Sarampión, la epidemia continental

Desde el comienzo de la epidemia de sarampión en julio de 2017, al sur de Venezuela, seis países sudamericanos están afectados por casos provenientes de la que alguna vez fue la nación más rica y moderna de la región. Dos años después del brote, no se ha podido controlar la enfermedad.
Cuando
los llantos de Ariannys no cesaban, su madre, María Gabriela Castellón, entendió
que no era por hambre. Era julio de 2017. La niña de apenas dos meses de nacida,
tiritaba de fiebre y lloraba con desespero. Más allá de la fiebre, en las
primeras horas no hubo más. La mamá, el papá y la abuela se turnaban las
guardias para cuidarla. Así pasó un día. Luego, dos. Al tercero, los llantos no
eran solo de la niña, sino también de sus padres. Todos en la casa sabían que lo
que tenía Ariannys no era una simple fiebre.
El
sarpullido les hizo pensar en mucho de lo que no era. ¿Varicela? Fue lo primero
que se les ocurrió cuando puntos rojos salpicaban los brazos, las piernas y la
cara de la niña. Hasta que hubo otro síntoma: inflamación de amígdalas.
¿Amigdalitis? Habían transcurrido tres días desde la primera fiebre y pensaron
que no tenía relación. ¿Difteria? En Venezuela, estado Bolívar —la región donde
vive la familia—, hacía poco que esa enfermedad había resurgido y había matado a
más de 20 niños en 2016. Los padres de Ariannys no querían seguir en
incertidumbre. La llevaron al médico. La niña, les dijeron, tenía sarampión.
Ha
pasado un año desde ese día y ahora, sentadas en el porche de la casa, María
Gabriela y su madre, Gloria, recuerdan la crudeza de aquello de lo que nada
sabían. La familia de Ariannys vive en Puerto Ordaz, principal ciudad del estado
de Bolívar, al sur de Venezuela, y que durante la segunda mitad del siglo XX fue
sede de las empresas del hierro, la bauxita y el aluminio. En ella, a la par del
desarrollo industrial, creció un cinturón de barriadas con servicios básicos
precarios y alta criminalidad. Algunas, levantadas alrededor de una fortaleza
militar llamada Comando Regional 8, o Core 8 como le llaman los vecinos.

Tres nietos de la señora Gloria Hernández, entre ellos la bebé de María Gabriela, de apenas dos meses de nacida, tuvieron sarampión en julio de 2017. Julio fue el mes que marcó el inicio de la epidemia en Venezuela y que aún se mantiene activa en ese país. Crédito: William Urdaneta
Para
cuando su nieta se enfermó, la abuela Gloria recuerda que ya había “algunos
casitos” en el barrio. Hasta ahora no se ha determinado quién los contagió, pero
lo cierto es que fue el comienzo del miedo para todos.
El
proceso de Ariannys fue de 15 días. El tratamiento que le mandaron fue
amoxicilina y acetaminofén. “Solo le dimos acetaminofén, porque no conseguimos
el otro”, recuerda la abuela. La escasez de medicinas los llevó a ingeniárselas
de otras formas. Le daba agua de arroz y alguna planta medicinal hasta que sanó.
Pero el virus ya estaba asentado en la casa 32.
El
siguiente en enfermar fue otro nieto de Gloria, Oliver, de dos años, y luego
otra nieta, Mariannys, de cuatro. No tenían idea de como se habían contagiado.
Para julio de 2017, la casa de los Castellón Hernández era noticia en toda la
comunidad. Pronto, la comunidad también se volvió noticia, y no precisamente por
las multitudinarias protestas en contra del régimen de Nicolás Maduro que
ocurrieron ese año allí. En el Core 8, según los informes de salud, había un
brote de sarampión que no dejaba de expandirse.
El
Ministerio de Salud desplegó una cuarentena en la calle de Ariannys y una
jornada de vacunación para toda la comunidad. Gloria recuerda que vacunaron como
a 60 niños esa vez. Pero de ahí no han vuelto.

Este virus es altamente contagioso: una sola persona con sarampión puede infectar a 18 más. Foto: William Urdaneta
¿Cómo
podía ser mortal un virus que, hasta hace unos años, en uno de los países más
ricos de la región, podía prevenirse con una simple
vacuna?
