Los wayuu del Zulia se mudan a Maicao

La migración wayuu aumenta la presión en La Guajira. Una alianza de medios colombianos –unidos con el nombre de Liga Contra el Silencio– advierte sobre un fenómeno de "indígenas retornados", que vienen cruzando la frontera para establecerse en los municipios de Uribia, Maicao, Manaure y Riohacha. Viven en asentamientos que crearon y en las rancherías de sus hermanos establecidas a lo largo y ancho del desierto.
Según el Instituto
Nacional de Salud de Colombia, 45 niños muerieron de hambre el año pasado. Solo
en la última semana de noviembre murieron diez. Todos eran wayuu, informó El
Heraldo. La situación se agrava con la aparición de nuevos asentamientos
donde falta todo; además de las pugnas que se han desatado en territorio wayuu,
del lado venezolano, por los peajes ilegales donde se mueve el contrabando ante
la mirada de todos y sin control de nadie.
“Allá la situación cada
día es más complicada. No había trabajo, ni comida”, cuenta Ricardo Ibarra, un
wayuu de estatura media, fornido y con voz fuerte que salió hace más de 15 meses
de Maracaibo, Venezuela, para radicarse en el Cabo de la Vela,
Uribia.
“Venimos migrando de
Venezuela, pero soy wayuu. Tenemos el cementerio aquí”, dice, tratando de
explicar que puede parecer extranjero en esta tierra, pero al mismo tiempo
pertenece al pueblo de su madre. Ella nació y se crió en el Cabo de la Vela, y
al cumplir la mayoría de edad partió hacia Venezuela. A pesar de eso confiesa
haber sentido, al principio, cierto rechazo. “Cuando llegamos nos trataron un
poco mal; que los maruchos (forma de referirse a los habitantes de Maracaibo).
Pero una vez conocieron que nuestros antepasados están enterrados aquí (en el
cementerio), se han ido aplacando, nos han ido
respetando”.
Para subsistir, Ibarra,
de 64 años, vende gasolina en botellas de plástico, refrescos y gaseosas en una
pequeña e improvisada vivienda ubicada a pocos pasos de la calle principal de la
zona turística del Cabo.

RICARDO IBARRA, INDÍGENA WAYUU LEE EL PERIÓDICO EN URIBIA, COLOMBIA, PARA ENTERARSE DE LO QUE PASA EN VENEZUELA, PAÍS DONDE VIVIÓ DURANTE 40 AÑOS. FOTO: EDILMA PRADA
Por aquí los wayuu
prefieren hablar del “retorno” de sus hermanos más que de migración. “Están
volviendo de nuevo a lo que es su territorio ancestral porque vieron la
necesidad, la miseria, y porque la plata en Venezuela ya no vale nada. Nuestro
pueblo está desprotegido”, dice con voz firme Cayetano Ipuana, palabrero y
sabedor wayuu del Cabo de la Vela.
Aunque los wayuu, la
etnia más numerosa en Colombia y Venezuela, se consideran un solo pueblo que no
admite fronteras, sus asentamientos se han regado por los dos países y hoy es
evidente cómo se han visto obligados a dejarlos y cruzar al otro lado por cuenta
de la crisis política y económica en la nación vecina. Son unos 270 mil wayuu en
el lado colombiano, según cifras de 205 del Departamento Administrativo Nacional
de Estadística de Colombia, y poco más de 415 mil, en el venezolano, de acuerdo
con datos oficiales de 2011.
Los indígenas
retornados —que en su mayoría vivían en el Estado Zulia, en Venezuela—, se
instalaron en los municipios colombianos de Uribia, Maicao, Manaure y Riohacha.
Viven en asentamientos que crearon y en las rancherías de sus hermanos
establecidas a lo largo y ancho del desierto.

