Una vacuna en entredicho empaña el legado de Jacinto Convit
La oferta no puede ser más esperanzadora: una "vacuna" o inmunoterapia contra el cáncer de mama capaz de reducir el tumor y la posibilidad de metástasis. Una opción poderosa en un país donde las neoplasias son la segunda causa de muerte de los venezolanos y donde es cada vez más limitado el acceso a los tratamientos de quimioterapia y radioterapia. Pero esta investigación, desarrollada por el ilustre médico venezolano Jacinto Convit a partir de 2002 y que continúa después de su fallecimiento, acumula imprecisiones y procesos opacos que la hacen tambalear frente al rigor científico, ético y médico.
Cada
cierto tiempo, en un aniversario del natalicio o del fallecimiento del
científico, circula el mensaje. “Buena noticia para Venezuela y el mundo. Ya
está disponible la vacuna contra el
cáncer de mama, descubierta por el doctor venezolano Jacinto Convit. Está
disponible en el Hospital Vargas de Caracas y la aplicación es gratuita”. Con un
número telefónico de la capital venezolana invitan a llamar para obtener más
información y en mayúsculas sostenidas finalizan el texto con la frase: “Esta
cadena sí vale la pena pasarla”.
Difícil
dudar en reenviarla cuando se vive en un país donde el cáncer es la segunda
causa de muerte registrada por el Ministerio de Salud, con cerca de 25.000
decesos anuales, y el tratamiento básico se ha reducido en su disponibilidad:
los 31 medicamentos oncológicos más usados no se consiguen en el país, apenas
funcionan cuatro de las 25 unidades de radioterapia y las cirugías se han
reducido en 50%, según los reportes de la Alianza Venezolana para la Salud y la
Red Defendamos la Epidemiología Nacional; cifras que ya registran unos cuatro
años en declive.
Desde
el año 2010, cuando un gran titular de primera página en el diario de
circulación nacional 2001 informó sobre el desarrollo de
una vacuna contra varios tipos de cáncer bajo la dirección del eminente médico y
científico Jacinto Convit (quien para ese momento tenía 96 años de edad), ese
mensaje comenzó a ser replicado por miles y ha seguido así; desaparece y revive
por temporadas, sin perder vigencia aunque carezca de veracidad.
En
esta oportunidad, fueron las declaraciones dadas a mediados de año por la
secretaria general de la Fundación Jacinto Convit, Ana Federica Convit
Guruceaga, nieta del médico internacionalmente conocido por sus aportes
científicos en el tratamiento de la lepra y la leishmaniasis, las que
reactivaron el mensaje y avivaron el tema de la posible cura contra el cáncer de
mama, uno de los más comunes. “Existe, es una vacuna efectiva y aquí está
demostrado, en una revista científica internacional reconocida en cáncer”, dijo
al diario El Universal la nieta de Convit.

Desde 2010 el mensaje de la vacuna se repite como post de Facebook, tuit y cadena de WhatsApp
El
mensaje causó ruido. La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales
(Acfiman), se pronunció a las pocas semanas con un comunicado a la opinión
pública. Las entrevistas y notas de prensa institucionales de la fundación
posicionaron de nuevo el tema y la academia respondió con una advertencia: “La
proliferación de información científica imprecisa y confusa promueve la
desconfianza y puede conllevar al ciudadano a tomar decisiones que comprometan
su salud, sobre todo si se trata de investigación médica”.
Instaban
a la Fundación Jacinto Convit a evitar la creación de falsas expectativas en
pacientes oncológicos porque pudieran conducirlos a suspender su tratamiento, y
exhortaban a todos los que tuvieran el diagnóstico y se encontraran bajo
tratamiento convencional, a no abandonarlo.
La
preocupación de la comunidad científica no se reduce a la Acfiman. La directiva
de la Academia Nacional de Medicina también lo discutió, y así varios gremios.
Hay dudas, muchas dudas, reforzadas por el hermetismo.

