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Tucupita
es la capital del estado de Delta Amacuro, el territorio del oriente de
Venezuela donde el río Orinoco se desparrama por los cientos de brazos de un
amplio delta antes de tributar sus aguas al Océano Atlántico. Pero Tucupita es
también un pueblo corroído, desolado e inhóspito.
Las
fachadas de las casas han ido perdiendo el color y las santamarías de los negocios -como se
conocen en Venezuela las rejas plegables de metal con que cierran los locales
comerciales- permanecen abajo la mayor parte del tiempo. Solo una vez al mes se
ve un camión en el pueblo surtiendo de mantequilla, harina, pasta, arroz y
mayonesa. Ese mismo día los anaqueles vuelven a quedar vacíos. La leche no llegó
más para la venta y los abastos de los comerciantes chinos, que estaban en cada
cuadra, han ido cerrando sus puertas. Apenas sobreviven un restaurante para
recomendar a quien desea celebrar una fecha especial, y un hotel, que mantiene
un servicio privilegiado en medio de la escasez. Casi todas las posadas del Bajo
Delta quebraron y la mayoría de los pobladores de la ciudad dependen de salarios
de la Gobernación de Delta Amacuro o del Ministerio de Salud. Tucupita sobrevive
con el rebusque.
La
escasez los arropa, como a los habitantes del resto del país. Cada mañana se ve
una fila de transeúntes en un par de panaderías con la esperanza de comprar el
pan del día. Algunos jóvenes muestran paquetes de harina o arroz para ser pagado
solo en efectivo a quienes le pasan por su lado. Ya no hay casi taxis porque el
costo de mantener el carro es más alto que lo que se puede producir prestando el
servicio en Tucupita.
Pese
a la pobreza generalizada de un lugar con tan poco ángel, en los hospedajes de
Tucupita no dejan de entrar y salir clientes. Personas pernoctan varias jornadas
en habitaciones de las que casi no salen durante el día. Esperan por horas
sentados en las escaleras o en los pasillos de las habitaciones en alquiler.
“Ese seguro se va para Trinidad”, murmuran los empleados.
La
emigración ilegal comenzó a ser uno de los negocios más lucrativos en la zona
desde el año pasado. La salida de personas sin pasaportes a la vecina Trinidad y
Tobago —nación
bi-insular donde se habla inglés—
se cotiza en dólares americanos, como todos los que se mencionan en esta nota, y
cada cuerpo policial cobra una vacuna
para ignorar la salida de los botes.
Esperanza tras las rejas
Guillermo
Lares se fue hace tres meses con su yerno, Fidel Rojas, a Trinidad y Tobago. A
Fidel no le alcanzaba su trabajo a destajo como obrero de la construcción para
poder alimentar a su esposa Luisa Lares y a sus hijos de diez, siete, cinco y
dos años de edad.
Luz
Mary López, esposa de Guillermo y suegra de Fidel, cuenta que al segundo día de
estar en la isla ambos fueron detenidos en Trinidad y Tobago. Ella logró
enterarse de lo sucedido a través de un primo de Fidel, que también había
migrado a la isla. Solo ha visto a su esposo a través de videos que comenzaron a
llegarle a través de Whatsapp y otras redes sociales donde decenas de
venezolanos detenidos en la isla pedían ayuda al Gobierno de Venezuela para que
al menos se les deportara de vuelta al país. Sin embargo, en tres meses ninguna
autoridad venezolana se ha comunicado con la familia Lares y la pobreza va
minando a la familia. “Tenemos todo el año comiendo solo lentejas que llegan en
la caja Clap [el programa del Gobierno chavista de distribución de alimentos
subsidiados en zonas populares]. Mi esposo se fue para poder alimentar a
nuestros nietos”, cuenta López.
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El
número de ciudadanos venezolanos que entran a la isla sin pasaporte va en
ascenso desde 2017. En abril de 2018, un avión con 82
personas deportadas desde Trinidad y Tobago acaparó la atención de
los medios de comunicación. Desde entonces algunos videos se han filtrado en los
que se ven inmigrantes venezolanos enfrentándose con policías trinitarios que
los amenazan con lanzarle bombas lacrimógenas. O videos de ellos hacinados en
cuartos mientras exigen que el Gobierno de Venezuela intervenga para que sean
liberados porque no cometieron delitos graves.
