Los 105 kilos de Franklin Brito

Antes de sus siete huelgas de hambre, se destacó por sus cultivos. Era "El rey de la patilla", cuentan en el pueblo donde todo comenzó. Hoy hace ya cinco años que terminó de reducirse a 33 kilos y, entretanto, aquí no ha pasado nada.
Cuesta
imaginar que de un fundo perdido en el camino a Caicara del Orinoco salieron las
patillas más grandes del estado Bolívar. Donde había yuca, melón y otras
siembras, ahora lo que sobra es monte. El paisaje es único: la maleza hoy arropa
casi todas las 290 hectáreas por las que Franklin Brito murió en huelga de
hambre.
En La
Iguaraya -donde todo comenzó- no hay nada. Si no fuera por las fotos de antes,
solo algunos ingenuos podrían creer que de ese fundo salieron las mejores
cosechas de patilla que recuerdan en la población del
Guarataro.
Enclavada
en la mitad del camino que conduce de Ciudad Bolívar a Caicara del Orinoco,
Guarataro es un pueblo en el que no hay mucho más que casas y conucos a un lado
de la carretera. Hasta hace seis años, cuando el boom de los celulares
inteligentes bullía por todo el país, los más de 7.000 habitantes de la zona se
las arreglaban con un teléfono público de la Cantv.
Más
célebre por sus suelos fértiles que por cualquier otra cosa, los agricultores
destacan que en 1998 del Guarataro salieron más de 40 millones de kilos de ñame.
Fueron tantos los guacales que ese año viajaron de allí incluso al exterior, que
terminaron por coronar a ese rincón del estado Bolívar como la tierra del
ñame.
No hay
muchas más referencias para un lugar en el que -aún en pleno siglo XXI- faltan
estaciones de gasolina y emisoras de radio local. Ni siquiera se vislumbra un
terminal de buses. Franklin Brito, sin embargo, puso a ese pueblo en el mapa: en
1994 estableció allí el fundo Iguaraya y por esas mismas tierras, más tarde
emprendió una cadena de siete huelgas de hambre, que llegaron a ser noticia en
la prensa mundial.
Primero
protestó los documentos que permitieron a sus vecinos repartirse el espacio de
la vía de arena que conducía a su fundo. Más tarde, cuando logró reabrir la
entrada, exigió precisar el origen de los fondos que dispuso el Gobierno para
indemnizar sus demandas. Algo que no ha conseguido ni después de
muerto.
"Lo que
pedía era que anularan las cartas agrarias y que el Gobierno dijera por qué y
bajo qué condiciones le querían beneficiar", concluye Elena, la viuda de Brito.
"En 2007 le otorgan un tractor a crédito sin haberlo solicitado, que luego
apareció como un comodato. Entonces Franklin les dijo: 'Yo quiero que me
expliquen eso porque más adelante no me gustaría verme involucrado en un hecho
de corrupción'".
98 kilos
No es que
el Gobierno no haya hecho absolutamente nada por Franklin Brito. En el año 2005
obligó a los vecinos que ocupaban parte del fundo a replegarse y abrir otra vez
el camino, pero hasta allí. ¿Cómo ignorar después de todo a un hombre que viajó
de Guayana para acampar en el centro de Caracas; que llegó a cortarse un dedo en
un morboso espectáculo improvisado frente a varias cámaras de televisión; que se
cosió la boca y, por si faltaba algo, emprendió la primera de siete huelgas de
hambre?
En julio
de 2004 se le vio por primera vez en huelga de hambre en la plaza Miranda de
Caracas. Al año siguiente prometieron cumplirle sus demandas, luego de retomar
otra vez la protesta. Fue así como volvió a su casa ya no con los 105 kilos
habituales sino con 98, pero con un papel que le garantizaba poder sembrar otra
vez.
El
Ministerio de Interior y Justicia, a la cabeza de Jesse Chacón, reconoció en
2005 los derechos de Brito sobre su propiedad y conminó a los vecinos a echar su
cerca otra vez a un costado de la carretera. Sin embargo, al final nunca
formalizaron el hecho. Ni siquiera ahora...
El 30
agosto del año pasado Brito murió en el Hospital Militar. El próximo mes habrá
transcurrido un año y las famosas cartas agrarias que motivaron su protesta
siguen vigentes; en el papel sus vecinos aún tienen derechos sobre 24 hectáreas
de su fundo.
Elena
Brito cree que el Gobierno nunca quiso admitir que el Instituto Nacional de
Tierras cometió un error: "El Ministerio de Interior y Justicia reconoció la
propiedad, pagó 70 millones de bolívares para volver a acondicionar el terreno,
pero nunca devolvió las tierras, porque mi esposo no firmó un documento en el
que le pedían decir que no le habían
invadido".
60 kilos
Franklin
José Brito Rodríguez nació en Irapa, estado Sucre, en 1960. Se mudó a Caracas
para estudiar Biología en la Universidad Central de Venezuela; hizo prácticas en
el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas; trabajó en el Centro
Médico Docente La Trinidad y, en algún momento, convirtió su carro en
taxi.
