logró recabar toda la información,
incluso la supuesta homosexualidad por la que fue expulsado en 1985. Leonel aún
insiste en desconocer quién está detrás de todas las acusaciones.
El día que se
cumplieron los 45 días, a Leonel, Yuvani y su chofer le quitaron los seis
delitos. No hubo evidencia alguna de trato cruel, violación o reducción a la
esclavitud. Terminada la audiencia y con sus reputaciones lavadas frente a la
autoridad nacional, el profeta y sus compañeros regresaron aun así al retén
policial.
Planificación centralizada
La comuna creció desde
2011. Ahora son 63 adultos y 17 niños los que viven entre sus enramadas. En el
recibidor hay un juego de muebles blancos de cuero con una lámpara de cristales
colgantes y una mesa de vidrio, desde donde se ve el porcelanato beige del suelo
recién pulido. A los lados, unas habitaciones ocupadas por los matrimonios,
algunas de ellas con cunas, pañales desechables y ropa de bebés. También hay un
cuarto para niñas con ocho camas todas cubiertas con edredones rosados y
rodeados por decoraciones detalladas (mariposas, lámparas, cuadros). Leonel
mismo es el encargado del diseño. En el comedor hay una mesa con ocho puestos y
a un lado una de las seis cocinas: revestimiento de mármol con gabinetes de
madera tallada y manijas cromadas. Más allá, otra cocina con tres mesas, todas
con ocho o más puestos.
Para Leonel lo de
“patriarca” no le resulta un calificativo peyorativo, aunque reconoce que quien
lo llama así es porque leyó el periódico. Sin embargo, cree que la policía
tenía razón, porque él es el líder y padre de toda esa organización.
–Vivimos en comunidad,
formamos una comuna. En pocas palabras, somos comunistas. Lo dice mientras
sale de esa primera estructura, su vieja casa amoblada, y pasar a una enramada
con pisos de caico y sillones playeros.
Lo muestra todo, sin
grandilocuencia. Llega a la sala de reuniones donde hay cualquier cantidad de
adornos, otra cocina, otra mesa de vidrio, otra sala de estar y una esquina con
varios retratos. Adán de un lado, Jesús del otro. De arriba abajo, personajes
importantes del templo adventista. En el medio, en el cuadro más grande, Leonel.
El cuadro lo pintó uno de los que allí vive, como también cocinan quienes allí
residen.

Cuando apresaron a su pastor, la congregación marchó por Maracaibo para pedir por su liberación. Foto: Cortesía Habirú.
En otra ala de
estructura, los cuartos. Son dos pabellones con camas individuales, de madera,
de lado y lado. El azul de uno y el rosado de otro identifican que los ocupantes
están divididos por sexo. Todo cuidadosamente puesto: mesa de noche, lámpara,
cuadro, ventana. Luego, mesa de noche, lámpara, cuadro, ventana. También hay
ventiladores y aire acondicionado. Desde allí se puede ver que una suerte de
puente une el primer piso de un ala con el primer piso de otro. Hay más cuartos,
bibliotecas, salas de computación, áreas de juego, salones de reuniones.
Leonel tiene su oficina
y él pone las reglas. Recorre las caminerías de cemento y a la vez prohíbe pisar
la grama. Saluda a un albañil que hace un nuevo salón y advierte que a él no se
le paga. Tiene techo, comida, educación, entretenimiento y solo debe hacer lo
que sabe hacer. Llega a la zona de bailoterapia y recuerda que allí abajo se
deposita lo que sale de los 35 baños de la estructura, porque en el barrio no
hay red de aguas negras. Lo dice a la vez que señala la piscina, donde uno de
los residentes enseña natación los domingos y todos, todos, deben acatar la
clase. También señala, orgulloso, que tiene seis plantas eléctricas, que debió
comprarlas durante la crisis, y que ya no depende del Estado en ese aspecto.
Muestra también, en una zona más alejada, la construcción de la sala de visita y
un pequeño gallinero. Su plan es producir su propia comida porque a diario debe
comprar costales de vegetales y alimentos al por mayor. Todo está planificado en
la pequeña república gobernada por El Patriarca.
Como Al Capone
Anabel vive con su
esposo y sus tres hijos en Habirú desde 2011. Escuchó a Leonel desde hace muchos
años antes de su expulsión definitiva y compartía su pensamiento. Joven e
impetuosa, la morena se fue a estudiar a Canadá y regresó a Venezuela con un
título de abogada y casada con un salvadoreño. Cuando llegó en 2010, duró unos
pocos meses. La rigurosidad de las normas no le gustó. Es otro estilo de vida.
Hay horas para
levantarse y horas para dormir. Está escrito lo que se debe y lo que no se debe
hacer, así que desistió de la idea y regresó a su casa.
–Pero afuera me di
cuenta de que me sentía mejor aquí y regresé en 2011. Soy la abogada de la
cooperativa y de Habirú-, aclara orgullosa a la vez que muestra un paquete de
“arepanes”, una especie de pan pita integral que revolucionó las panaderías y
los fondos de la cooperativa.
El año en el que
regresó, se estrenó en la batalla entre un hombre y el Estado. –El juicio de
Leonel terminó en noviembre de 2014.
El día que desestimaron
sus delitos, sin embargo, regresaron al retén. El mismo fiscal, Lossada, les
había imputado un nuevo cargo: defraudación tributaria. Como con Al Capone, le
dieron la vuelta al caso para acusarle por asuntos de impuestos presuntamente
evadidos. Leonel se convirtió en el primer zuliano en permanecer detenido en un
centro de arrestos preventivos durante más de cuatro meses por no haber
declarado impuestos sobre la renta.
Anabel explicó que
normalmente se trata de un procedimiento administrativo muy engorroso porque es
el ente tributario (Seniat) el que debe iniciar la investigación y luego
remitirla al Ministerio Público. En caso de demostrarse, se procede a una
sanción administrativa. En este caso fue la detención preventiva.