Las
noticias sobre la animosidad contra los venezolanos en Trinidad y Tobago han
cruzado de orilla a orilla. Ante la reciente deportación de venezolanos, la
Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, recordó al Gobierno
trinitario que está obligado a dar cumplimiento al tratado de la Convención
sobre los Refugiados de 1951 donde se establece la no repatriación o expulsión
de personas que necesiten protección internacional, sin importar la forma en la
que entraron en el territorio.
El
Primer Ministro trinitario, Keith Rowley, no se arredró ante el llamado. De
hecho, le respondió enfático: “No podemos y no permitiremos que los voceros de
la ONU nos conviertan en un campo de refugiados”.
Pero
nada de esto desalienta a los que en tierra firme buscan
emigrar.
La miseria es un mercado
Guillermo
y Fidel zarparon a Trinidad y Tobago junto con 21 personas que iban para buscar
trabajo y mandar dinero a su familia. Cada semana numerosas embarcaciones con el
mismo tipo de pasajeros cruzan a la isla desde Tucupita. En las zonas de Palo
Blanco y El Caigual —donde
viven indígenas de la etnia warao en pobreza extrema, a 30 minutos del centro de
Tucupita—
se exhiben pescados en la calle, el único sustento legal en la zona, pues entre
la miseria despunta el negocio de traslado ilegal de inmigrantes, mercancía y
mujeres.
Dos
veces por semana, a tempranas horas de la mañana, salen al menos cuatro
embarcaciones que se pierden en las aguas del Caño Macareo. Hacen una parada en
Punta Pescador para esperar que la penumbra camufle a los venezolanos que cruzan
hasta llegar a la playa de Icacos, sobre la costa sudoeste de la isla de
Trinidad, a solo once kilómetros de distancia de
Venezuela.
En
El Caigual nadie admite abiertamente que haya botes en alquiler para salir hasta
Trinidad, aparte de las cuatro empresas que se han dedicado al viaje a ese país
desde hace años. Pero todos piden a quien pregunta que deje su número de
teléfono por si “se enteran” de algo.
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Se
enterarán. Al menos son cuatro los grupos organizados que se dedican a llevar
inmigrantes desde las zonas de Pedernales, Palo Blanco y El Caigual, por un
precio de cien dólares por persona. Los viajes no zarpan hasta que no haya un
grupo de al menos diez pasajeros.
Entre
quienes buscan embarcar, la coyote
—el
mexicanismo que se ha trasladado hasta acá para nombrar a los organizadores de
las travesías—
más famosa es una mujer que parece de 70 años, aunque asegura que no ha pasado
de los 50. Se presenta como una empresaria que tiene quince empleados y se
dedica hacer viajes desde hace seis años. “Ya todos los cuerpos de seguridad
pasaron por mi negocio. Me faltaba solo el Sebin [Servicio Bolivariano de
Inteligencia, policía política], pero ya los controlé. Voy a tener que empezar a
cobrar más caro el viaje por persona porque ya estos me pidieron 200 dólares por
cada viaje que saque. El resto de las policías al menos cobran en bolívares,
piden cien millones por viaje. ¿Cuánto me quedará a mí si sigo manteniendo cinco
cuerpos policiales?”, cuenta entre risas. El Sebin llegaría en efecto a buscar a
la abuela-coyote en una casa rural donde los viajeros ocultan sus pertenencias
hasta que el bote esté listo para partir.
Empezó
su negocio en un momento en el que los turistas cruzaban el estrecho para
vacacionar o fiestear en discotecas. “Entonces la gente también viajaba ilegal,
pero pasaban solo un fin de semana allá. Rumbeaban en Carnaval o Semana Santa y
se devolvían, pero ahora la gente me llora para que los lleve porque tienen
familiares enfermos acá y no tienen ni cómo pagar las medicinas. Yo hago esto
porque me gusta ayudar. Yo estoy ayudando”, se justifica.
Península de negocios
En
Güiria, una población portuaria del estado de Sucre, más al norte del Delta
Amacuro, queda el otro punto de partida hasta Trinidad. A la cercana playa de
Irapa la separan de la isla solo noventa minutos de navegación; desde Macuro
—pueblito
sobre el extremo oriental de la península de Paria, relevante en la historia por
ser el sitio donde Cristóbal Colón piso por primera y única vez en 1498 tierras
continentales de América del Sur—
la travesía toma 45 minutos.
