Para Yendri Sánchez no hay escarmiento

Llegó a Caracas en cola y más de un año después regresó al Zulia en cola, tras un periplo en la cárcel por abalanzarse sobre el jefe del Estado. Apenas 30 horas después de su regreso a la libertad, la policía científica ha ido a buscarlo a su casa para darle otra cola, pero esta vez al comando por declarar en los medios de comunicación.
Maracaibo. - Hablar
con el presidente de la República era su más ferviente anhelo. Pero lo quería
hacer a su estilo, sin cita previa y con cámaras de televisión como testigos. Es
el particular coste de oportunidad con que cotiza sus acciones: si acceder a
Nicolás Maduro le costó 17 meses de cárcel, también lo llevó a las primeras
planas de medios informativos, nacionales e
internacionales.
Yendri
Jesús Sánchez González, de 28 años de edad, natural de Maracaibo, la capital del
estado Zulia (noroccidente de Venezuela, frontera con Colombia), no le contó a
nadie lo que, según planeaba, sería su mayor hazaña. La preparó en serio. Tanto,
que el día anterior de cometerla, no quiso disfrutar de una noche de amigos y
bebida en la casa de su hermana. En cambio, prefirió abordar un autobús de Pdvsa
que saldría a las 10:00 de la noche desde la plaza Alonso de Ojeda de Lagunillas
(Municipio Lagunillas del estado Zulia, sobre la ribera oriental del Lago de
Maracaibo).
En el
vehículo viajó junto a un grupo de simpatizantes del oficialismo que iban a
demostrar su respaldo al nuevo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en su
acto solemne de juramentación. Todavía es un misterio cómo hizo para colarse
entre ingenieros y trabajadores de la estatal petrolera. En la zona y en la
industria “todo el mundo se conoce”, y Sánchez no pertenecía a ninguna de ellas.
Solo se sabe que se hizo pasar por funcionario del Ministerio de las Comunas.
Vestía con una chaqueta roja del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV),
pantalones de jean negro y calzado cómodo. Se infiltró entre los camaradas.
Junto a ellos, rodó 12 horas hasta llegar a la plenaria de la Asamblea Nacional
en Caracas.
Ni
siquiera frente a su familia transparentó sus intenciones. Apenas expresó que
iba a la capital para “pedir una ayuda y participar en una marcha”. No les
extrañó. Yendri, en todo caso, no tenía ni trabajo ni oficio diario que
implicara cumplir un horario. Podía moverse a donde quisiera sin las
restricciones de un empleo fijo. Era un “becado del gobierno, Chávez le ayudaba,
siempre lo buscaban, le daban su plata y lo paseaban por orden presidencial”,
cuenta una fuente que exige mantenerse en el anonimato.
Era
viernes. También 19 de abril, una fecha patria en Venezuela. Se recuerda la
rebelión, en 1810, de los patriotas mantuanos de Caracas ante el Capitán General
Emparan y ante la usurpación francesa del trono español. Pero ese 19 de abril de
2013 era todavía más especial: Nicolás Maduro asumía la presidencia de la
República tras la muerte de Hugo Chávez y de una accidentada elección que, por
esos días, era impugnada por la oposición.
Frente al
televisor, en su casa seguían el acto protocolar: Celina González, la mamá, y
Mariagny, la única de los seis hermanos con quien comparte padre y madre, vieron
su aparición en cadena nacional de radio y televisión.
En ese
hogar se identifican como chavistas pero, recalcan, no “100 por ciento fanáticos
como Yendri”.
Maduro, ya
con su banda del tricolor nacional impuesta, comenzaba a saludar a los 12 jefes
de Estado y a las delegaciones de 47 naciones presentes en su investidura. No
tenía 10 minutos frente al micrófono, cuando el muchacho de 1,70 metros de
estatura, contextura fuerte, cabello oscuro, cejas negras, con una cicatriz en
la frente y una marca de lechina en la mejilla izquierda, nariz gruesa, orejas
pequeñas y boca grande, lo interrumpió. Era Yendri.
“¡Nicolás
soy Yendri, ayúdame!”, gritó mientras le arrebataba el micrófono al presidente y
lo hacía a un lado. Lo contuvieron cinco hombres, entre ellos Diosdado Cabello,
el número dos del chavismo y presidente de la Asamblea
Nacional. Reinó la confusión. Las cámaras de televisión se perdieron en un
plano, que pareció eterno, donde se veían la bandera de Argentina y el escudo
nacional. Los invitados no encontraban explicación. ¿Se trataba de un
atentado?
