El liderazgo secuestrado del comandante Marín Chaparro
No es ni Baduel ni Rodríguez Torres. Su nombre completo es Igbert Marín Chaparro y lo tienen confinado en la sede de la Dirección de Contrainteligencia Militar en Caracas, el reclusorio en el que se escarmienta a la rebeldía castrense. Teniente coronel del Ejército, comandante del importante Batallón Ayala de Infantería Motorizada, es el oficial que ha obtenido las mejores calificaciones en la historia de la Academia Militar de Venezuela. En su caso lo acompañan otros cuatro colegas comandantes apresados en una sigilosa operación de seguridad llevada a cabo por el Gobierno en marzo de 2018. Después de un año de un proceso judicial repleto de irregularidades, él es el único que no ha sido trasladado a la prisión militar de Ramo Verde, pues se teme que su prestigio y ascendencia influyan en el precario equilibrio que el régimen mantiene todavía entre la tropa
Esta
semana 30 presos políticos venezolanos, entre civiles y militares, fueron
trasladados desde la sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar
(Dgcim) en Boleíta, una zona industrial en el noreste de Caracas, a otros
centros de reclusión del país. Los traslados se produjeron como parte de un
proceso de negociación, luego de que el fin de semana un centenar de presos
hacinados en la instalación protagonizaran un motín.
Unos
70 reclusos, sin embargo, se quedaron en la sede de la Dgcim. Entre ellos el
teniente coronel del Ejército Igbert Marín Chaparro, quien se supone no debía
estar allí desde mucho antes del motín.
En
tres oportunidades desde su detención, el 2 de marzo de 2018, el tribunal de
control que lleva su causa ha ordenado su traslado al Centro Nacional de
Procesados Militares, mejor conocido como Ramo Verde, en las afueras de Los
Teques, capital del estado Miranda, al suroeste de Caracas. Pero los
funcionarios de la Dgcim se han negado a cumplir estas órdenes y a finales de
enero, además, el tribunal de juicio declaró sin lugar las reiteradas
solicitudes de traslado hechas por la defensa.
“Le
temen al conocimiento, al liderazgo, al que mueva masas”, sintetiza la esposa y
codefensora del teniente coronel, Yocelyn Carrizález. Ya lo había tuiteado él
mismo el 1º de abril de 2017, al citar al físico alemán Albert Einstein: "Los
grandes espíritus han encontrado frecuentemente una violenta oposición por parte
de las mentes mediocres".
Número uno
El
nombre de este teniente coronel, nacido el 25 de septiembre de 1978 en Maracay,
capital del céntrico estado Aragua y ciudad-cuartel de gran tradición castrense,
es conocido y respetado entre subalternos y superiores. Siguió los pasos de su
padre, un coronel y profesor retirado, hacia el mundo militar y el académico, en
los que se destacaba al momento de su detención.
Cuando
lo arrestaron era el comandante del emblemático batallón de infantería
motorizada Juan Pablo Ayala, ubicado en el Complejo Militar de Fuerte Tiuna, en
Caracas. Antes había sido el alférez mayor de la promoción Miguel Antonio
Vásquez, egresada en 1999 de la otrora Academia Militar de Venezuela -ahora
Academia Militar del Ejército Bolivariano- la misma que soñaba con ver
convertida en una universidad, según refleja un mensaje que envió por Twitter en
2010 a “su comandante” Hugo Chávez, fallecido ex presidente
venezolano.
Con
su récord de notas, de acuerdo con los estudios del coronel retirado y profesor
universitario Fernando Falcón, Marín Chaparro superó a quien desde 1984
ostentaba el mayor índice de la academia, Luis Castellanos Hurtado, quien había
superado a su vez a Guaicaipuro Lameda Montero, ex presidente de Pdvsa a
comienzos del Gobierno chavista.
En
los primeros años de su mandato, el presidente Hugo Chávez tomó como costumbre
escoger a los primeros de cada promoción y llevarlos, como subtenientes, a
formar parte de su grupo de ayudantes. Marín Chaparro formó parte de este grupo
durante unos meses, según explica el general en el exilio, Antonio
Rivero.
