El mecenas que coleccionaba ilícitos sin castigo

Las autoridades costarricenses, que la reclaman desde 2009, todavía esperan repatriar una valiosa colección de arte precolombino que por ahora come polvo en oficinas de organismos estatales venezolanos, a donde llegó después de un decomiso. Las piezas habían entrado al país de manera irregular por obra de un inmigrante estonio que hizo fortuna en Venezuela tras eludir a los cazadores de nazis que lo acusaban de participar en crímenes durante la II Guerra Mundial. Se llamaba Harry Mannil, murió en 2010, y nunca llegó a enfrentar a la justicia ni por esas versiones ni por el tráfico irregular de patrimonio cultural en el que incurrió.
En
una esquina cubierta de maleza, junto a la valla de seguridad que rodea la
parcela donde se encuentra la sede del Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) de
Venezuela, reposan disimuladas por el matorral dos esferas pétreas creadas por
los Diquis, una cultura ancestral que floreció sobre el delta del río del mismo
nombre, en el sur de Costa Rica, alrededor del siglo V. Por supuesto, no siempre
han estado allí. Hasta hace apenas un par de años adornaban otro jardín, este
con piscina y en una quinta en el este de Caracas, una verdadera
casa-museo, Los Jaguares, que pertenece a los sucesores del
empresario y mecenas Harry Mannil.
Mannil,
fallecido en 2010, es nombre familiar entre los círculos empresariales y
artísticos venezolanos. Tras emigrar de Europa, Mannil, nacido en Estonia, fundó
en su segunda patria sudamericana una exitosa corporación, el Grupo ACO, con
negocios en los ramos automotriz, agroindustrial y conexos. La torre de oficinas
donde hoy se aloja el Servicio Autónomo de Identificación, Migración y
Extranjería (Saime) en Las Mercedes -un barrio comercial y de clase alta al
sureste de la capital venezolana- fue con anterioridad la última sede de ese
grupo.
Pero
hay un costado de la biografía de Mannil menos difundido; de hecho, oculto de
manera activa. El exitoso inmigrante formó parte de la policía política estonia
que colaboró con la ocupación nazi de ese país entre julio de 1941 y agosto de
1944. En ese papel le tocó encabezar las sanguinarias operaciones contra la
resistencia procomunista y, sobre todo, los pogromos contra la población judía.
Mannil llegó a ocupar el puesto número 10 entre los Más
buscados del Centro Simon Wiesenthal de Viena y Jerusalén,
especializado en la cacería de prófugos nazis. Sin embargo, en vida, este hombre
se encargó de limpiar su imagen y repetir, en las contadas entrevistas que
concedió sobre el tema, que la investigación sobre su caso estaba cerrada y que
tenía un documento de un fiscal de Estonia para probar su inocencia.
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La
controvertida actuación de Mannil durante la II Guerra Mundial ocurrió en el
contexto, ambiguo y crispado, de los países bálticos. En Estonia, tanto como en
Letonia y Lituania, fue fuerte la tentación de interpretar la llegada de las
tropas invasoras alemanas como una gesta de liberación frente al yugo soviético.
El programa nazi de limpieza étnica consiguió además en esas naciones el terreno
fértil del antisemitismo y el anticomunismo autóctonos. A los ocupantes les
costó poco conseguir la colaboración de la población local en las operaciones de
exterminio de judíos. En la famosa conferencia de Wannsee, a las afueras de
Berlín, en 1942, donde las autoridades hitlerianas acordaron la Solución
Final para la llamada Cuestión Judía, se reportó que ya
Estonia estaba “limpia de judíos”. Su pequeña comunidad hebrea de 4.500
individuos había desaparecido.
Todavía
hoy esas naciones, cuya denazificación posterior a la guerra quedó atrofiada por
la inmediata reconquista soviética, no llegan a términos con ese pasado. Con
frecuencia las milicias derechistas locales, que participaron en las matanzas
antisemitas de los años 40, son recordadas como héroes de la lucha por la
independencia frente a Moscú, que finalmente alcanzaron en 1991. En un libro,
Efraim Zuroff, actual director del Centro Wiesenthal, escribió, al referirse a
la vecina Lituania -donde casi todos de sus 250.000 judíos fueron eliminados-
que “un grupo de criminales no debería tener más peso que el buen nombre de una
nación, ni puede robarle su decencia y su conciencia”, según recordaba en julio
del año pasado un reportaje de la
revista Newsweek.