Bastaron
20 segundos para que Maduro se repusiera. Se apresuró a decretar que el
incidente con “el espontáneo” había sido “superado” e indicaba que después
conversarían “con este muchacho” de quien se preguntó “quién sabe qué
desesperación traía”. Al mismo tiempo, fustigaba a su servicio de seguridad: le
habrían podido “dar un tiro”.
Casi en
simultáneo la prometida conversación ya estaba teniendo lugar. Pero con Jorge
Arreaza, vicepresidente de la República, y María Gabriela Chávez, la hija
predilecta del Comandante
Eterno, en “una parte sola de la Asamblea”. Arreza lo interrogó “un rato” y
la hija de Chávez le preguntó por qué lo hacía y advertía que era “muy
peligroso”.
Pero no
quedó solo en una reprimenda. Salió esposado a la sede del Servicio Bolivariano
de Inteligencia (Sebin) en el Helicoide, una construcción sin concluir de los
años 50 en el suroeste de la capital venezolana. Tres días después, lo llevaron
bajo custodia a la medicatura forense de Bello Monte. "Necesito hablar con los
medios de comunicación, me tienen aislado, no me dejan hablar. Amo al Zulia, amo
a mi estado querido, los amo a todos", fueron las primeras palabras al salir a
las 11:15 de la mañana del interrogatorio.
Sufría
maltratos, contó. Le pegaban con “una vara en las piernas porque andaba
desesperado”, contó. Al día siguiente lo confinaron en la Ciudad Penitenciaria
de Coro, estado Falcón (noroeste de
Venezuela).
El drama

Lo llevaron a la cárcel de Coro. Allí, en una oportunidad llegaron a torturarlo conperdigones. Foto: Twitter
La comida
que llevaban a Yendri regresó intacta. Los enlatados y la pasta quedaron en la
bolsa donde también había desodorante, medias, un jean y una franela. No
necesitaba nada, les dijeron en la puerta de la cárcel. Adentro lo alimentaban y
vestía el uniforme amarillo reglamentario. Era un preso como todos los
demás.
Veintitrés
días después por fin su voz se escuchó en el teléfono de su hermana. Le
autorizaron una llamada para que avisara que ya vería el sol y podía recibir a
sus seres queridos. Del otro lado, se respiró un alivio que duró poco: todavía
no podían visitarlo, él se comunicaría de nuevo para indicar la
fecha.
Les pidió
organizarse porque no podían entrar todos los que quisieran. Solo permitían a
los padres y hermanos reconocidos con el mismo apellido.
A la
semana siguiente, se encontraron. La maleta que llevaron su mamá, hermana y un
medio hermano cambió por galletas, dulces y un par de botas que de inmediato les
regresaron porque debía usar el calzado del penal. Tampoco requería toallas, ni
colchonetas ni sábanas. Su papá, Tomás Sánchez, no fue a la primera visita.
Alegó estar ocupado en su trabajo.
Los martes
de cada semana les tocaba dejar el trabajo para ir a Coro, la ciudad colonial
que fue primera capital de Venezuela y ahora lo es del estado Falcón. La
frecuencia cambió luego a solo una vez al mes. No por decisión propia.
Desconocen hoy la razón de la disminución del contacto, pero sí saben que no se
trató de una medida específica contra Yendri, sino una decisión general para
toda la población reclusa.
Con la
contribución de tíos y amigos reunían los fondos para los pasajes. Mariagny, la
hermana mayor, deseaba contar con más dinero no solo para ayudar a su hermano,
sino cubrir los gastos de sus dos hijas. Pero se sometía a un tratamiento contra
el cáncer de útero y no estaba en condiciones de trabajar.
Las
dificultades angustiaban a Mariagny. En compensación, cuando visitaban a Yendri
en Coro siempre lo veían “muy bien”. Sin evidencias de agresiones, su familia
tenía para sentirse tranquila. Pero Yendri les contradecía con su testimonio.
Vivía días difíciles, confesó una vez. A ocho meses de su arresto, denunciaba
que violentaban sus derechos y no podía asistir a los
tribunales.
“Los
custodios me han tratado mal. Estoy muy mal, demacrado y muy flaco, no sé qué es
lo que me han diagnosticado porque no me quieren decir. Ellos creen que estoy
loco y me hablan como si fuera un asesino, hasta con un chopo me dieron una vez.
Tengo los perdigones porque me encerraron en un cuarto de castigo y empecé a
gritar para que me sacaran de allí y me metieron unos chopazos”, dijo a la
revista Clímax de Caracas.