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“Era
otra forma que tenía Chávez de generar cierta subordinación, cierta lealtad
hacia él también. Marín Chaparro logró evadir esta cercanía, estuvo
aproximadamente un año como ayudante y luego se insertó en las academias, en las
unidades de tropa y liderizó como militar, logrando ese ascendiente moral que le
permitió que sus compañeros lo vieran bien. Fue un militar de alto nivel
académico, muy profesional, muy serio y de mucha marcialidad”,
afirmó.
Para
el momento de su detención Marín Chaparro se desempeñaba también como docente en
la cátedra de Mantenimiento de la Paz y Seguridad Internacional, de la
especialización en Derecho y Política Internacional de la Universidad Central de
Venezuela (UCV), una universidad estatal autónoma, la más antigua y principal
del país. De esta se graduó con honores al igual que de la especialización que
hizo antes en Gerencia Pública en la Universidad Nacional Experimental
Politécnica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana
(Unefa).
En
las redes sociales se muestra como un hombre de familia, fanático de los
deportes, sobre todo del fútbol, amante de la naturaleza y de los animales, y
simpatizante de las causas más nobles. La nobleza es, precisamente, la cualidad
que más destaca su esposa de él. Acota que, sin embargo, como oficial, es severo
en disciplina y en exigencia, “pero tiene con qué”. Para Carrizález, la
impaciencia es su gran defecto.
La última reunión
"Cuando
el luchador está en la arena (...) que su espíritu tenga alegría en el combate
que está a punto de empezar. Si mantiene la dignidad y el honor, puede perder la
batalla, pero jamás será derrotado, porque su alma estará intacta", publicó
Marín Chaparro el pasado 1 de marzo de 2018, en su timeline de Twitter. Con esta
cita del libro El manuscrito encontrado en Accra, del autor brasileño
Paulo Coelho, parecía vaticinar lo que vendría.
Un
día después, cuando Carrizález recogía en el colegio a los dos hijos que tiene
con él –un niño de 6 años y una niña de 2–, recibió una llamada del segundo
comandante del Batallón Ayala.
—Yocelyn,
está pasando algo irregular aquí. Se llevaron a mi
comandante.
—¿Para
dónde? ¿Por qué? —respondió ella desesperada.
Su
marido había sido convocado a una reunión en la Comandancia General del
Ejército, en el Ministerio de la Defensa, con el ministro Vladimir Padrino
López, con el comandante general del Ejército, Jesús Suárez Chourio, y con el
director general de Contrainteligencia Militar, Iván Hernández
Dala.
Carrizalez
supo que era un asunto grave cuando, al día siguiente, fue el mismo Marín
Chaparro quien la llamó desde el ministerio y le pidió que le llevara ropa y
comida. Fue él quien le informó, a su llegada, que sería trasladado a la sede de
la Dgcim, en Boleíta.
Lo
que ella no sabía entonces era que durante aquella reunión en el Ministerio de
la Defensa, Marín Chaparro había expuesto a sus interlocutores la realidad de
los cuarteles venezolanos. Les había hablado de incomodidad y descontento entre
los soldados, afectados por la crisis económica y la escasez de alimentos y
medicinas. Les contó, por ejemplo, cómo tuvieron que rendir cuatro patillas
entre 500 soldados durante un mes.
Ellos
le habrían preguntado cuál era, a su juicio, la solución a este problema. Él los
invitó a salir de la oficina y acercarse a los cuarteles.
Pero
sólo salió él de la oficina directo a prisión, lo que no impidió, desde luego,
que continuara el descontento que había denunciado ante sus superiores cambiado.
De hecho, aumenta con el paso del tiempo, según el coronel (r) Fernando Falcón,
quien fue uno de los oficiales que junto a Chávez protagonizó el golpe de Estado
del 4 de febrero.
"Los
militares originarios, unos nos fuimos en los primeros tiempos, como yo. Pero
desde la llegada de (Nicolás) Maduro hemos sido desplazados, solamente se han
quedado los de la extrema confianza de él. La mayoría de ellos son los menos
capacitados y los que menos hicieron el 4 de febrero",
asegura.