Jacinto Convit dedicó su vida a la investigación de enfermedades tropicales, lepra y lesihmaniasis, con las que probó el uso de BCG como tratamiento. Foto: Fundación Jacinto Convit
El
desarrollo de la “autovacuna”, que realmente se trata de una inmunoterapia
contra el cáncer de mama, adquirió matices turbios con el transcurrir de los
años. Sobre todo cuando Convit decidió seguir con su proyecto experimental aún
sin el aval del Comité de Bioética de su propia casa, el Instituto de
Biomedicina Dr. Jacinto Convit, que lleva su nombre al haber contribuido con su
fundación (primero fue llamado Instituto Nacional de Dermatología), donde
desarrolló todas sus investigaciones y que dirigió durante 41 años, desde su
designación como director en 1973 hasta su muerte, el 12 de mayo de 2014. El
respetado científico continuó su investigación bajo su propio
riesgo.
La ética elástica
En
los pasillos del Instituto de Biomedicina hoy lidian con el peso de una posición
que quienes conducían este centro de investigación para el momento obviaron
fijar. Aunque el primer revuelo se hizo público en 2010, puertas adentro los
científicos e investigadores de Biomedicina conocían sobre el proyecto
oncológico de Convit desde el año 2002.
En
esa fecha la dupla de Convit y Marian Ulrich, reconocida investigadora
venezolana, comenzaba a desarrollar un protocolo con base en la experiencia que
habían tenido con las inmunoterapias para la leishmaniasis y para la lepra. Esta
vez el uso del bacilo de la tuberculosis (Bacilo Calmette-Guérin o BCG) como
estimulador del sistema inmune se combinaría con ciertos tumores para generar
una respuesta, que se vería en la experimentación con animales. Con ellos
evaluaron posibles dosis y concentraciones en una primera fase del proyecto, que
sí fue aprobada por el comité de bioética de Biomedicina y que los llevó a
publicar en 2006, en la Gaceta Médica de Caracas, algunos detalles del
“proyecto de estudio de autovacuna + BCG en el tratamiento del
cáncer”.
Luego
de esos primeros ensayos en animales, comenzaría el interés de Convit por los
experimentos en humanos. En junio de 2010 presenta ante el Comité de Bioética
del Instituto de Biomedicina, lugar donde se desarrollaban las investigaciones,
el proyecto titulado: "Estudio
comparativo de la inmunoterapia y la quimioterapia como tratamientos para el
cáncer de mama”. En realidad
el cáncer no era el área de experticia del doctor, quien se dedicó en vida a
investigar las enfermedades tropicales y a buscar opciones de tratamiento para
la lepra y la leishmaniasis con el uso de BCG. Pero de esta experiencia derivó
la idea de una posible inmunoterapia contra el cáncer.
Este
protocolo no fue aprobado por el Comité de Bioética del Instituto porque no
cumplía con los requisitos para su realización en humanos, recuerda María
Eugenia Cavazza, miembro del comité entonces y todavía ahora. “Nunca lo
aprobamos, más bien motivamos siempre a los investigadores a que revisaran ese
tema porque hablar con el doctor Convit era complicado”,
agrega.
Cuando
se presenta un protocolo o proyecto de investigación a un comité de bioética,
sus integrantes deben evaluarlo. Pueden pedir explicaciones, sugerir
modificaciones, despejar dudas con el investigador y, luego de que todo esté
aclarado y ajustado, eventualmente se aprueba. Así ocurrió en este caso: el
protocolo de experimentación en humanos rebotó y volvió a ingresar unas tres
veces al comité de bioética del Instituto de Biomedicina hasta que este decidió
denegar el aval. “Pero ellos decidieron avanzar sin la aprobación del comité, lo
cual es anómalo”, indica Cavazza.
Las
decisiones de los comités de bioética, de no aprobar o suspender un protocolo,
son vinculantes. Es algo que ratifica el Centro Nacional de Bioética de
Venezuela (Cenabi), la institución más antigua en el país especializada en el
tema y de referencia en la formación y asesorías. Maritza Padrón, de la junta
directiva del Cenabi, precisa que todo rechazo tiene una justificación y
explicación, por lo que los investigadores, en consecuencia, deberían solventar
las debilidades encontradas y presentar una mejor
propuesta.