“Necesito
hacerle un llamado al Presidente para que se acuerde del caso mío que sigo aquí
ultrajado. Me están culpando como una persona mala y simplemente soy un hombre
humilde que hice eso para llamar la atención delante de los ojos del mundo para
ayudar a mi hermana que tiene cáncer y pedirle una casa para mi mamá. Eso fue
demostrado y se lo dije a él, no me quieren ayudar, ni nada, sino que tienen
parado el juicio”, insistía.
El tiempo
pasó y su caso no reportó novedades. También fue perdiendo espacio en los
medios. A quien quisiera escucharla, su familia se esmeraba en difundir su
versión: no quiso atacar al presidente sino gestionar 114 mil bolívares para
cubrir el tratamiento de quimioterapia y radioterapia de su hermana y recursos
para culminar los trabajos de remodelación en la casa de dos habitaciones, un
baño y sala-comedor que le otorgó el Gobierno. Desde su entrega hace tres años
está inhabitable y él, junto a su madre, viven con su
hermana.
La liga de los espontáneos
En
libertad, Yendri se había relacionado con personajes de su mismo perfil. Entre
ellos Juan Bautista Salas Sierra, quien se colgó del pantalón de Enrique
Iglesias en la gala del concurso
Miss Venezuela 2002, y
que en dos oportunidades llegó a sabotear presentaciones de Servando &
Florentino y de Ricardo Montaner en Festivales de la Orquídea, en Maracaibo. En
otro certamen de Miss Venezuela,
se montó sobre el piano de Franco De Vita en plena función. Una vez mantuvo en
jaque durante tres horas a los cuerpos de seguridad zulianos, mientras se
encaramaba sobre la pila 21 del Puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de
Maracaibo, desnudo, enarbolando una bandera de Venezuela y con la amenaza de que
se arrojaría al vacío. En 2007, traspasó los anillos de seguridad del presidente
Chávez y antes, en 2006, se filtró en un hotel de Maracaibo solo para abrazar al
futbolista argentino Juan Román Riquelme.

Como Yendri Sánchez con Maduro, Juan Salas traspasó en 2007 el anillo de seguridad de Chávez. Foto: Youtube
Pues bien:
Juan era cercano a Yendri desde sus respectivas adolescencias. Eran alter ego y rival de cada uno. “Se retaban para ver
quién tenía más cojones”, confía un allegado.
Los dos
jóvenes son de origen humilde. La madre de Juan, Guillermina, es conocida por
ser la vendedora de dulces y periódicos frente al hospital de Ciudad Ojeda y su
padre, Orlando, era un colombiano parasicólogo, conocido como El médico curano. Creció con
violencia y en la escuela fue un estudiante de bajo rendimiento. Como Yendri,
apenas completó la educación básica.
“Mi vida
es extraña, vacía y dolorosa, es un desastre”, admitió Juan en una entrevista
con el diario Panorama de Maracaibo en 2012, cuando tenía 22 años.
“Tú serás el sacerdote de Satanás”, le auguró su padre, y antes de cada
aparición intempestiva en actos públicos, confesó, invocaba a “Lucifer, Banshee
y Belcebú”. Eso lo hacía “invencible”.
Su actitud
se volvió competencia para Yendri, quien también padecía las consecuencias de un
hogar precario, con una madre dedicada a la limpieza de casas ajenas y un padre
intermitente.
Espoliado
por el reto, Yendri agregó logros a su curriculum. El 16 de marzo de 2008,
mientras sonaban los tambores de guerra entre Caracas y Bogotá, se montó en el
escenario del Concierto para la Paz que organizaron Juanes y Miguel Bosé, y que
ese día se celebraba junto al Puente Internacional Simón Bolívar que une a San
Antonio del Táchira con la Villa del Rosario de Cúcuta, para arrebatar el
micrófono al cantante español Alejandro Sanz.
Un año
antes había irrumpido en el Miss
Venezuela, una de las vitrinas predilectas de estos personajes. Corrió por
la tarima del teatro Teresa Carreño de Caracas para quitarle la corona a la
recién electa Dayana Mendoza, que más tarde se convirtió en la quinta Miss Universo venezolana. Una docena de funcionarios de
seguridad se abalanzó sobre él para neutralizarlo.
Apenas
unos días antes de su último lance con Maduro, el 10 de abril de 2013, en el
fragor de la campaña presidencial, Yendri alcanzó a colarse a la tarima de un
mitin en Maracaibo del candidato opositor, Henrique Capriles Radonski.