La expansión invisible
El
sarampión es uno de los virus más contagiosos descritos por la ciencia médica.
Una sola persona con sarampión puede infectar a 18 más. Se transmite muy
fácilmente, de persona a persona, apenas aparecen los primeros síntomas —fiebre muy alta, tos, conjuntivitis,
congestión nasal, erupciones en la piel— y a través de las gotas de saliva que
se esparcen al toser y estornudar.
De
ahí que, en los años sesenta, científicos desarrollaran una vacuna para frenar
su propagación y mantenerlo bajo control, o al menos reducir la cantidad de
niños que se enfermaban y fallecían por el virus. Y es que el sarampión es tan
letal que, si no es tratado a tiempo, puede causar neumonía, sordera, ceguera,
afectar el corazón y causar lesiones neurológicas, entre otras enfermedades,
como informa Consenso Sarampión, publicado por la Sociedad Venezolana de
Infectología a raíz del brote registrado en 2017.
Por
esa facilidad de contagio sumada a la escasez de vacunas, Venezuela acumula
—entre 2017 y julio de 2019— 10 mil 329 casos sospechosos de sarampión (hasta
ese momento, 6 mil 923 confirmados) y 81 fallecidos reconocidos por las
autoridades. Los datos extraoficiales hablan de 139 muertos desde que inició la
epidemia y ninguna muerte en lo que va de 2019.
La
expansión del virus, sin embargo, ya es internacional. El sarampión se ha
convertido en el virus que más se ha propagado desde Venezuela hacia Sudamérica,
como consecuencia directa del éxodo que ya suma cuatro millones de venezolanos
según cálculos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM),
hasta junio de 2019.
Brasil
y Colombia fueron los primeros países en documentar casos “importados” de
sarampión desde tierras venezolanas. “Importados” es el término epidemiológico
que se aplica cuando la persona se contagió en otro país, que no es el mismo
donde se detecta y diagnostica. Cada nación debe registrar esos casos de ese
modo para precisar cuándo el virus está circulando dentro de su territorio y
cuándo no.
En
América Latina, hacer esa distinción no fue difícil. En septiembre de 2016, la
Organización Panamericana de la Salud (OPS) declaró al continente como
territorio libre de sarampión. Fue la primera región del mundo en lograrlo,
luego de 22 años de habérselo propuesto y trabajado en un amplio programa de
inmunización con la vacuna triple viral, que previene el sarampión, la rubéola y
la parotiditis. Solo duró nueve meses. Venezuela quebró la
certificación.
Hasta
junio de 2019, y de acuerdo con los datos notificados por cada gobierno, se
habían identificado 358 casos de sarampión importados desde Venezuela en seis
países: Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Brasil y Colombia. En todos ha sido
identificado el mismo genotipo (D8) y mismo linaje (MVi/HuluLangat.MYS/26.11)
del virus del sarampión que originó la epidemia en Venezuela. Estos seis países
se han convertido en los principales lugares de acogida de los venezolanos que
huyen de la hiperinflación y de la emergencia humanitaria compleja. Sobre todo
porque las enfermedades viajan con la gente.
En
agosto de 2018, la OPS emitió un comunicado donde informaba que el sarampión se
había vuelto endémico en Venezuela, pues el virus tenía más de 12 meses
continuos circulando en el territorio. Como consecuencia del brote venezolano,
Brasil y Colombia también han perdido el reconocimiento de territorios libres de
sarampión y el virus también se tornó endémico.
Aunque
el organismo internacional no lo haya anunciado, Brasil registró los primeros
casos de sarampión en febrero de 2018 y Colombia un mes después. Los reportes
mensuales de la OPS sobre la situación del sarampión en la región confirman que
ambos tienen más de 12 meses con circulación activa, una circunstancia
lamentable considerando que la mayoría de los países latinoamericanos tenían 18
años sin reportar casos endémicos del virus.
En
el continente, esta epidemia parece poner a prueba la calidad del sistema de
salud en cada nación, dejando ver sus profundas
debilidades.