En 1994
animó a su esposa a vender el apartamento que tenían en Caricuao para probar
suerte en un pueblo del estado Bolívar. "Fue un cambio totalmente radical",
cuenta hoy su viuda. "Queríamos luchar para tener un futuro mejor, y en el fundo
depositamos todo para dejarle un patrimonio a nuestros cuatro
hijos".
Si las
colas para llamar por teléfono eran difíciles, mucho más la poca luz. A falta de
cableado, el Guarataro dependía de una planta eléctrica. Allí llegaron los
Brito. Sobre ese pueblo Franklin instaló La Iguaraya como homenaje a su esposa,
Elena Iguaraya Rodríguez, y en ese mismo punto comenzó el primero de una
retahíla de desencuentros que en 2007 lo mostraron protestando frente al TSJ con
poco más de 60 kilos.
Se trata
de una sucesión de eventos que Elena atribuye a un pase de factura del entonces
alcalde del municipio Sucre, Juan Carlos Figarella: una plaga había arrasado con
el ñame del Guarataro y frente a la proximidad de las vacas flacas, el
funcionario introdujo ante la Corporación Venezolana de Guayana un proyecto
agrícola al que Brito se enfrentó en nombre de la Federación Campesina de la
zona.
Seguro de
que era mejor sembrar otra variante de la misma especie antes que aplicar
agroquímicos, Brito rechazó la solución oficial y planteó otra. "La alcaldía por
eso dejó de percibir 1.000 millones de bolívares, yo imagino que a raíz de eso
empezó todo", cuenta Elena.
33 kilos
Brito
llevó su propuesta agrícola hasta la Asamblea Nacional. Ya se veía que no era
persona de quedarse callado. Quienes lo conocieron por el pueblo lo definen como
alguien conversador y amante de la naturaleza. Se identificaba con la izquierda
por su papá, de quien siempre dijo que formó parte de la resistencia que el
Partido Comuntista armó contra Pérez Jiménez en el estado Sucre. Además, era
empecinado; aunque no lo dicen así lo pintan como terco.
Sea lo
que sea, Jairo Torres cree el Guarataro no entendió la lucha de Brito. "Aquí
pudo venir Vargas Llosa y lo hubieran visto como un tonto más, puede llegar
Obama que sería cualquiera", dice sentado en el porche de su casa, donde
conversaba con Brito.
Por
supuesto, a nadie le alegró su muerte. Aunque cada elección el chavismo
demuestra quién manda en casa, nadie del Guarataro celebró el final de este
caso. Muchos, sin embargo, todavía rechazan las banderas de Brito. "A Frank le
decían 'El rey de la patilla' y aquí se le reconoció más por eso que por su
defensa por los derechos humanos", lamenta Torres. "Aquí el más bravo es el que
se mete en una montaña y saca un millón de kilos de ñame y Frank lo hizo y
consiguió las mejores cosechas de patilla de la zona".
En el
liceo del pueblo, por su parte, algunos empleados no entienden por qué además de
dar clases de biología, matemática y física, conminada a la población
estudiantil a reclamar. "Alborotaba a los alumnos". Dicen que una vez los motivó
a saltar la cerca de la institución educativa para protestar por mejores
instalaciones.
Tiempo
después Brito estaría al frente de otra clase de protestas. Aún en terapia
intensiva radicalizó la huelga de hambre. Una semana antes de morir, el ministro
de Agricultura y Tierras, Juan Carlos Loyo, fue a visitarlo y garantizó que todo
se iba a resolver. Pero ese mismo día los sedantes ocasionaron problemas
respiratorios que obligaron a entubar al paciente.
"Yo le
pedí al ministro que, si iban a arreglar el problema que no mandara a nadie a
hablar con Franklin, que le viera la cara si era que él podía engañarlo
nuevamente", relata Elena. "Y Loyo fue, le dijo que todo se iba a resolver, que
pusiera de su parte y nunca más volvió".
Brito al
final llegó a pesar 33 kilos. "Yo misma lo cargaba", dice su hija Ángela. La
autopsia indica que murió el 30 de agosto del año pasado de un shock séptico.
Los familiares agregan que la temperatura de la terapia intensiva y las drogas
que le dieron contra su voluntad fueron una tortura. En mayo por eso se les vio
llevando una nueva denuncia al TSJ.
"Una vez
encontré en la papelera un frasquito de Aloperidol", señala Elena. "Nosotros le
exigimos al director de la terapia intensiva que nos explicara por qué le
estaban poniendo una droga para gente con problemas de esquizofrenia, cuando
Franklin siempre estuvo consciente".
Todavía
la semana pasada había gente en El Guarataro que se refería a él como "El loco".
Incluso algunos de los vecinos que llegaron a ocupar parte de su fundo. Son
pocos los que quieren declarar a la prensa sobre el tema. Tal vez nadie quiere
restregarle a su familia que no vale la pena sacrificar la vida, tal vez un año
sea muy pronto para destacar su causa.
(*) Este
reportaje fue originalmente publicado en El Universal el 31 de julio de 2011, a un año de la
muerte de Franklin Brito.