PARA REFUGIARSE DEL SOL Y DE LA LLUVIA, LOS INDÍGENAS WAYUU PROVENIENTES DE VENEZUELA HAN CONSTRUIDO RANCHOS CON TELAS ROTAS Y ALGUNAS HOJAS DE ZINC. FOTO: EDILMA PRADA
Según datos del
Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos, realizado en Colombia por su
Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, entre abril y junio del
año pasado, a La Guajira colombiana llegaron 74.874 migrantes. En toda Colombia,
quienes se reconocen como indígenas provenientes de Venezuela suman
20.579.
Sin embargo, la cifra es mayor. Muchos no se censaron por miedo o desconocimiento. Otros no han logrado realizar un proceso de registro e identificación, lo que dificulta el acceso a servicios de salud, educación y empleo.
“Algunos cuentan con la
cédula venezolana, otros no tienen ningún documento. Algunos notarios que
ejercen funciones y oficinas de registro se han negado a registrar a los niños
que no cuentan con certificado de nacido vivo”, explicó la Defensoría del Pueblo
vía correo electrónico ante una consulta de La Liga Contra el
Silencio.
“Obligados a salir de
Venezuela, los wayuu, warao, barí y yukpa, entre otros, tienen dificultades para
acceder a los servicios básicos debido a la falta de documentación (…) Se
enfrentan a desafíos de pérdida de identidad, incluyendo su idioma, y un
dramático deterioro de sus estructuras organizacionales”, alertó hace unos meses
Johanna Reina, asistente de protección de la oficina de ACNUR en
Colombia.

COMEDOR DONDE INDÍGENAS WAYUU RECIBEN COMIDA POR EL PROGRAMA MUNDIAL DE ALIMENTOS DE LAS NACIONES UNIDAS. FOTO: LUIS ÁNGEL
Un sueño premonitorio
Un niño wayuu, pastor y
prodigioso, fue vendido por su hermano a un rey arijuna (no indígena). Una noche
el rey soñó con unas tierras: las de la parte norte eran áridas, de color marrón
y con árboles muy secos, y las del sur eran muy verdes y fértiles. También vio
diez vacas flacas en el lado desértico y diez vacas gordas en la tierra verde.
El rey se preguntó: ‘¿qué significa ese sueño?’. Y buscó a sabedores para que lo
descifraran, pero el único con la respuesta era el niño que había comprado. Éste
le dijo: “Las personas que viven en el norte van a emigrar para el sur donde
está la tierra fértil, en busca de trabajo, cosechas y donde puedan pastorear
las ovejas y cabras, y criar las vacas”. Pero le advirtió que debían manejar muy
bien la riqueza del sur.
Con estas palabras,
dichas en wayuunaiki, el idioma de los wayuu, Cayetano Ipuana, de 70 años, les
narra este sueño (lapü) a niñas y niños en el colegio del Cabo de la Vela de
Uribia, con quienes se reúne cada mañana para compartir las tradiciones de esta
etnia. El sueño evoca el territorio wayuu que comprende toda la península de La
Guajira en Colombia, hasta el lago de Maracaibo, donde termina la Serranía del
Perijá, en Venezuela. Coincidencialmente también podría describir los tiempos
difíciles que viven.
El sueño también
recuerda cómo una parte de sus ancestros atravesó el desierto que cubre la Alta
y Media Guajira en Colombia hacia Perijá y Maracaibo (Marracaya en lengua
wayuunaiki) en busca de alimentos y trabajo. Ese tránsito se repitió en los
setenta y ochenta para huir de la violencia que se desató tras el cultivo y
exportación ilícita de marihuana, o la también llamada bonanza ‘marimbera’, y
por el auge de los carteles de la droga. Hoy los wayuu, que se asientan en
15.300 kilómetros cuadrados en el lado colombiano, y en otros 12.000 en el
Estado Zulia, en la parte venezolana, están haciendo el camino
contrario.