Ese
no fue el caso. Cuando Jacinto Convit decide continuar sin ese aval, las filas
de personas con cáncer de mama -la mayoría-, de colon, útero y cerebro,
comenzaron a verse en los alrededores del Instituto de Biomedicina y del
Hospital Vargas de Caracas, en la pequeña plaza que comparten ambos centros
asistenciales. Y el auditorio del Instituto empezó a recibirlos también. “Era
delicadísimo”, recuerda Cavazza el trance.
La
especialista, que vivió de cerca el proceso siendo parte del comité de bioética,
recuerda que los investigadores que conformaban el equipo de Convit sabían que
no podían continuar con el protocolo rechazado por el comité. Aún así, no se
manifestaron por la misma razón que la comisión de Bioética se sintió
cohibida: nadie quería confrontarse con Convit ni manchar de alguna manera
su imagen como prócer de la ciencia en Venezuela.
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Por
ello no hubo quien advirtiera prudencia al voluntarioso interés de participar en
un protocolo clínico que ofrecía una de las mayores esperanzas que aún aguarda
la humanidad entera, una vacuna contra el cáncer, una invención que se sentía
cercana al ser ofrecida desde un centro de investigación de referencia, en la
popular parroquia de San José, en el norte de la capital venezolana.
Pero
ese protocolo inicial -que apuntó al tratamiento del carcinoma de mama y acotó
la cantidad de pacientes- falló, sentencia la especialista del comité de
bioética del Instituto de Biomedicina. Por lo demás, el protocolo no se pudo
completar porque algunos investigadores se fueron retirando y otros fallecieron,
incluyendo al propio Convit. El proyecto cayó así en manos de Ana Federica
Convit Guruceaga, la nieta del insigne investigador.
Todas
las cartas y comunicados de la evaluación del experimento se mantienen
archivados en la comisión desde entonces (2010), pues si hubiese una
demanda de parte de algún paciente o
familiar que participó en el protocolo, la comisión de bioética tiene la
potestad de mostrar la documentación que requiera el tribunal. Por ello la
rigurosidad con la que deben trabajar estos comité y la acuciosidad con la que
deben evaluar cada proyecto, explica la doctora Cavazza, quien precisa que en
este tipo de investigaciones “hay una responsabilidad jurídica no solo del
investigador responsable, sino de todo el equipo. Eso hay que entenderlo. De
allí la preocupación de la Academia Nacional de Medicina”.
Aunque
el protocolo reprobó, esto no evitó que el proyecto de inmunoterapia contra el
cáncer de mama continuara. Ana Federica Convit Guruceaga se ha encargado de
impulsarlo desde que se involucró con la investigación de su abuelo, en 2010.
Ella, egresada de Estudios Internacionales de la Universidad de Dickinson, en
Pennsylvania (EEUU), y dedicada al área de finanzas durante ocho años (trabajó
en el HSBC de Nueva York las áreas de Banca Privada y Cambio de Divisas), creó
en 2010 la Asociación para el Desarrollo de la Inmunoterapia del Cáncer
(Asoinmunocáncer) y dos años más tarde, en 2012, la Fundación Jacinto Convit.
Desde entonces maneja el proyecto. Todavía estaba vivo Convit cuando Ana
Federica se convirtió en la vocera ante los medios de comunicación que desde ese
año comenzaron a indagar sobre la prometida vacuna.
Actualmente
es la secretaria general de la Fundación Jacinto Convit, ubicada en Venezuela en
una dirección celosamente guardada y que opera en una sede propia como centro de
investigación desde 2016, gracias a donaciones recibidas por entes públicos y
privados, nacionales e internacionales (precisan en sus portales web), y también
es directora y fundadora de Jacinto Convit World Organization, Inc. Esta registrada en Estados Unidos (Palo Alto, California)
en 2014, como organización gemela de la fundación caraqueña, creada para
proyectar el legado del doctor Convit pero también para respaldar el desarrollo
y promoción de la inmunoterapia contra el cáncer. Ninguno de los hijos médicos
del doctor Convit ha llevado la batuta de la investigación oncológica, siempre
ha sido su nieta, la de las venas financieras, la que ha insistido y permanecido
al frente desde 2010.