“Capriles, el próximo presidente de la República de Venezuela, te amo”, llegó a
gritar para el micrófono. El gobernador de Miranda se lo tomó con humor. No
pidió sanciones para el trasgresor. “No me puedo poner bravo, solo me tienen que
dejar que termine mis palabras” dijo.
Las
familias de Salas y Sánchez se culpaban entre sí por lo que ocurría, a la vista
de los medios y de todo el país. Las disputas los distanciaron. Pero eso no lo
dio por sentado la policía política. Mientras los agentes del Sebin interrogaban
a Yendri en Caracas, otros colegas detuvieron a Juan en Ciudad Ojeda, estado
Zulia, la misma noche de ese 19 de abril.

Yendri Sánchez y Juan Salas improvisaron un contrapunteo de escándalos, que llegó a ser investigado por la policía política. Foto: Youtube
No
lograron vincularlos. Eran verdaderos némesis uno del otro. Las autoridades
comprobaron la coartada de Juan: se encontraba en su casa, con su esposa e hija
de nueve meses, cuando Yendri se apareció en la Asamblea Nacional. Además, lo
diagnosticaron con esquizofrenia.
La necesidad de ser admirado
A una
condena de diez años en la cárcel se enfrentaba Yendri Sánchez. Quedaba a merced
de la fiscal Katherine Harrington, quien lo acusó por cargos de ofensa al
presidente y Asociación para Delinquir, este último tipificado en la Ley
Orgánica contra la Delincuencia Organizada y el Financiamiento del
Terrorismo.
El
Tribunal 9 de Control de Caracas aceptó la petición de la fiscal para mantener a
Yendri en cautiverio. Su historial
ya era amplio y elocuente.
El
Ministerio Público divulgó que se le enjuiciaría en julio de 2013, tres meses
después de su detención. Pero sus audiencias se fueron suspendiendo. La prevista
para el 2 de septiembre de 2013 no se concretó porque no fue trasladado desde
Coro a Caracas y quedó fijada para el 7 de enero de 2014.
La abogada
Gloria Stifano, quien dirigió parte de la defensa de Yendri Sánchez, relató en
el transcurso del proceso que en la cárcel de Coro le habían tratado de disuadir
de tener a una “escuálida” por representante, que “lo iba a hundir y no lo iba a
poder representar como Dios manda”. Yendri se habría dejado convencer y firmó
una revocatoria, pero ese supuesto documento nunca llegó al Palacio de
Justicia.
Stifano
consideraba una “barbaridad” lo ocurrido y decidió continuar con la defensa,
luego de dejar en claro que era la única abogada juramentada en el caso y lo
representaría en enero en el juicio oral y público para impedir los
diferimientos. Tenía, además, una estrategia. Frenaría el proceso apelando a que
el Código Orgánico Procesal Penal (COOP) establece que primero hay que
determinar con psiquiatras y psicólogos si el procesado es imputable o
inimputable.
“Él tiene
algún tipo de desequilibrio mental. No es que esté loco, pero no está apto para
asumir un debate”. Citaba los exámenes psiquiátricos forenses que emitieron las
doctoras María Elena Berroterán y Ana Carolina Breto, que detectaron
“dependencia de alcohol de larga data y una inteligencia clínicamente baja que
se acerca al retardo mental”.
En el
documento se resaltaba que el imputado presentaba escasa capacidad de análisis,
una personalidad poco madura, además de “rasgos egocéntricos, la necesidad de
ser reconocido y admirado por lo que hace”. Recomendaban una “evaluación
neuropsicológica y otros estudios paraclínicos” para atender los
padecimientos.
El
diagnostico no era nuevo. Dos años antes, el 11 de enero de 2011, otro despacho
concluyó lo mismo cuando se le procesó por intentar robar en una clínica de
Pdvsa, situada en la intercepción de las avenidas Hollywood con Lagoven. En un
descuido de una doctora, sustrajo artículos de su cartera y fue hallado en
flagrancia. Ese día lo retuvo la Guardia Nacional Bolivariana. En el Asunto N°
VP11-P-2011-000160, Decisión N° 4C-0066-2011 del Juzgado Cuarto de Primera
Instancia en lo Penal (Cabimas), Sánchez aparece imputado por el delito de
“hurto agravado en grado de frustración”.