Ya
no hay turismo, pese a que la alcaldía intenta arreglar las plazas y reforzar el
lema “Yo amo Güiria” para motivar a los visitantes. En el día no se ven carros,
ni taxis. Todos van a pie. El mercado libre tiene 80% de sus puestos sin
mercancía. Se venden verduras, hortalizas, harina pan y algunos artículos de
higiene personal traídos desde Trinidad y Tobago.

Guiria, Sucre: Vista de la plaza Bolivar de Guiria. (Fotografia: Gregorio Marrero)
En
el puerto pesquero de Güiria, que alguna vez fue cuartel general de una de las
flotas atuneras más poderosas del hemisferio, reposan las ruinas de un
frigorífico que se quemó hace más de una década. Hay embarcaciones oxidadas
luchando por mantenerse a flote. Ya hace mucho desde que quebró una de las dos
compañías de ferries que hacían
traslados a Trinidad y Tobago. De momento la empresa Virgen del Valle sigue
cubriendo la ruta a la Trinidad con la única embarcación que tiene. “Acá, quien
no anda en algo ilegal, no sobrevive”, anticipa un pariente de los antiguos
empresarios que llevaban en ferries a
los turistas hasta la isla.
Aunque
no se ven fuentes de trabajo, la presencia de la petrolera estatal Pdvsa
disminuye, y los abastos permanecen vacíos, los viernes en la noche una
atmósfera festiva se apodera del puerto. Aparecen camionetas 4 x 4 con cornetas,
bajos y plantas para mantener despierto al pueblo toda la noche. Las mujeres
jóvenes sacan sus vestidos más cortos y el contrapunteo de reguetón, salsa y
bachata retumba en cada cuadra hasta el amanecer.

Guiria, Sucre: Vista de las ruinas del galpón refrigerado que alguna vez sirvió para el almacenaje de la pesca en el puerto de Guiria. (Fotografia: Gregorio Marrero)
Sobre
las embarcaciones que transportan migrantes nadie se atreve ni a hablar ni a
señalar. “Acá hay ya escasez de droga. Lo que da dinero es el cobre”, dice un
habitante que prefiere mantener su identidad resguardada. El metal, la nueva
mercancía de moda, se cotiza en cuatro dólares por kilo. “La termoeléctrica
(inaugurada en mayo de este año) la están desmantelando. Nos dejan sin luz a
cada rato. A las mafias y cuerpos de seguridad no les importa dañar a la
población”, dice.
Los
migrantes aprovechan desde aquí, para alcanzar las costas trinitarias, las colas o aventones de quienes trafican en
lanchas con todo tipo de mercancía. No es solo cobre o personas: la miel se
cotiza en quince dólares, las escobas en 4,40 dólares, el kilo de queso blanco
en cinco dólares al igual que el kilo de camarones, mientras que la botella de
Bajo Cero, una marca de vodka popular en Venezuela, cuesta quince
dólares.
Las
embarcaciones aparentemente salen de forma legal; al menos, a la mayoría de los
pasajeros se les ve con pasaporte. Quienes han cruzado las aguas aseguran que
sus documentos de identidad son llevadas al Saime (el organismo venezolano de
identificación y extranjería) para recibir el sello de salida sin necesidad de
que estén presentes los viajeros. En la madrugada zarpan. “Acá todo el mundo es
cómplice. Hasta el Inea [el Instituto Nacional de Espacios Acuáticos, que
controla el tráfico marítimo] le da un informe con el despacho al encargado sin
ver a los tripulantes. No hay manera de parar los botes. Cuando llegas a Puerto
España [la capital de Trinidad y Tobago] te bajas y te vas sin problema,
mientras que los dueños de la mercancía se chequean en inmigración”, explica el
mismo informante.
Empujados por el hambre
Sixto
Marcano nunca le había escrito una carta a su esposa en quince años que llevan
juntos. Ni siquiera antes, para conquistarla. Hoy ella relee varias cartas que
le ha enviada escritas a mano. Ve la imagen o facsímil de las cartas en la
pantalla de su computadora Canaima —también
conocida como Canaimita, la portátil
con fines educativos que distribuía el Gobierno chavista entre niños—,
en Tucupita. Mediante cartas manuscritas es la única forma que tiene él para
comunicarse desde la prisión de máxima seguridad donde está confinado en
Trinidad. Otro recluso, que lleva trece años en prisión, le envía un archivo
digital con la foto de la hoja donde Marcano ha escrito a su esposa.