Caminos y desencuentros
Bajo
la marca de Asoinmunocáncer, en 2012 fue presentado al comité de bioética del
Instituto de Biomedicina un nuevo protocolo con el título de "Evaluación de los
efectos de la inmunoterapia con células tumorales y BCG en ratas con cáncer de
mama, inducido por N-Metilnitrosourea". Aunque aprobado en una primera
ronda, se le suspende en 2013 por fallas bioéticas y experimentales
presentadas en los informes. La Asociación, gracias a un convenio firmado con el
instituto, tenía un espacio de investigación dentro del edificio de Biomedicina,
incluyendo un bioterio -reservorio de animales para experimentos-. Allí
permanecieron incluso después de que el doctor Convit dejara de ir por su
avanzada edad, y hasta 2014, cuando venció el convenio y las autoridades del
instituto decidieron no renovarlo.
Entonces,
travestida Asoinmunocancer en la Fundación Jacinto Convit, se dirige a la
Escuela de Medicina José María Vargas de la Universidad Central de Venezuela
(UCV), ubicada a pocos metros de Biomedicina,. Solicitaría al comité de bioética
de la Escuela de Medicina que valorara un proyecto de experimentación en
animales. Era enero de 2014. La solicitud fue rechazada. El comité
consideró que lo adecuado era presentarlo ante el equipo de bioética de
Biomedicina. Dos meses más tarde tocaron de nuevo las puertas con un proyecto
nuevo (también en animales) para el que necesitarían el bioterio de la escuela
Vargas; es entonces cuando reciben el aval de este comité luego de 90 días de
revisión del protocolo.
Pero
de nuevo hubo diferencias. El comité de la escuela Vargas había aprobado un
protocolo sobre seis grupos de animales y el seguimiento que debe hacerse según
protocolos internacionales no se pudo efectuar. Con el tiempo, ya en 2016, se
dan cuenta de que la investigación había tomado otro camino y que no les habían
notificado, explica el doctor Pedro Lizarraga, quien formaba parte del comité de
bioética de la escuela.
El
equipo de la Fundación Jacinto Convit había incumplido con uno de los
procedimientos básicos de todo protocolo bajo supervisión: registrar los cambios
como enmiendas y darlas a conocer al comité de bioética supervisor para que los
aprobara y pudiera seguir la investigación. El equipo no solo había cambiado
parte del protocolo sino también a los investigadores.
Los
cambios implicaban un nuevo proyecto y así lo hicieron saber. La Fundación
Jacinto Convit presentó en mayo de 2016 otro nuevo protocolo a la comisión de la
Escuela Vargas y de nuevo fue aprobado, pero en los informes de seguimiento
detectan nuevamente irregularidades, esta vez por escuetos o poco precisos en la
información, y retiran el aval. Ingrist Alemán, del comité de bioética de la
escuela de medicina Vargas de la UCV, así lo detalla.
Todo
este historial de intentos fallidos, de avales suspendidos, y de preocupaciones
en la comunidad científica, tiene como colofón un artículo publicado en junio de
2015, en la revista
Clinical &
Translational Oncology, titulado Autologous tumor lysate/Bacillus
Calmette–Gue´rin immunotherapy as an adjuvant to conventional breast cancer
therapy. Su primer autor es el doctor Jacinto Convit, quien había fallecido
en mayo de 2014.
En
este artículo se presentan los resultados de la experimentación en animales
(grupo de tres, no de seis como indicaba el proyecto aprobado por bioética de la
Escuela Vargas), en un total de 15 ratones. Y los resultados de la
experimentación en humanos que hiciera el doctor Convit en 2010, esa que no fue
aprobada por el comité de bioética del Instituto de Biomedicina, pero que en la
publicación aparece con el aval del comité de bioética del Hospital Luis Razetti
de Barcelona, estado Anzoátegui -al oriente del país, a cuatro horas de la
capital-, algo irregular considerando que los pacientes fueron captados en
Caracas, entre los hospitales
Vargas, Oncológico Razetti y varias clínicas
privadas.