SEGÚN LA COSMOVISIÓN WAYUU HACIA EL DESIERTO EN COLOMBIA ESTÁN RETORNANDO LOS INDÍGENAS QUE EN DÉCADAS PASADAS SE FUERON A VIVIR AL LADO VENEZOLANO EN BÚSQUEDA DE COMIDA Y TRABAJO. | FOTO: LUIS ÁNGEL
El sueño de Cayetano se
presenta con más frecuencia y para él significa la crisis de Venezuela que ha
traído de regreso a sus hermanos wayuu. Según cálculos de la Organización de
Naciones Unidas, 2,3 millones de venezolanos viven en el extranjero como
consecuencia de la crisis.
Su salida responde en
gran medida a la falta de alimentos, carencia severa de medicinas básicas y
equipos médicos, pero en La Guajira la situación es igual de precaria. De
acuerdo con el Instituto Nacional de Salud, con sede en Bogotá, en esa región
del extremo norte de Colombia, en el primer semestre de 2018 han atendido 500
casos de desnutrición de niños menores de cinco años. El Departamento
Administrativo Nacional de Estadísticas añade que, en 2017, la pobreza extrema
en La Guajira fue 26,5 % frente a 25,3 % en el año 2016.
Manaris López,
inspectora rural del corregimiento del Cabo de la Vela, ve con preocupación que,
al aumentar la población, también se incrementan las necesidades. Una muestra de
ello es el agua. Por ejemplo, cada ocho días el Cabo de la Vela era abastecido
con dos carrotanques que ya no son suficientes para la alta demanda. Hasta
finales del año pasado, 15 familias migrantes (60 personas) se habían asentado
solo en este sector.
La Defensoría del
Pueblo de Colombia advierte que la falta de atención de derechos como acceso al
agua, la alimentación y la salud se han agudizado con el aumento de wayuus
venezolanos. También recordó que los programas del Estado colombiano hacia esta
comunidad indígena desde 2014 han sido insuficientes, como señala en un informe
entregado a La Liga Contra el
Silencio.
Ocupación de terrenos
Uribia es conocida como
la capital indígena de Colombia. Se ubica en la parte norte de La Guajira, al
oriente del mar Caribe. Es el municipio de mayor extensión territorial de los 15
que conforman este departamento. En sus 8.200 km2 viven cerca de 186.000 personas, el 90% de éstas
pertenece al pueblo wayuu. Hasta este municipio, donde la pobreza alcanza al
97,63%, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística de
Colombia, han llegado 9.800 migrantes, de acuerdo con datos del censo
oficial.
En las afueras de
Uribia, hacia el sur, crece con celeridad la invasión Flor del Campo. En junio
pasado, unas tres mil personas —entre indígenas wayuu y no indígenas procedentes
de Venezuela— se asentaron en un terreno de propiedad del Ejército para
construir pequeños ranchos hechos con yotojoro —madera que extraen del cactus—,
plásticos, telas y zinc. Levantaron unos mil ranchos. Allí, mujeres, ancianos y
niños se resguardan del sol y de las altísimas temperaturas de Uribia, pero
también de los torrenciales aguaceros que a mediados de octubre inundaron a esta
población.
“Era triste ver
mujeres, niños y ancianos dormir tirados en el piso, todos amontonados en la
plaza de mercado La Florida. Aguantando frío. Por eso nos organizamos y ahora
estamos aquí”, dice Rosa Matilde López Barliza, del e’iruku (clan) Uriana, una
de las líderes indígenas de Colombia.

NIÑOS Y MUJERES WAYUU SON LOS QUE MÁS SUFREN CON EL RETORNO DE VENEZUELA A COLOMBIA. EL AGUA Y LOS ALIMENTOS ESCASEAN. FOTO: LUIS ÁNGEL
Para ella, la ocupación
de ese terreno no es una invasión, puesto que el municipio de Uribia es
reconocido como propietario colectivo del gran resguardo indígena de la Alta y
Media Guajira, que se extiende por el área rural.
“Somos los dueños
ancestrales de este territorio que es inajenable, invendible e inembargable. Es
propiedad colectiva de la comunidad wayuu, por eso estamos aquí y no vamos a
permitir que nadie nos saque”, asegura Rosa, quien también decidió construir un
rancho en ese asentamiento.
Las familias que
llegaron de Venezuela tienen pocas cosas para subsistir. Dentro de los ranchos
cuelgan chinchorros o kanas donde duermen; cuentan con poca ropa, ollas y
vasijas. Pero escasean el agua y los alimentos. “Esos niños están desnutridos.
Mírelos. Necesitamos ayuda, comida, agua”, dice con angustia María de los
Ángeles Fernández, líder wayuu. Se refiere a tres niños, menores de cinco años
de edad, que llegaron junto a su madre provenientes del municipio de Machiques
de Perijá, a tres horas de Maracaibo, en el Estado
Zulia.
A esta invasión se suma
Villa Fausta, creada hace tres años cuando la situación en Venezuela empezó a
deteriorarse con rapidez.
En este municipio, al
igual que en Maicao, el hambre se calma un poco con las ayudas de organismos
como el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, las yanamas
(actividades sociales) que realizan las comunidades y el ICBF (Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar), pero es
insuficiente.