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Sin vacunas, sin información
Bolívar
es el estado más grande de Venezuela. Limita con Brasil al sur y con la Guyana
Esequiba al este. Cuenta con amplias extensiones de selvas y sabanas junto a una
riqueza mineral y natural envidiables, que incluyen oro, diamante, coltán y
tepuyes, las formaciones geológicas más antiguas del planeta. Pero Bolívar
también se ha convertido en un crisol donde convergen las epidemias que terminan
afectando a todo el país primero, y a otras naciones
después.
No
es fácil cubrir todo su territorio para vacunar a todos sus habitantes y
controlar, selva adentro, el brote de algún virus. Allí una enfermedad arropa a
la otra, circulan en paralelo, no hay tiempo para asimilar el paso de una cuando
llega la próxima. Actualmente, por ejemplo, la emergencia es la hepatitis A.
Antes fue el sarampión, y antes la difteria y siempre, cuando inician las
lluvias, es la malaria, que puede tenerse una y otra vez.
Fue
en este contexto donde el sarampión encontró a miles de niños no vacunados,
tanto en Bolívar como en el resto de los 23 estados de Venezuela. Para evitar un
brote o frenar el desarrollo de alguno, se debe lograr la cobertura mínima de
95% de la población estimada a vacunar, y en este caso no se limita a los
infantes. La vacuna contra el sarampión está indicada desde los 12 meses de edad
hasta los 39 años. Pero cuando hay una epidemia en curso, se puede vacunar a los
bebés a partir de los 6 meses, explica la infectóloga y pediatra María Graciela
López, de la Sociedad Venezolana de Infectología.
Por
sus características geográficas, Bolívar es uno de los estados con las
coberturas de vacunación más bajas. Pero las cifras nacionales no son mejores,
aunque el equipo de salud que acompaña a Nicolás Maduro diga lo contrario. Las
coberturas anuales reportadas por Venezuela a la OPS son demoledoras.
En
2017, en plena circulación de la epidemia, solo se alcanzó una cobertura de 59%
de la población que debía ser vacunada. Los esfuerzos fueron insuficientes
durante los meses más claves para contener el virus. Esto explica no solamente
el porqué de la propagación del sarampión por toda Venezuela, sino también los
grupos más afectados en el país: menores de 5 años de edad, mayormente, seguidos
por el grupo de 6 a 15 años. Muchos de estos niños y adolescentes han llegado a
otras naciones sudamericanas.
Cálculos
de varios especialistas venezolanos, con base en las coberturas de vacunación
que Venezuela informa a OPS, pero no a sus propios habitantes, detallan que al
menos 1.150.000 niños menores de 1 año dejaron de ser vacunados en una década:
es la misma cantidad de lactantes susceptibles a enfermarse, explica José Félix
Oletta, médico internista y exministro de Salud.
Los
reportes levantados por él y varios colegas, divulgados a través de la
organización civil Alianza Venezolana por la Salud, han terminado siendo una
referencia sobre la salud pública venezolana frente a la censura de información
que impera. Los últimos boletines epidemiológicos publicados por el Ministerio
de Salud venezolano son los del año 2016.
Si
a estas bajas coberturas se suman la escasa disponibilidad de vehículos para
trasladar las vacunas refrigeradas, las fallas eléctricas que comenzaron a
afectar al país a partir de 2010, la falta de enfermeras y la escasez de
biológicos (solo en 2017 apenas hubo dos de doce vacunas del esquema nacional),
la expansión del sarampión durante los últimos dos años era una bomba de tiempo.
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Incluso
las farmacéuticas trasnacionales con sede en Venezuela, que tradicionalmente
importaban vacunas, dejaron de hacerlo debido a la cuantiosa deuda que el Estado
venezolano dejó acumular y no pagó, derivando en el cierre de las líneas de
crédito y, posteriormente, en el cese de operaciones de estas empresas.
De
hecho, cuando se revisan las importaciones de vacunas realizadas por estas
empresas privadas que hacían vida en Venezuela, se observa que 2013 fue el
último año en el que ingresaron biológicos. La información de la base de datos
latinoamericana Datasur confirma no solo la reducción y cese de las compras,
sino que también da luces sobre la dependencia total de Venezuela del Fondo
Rotatorio de OPS.