“Los
que conocíamos los intríngulis de esta investigación nos quedamos perplejos”,
comenta María Eugenia Cavazza, del comité de bioética del Instituto de
Biomedicina. “El investigador debe tener el aval de un comité de bioética local,
por normativa. Por eso cuando uno lee que fue aprobado por un comité del
hospital de Barcelona uno se pregunta ‘¿cómo es esto?’”, agrega Gladys
Velazquez, presidenta encargada del Cenabi.
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La
directiva de esta institución es muy precisa al citar las distintas normas:
señala, con sus respectivos artículos, qué estipulaciones se han incumplido en
el desarrollo de esta inmunoterapia contra el cáncer, en distintos momentos y
fases de la investigación. Desde el
Código de Deontología Médica, pasando por la Ley del Ejercicio de la Medicina,
Código de Ética para la Vida (norma venezolana sobre bioética), las Buenas
Prácticas Clínicas (de la OPS-OMS), las Pautas Éticas Internacionales para la
Investigación Relacionada con la Salud con Seres Humanos (CIOMS-OMS), y hasta la
Declaración de Helsinki, que establece los principios éticos para las
investigaciones médicas en seres humanos.
Forzando los detalles
Desde
el punto de vista científico, para poder afirmar que un hallazgo es válido, se
debe incluir el componente matemático además del componente ético, aclara la
junta directiva del Cenabi. Y en este caso los especialistas coinciden en que
hay un sesgo estadístico en los resultados que han sido presentados en el
artículo científico de 2015, en la Clinical & Translational Oncology,
que recoge las conclusiones de esos primeros ensayos en humanos y animales
realizados por el Convit en sus últimos años de vida.
La
estadística, como se sabe, puede otorgar sentido a los datos, así como
manipularlos. El
estudio en animales reportado en la publicación indica que trabajaron con
quince ratas, divididas en tres grupos de cinco: un grupo que no tenía
tumor, uno con tumor inducido no tratado, y otro con tumor inducido y tratado.
Quiere decir que el tratamiento (la inmunoterapia desarrollada por la Fundación
Jacinto Convit) fue administrado solo a cinco animales.
Margarita
Lampo, investigadora del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas
(IVIC), especializada en bioestadística, explica que si en un grupo de cinco
animales, sobreviven cuatro o tres, no quiere decir que el porcentaje de
supervivencia sea automáticamente de 80% o 60%. Existe algo llamado el
“intervalo de confianza”, que permite precisar el valor real de esa
probabilidad ubicándola entre dos valores.
En
el caso de los cinco animales con tumor inducido y que recibieron el tratamiento
(inmunoterapia), por ejemplo, el artículo indica que de ellos sobrevivieron dos
y por tanto el porcentaje de supervivencia es 40%. Pero cuando se aplica el
intervalo de confianza, en realidad se ubica entre 5% y 85%, una brecha muy
amplia. “No hay certeza de ningún tipo”, indica Lampo. La precisión de los
intervalos de confianza se logra cuando la muestra es mucho más grande y
representativa.
Con
el estudio en humanos pasa igual. El artículo que describe los resultados de la
investigación de Convit indica que la probabilidad de supervivencia en este caso
fue de 60%. Pero ese porcentaje nace de un estudio en 20 pacientes con cáncer de
mama, divididos en dos grupos (uno de seis personas y otro de 14). Al grupo de
seis le administran la inmunoterapia solamente, y al grupo de 14, que recibía
quimioterapia y radioterapia, también le administran la inmunoterapia para ver
cómo se comportaba el tratamiento combinado.