UNA FAMILIA INDÍGENA CONSTRUYE SU CASA. EN LAS INVASIONES EN URIBIA SE ESTIMAN HAY UNOS CINCO MIL WAYUU QUE RETORNARON DE VENEZUELA. FOTO. LUIS ÁNGEL
La Defensoría del
Pueblo explica la grave situación humanitaria poniendo como ejemplo la
distribución de la comida. “Un mercado del ICBF se entrega quincenal y se divide
en un núcleo familiar wayuu incluidos los padres. Hoy, ese mismo mercado se
distribuye entre un mayor número de personas en las rancherías, donde ha llegado
la población de Venezuela”, dice la Defensoría en respuesta a La Liga Contra el
Silencio.
David Rodríguez Viloria, autoridad tradicional del e’iruku (clan) Epiayú, quien en el último año ha recibido en su casa en Uribia entre 10 y 12 familias venezolanas al mes, recuerda mejores tiempos. “Todas las semanas nos mandaban encomienda —alimentos y mercancía— en unos buses que le decían ‘termotabla’ o chirrinchera. Ahora debemos retribuirles”, añade.

ESTA PANORÁMICA MUESTRA INVASIONES QUE SE HAN CREADO EN URIBIA TRAS LA MIGRACIÓN MASIVA GENERADA POR LA CRISIS DE VENEZUELA. FOTO. LUIS ÁNGEL.
“No hay control, tampoco gobierno que medie”
A 10 kilómetros del
municipio de Maicao se encuentra el caserío Paraguachón o Parüchon. Allí se
ubica "la raya": el paso fronterizo que divide a Colombia de Venezuela. En el
caserío —construido en terrenos de los wayuu— hay restaurantes, algunas
residencias, casas de cambio, puntos de control de la Policía, el Ejército y
sobresalen las sedes de Migración Colombia y del Departamento de Impuestos y
Aduanas Nacionales, DIAN.
A diez pasos de las vallas de la policía colombiana en cemento está la "V" de Venezuela, y al fondo (un kilómetro) se ubica un puesto de la Guardia Nacional, junto a un gran letrero con las fotografías de Nicolás Maduro, y del fallecido exmandatario Hugo Chávez.
Todos los días hay un alto
tránsito de personas con equipajes mercados, aunque está restringido el
paso de vehículos desde agosto de 2015, cuando Venezuela cerró el paso
fronterizo.

EL MOVIMIENTO DE PERSONAS EN LA ZONA FRONTERIZA DE PARAGUACHÓN, COLOMBIA ES CONSTANTE. LA CIRCULACIÓN VEHICULAR ESTÁ RESTRINGIDA DESDE HACE TRES AÑOS. FOTO: EDILMA PRADA
En "la raya" el
movimiento es tranquilo, pero la agitación es evidente en las llamadas trochas o
rutas ilegales, por donde pasan personas y vehículos que llevan desde alimentos
y medicinas, hasta mercancías y gasolina de contrabando. Se estima que a lo
largo de los 249 kilómetros de frontera en La Guajira hay alrededor de 200
trochas.
“Todo el que transite
por allí debe pagar en unos peajes que han instalado distintos clanes (wayuu) y
venezolanos. Usan cabuyas y lazos para controlar el paso”, dice una de las
líderes de Paraguachón que prefirió no mencionar su nombre. A los carros
pequeños les cobran unos dos mil pesos, y a los grandes que llevan carga, desde
diez mil pesos, dependiendo su tamaño y lo que lleven.
La habitante de Maicao,
Clara Rosa Larrada, dice que los peajes y los cobros aumentaron durante la
migración masiva. “Indígenas y venezolanos comenzaron a utilizar esas trochas
para que les generara un ingreso. Pero cuando se fue incrementando el paso de
personas, ya entre ellos mismos se dieron las disputas por territorios porque
eso atraviesa una serie de territorios donde están asentadas personas indígenas
y venezolanos no indígenas”, explica.