De
igual modo, Harry Mannil nunca se avino a admitir las sombras de su problemático
pasado. Se refugió en Venezuela, donde amasó una fortuna y tuvo la libertad para
convertirse en uno de los mayores coleccionistas privados de arte precolombino
no solo en el país, sino en todo el hemisferio. Murió en 2010 en Costa Rica,
país al que extendió sus negocios y donde gustaba de veranear, sin enfrentar
nunca a la justicia. Mannil fue un hombre con dos vidas que, por diversas
circunstancias, logró salir airoso de los errores que pudiera haber cometido en
ambas: en una, ya se sabía, fue el cruel comisario político; pero en la otra, la
del magnate, como solo ahora se sabe, cometió expolios contra el patrimonio
cultural e histórico de sus países anfitriones en Hispanoamérica.
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La coartada del dinero
Harry
Mannil nació en Estonia en 1920. Cuando su país fue invadido por Alemania en
1941 decidió unirse a la policía política para llevar a cabo la retaliación
contra los colaboracionistas prosoviéticos y, sobre todo, contra los infiltrados
judíos. Participó en arrestos e interrogó al menos a siete judíos que fueron
posteriormente asesinados, explicó Zuroff en un artículo escrito en 2010 para el
diario The Guardian de Londres.
En
su libro Operation Last Chance: One Man's Quest to Bring Nazi Criminals
to Justice, donde vertió sus comentarios críticos contra Lituania citados
más arriba, Zuroff también se refirió de manera explícita al caso de Harry
Mannil y la protección de la que gozaba en la Estonia de nuevo independiente:
“Se supone que todos son iguales ante la ley, pero ser uno de los estonios más
ricos del mundo y un donante generoso a las instituciones culturales de Estonia
puede ayudar a proteger a un colaborador nazi de la persecución. Por lo tanto,
todos nuestros esfuerzos para facilitar el enjuiciamiento de Mannil por su
supuesta participación en los arrestos e interrogatorios de judíos asesinados
por los nazis y sus colaboradores estonios no tuvieron
éxito”.
Mannil
salió de Estonia en 1943 y vivió en Finlandia y Suecia hasta establecerse en
Venezuela en 1946. Se ha documentado que al llegar empezó a trabajar en
Maracaibo en los almacenes BECO, empresa de la familia Blohm, de origen alemán.
Cuatro años después fundaba su propia compañía de venta de automóviles, ACO,
CA.
Quienes
lo conocieron en Venezuela lo dibujan como un hombre de sociedad, un gran
benefactor y coleccionista de arte. “Era un gran coleccionista. Cuando iba a su
casa, su mujer era quien mostraba la colección. Una bella colección de arte
precolombino”, recuerda Sofía Imber, periodista y fundadora del Museo de Arte
Contemporáneo de Caracas (MACC).
Como
benefactor donó diferentes piezas a la Galería de Arte Nacional (GAN), entre las
que destaca la obra Doble Espacio del artista venezolano Víctor
Valera. Entre los años 1970 y 1971 formó parte de la junta directiva del Ateneo
de Caracas, como subsecretario de relaciones públicas.
Los
gobiernos de entonces otorgaron a Mannil las órdenes Francisco de Miranda y
Estrella de Carabobo en los años 70 y 80 del siglo pasado. Pero abandonó
Venezuela, la tierra que tanta prosperidad le había brindado, durante el paro
petrolero de diciembre de 2002 a febrero de 2003. Fue a dar a Costa Rica, país
del que era oriunda su esposa, Masula D'Empaire. Allí, en San Rafael de Heredia,
murió el 11 de enero de 2010, a los 89 años de edad.
La
obsesión de Mannil por el arte, y en especial el prehispánico, volvió a ser tema
de conversación póstuma cuando en 2016 se publicó Memoria
Robada,
un proyecto de investigación periodística, coordinado por el website Ojo Público
de Perú y entre cuyos varios aliados latinoamericanos se encontraba el
diario La Nación de San José de Costa Rica. El extenso
proyecto, recientemente premiado como una de las tres mejores investigaciones en
toda América Latina durante 2016, incluyó una historia, hasta entonces
soterrada, de un tesoro arqueológico costarricense que Mannil sacó de ese país
centroamericano de manera furtiva.