Al
final sobreviven 12 de los 20 pacientes, por lo que aseguran en el artículo que
la supervivencia alcanzada es de 60%, número que comparan con el porcentaje de
supervivencia de cáncer reconocido en informes mundiales de oncología y que
hablan de 67%; así respaldan su propio porcentaje. El problema, detalla Lampo,
es que el intervalo de confianza en este caso (de los 20 pacientes) va desde 36%
hasta 80%, nuevamente resulta muy amplio y no concluyente, en cambio el 67% de
supervivencia reportado mundialmente tiene como base un tamaño muestral de 1
millón de pacientes y su intervalo de confianza se ubica entre 66%-67%. Este sí
resulta específico, certero y confiable.
“¿Con
base en esto qué puedo concluir? Nada. Pero con esto es que se vende a los
financistas y a los pacientes, y a todos, que esta vacuna es efectiva”, señala
la investigadora del IVIC. Y si de explicaciones más certeras se trata, el
propio artículo científico (año 2015) señala en la sección dedicada a la
discusión de los resultados, que el número bajo de pacientes utilizados para
este estudio puede no ser estadísticamente significativo, y reitera, en otras
líneas, que para llegar a conclusiones más específicas sobre la efectividad del
tratamiento inmunológico, hace falta involucrar a un mayor número de pacientes.
Estas
imprecisiones estadísticas, además de las éticas, se suman a otros detalles
contenidos en el diseño de la investigación, que motivaron a las academias de
Medicina y de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales a pronunciarse. Así como
también llevaron a las autoridades y comité de bioética del Hospital Vargas de
Caracas y del instituto Autónomo de Biomedicina a desligarse del proyecto por
completo, al seguir recibiendo llamadas y visitas de venezolanos que buscan la
“vacuna” como esperanza de sanación, guiados por la falsa información de que se
encuentra disponible. Hasta de otros países han llamado o escrito para preguntar
cómo alguien puede sumarse al tratamiento, comentarios que se consiguen incluso
en portales web genéricos que exhiben direcciones de centros de salud
venezolanos.
“No
somos sede, no formamos parte, ni tenemos relación directa o indirecta con la
‘Fundación Dr. Jacinto Convit’ ni con
ninguno de sus miembros o agremiados, por lo que dejamos en claro que no
percibimos ni recaudamos ningún tipo de donativos o aportes (…) Al mismo tiempo
informamos que no se están suministrando vacunas contra el cáncer, ni se están
realizando estudios de este tipo en nuestras instituciones”, se lee en el
comunicado emitido en octubre de 2016 por los directivos del hospital y del
instituto (los doctores Tirso Silva Magallanes y Harland Schuler,
respectivamente) que se mantiene vigente y sigue siendo referencia cada vez que
llega un paciente oncológico buscando la inmunoterapia.

El comunicado no pierde vigencia y aún se exhibe en la planta baja de Biomedicina
Mientras
tanto, al calor de las cadenas de mensajes en redes sociales, la vehemencia de
algunos los ha llevado al límite de acusar a los oncólogos del hospital Vargas
de negarse a aplicar una vacuna que aún no existe y que se da por cierta. Por
ello, al ser consultado sobre la investigación, el director del centro
asistencial no tarda en responder: “Eso es una estafa”.
El juego de las expectativas
Se
trata de Tirso Silva, quien fue diputado de la Asamblea Nacional por el partido
de gobierno (PSUV) entre el año 2000 y 2011, y quien en ese rol también integró
la subcomisión de salud del parlamento. Recuerda que este proyecto de
inmunoterapia contra el cáncer fue discutido e investigado en la comisión, donde
participaron varios médicos e invitaron a los representantes de la asociación
(comprendida la nieta de Convit, Ana Federica Convit Guruceaga); estos
últimos nunca asistieron. En actas quedó escrita la posición de los
parlamentarios, quienes la calificaron como una “oferta engañosa”.
Siete
años después de aquella evaluación las dudas persisten y tanto Silva como el
comité de bioética del hospital Vargas advierten sobre los aspectos poco
científicos y poco éticos de la investigación, argumentos que harán llegar al
Ministerio de Salud venezolano (que hasta ahora no se ha pronunciado).