Son
limitaciones que termina padeciendo la población, como le pasó a Gloria
Hernández con tres de sus nietos, y que dos años después no han sido resueltas.
Bastó recorrer los ambulatorios de salud de San Félix y Puerto Ordaz para
verificar que no todos los lugares visitados tenían disponible la vacuna triple
(SRP) o doble (SR) para prevenir el virus.
“Llegan
la próxima semana, venga los martes”, respondieron en el ambulatorio Las Manoas
y en un módulo cubano en la UD 145. “No hay”, sin más detalles, dijeron en el
módulo del sector La Victoria. Dependen del Estado, algunos del gobierno
regional. Por ello, las enfermeras y médicos prefieren no hablar o lo hacen con
desconfianza. Solo algunas vacunadoras se atreven a comentar los desafíos de su
trabajo.
Es
el caso de Noelia, una de las pocas enfermeras vacunadoras que quedan en el
estado. En el ambulatorio de Castillito, en Puerto Ordaz, donde ella trabaja, no
hay planta eléctrica para mantener refrigeradas las vacunas cuando ocurre un
apagón. “Cuando se va la luz, si es sábado o domingo, vengo corriendo y cambio
los paquetes de frío de las neveras donde tenemos las vacunas”, cuenta Noelia,
que ya lleva 34 años de servicio. “Afortunadamente vivo cerca”.
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“Estos
paquetes hacen el milagro de la cadena de frío. En segundos esa cadena muere”,
advierte mientras señala los empaques de plástico congelados. Las vacunas SRP,
SR, Polio, Fiebre Amarilla y BCG son las que deben conservarse entre los 2º y 8º
centígrados, dice Noelia. Lo sabe de memoria porque ya suma 34 años de
experiencia.
La
presidenta de la Sociedad Venezolana de Infectología, María Graciela López, recuerda que la vacuna más susceptible o
termolábil es la SRP, que debe refrigerarse a una temperatura entre los 2ºC y
8ºC para garantizar su calidad. Como se trata de una vacuna de virus vivos
atenuados, mueren cuando se enfrentan a temperaturas superiores a los 8ºC y por
ende la efectividad se pierde. Si se aplican no generan inmunidad. Por ello lo
delicado de la cadena de frío. Y también por ello es que algunos niños que son
vacunados en jornadas especiales de calle terminan enfermando con sarampión; si
no se cuida esa refrigeración reciben un biológico que no genera
inmunidad.
En busca de soluciones
El
sarampión continúa circulando en Venezuela, con transmisión activa en 14 estados
hasta el mes de julio. En buena parte del territorio venezolano solo se dispone
de la vacuna SR (Sarampión-Rubeóla) para seguir controlando la enfermedad,
detalle que preocupa a los pediatras porque ya están previendo un posible brote
de parotiditis a futuro, como consecuencia de ese buen número de niños vacunados
solamente con la SR y no con la vacuna triple, que protege del Sarampión,
Rubéola y Parotiditis.
A
diferencia de los países de la región, Venezuela activó en mayo la “Semana de
Vacunación de las Américas”, campaña promovida anualmente por la OPS. Casi un
mes después que el resto de los países del continente y por mucho más tiempo: 43
días continuos.
Con
poca difusión en medios de comunicación masivos e insuficientes vacunas, la
campaña finalizó sin la certeza de resultados óptimos con coberturas por encima
de 95%. De hecho, a la comunidad de Core 8, en Puerto Ordaz, la comunidad de
Ariannys y su familia, la misma que fue noticia en 2017 por tener un brote de
sarampión, no llegó la cruzada de vacunación.
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Desde
el último trimestre de 2017, el Ministerio de Salud de Venezuela no ha
organizado más jornadas de vacunación contra el sarampión en la zona, recuerda
la abuela Gloria Hernández. A su casa solo llegaron esa vez, cuando sus nietos
fueron diagnosticados con el virus, hace dos años. No han vuelto.
Gloria
es una especie de líder comunitaria: organiza, junto con entidades
gubernamentales, la venta de gas regulado en el barrio. Por ese liderazgo
vecinal ha tratado también de impulsar jornadas de vacunación. No ha podido.
Ninguna institución ha respondido a sus solicitudes.