En dos oportunidades se subió a la tarima del Miss Venezuela. Foto: Youtube
Con sus 24
años para la fecha, Yendri negaba su responsabilidad. “No me hace falta robarle
a nadie porque yo estoy becado por el Gobierno, a nosotros nos dan 500 mil
bolívares quincenales sin hacer nada. Soy inocente y la Guardia violó mis
derechos, me llevó al Retén sin presentarme al Tribunal, eso es primera vez que
me pasa (…) me querían agarrar las nalgas, y me querían violar”, se lee en el
documento al consultar su declaración.
Durante el
acto judicial, se discutió que “en apariencia” presentaba un “desequilibrio
emocional” y se ordenó practicar “exámenes psiquiátricos y psicológicos a los
fines de demostrar el estado mental del imputado”. Finalmente, recibió medida
cautelar y quedó en libertad.
Oídos sordos
“No
vuelvas a hacerlo. Te pueden matar, hijo. Piensa muy bien las cosas, ya no eres
un muchachito sino un hombrecito”, repetía Celina a Yendri con llanto desde que
llegaba a la cárcel a las 9:00 de la mañana hasta las 3:00 de la tarde que los
custodios la sacaban del lugar. Él aceptaba los consejos con el compromiso de
no repetir sus errores. Se mostraba
arrepentido cuando le recordaba que su cumpleaños 28 años lo pasó tras las
rejas.
Hace una
semana, el viernes 19 de septiembre de 2014, parecía acabar el encierro. El
defensor público a cargo del caso de Yendri –no identificado por la fuente–
llamó a su hermana para informar que la boleta de excarcelación había sido
emitida y al día siguiente volvería a la libertad. La alertó para que fuera a
buscarlo temprano.
La madre
estaba en Caracas cuando se emitió la decisión y su hermana sin un bolívar en
los bolsillos en Ciudad Ojeda. No pudieron ir a verlo cruzando los muros de la
Ciudad Penitenciaria de Coro, ubicada en el sector San Agustín, “El Cebollal”,
de la parroquia Santa Ana del municipio Miranda en la carretera nacional
Falcón-Zulia donde se albergan mil reclusos en 45 mil metros cuadrados.
Los
funcionarios de la Guardia Nacional de turno resolvieron el traslado. A primera
hora, cerca de las 6:00 de la mañana “buscaron una cola”, detuvieron a un
autobús con destino a Maracaibo y le ordenaron dejar al hombre, que sueña con
entrar al libro de récords Guinness, en la cabecera del Puente sobre el Lago
Rafael Urdaneta para que ahí lo recogieran.
El
conductor del expreso cumplió. Mariagny, una vez más, fue por él. El sábado lo
dedicó a saludar a su familia. Celebró con todos estar en la calle. El domingo
se albergó en la casa de una amiga en el callejón 5 de la carretera L de Ciudad
Ojeda. Ahí paso la noche.
A los reflectores
El lunes
se levantó, vistió una camisa estampada color gris, un jean azul, zapatos negros
y añadió un anillo plateado en su dedo meñique izquierdo y portó una cadena
plateada por fuera de la camisa. Lucía delgado y casual para las cámaras.
Volvería a los reflectores y flashes.
Como
artista con agenda se paseó por las corresponsalías de los medios en la costa
oriental del lago. Pisó
Panorama y El Regional del Zulia para declarar que no era delincuente ni
terrorista, sino que le gustaba “llamar la atención”. Sus afirmaciones llegaron a las redes
sociales en video y publicaron el martes en la prensa escrita de la región. La marea de comentarios estalló a favor
y en contra. Otros eran solo burlas.
Pero la
puesta en escena salió mal. El martes a las 6:00 de la mañana, ni siquiera 30
horas después de su regreso a las pantallas y páginas de periódicos, un jeep del
Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas estacionó en la
casa de su hermana. Lo solicitaban para “una entrevista más”. Mariagny no
estaba. Había salido temprano a limpiar la casa donde trabaja como doméstica. Su
madre, quien apenas recién dejaba la cama, subió a la unidad y llevó a los
funcionarios hasta la casa de la amiga que refugiaba a su hijo. No sospechaba
que lo buscaban para capturarlo.
Él dormía.
Los funcionarios lo llamaron, luego gritaron su nombre y tocaron la puerta. Se
levantó y salió. Ya afuera le pidieron vestirse para irse con ellos. No los
evadió ni resistió. El viernes, a tres días después de la nueva detención, no se
sabía su paradero. Su madre y hermana, sin recursos para pagar un carrito hasta
Maracaibo aguardaban un contacto con él. Todavía lo esperan con la esperanza de
que nada haya pasado y retorne para terminar de construir la casa que le regaló
Hugo Chávez antes de morir y poder vivir en
paz.