Pero
estos especialistas no son los únicos. Varios investigadores e instituciones
científicas venezolanas, cada quien desde su área de experticia, han
identificado detalles puntuales que invitan a revisar la promesa de tratamiento,
pues lo que está en juego es la vida de los pacientes oncológicos y la
credibilidad de la ciencia.
No
todos los tipos de cáncer reaccionan o tienen una respuesta favorable ante el
uso del Bacilo Calmette-Guérin (BCG) como inmunoterapia. El doctor Manuel
Rieber, especialista en oncología e investigador del IVIC en esa área, lo
aclara. Investigaciones previas en otros países, en las que se ha usado el BCG
en la inmunoterapia, han demostrado efectividad específicamente en tumores
primarios de vejiga; también se han descrito los beneficios del BCG en la
inmunoterapia para el cáncer de colon y colorectal; pero esos resultados no
pueden extrapolarse a todos los tipos de cáncer, incluido el de mama, por
lo que debe tenerse cuidado con las expectativas.
Además,
diseñar un protocolo para cáncer de mama en general, sin considerar las
variantes genéticas que este carcinoma particularmente tiene, también pudiera
afectar los resultados. Cada tumor de mama tiene un perfil: tener positividad
para estrógenos o para progesterona, una velocidad de crecimiento distinta a
otro, ser de tipo ductal o lobulillar, y en función de esto tener un
comportamiento clínico diferente, observa el vicepresidente de la Academia
Nacional de Medicina, Enrique López-Loyo, especialista en anatomía patológica y
exjefe del departamento
de Patología Comparada del Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, ente regulador de los medicamentos y
alimentos en Venezuela (tampoco se ha pronunciado sobre el desarrollo de esta
terapia).
López-Loyo
fue contactado hacia finales de 2008 por el equipo del doctor Convit para
participar en el protocolo que se estaba ensayando, invitándolo a proveer
pequeñas porciones de tejido tumoral (trabajaba en el departamento de patología
del Urológico San Román, centro privado ubicado al este de Caracas). La
colaboración fue puntual y no continuó, pero en ese acercamiento le llamó la
atención que el ensayo contemplara el uso de formalina (formol) en lugar de la
criopreservación, pues la formalina no preserva el material genético que se
encuentra dentro del núcleo de la célula, al contrario, paraliza
la estructura del tejido desnaturalizando las proteínas, explica. “Allí vi una
falla”.
Otro
hecho que inquieta a los académicos es que el equipo que desarrolla esta
inmunoterapia contra el cáncer no cuente con un médico ni con un especialista en
oncología. Todos son biólogos. Los oncólogos que participaron en sus inicios,
cuando estaba vivo el doctor Convit, no respondieron las solicitudes de
entrevistas enviadas, solo se sabe que se desvincularon al no ver resultados
favorables.
Ya
en 2010, la Academia Nacional de Medicina observó también una serie de fallas en
la rigurosidad científica del proyecto, que los llevó a emitir un
pronunciamiento interno, por respeto al doctor Convit (individuo de número de
esta academia), con quien nunca pudieron hablar en persona sobre la
investigación.
“Algunos
han dicho que estamos ensañados contra el doctor Convit y no es así. Convit
tiene su mérito, sobre todo por su dedicación a enfermedades tropicales, pero su
nombre está siendo aprovechado”, señala otro médico investigador que estuvo
involucrado en algún momento con este proyecto. “Nos duele que su trayectoria
sea manchada”.
No
fue posible hablar directamente con la presidenta de la Fundación Jacinto
Convit, Ana Federica Convit Guruceaga (nieta del doctor) sobre la investigación,
tras dos meses de insistencia.
Algunas preguntas fueron respondidas vía correo electrónico, entre ellas
la aclaratoria de que actualmente solo se está realizando experimentación en
animales y que desde la primera experiencia realizada por el doctor Jacinto
Convit con pacientes oncológicos, no se ha hecho otra investigación en
humanos.