Folleto donde se incluye a Harry Mannil entre la junta directiva del Ateneo de Caracas. Fotografía: Katherine Pennacchio
Parsimonia burocrática
El
Museo Nacional de Costa Rica denunció en 2009 a Mannil por el comercio ilegal de
bienes arqueológicos. Sin embargo, sólo en julio de 2010 Venezuela se dio por
aludida. Una solicitud de exportación de piezas arqueológicas hacia Estados
Unidos encendió las alarmas en el Instituto de Patrimonio Cultural
(IPC).
Cincuenta
y seis piezas de arte precolombino quedaron retenidas en la aduana de La Guaira
con el fin de determinar su origen, según lo establece la Ley de Protección y
Defensa del Patrimonio Cultural Venezolano y los acuerdos internacionales
firmados en materia de tráfico ilícito de bienes. El 7 de octubre de 2010, el
IPC negó la solicitud de exportación, y dictó una medida anticipativa de
protección y salvaguarda de las piezas por sospecharse su origen ilícito y su
procedencia costarricense.
El
5 de enero de 2011 la embajada de Costa Rica confirmó que los bienes pertenecen
al país centroamericano desde donde fueron sustraídos ilegalmente. Por esta
razón las autoridades venezolanas decidieron, el 5 de diciembre de ese año,
allanar la vivienda de Harry Mannil en Caracas, la quinta Los
Jaguares. Allí incautaron más de un centenar de piezas tanto venezolanas
como de origen extranjero, en las que se incluye nuevamente Costa
Rica.
“Esta
casa se había convertido en un pequeño museo. No son unas pocas. Son cientos y
cientos de piezas las que estamos recuperando. Estas son producto, según nuestro
entender, de tráfico ilícito”, afirmó Raúl Grioni, presidente para entonces del
IPC durante el momento del allanamiento a la vivienda de Mannil. La operación
fue transmitida en directo por el principal canal de televisión del Estado,
Venezolana de Televisión (VTV).
Personas
que estuvieron presentes durante la visita judicial, y que prefieren no dar su
nombre por no estar autorizados para dar declaraciones, recuerdan haberse
sentido abrumados por la cantidad de obras que se encontraron en la casa y la
dificultad para despegar de las paredes las piezas que estaban
empotradas.
Algunas
de las piezas costarricenses que habían estado en manos de Mannil fueron
enviadas a la sede del IPC, en la histórica Villa Santa Inés del sector Caño
Amarillo de Caracas, mientras otras quedaron resguardadas en la Galería de Arte
Nacional (GAN), según informó el propio IPC en una nota de
prensa.
A
finales de ese mismo año, como parte de la agenda de repatriación de las piezas,
en los espacios de la GAN, en alianza con la embajada de Costa Rica en Caracas,
se organizó una exposición titulada “El regreso de Los Jaguares: la lucha contra
el tráfico ilícito de bienes culturales”, donde se presentaron 27 de las piezas
decomisadas. Las obras eran tallas en bloques de rocas volcánicas con formas de
mesas, figuras antropomorfas femeninas, vasijas y, por supuesto, esculturas de
jaguares y otros animales.
En
2014 las obras fueron sometidas a un proceso de verificación por parte de la
jefa de Protección de Patrimonio Cultural de Costa Rica, Marlin Calvo Mora,
quien estuvo en Caracas para cumplir con el requisito previo a la repatriación
de las piezas a la nación tica.
Ambas
diligencias transmitían el mensaje de que ya estaba próxima la hora para la
vuelta a la patria de las piezas nómadas. Pero no fue así. Las esferas de
piedras no son las únicas piezas de aquella colección de Mannil que hoy yacen en
un rincón del Instituto de Patrimonio Cultural de Venezuela. En su biblioteca se
encuentran olvidadas, entre libros, documentos y polvo, figuras de animales
tallados en piedras volcánicas esperando alguna vez volver a suelo
costarricense.
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