Confinado y torturado
El
abogado Alonso Medina Roa encabeza la defensa de Marín Chaparro y explica que el
teniente coronel apareció siete días después en el Tribunal Militar Tercero de
Control del Área Metropolitana de Caracas, lo que, según denuncia, constituye
una violación del lapso establecido en el Código Orgánico Procesal Penal
venezolano para la audiencia de presentación, que es de 48 horas. No estaba
solo. Le acompañaban otros ocho militares: cinco oficiales superiores,
comandantes de los otros batallones más emblemáticos del país, y tres
subalternos que formaban parte del batallón de uno de ellos en el estado
Táchira, fronterizo con Colombia.
Entre
el 27 y el 28 de febrero de 2018, los oficiales, todos exalumnos destacados de
la promoción Miguel Antonio Vásquez, de 1999, se reencontraron en Caracas, a
donde habían viajado desde distintos estados del país para recibir el pago por
un curso del Estado Mayor que habían realizado. Aprovecharon la oportunidad para
ponerse al día en distintas reuniones, entre ellas un almuerzo en el Batallón
Ayala, en el Fuerte Tiuna, el principal cuartel militar del país, a las afueras
de la capital venezolana.
De
acuerdo con la Fiscalía, cuatro de esos comandantes grabaron un video en el que
exponían la situación de los cuarteles y una serie de lineamientos a seguir para
mejorarla. El vídeo habría sido borrado, aunque la defensa asegura que el video
nunca existió. Un compañero de promoción los habría delatado y afirmado que
estaban conspirando y es este testimonio el que constituye la principal prueba
de la Fiscalía en contra de los militares y con la que pasaron a juicio. A la
defensa, por su parte, no le permitieron promover pruebas.
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Pero
antes de eso, aquel 9 de marzo de 2018, en la audiencia de presentación,
Carrizález revisó a Marín Chaparro antes de que lo privaran de libertad, junto a
los otros, por los delitos contra el decoro militar e instigación a la rebelión.
El principal temor de la madre de sus hijos, cuando este le dijo que sería
trasladado a la Dgcim, era que lo maltrataran. Ese día solo tenía las muñecas
lastimadas por haber estado esposado durante tanto tiempo durante los
interrogatorios de esa semana que estuvieron
desaparecidos.
Hasta
entonces, había tenido suerte. Otros como el teniente coronel Deivis Mota
Marrero, comandante del 413 batallón blindado GB Pedro León Torres, en el
céntrico estado Carabobo, llegaron con hasta cuatro costillas rotas. El dolor
era tan fuerte que no podía, ni siquiera, abrazar a sus
allegados.
La
defensa dejó constancia de torturas y tratos crueles, aunque a los militares les
realizaron exámenes médicos forenses que concluían que estaban en perfectas
condiciones. “Están firmados por una doctora que no sabemos de dónde salió, no
tiene número de registro ni nada”, acota Carrizález, quien asegura que en la
sede de la Dgcim a su marido lo han torturado mediante mecanismos de asfixia
mecánica, choques de electricidad y golpes en la cabeza. Asegura que esto le ha
producido temblores en las manos.
"Cuando
poder y derecho se confunden, la inocencia y la justicia no pueden hacer otra
cosa que suspirar y someterse mansamente", había tuiteado Marín Chaparro varios
meses antes.
Además
de la negativa a trasladarlo a Ramo Verde y la presentación tardía, el abogado
Alonso Medina Roa, quien encabeza su defensa, ha destacado otras irregularidades
como el diferimiento de la audiencia preliminar en cinco oportunidades y la
negativa del tribunal de control de admitir las pruebas de la defensa. Para la
presidenta de la ONG Control Ciudadano para la Seguridad, la Defensa y la Fuerza
Armada Nacional, Rocío San Miguel, este tipo de irregularidades se ha vuelto
común cuando se trata de militares con arraigo, como Marín Chaparro.