Tras varias asambleas de ciudadanos, los miembros de la comunidad de Habirú formaron parte del consejo comunal de la zona, donde ni siquiera para la alcaldía pasaron desapercibidos. Foto: Facebook/Los Habirú.
–Pero
hay otro detalle: por ser Habirú una cooperativa, solo debe declarar impuestos,
no pagarlos.
Las
anomalías se extendieron. Aunque el delito fue imputado contra Leonel, el fiscal
solicitó la congelación de todos los bienes de la cooperativa. Habría sido
aceptable en caso de que la investigación recayera sobre tal organización y no
contra una persona natural. Al cumplirse los seis meses y después de algunos
retrasos procesales, Leonel González y Yuvani (el chofer fue liberado al cabo de
los 45 días) regresaron a Habirú bajo régimen de presentación.
El
caso fue sobreseído.
Fin de mundo
–Sí,
se burlaron en la prensa, pero sí ocurrió el 6 de enero de 2012 lo que había
pronosticado: el comienzo del fin de los tiempos. Yo soy un profeta-, Leonel no
pierde nunca la sonrisa ni la confianza en sí mismo.
Para
él, todo fue una prueba. Hoy recolecta evidencias para denunciar al fiscal
Fernando Lossada. Ya señaló el caso contra el diario Panorama en el
Colegio Nacional de Periodistas y aún evalúa si hará una demanda formal contra
el periódico frente al Ministerio Público. Después de la detención y de las
acusaciones, la comuna creció y mejoraron sus instalaciones, hay nuevos
integrantes y busca, cada día, que los miembros se multipliquen.
Según
él, nunca ha rechazado a nadie. Raúl Díaz Granados, uno de sus acusadores, vivió
varios años en Habirú y un día, ya cansado de tener que respetar las normas, se
fue. Su esposa, la hermana de la esposa de Leonel, no quiso dejar la comunidad y
eso lo molestó. Como él, otras personas se han ido.
Una
de las principales normas de Habirú es que quien se vaya, no puede llevarse
nada, pero toda la edificación está en el terreno de los padres de Leonel.
Son
las 5.00 de la tarde y desde el patio trasero se escucha la algarabía. Son al
menos nueve niños con uniforme escolar jugando en un pequeño parque. No hay
norma que controle la arena en las franelas blancas.
–Pronto
vas a escuchar de nosotros, porque queremos que esto crezca, que miles de
personas vivan así, con nosotros- El proyecto de Leonel demuestra que el error
del comunismo es aislarse de la religión.
El
Patriarca,
a quien lo ha perseguido desde siempre la sexualidad en todas sus expresiones,
no tiene pareja desde que Yaneth murió a causa de un cáncer. Se niega a
sustituirla.
–Ella
va a resucitar. La estoy esperando.

En la comuna adventista no falta alimento para el alma y el estómago. Tanto así que han estandarizado una línea de producción de “arepanes”, una especie de pan pita integral que venden a las panaderías de la zona. Foto: Juan José Faría.