La
esposa replica a Marcano desde la capital de Delta Amacuro con el envío de la
foto de su hija de seis años de edad, tomada en su acto de graduación cuando la
promovían al primer grado de primaria. Al mismo tiempo cose un pantalón azul
marino y una camisa blanca porque no tiene dinero para comprarle los nuevos
uniformes escolar. Evade contestar cuántas veces al día consigue algo para
comer.
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En
noviembre del año pasado Marcano constató en Venezuela que ya había rebajado 20
kilos de su peso regular porque su salario como obrero de la construcción no le
alcanzaba para mantenerlo; ni el peso suyo ni el de los miembros de su familia.
Solo comían una vez al día. El 10 de febrero decidió migrar. Como no tenía
pasaporte ni dinero para pagar un pasaje a otro país, decidió montarse en un
bote que lo acercara al destino más accesible, Trinidad y Tobago, que estaba a
solo cuatro horas —entre
los trayectos de tierra y mar—
de su casa. La barrera eran los cien dólares del pasaje, que se los prestarían.
Una vez instalado en Trinidad podría pagar esa deuda y comenzar a mandar dinero
a su familia. Sus dos cuñados habían migrado primero y fueron quienes lo
animaron a cruzar las aguas. Hoy todos están detenidos.
“Él
duró solo tres días trabajando y enseguida pudo enviarme diez millones de
bolívares”, recuerda la esposa que dejó en tierra firme. La cantidad equivale a
1,6 dólares según la paridad oficial recientemente anunciada por el presidente
venezolano, Nicolás Maduro. “Lo primero que hice fue hacer un mercado. Llenar la
nevera que estaba vacía. No compré carne para rendir el dinero, pero sí compré
un pollo que tenía tiempo que no comíamos en casa”.
Pero
a Sixto Marcano lo arrestaron en Trinidad el 22 de febrero a las cinco de la
tarde, cuando allanaron la residencia donde vivía. Sus dos cuñados lograron
avisar en la noche lo que había pasado, pero días después volvió la policía y se
los llevó también a ellos y a otras dos personas.
Génesis
Marcano, la hija mayor de Sixto, de 22 años de edad, también migró en noviembre
del año pasado a Trinidad para poder mantener a su hijo de seis años de edad.
Pero luego de lo que pasó con su padre, en abril, decidió devolverse a
Venezuela.
El
día que iba a retornar, la detuvieron.
Mujeres y niños, de últimos
Yoarlin
Amares Rojas, de 18 años de edad, migró el 5 de marzo con otras cinco mujeres y
no se supo más de ella durante un mes. Su madre, Arlina Rojas, de 37 años,
mantiene a su nieta de un año de edad, la hija de Yoarlin, con teteros hechos de
pasta licuada y la comida que llega en las cajas del Clap, cuando
llega.
Cuando
Yoarlin pudo llamar, avisó que el 8 de marzo, apenas tres días después de su
arribo, había sido detenida. Las autoridades la encontraron en una casa donde se
escondía desde que la “vendieron” a un trinitario. Fue condenada a pagar 3.000
dólares en un determinado plazo o, de lo contrario, a pasar tres años en la
cárcel por el delito de andar sin documentos. Estas cifras en multa o lapso de
tiempo de las sentencias varían según el juez de turno.
“Aquí
vino una mujer ofreciéndole trabajo y diciéndole que le prestaría dinero para
llevársela y luego allá podía ir pagando poco a poco la deuda. Esa mujer tenía
un hermano en Trinidad que mandaba la embarcación para llevarse a las
muchachas”, cuenta su madre, Arlina.

Tucupita, Delta Amacuro Arlina Rojas (37) es retratada junto a una fotografía de grado de su hija, Yoarlin Amares Rojas (18). Yoarlin viajo a Trinidad y Tobago atendiendo a una oferta de trabajo. El costo del traslado hasta la isla y una semana de estadía debía pagarla con su trabajo. Al intentar huir fue detenida por autoridades de inmigración siendo detenida y sentenciada a 3 años de cárcel. El flujo migratorio de venezolanos hacia Trinidad en la búsqueda de oportunidades de trabajo ha aumentado de manera significativa en medio de una crisis económica sin precedentes en el país. (Fotografia: Gregorio Marrero)
En
otro hogar cercano cuentan una historia similar. Es la de Norlismar Cedeño, de
26 años de edad, y madre de hijos de diez y siete años. Norlismar migró tres
meses a Boa Vista, en el fronterizo departamento de Roraima, en Brasil, para
recaudar dinero que le permitiera comprarle medicinas a su mamá porque tuvo dos
derrames cerebrales. Luego de esa aventura en el Sur, volvió a Venezuela y le
ofrecieron llevarla a Trinidad y Tobago, y darle una semana de hospedaje y
comida mientras conseguía trabajo. Con ella se fueron su prima Edianny Alvarado,
de 24 años de edad y madre de dos mellizos de tres años, y dos vecinas.