EN CAMIONETAS VENEZOLANOS Y COLOMBIANOS PASAN POR TROCHAS PARA CRUZAR LA FRONTERA. FOTO. EDILMA PRADA.
La Defensoría del
Pueblo de Colombia también denuncia que el recaudo de dinero en los peajes
informales “está generando una guerra entre bandas por el control territorial
que ha ocasionado muertes en zona transnacional” (en Venezuela), muy cerca al
corregimiento de Paraguachón.
“Los muertos han sido
tanto indígenas como no indígenas de ambos países. En los últimos dos meses,
tenemos información de que han fallecido diez personas. La mayoría de los casos
se han dado en el sitio conocido como La Cortica, en la parte de Venezuela”,
asegura Larrada.
Esos homicidios se
suman a los de cinco personas, entre ellas una indígena, a principios del año
pasado. “La masacre se dio detrás de nuestra casa, en una zona que llamamos La
Vaquera. Allí tenemos ganado”, comenta Ludis Beatriz Palmar, matrona indígena e
hija del dueño de esas tierras, quien se muestra muy preocupada por lo que está
sucediendo en sus predios.
“Vivir aquí se ha
vuelto muy difícil”, comenta la mujer tras asegurar que ha denunciado a las
autoridades lo que está sucediendo. “No hay control, tampoco hay gobierno propio
que medie. Se ve la presencia de militares colombianos y de la guardia
venezolana, pero no hacen nada”. Mientras en Venezuela la situación no mejore,
la realidad de los wayuu será más difícil. Esto lo tienen claro las autoridades
regionales; como la Gobernación de La Guajira, que trata de gestionar recursos
para fortalecer el turismo y desarrollar proyectos productivos que generen a
corto plazo opciones de trabajo.
“Estamos golpeando
puertas en todos lados para que lleguen ayudas. Ante el gobierno nacional, la
empresa privada. Reconocemos que hay una crisis y debemos actuar”, explica
Sandra Morales, del e’iruku (clan) Epiayú, y actual secretaria de Asuntos
Indígenas de la Gobernación.

NIÑOS ATRAVIESAN UNA DE LAS RANCHERÍAS UBICADAS EN ZONA RURAL DE URIBIA, UNO DE LOS MUNICIPIOS QUE ALBERGA UN ALTO NÚMERO DE WAYUUS RETORNADOS DEL VECINO PAÍS. FOTO. LUIS ÁNGEL.
En medio de la
desesperanza también hay voces que llaman al pueblo wayuu a la unión. Jóvenes
indígenas, que viven de cerca la crisis, esperan que su proceso como pueblo se
mantenga.
“Estamos viviendo un momento donde nos toca replantear cosas, volver a las tradiciones sin desconocer los cambios que trae este momento histórico para nuestra nación wayuu. Pero lo realmente importante es lograr la permanencia aquí en nuestro territorio; que no nos desplacen”, dice Mileidis Polanco, joven indígena del clan Ipuana, quien lidera procesos de comunicación en varios sectores de La Guajira.
Los wayuu se reconocen como un
pueblo fuerte, e independiente, capaz de sobrevivir en condiciones adversas. Sin
embargo, aún esperan que las dos naciones donde viven vuelvaan su mirada hacia
ellos.
(*) Este reportaje
fue originalmente publicado en noviembre de 2018 por la Liga Contra el
Silencio, una alianza de periodistas y medios de comunicación que combate la
censura en Colombia.