Además
de que no hay medidas de prevención, tampoco hay formas de afrontar un nuevo
brote de la enfermedad porque no hay medicinas.
“Uno
va al módulo y le dicen: no hay nada. Pero uno va al mercado, al lado, y los
bachaqueros tienen de todo: allí consigues antibióticos, para el dolor, para
inflamación, aspirina. Eso es en el mercado. Hay puestos en donde venden
pastillas de todo”, dice Gloria y agrega un dato: a veces esos medicamentos que
venden vienen en su cajita con el sello del ‘Gobierno Bolivariano de Venezuela”.
Bachaquero
es el mote con el que en Venezuela se conoce a los revendedores: son aquellos
que consiguen productos a precios regulados y los venden a precios de productos
importados. En todo el país, el “bachaqueo” es un negocio tan ilegal como
rentable. La reventa de medicinas en Core 8 no es
excepción.

El hospital pediátrico Menca de Leoni, en Puerto Ordaz, estado Bolívar, está cerrado desde abril de 2018. Una opción menos para la población infantil del estado con más brotes de epidemias en Venezuela. Foto: William Urdaneta
¿Cómo
llegan esas medicinas a los revendedores? En la comunidad apelan a la
explicación más obvia: complicidad entre los trabajadores del módulo y los
revendedores. Nadie investiga. Y nadie denuncia. La verdad es que no hay fe en
que habrá soluciones.
Toca,
entonces, ingeniárselas con lo poco que hay: los 40 mil bolívares de salario
mínimo mensual, equivalentes a poco más de 3 dólares.
“Hace
poco nos fuimos para el Uyapar (el único hospital público de Puerto Ordaz) y
está de terror. Tuvimos que comprar las medicinas porque no había nada. ¿Una
solución fisiológica? 57 mil. ¿Una amoxicilina? 47 mil. Si yo de pensión cobro
40 mil bolívares, ¿cómo compro esas medicinas y, además, la comida?”, comenta
Gloria sobre su experiencia vivida en julio. Hoy, en setiembre, el salario
mensual sigue en 40.000 bolívares, pero las medicinas que menciona han
triplicado su precio.
En
la sala de la casa, Oliver, de cuatro años, mira videos en una pequeña laptop
mientras que Nairobi (quien prefiere no hablar), lo vigila. Mariannys y Ariannys
no están. El mayor temor de todos es que algo similar o peor que el sarampión
los contagie otra vez, porque nadie garantiza que recibirán los
tratamientos.
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“Cuando
el paludismo se puso de moda —dice Gloria—, eran colas y colas que se hacían en
los módulos. Si no llevabas las láminas no te hacían el examen. Si tenías que
tomarte una muestra, tenías que ir a la clínica a que te hagan el examen. Los
dos módulos, el venezolano y el otro, estaban colapsados. Ahorita el paludismo
está calmado. No sé si es porque no hay gente de las minas”.
Pero
la “calma” en la que están las enfermedades no les da esperanzas. Saben que si
ya fue el sarampión, podrá ser otra cosa. Y no hay garantías de que haya cambios
en el descalabrado sistema de salud venezolano.
El
gobierno, acostumbrado a negar, minimizar o incluso a no hablar de las epidemias
que circulan en el país, se refirió por primera vez en el año al sarampión el
jueves 6 de junio. Nicolás Maduro, acompañado del ministro de Salud, Carlos
Alvarado, aseguró que los casos de sarampión habían disminuido 91% y que
celebraban tener hasta ese momento tres semanas sin el reporte de nuevas
infecciones. Pero la realidad de miles de familias venezolanas no se corresponde
con esas cifras.
El
pequeño Oliver, sobreviviente del sarampión, no lo sabe ni tendría por qué:
allí, en esa casa 32 de la manzana 50, en el Core 8 de la ciudad de Puerto
Ordaz, todas las condiciones están dadas para que se den otras epidemias. Allí y
en cualquier parte del país.
Por
ahora, su familia hace lo que puede para
protegerlo.
*
Este reportaje forma parte del especial "Venezuela: un país en busca de alivio"
de Salud con lupa con
apoyo del Centro Internacional para Periodistas
(ICFJ).