Luego
de la audiencia de presentación, el resto de los militares fueron trasladados a
Ramo Verde o a La Pica, en el estado Monagas, al oriente del país. Todos menos
Marín Chaparro. De los siete que siguen detenidos hoy, dos recibieron cautelares
por medida humanitaria.
Después
de esa audiencia de presentación la familia del teniente coronel Marín Chaparro
pasó 68 días sin verlo ni saber nada de él. A Carrizalez simplemente le decían
que cumplían “órdenes presidenciales” para no dejarle visitarlo. No le permitían
ni siquiera llevarle comida. Adentro, a Marín Chaparro le suministraban lo
previsto para los presos del centro de reclusión, pero era poco lo que este
comía pues estaba encerrado en una celda sin baño, en la que él y otros reclusos
debían hacer sus necesidades dentro de una bolsa.
El
hombre de 1,75 metros llegó a pesar 59 kilos. Comenzó a sentirse mal. Como
padece de hipertensión, debe tomar tres pastillas por día y, mientras
estuvo en esa celda, los primeros cuatro meses de reclusión, los custodios le
botaban las medicinas. Él procuraba esconder una dentro de su ropa interior para
tomarla en el horario más crítico para este tipo de pacientes, entre las 5:00 y
8:00 am.
A
mediados de mayo de 2018 finalmente pudo reencontrarse con su madre, su esposa y
su hijo, Rodrigo, entonces de cinco años. Seis hombres los rodearon durante las
tres horas que duró la reunión. Desde entonces, cuando no le niegan la
visita dominical, algo que ha sucedido en al menos seis oportunidades durante
los últimos nueve meses, los encuentros con su familia han sido fuertemente
vigilados.
Sus
condiciones de reclusión, sin embargo, mejoraron algo durante el segundo
semestre de 2018. Lo trasladaron a una celda que, inicialmente, compartía con un
capitán de navío y, luego, hasta finales de enero, con otras tres personas, pese
a que el espacio está diseñado para dos. Allí puede salir al baño del pasillo
cada vez que lo requiere, aunque hasta finales de enero, para llegar hasta ese
sitio, por el hacinamiento, debía pasar por encima de diez hombres en
colchonetas.
Ese
espacio, antes de que quedara repleto, era el que utilizaba Marín Chaparro para
hacer ejercicios. Hasta 300 vueltas daba de un lado del pasillo hasta el otro. A
veces cerraba sus ojos para no marearse.
Desde
diciembre, Marín Chaparro no ve la luz del sol. Y, la última vez que lo hizo,
fue por escasos diez minutos. El encierro ha hecho que su piel se torne
grisácea. Y la respiración en aire acondicionado le ha provocado una tos que no
cesa.
Si
los hechos del 2 de marzo de 2018 no hubieran acaecido o hubieran tenido otro
desenlace, probablemente también el teniente coronel habría podido culminar con
éxito el doctorado en Ciencias Políticas en la UCV. Su detención, así como del
resto de los comandantes que fueron apresados en esa fecha, no fue publicitada
por el régimen de Maduro, que suele exponer como triunfos la desactivación de
supuestas componendas y golpes de estado en su contra. El descontento de
comandantes de tropa como Marín Chaparro no es precisamente buena publicidad
para la revolución bolivariana.
Alejado
de todos los libros relacionados con política e, incluso, también con asuntos
militares, el “ratoncito de biblioteca” se distrae con novelas y libros de
historia. Así se prepara para ir este jueves 14 de febrero a su
juicio.
De
acuerdo con datos suministrados por el abogado Medina Roa, en Venezuela hay hoy
188 presos militares por motivaciones políticas. Una parte importante de ellos
está en Ramo Verde, donde los familiares reportan mejores condiciones que en la
sede de la Dgcim. Al menos allí, los familiares pueden visitarlos tres días a la
semana, de viernes a domingo, entre 8:00 am y 5:00 pm y, aunque las visitas son
grabadas, no hay tanta vigilancia. Los presos, por su parte, tienen permisos
eventuales para salir a las canchas.
Por
eso, para la esposa de Marín Chaparro, el traslado de este a Ramo Verde es un
punto de honor.