Fueron
reclutadas de la misma manera que Yoarlin. Al llegar a Trinidad y ver que las
obligarían a prostituirse, huyeron. Esa misma noche fueron detenidas por la
policía trinitaria en una casa donde pasaban la noche. Las madres denuncian que,
pese a que sus hijas manifestaron que las querían prostituir, sus denuncias no
han sido atendidas por las autoridades.

Tucupita, Delta Amacuro: Mujeres que están detenidas publican fotos en facebook. (Fotografia: Gregorio Marrero)
Carmen
Herrera, de 49 años de edad, es madre de otra mujer detenida que antes vivía en
Tucupita. Asegura que su hija, en
la última llamada desde la cárcel, le dijo que antes había estado hospitalizada
porque la golpearon por “portarse mal” dentro del reclusorio. Algo que Carmen,
por supuesto, no ha podido comprobar.
Un
hombre que estuvo dos años detenido y fue deportado en abril luego de cumplir su
condena, denunció que las mujeres son maltratadas en los centros de detención.
“A los hombres y mujeres nos separaba una pared de lata. Arriba había una malla.
Nosotros podíamos trepar y verlas. Ellas pedían ayuda para que nosotros
protestáramos cuando a ellas las maltrataban. Yo llegué a ver cómo golpeaban a
una mujer embarazada”, contó.
En
Güiria ofrecen una versión ligeramente distinta acerca del reclutamiento sexual.
Un hombre que hasta hace un año se dedicaba a captar mujeres explicó, bajo la
condición de mantener su anonimato, que cada mujer reclutada comporta un costo
de 800 dólares, de los que 200 corresponden a sus propios honorarios por la
tarea de persuadir a las chicas y embarcarlas a Trinidad. El resto se destina a
la logística para el traslado. Asegura que todas saben en qué trabajarán al
llegar y que apenas permanecen un promedio de tres meses en la
isla.
Puente telefónico
Los
venezolanos que son detenidos y presentados ante tribunales trinitarios
enfrentan con frecuencia la disyuntiva de pagar hasta 1.500 dólares de multa o
cumplir condena tras las rejas. La pena puede variar entre seis meses y tres
años de prisión, según sea el criterio del juez de turno.
En
la cárcel de hombres no se permiten las llamadas internacionales. Sin embargo,
algunos han logrado filtrar teléfonos celulares que se comparten para mandar
mensajes por Whatsapp. Se desconoce cuántos han cruzado y permanecen ilegales.
En videos y cartas han escrito los nombres de cada detenido para hacer un censo
artesanal y distribuirlo entre sus familiares a través de Whatsapp con la
esperanza de que la información llegue a las dependencias oficiales venezolanas,
como la Cancillería, para motivarlas a actuar.
La
primera lista de 174 hombres detenidos que se conoció la hicieron en la cárcel a
puño y letra. Los reclusos le tomaron una foto, la enviaron a sus familiares,
quienes la difundieron en las redes sociales. Pero cada día entran más y más
venezolanos a prisión y las cifras e identidades cambian. El gobierno de
Trinidad y Tobago ni informa ni se pronuncia, impertérrito.
Las mujeres reclusas sí tienen acceso regular a un número teléfono al que sus familiares desde Venezuela pueden llamar, también por Whatsapp, dos veces al mes. Cada conversación es monitoreada por una funcionaria de prisiones trinitaria. La censura impide a las detenidas contar lo que viven o comen en la cárcel. En sentido contrario, las autoridades instruyen a quienes llaman desde Venezuela a evitar relatos sobre la situación política o la crisis del país suramericano. ¿La excusa? Para “no alterar a las privadas de libertad”.
Lee más sobre lo que viven los venezolanos migrantes, con la versión contada desde Trinidad y Tobago, en este enlace.