En
abril de 2018 fue publicado en la revista Oncotarget
el último ensayo preclínico realizado por la Fundación Jacinto Convit sobre el
proyecto, en ratas. En la discusión de los resultados indican que estos
“sugieren que la administración de la vacuna induce una respuesta inmune
positiva, lo que conduce a una reducción importante del crecimiento del tumor”,
y además aseguran cumplir con rigurosidad todos los pasos para avanzar hacia el
estudio clínico.
Sobre
la no aprobación o rechazo de varios comité de bioética, en distintas
oportunidades, de los proyectos presentados sobre la inmunoterapia contra el
cáncer (incluido el protocolo en humanos del doctor Convit), así como la
particularidad de haber recibido el aval del comité de bioética del hospital
Luis Razetti de Barcelona (Anzoátegui), en el oriente venezolano, cuando la
mayoría de los pacientes y el protocolo se efectuó en Caracas, el departamento
de comunicaciones de la fundación niega que tales rechazos hayan ocurrido y
sostienen que no existe irregularidad alguna con el aval de un comité foráneo al
sitio de investigación. Lo contrario a las normativas y
recomendaciones.
“Ningún
Comité de Bioética ha rechazado un proyecto de la organización. Si ese fuese el
caso, como todo proyecto, se hacen las revisiones pertinentes y se presenta
nuevamente”, respondieron por escrito luego de considerar que la pregunta era
irrelevante y extemporánea.
La
Fundación Jacinto Convit terminó por crear su propio comité de bioética,
pasándole por encima a las observaciones, procedentes de Cenabi, sobre la poca
transparencia que conllevaría un equipo vinculado a la propia fundación. Este
comité evalúa la experimentación en animales realizada recientemente y aunque
aseguran que son expertos externos, la información que se maneja en otros
comités independientes es otra.
Además
del proyecto de inmunoterapia contra el cáncer de mama, la Fundación también se
mantiene activa con la Unidad de Diagnóstico Molecular de enfermedades
infecciosas como el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), tuberculosis,
meningitis y otras, así como de tumores sólidos cerebrales y leucemias. De
hecho, esta unidad presta servicio al Hospital de Niños J.M de Los Ríos de
Caracas, el principal centro pediátrico del país,. También cuenta con una
biblioteca virtual que contiene toda la información sobre la vida y obra de
Jacinto Convit.
Recibe
donaciones de entes públicos y de empresas privadas de Venezuela, así como
internacionales, pero son recursos que llegan exclusivamente a la fundación y no
a instituciones como Biomedicina o el Hospital Vargas de Caracas, como se ha
sugerido o malinterpretado.
Entre
tanto, la posible vacuna contra el cáncer del doctor Convit sigue en marcha y
sus ensayos experimentales han llegado a congresos como la Conferencia
Internacional sobre Inmunoterapia del Cáncer, realizada en octubre de 2018 en
Nueva York, donde el equipo de la Fundación conoció al ganador del Premio Nobel
de Medicina 2018, doctor James Allison, reconocido por sus aportes en la
inmunoterapia, y con quien aprovecharon de
fotografiarse.
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Pero
sigue siendo un proyecto en desarrollo, un protocolo que dejó atrás la
experimentación en humanos –según aseguran en la Fundación- y avanza sobre una
delgada cuerda que se tambalea entre la ciencia y lo que, quizá, sea un exceso
de voluntarismo.
Así
también lo advierte Manuel Rieber, miembro de la Sociedad Venezolana de
Oncología e investigador durante más de 40 años en el área: “Mientras
no
se demuestre con absoluta e imparcial rigurosidad las ventajas obvias de esa
presunta vacuna en relación al tratamiento ampliamente estudiado y usado, no en
cinco ratones sino en miles de personas, eso no debe ser publicitado porque
sería una oferta engañosa. No se debe abusar ni de la enfermedad de la gente ni
de la buena voluntad de los donantes”.
Una
advertencia que no consigue evitar que el mensaje sobre el tratamiento, ese que
asegura que “sí vale la pena pasarlo”, se siga filtrando por las
redes.